El caballo troyano del asedio a Santa Cruz

 
Por José Manuel Padilla Barrera  (Publicado en El Día el 25 de julio de 2023).
 
 
Echa nuestro fuego a pique //  Al  Cúter  bravo con quinientos hombres  //  ¿Le disparó Rosique?  //  Justo será, te alegres o te asombres  //  Viendo quitar del medio  //  Al caballo troyano de este asedio.
 
(De la Oda a la Victoria de Viera y Clavijo.)
 
 
Nº 4-Cutter Fox
 
El cutter Fox
 
 
          En  la madrugada de tal día como hoy hace 226 años, una nube de barcas con marinos e infantes de marina ingleses a bordo, navegaba con rumbo al muelle de Santa Cruz de Tenerife. Al frente de ella iba el contraalmirante Horacio Nelson. Habían partido a las 11 de la noche desde la zona de costa conocida por el Bufadero, donde estaban fondeados sus barcos fuera del alcance de los cañones que defendían la plaza. La noche era muy calurosa y oscura; en el pueblo no brillaba una sola luz que pudiera orientarles, remaban en absoluto silencio, con los remos envueltos en trapos; cerraba la formación  un pequeño barco, un cúter, al que Viera y Clavijo llamó El caballo troyano del asedio a Santa Cruz; y lo definió así porque, al igual que el épico caballo de madera transportaba en sus entrañas un gran número de guerreros dispuestos para el combate. Se trataba del cúter Fox para los ingleses, o de la balandra la Zorra para los españoles.
 
          Eran las dos y cuarto, según Tolosa y Rosique, que mandaban el Castillo de San Pedro y de Paso Alto respectivamente, próximo  a las dos para José Marrero, que lo hacía en el de San Miguel, cuando el primero de ellos  divisó  una embarcación, el segundo un bulto que conjeturaba que fuese un buque y el tercero una vela y aunque no está claro quién fue el que se adelantó en alertar a la línea y comenzar el fuego, sí que lo está que ese fue el momento en que sonaron  las campanas de alarma  y 30 ó 40 piezas de cañón, según Nelson, dispararon sobre los asaltantes, de un extremo a otro de la población. 
 
          G.S. Parson, refleja en su libro Al servicio de Nelson lo que le contó un superviviente del Fox  Una andanada terrible de las baterías costeras atravesó el frágil casco de la embarcación, que se fue a pique sin remedio. Logró salvarse librándose  de  sus propios compañeros que lo arrastraban hacia abajo, y hasta en tres ocasiones tocó fondo; al final, presa de ese estado parecido al de un sueño que precede a  la asfixia, apareció un bote que lo izó a bordo antes de exhalar el último aliento. No todos tuvieron la suerte de ser rescatados por los botes o la de ganar la costa a nado, muchos murieron ahogados, entre ellos, el comandante del Fox, el teniente John Gibson que, en la mejor tradición del mar, se hundió con su barco.
 
