Nuestra Brasilia tinerfeña

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en Jornada Deportiva el 20 de enero de 1984)
 
 
          Recientemente en las columnas de El Día, mi buen amigo Óscar Zurita, titulaba un artículo: Y del Plan Cabo-Llanos, ¿qué?. Y de sus acertados párrafos, destaco: “Resulta que en todo este amplio solar de expansión natural de Santa Cruz hacia el Sur sigue sin moverse ni un adoquín ni un ladrillo…”
 
          En efecto, amigo Óscar. Penetrar por estos contornos es como adentrarse en un submundo de polvo, de charcos, socavones, perros vagabundos y seres marginados. Estos aledaños tienen un marcado tinte de Far-West, sin caballos, sin cowboys ni indios sioux. Es un Oeste polvoriento sin la presencia del inefable John Wayne. Es distinto.
 
          En invierno, los aludidos charcos, el barro, la miseria y la pobreza colindante le dan al lugar un aspecto de triste realidad. Y todo este ambiente a sólo doscientos metros del principal núcleo urbano de la capital, donde los coches se apiñan por falta de aparcamiento y que aquí, en tan amplísimo campo de tierra y desidia, el coche sólo surge como chatarra olvidada.
 
          Sí; esto es una zona de auténtico subdesarrollo, donde el picón surge cuando algún circo quiere extender su carpa. Hasta entonces, una parcela tercermundista donde algunos canes son tiñosos y donde las casas parecen un remedo de Pompeya.
 
          Hace poco me decía el popular González Poleo que algunos taxistas dejaban a los turistas en la cuneta de la Autopista y les indicaban que “un poquito más allá estaba la Caseta de Madera” … Y los turistas, ingleses, alemanes o peninsulares, llegaban en época estival llenos de sudor, de polvo y de contrariedad. Cansados de tanto sol vertical y de tanto socavón traicionero porque el asfalto es como un rictus irónico. Y en invierno llegan como esponjas llenas de lodos porque algunos de estos profesionales del volante –puede que con alguna carga de razón- no quieren convertir sus vehículos en forzosos protagonistas al Camel Trophy 84.
 
          ¡Lástima de lugar, donde incluso se dijo iba a instalarse un parque! Estimo que aquí en Cabo-Llanos, podría estar nuestra Brasilia tinerfeña porque un poco más hacia el norte, en los aledaños de la Plaza de España, aquello ya parece un pequeño infierno de decibelios, de contaminación, de romería de gentes y estrecheces de todo tipo que, como ya adelantó JORNADA intentará paliarse en el futuro con la construcción de un aparcamiento subterráneo de quinientas plazas.
 
          Pero no todo es primitivo y negativo en este lugar. También tiene sus pequeños encantos. Y es como una lozana compensación para los que por motivos profesionales conocemos estos contornos casi palmo a palmo. Por ejemplo, en la antigua fábrica de gas, hay un escondido vergel, todo un oasis en medio de este desierto donde la chatarra es el principal adorno. En lo que antaño produjo gas, hoy puede oírse, en los albores del día, el canto de los pájaros y, en los atardeceres, el croar de algunas ranas, que afloran de estanques muy buen cuidados. 
 
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