Un pabellón para la voz de Paco Álvarez Galván

 
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en Jornada Deportiva el 26 de marzo de 1983)
 
 
          Paco, que era la palabra y la claridad, se apagó una tarde de futbol y dominguera. Fue un cuadro fulminante: una sepsis meningocócica que le produjo el síndrome de coagulación vascular diseminada.
 
          Cuarenta y siete primaveras se habían ido a la Eternidad. Y uno, de nuevo, recordó al poeta Menandro “de que muere joven aquel a quien los dioses aman y distinguen”, pero es supremamente doloroso ver desaparecer a los que eran ya una realidad en la vida. Su óbito, que escalofrió no sólo a sus conocidos, nos hizo volver a pensar en lo absurdo de la existencia y en el préstamo precioso que significa cada minuto de vida, que muchas veces se dilapida en zancadillas, rencores y envidias.
 
          Paco Álvarez Galván era como una espiga madurada doblada por el viento. Era el prototipo americano del self-made-man,autodidacta, hecho a sí mismo, sin padrinos, sin mecenazgos, sin bastones auxiliares. Su sensibilidad le hizo hollar escenarios donde su dicción y su memoria, su privilegiada memoria, le fueron abriendo las puertas del éxito personal aunque su estatómetro perjudicara a cualquier figura en las tablas con ínfulas de galán.
 
          Su fisonomía de baloncestista con miedo a la erguidez, tan extrovertido como cariñoso y tan compañero como mesurado, dejó de mirar la nebulosa de los anfiteatros y se aventuró en el mundo de las ondas, de los horarios de taquicardia y de los auriculares; la televisión vino luego.
 
          Su Radio Gaceta de los Deportes nos recordaba todas las mañanas, a partir de las ocho, que si la prensa comenta la noticia y la televisión la retrata, la radio da ésta. Paco, así le conocimos todos, con inmarchitable sello de showman radiofónico, con candencia de relámpago y con la apoyatura del adecuado y pegadizo ritmo de Cristal Grass, nos reflejaba, con conocimiento justo de todos los deportes tratados, un fresca y escueta actualidad del musculo en la hora del inevitable afeitado, de la folclórica ducha matinal o de ese desayuno con el rabillo del ojo hacia el traumatizante reloj con esos implacables manecillas indicándonos la cita laboral de aquel entonces.
 
          A Paco le era muy fácil mirar a la mayoría por encima del hombro, pero jamás lo intentó. Fue más proclive a la sinceridad que a la agresividad ambiental. Fue elegante ante el micrófono y ante las cámaras, con una prosa que jamás hería aunque doliese cuando tenía que decir esas verdades que escuecen.
 
          Su micrófono, su teléfono y su estudio siempre carecieron de cerraduras herméticas y elitistas. Les abrió las puertas a todos con aquella sonrisa sin dobleces, con aquel apretón de manos enérgico donde transmitía la franca espontaneidad de su carácter jovial, optimista y de acrisolado public-relations. En su cometido de organizar espectáculos y presentarlos, en su trabajo al frente de los concursos de belleza, llevó a cabo una labor promocional de Tenerife, en particular, y de Canarias, en general, difícilmente superable por cualquier otra persona. 
 
          El deporte no tiene limite de edad ni de condiciones. Tiene únicamente, dos principios de base: o surge por convicción-afición, o nace, posteriormente, como alternativa al trabajo masificado. Y aunque se diga que la gente aspira a aumentar su ocio y disminuir su trabajo no encaja, por ejemplo, con estos esforzados compañeros de la información deportiva, que tras crónicas, comentarios y entrevistas aún tienen tiempo de visitar canchas, uniformarse, asir una raqueta y sudar ante otro antagonista que también flagela pelotas. Paco, en este aspecto, nos había predicado con el ejemplo. Aún recordamos su figura esquizotímica, que en el Tenis aportaba el ataque; una especie de carro de combate, con un rostro perlado y rictus de fatiga, que nunca fueron óbice para prodigar la exquisita deportividad que siempre le orló como vencedor o vencido.
 
          Cuando se muere un locutor se muere alguien más que un hombre. Se muere una voz. Y, cuando una voz se calla, se silencia para siempre, es que han muerto cosas juntas y la vez. 
 
          Con Paco no solo murió un micrófono, un escenario y una raqueta sino que desapareció una voz, una sonrisa y un ejemplo, que ahora se ha querido perpetuar poniendo su nombre a una liliputiense instalación deportiva, que si antaño se le había bautizado prematuramente por “Pabelloncito” –que parece fina ironía a aquel hombre largo- ahora todos empezamos a conocerla como pabellón Francisco Álvarez Galván. 
 
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