El nombre de nuestras calles (81). Emilio Serra Fernández de Moratín

 
Por José Manuel Ledesma Alonso (Publicado en el Diario de Avisos el 3 de septiembre de 2023).
 
 
EL  NOMBRE  DE  NUESTRAS  CALLES  (81)
 
Calle Emilio Serra Fernández de Moratín
 
 
En las Mimosas, enlaza el Camino Oliver con el Paseo de las Escuelas Pías. 
 
Emilio Serra y Fdez. de Moratín 
 
 
Emilio Serra Fernández de Moratín (Santa Cruz de Tenerife. 1864-1947).
 
          Estudió bachillerato en el Instituto de Canarias, en La Laguna, y se licenció en Farmacia en la Universidad Central de Madrid en 1890. Cinco años más tarde obtendría el título de Doctor en Farmacia, con la calificación de Sobresaliente.
 
          En 1895 viajaría a las Islas Filipinas, al haber sido nombrado Catedrático de la Universidad de Manila. 
 
          A su regreso, heredaría de su padre, Emilio Serra y Ruz, la farmacia situada en la calle Castillo 9, casa del s.XVIII que aún se conserva.
 
          En 1915, sería el primer Farmacéutico Académico Numerario que ingresó en la Academia Medico Quirúrgica de Canarias y, tes años más tarde fundaría el Colegio Oficial de Farmacéuticos de Santa Cruz de Tenerife, siendo su primer Colegiado.  
 
          Como Diputado Provincial de Canarias, siempre puso de manifiesto su aspecto noble y caballeroso, siendo firme en sus convicciones.
 
          Desde su periódico El Liberal, donde escribía con el seudónimo de “Doctor Centeno”, publicó diversos artículos sobre las formas de combatir y exterminar la epidemia de cólera que azoló Santa Cruz de Tenerife durante los meses de octubre, noviembre y diciembre de 1893, en la que fallecieron 382 de los 19.722 habitantes que tenía la ciudad; siendo homenajeado por esta labor periodística.
 
          También, desde su periódico El Insular, se opuso tenazmente a la demolición del Castillo de San Cristóbal, cuando el Consejo de Ministros, del 13 de septiembre de 1926, acordó cederlo al Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife para que lo demoliera y dotara de mayor amplitud y vistosidad la entrada a la ciudad desde el mar. Sólo don Manuel Ossuna-Saviñón intentó impedirlo, arrodillándose bajo la piqueta.
 
          En su alegato en defensa del Castillo, decía: “Que la piqueta y la dinamita hagan su oficio. Enterrad el oro a manos llenas entre los sagrados despojos de la antigua fortaleza, pero pensad al mismo tiempo que entre ellos podrá estar enterrado algo que vale más, mucho más que el oro, ¡el alma, el alma de la ciudad, y acaso también el de la isla! Un pueblo puede perder muchas cosas, experimentar catástrofes y elevarse, pero no se levantará jamás cuando ha perdido su alma colectiva”.
 
          Con este delito al Patrimonio Histórico, ocurrido el 26 junio de 1928, desaparecerían tres siglos y medio de la Historia de Santa Cruz.
 
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