          El teniente John Gibson hacía años que mandaba el cúter Fox, desde su botadura en 1793. Ambos procedían de las acantiladas costas inglesas del Canal de la Mancha. Gibson, porque había sido farero en Hasting, un pequeño puerto del Canal, a unos 100 km. de Londres, y el cúter, porque era una embarcación pensada, en principio, para la represión del contrabando especialmente en esas costas. Los dos eran famosos entre la gente de mar inglesa, el barco por sus cualidades marineras y el teniente por ser un epítome del marino inglés de su época. Esto último no lo digo yo, lo dice Parson en su libro. Buena parte de esa fama se debía a la aventura que protagonizó con su pequeño barco, a finales de 1794. Formaba parte el Fox, entonces, de la flota inglesa que al mando del almirante Hotham, mantenía el bloqueo de la francesa que estaba refugiada en el puerto de Tolon. Los franceses decidieron romper el cerco y tratar de  recuperar Córcega. En una escaramuza, el Fox se encontró de improviso, emergiendo de la niebla, con un verdadero leviatán, un gran navío francés de 80 cañones, el Ça Ira, el nombre de una famosa  canción de la revolución de 1789. En lugar de huir, Gibson no lo pensó dos veces y con una hábil maniobra se deslizó a su popa navegando sobre su estela. Aún no habían salido los franceses de su asombro, cuando a voz en grito, les exigió que arriaran la bandera tricolor o que en caso contrario se dispusieran a verse hundidos; se burlaron de la amenaza los oficiales galos, y el Fox, maniobrando rápidamente, como sólo ese tipo de barco podía hacer, presentó un costado a la popa del francés y largó una andanada que destrozó una buena parte del espejo y jardines de popa, y antes de que el gran navío pudiera reaccionar el pequeño cúter se perdía en el horizonte para unirse a los suyos. Quizás el daño no fuera mucho, pero la humillación sí que debió serlo, porque en el eufemístico y bello lenguaje de los marinos los jardines de popa eran los retretes de los oficiales y, nunca mejor dicho, Gibsón les dejó con sus traseros al aire.
 
          Estas pequeñas embarcaciones, como decíamos, estaban pensadas y diseñadas para la vigilancia y represión del contrabando. No tenemos datos concretos sobre  el cúter Fox, pero sí del Aldebaran, que fue botado en 1790, coetáneo por tanto del Fox, y seguro que muy similar, sí no igual a él tenía 12,60 metros de eslora y 4,80 de manga, eran buques de cortas dimensiones que, por su configuración, estaban capacitados para desarrollar una gran velocidad de navegación, necesaria para las misiones que tenían que cumplir. Las lineas de su casco eran  ligeras y afiladas, particularmente idóneas para cortar el agua, de ahí su denominación de cúter (cutter en inglés, del verbo to cut, cortar), su arboladura era muy grande respecto al tamaño del casco, en su largo bauprés se armaban tres foques, y su velamen tenía unas dimensiones excesivas por lo que navegaban de bolina, fuertemente escorados, recibiendo el viento por un costado. Estas cualidades de embarcaciones de buen andar hicieron que pronto pasaran a formar parte de las flotas de guerra, como buques auxiliares para descubiertas y para ser portadores  de órdenes y mensajes. 
 
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Un cutter británico
 
           
          El encadenamiento de los hechos que habrían de acabar con la trágica desaparición del cúter Fox empezó 7 meses antes del desastre, a principios del año 1797.En esos días el pequeño buque se incorporó, navegando desde Londres, a  la flota inglesa del Mediterráneo, enarbolando en su único palo la señal de portador de mensaje para su jefe, que era el almirante Jervis. El mensaje era del Almirantazgo e informaba que en esos días se preparaba una unión de las marinas de  España y Francia, con la intención   de formar una gran armada para atacar directamente a Inglaterra, en su propio  territorio. 
 
          El 10 de febrero Jervis  se encontraba en el Atlántico, a la altura del Cabo San Vicente, a la espera de la escuadra española, que desde el Mediterráneo, al mando del almirante de Córdova, navegaba, para reunirse con la francesa, en el puerto de Brest.  
 
          La gran batalla se produjo cuatro días después. Nelson, para sorpresa de propios y extraños, y sin autorización de su jefe, rompió la formación para impedir que los españoles cerraran la línea logrando así, la Armada británica un gran triunfo sobre nuestros desolados marinos. La Armada española, después de la terrible derrota, se refugió en Cádiz, y allí acudió Jervis con sus barcos para establecer el bloqueo. Nelson, ascendido a contraalmirante por sus méritos en San Vicente, ondeaba su insignia en el Theseus.
 
          La inactividad del bloqueo era algo que Nelson no podía resistir, por eso mantenía constantes escaramuzas con los bloqueados intentando hacerles salir a mar abierto; por cierto, que en uno de esos encuentros tuvo una destacada actuación un canario, de Teguise, Lanzarote, el guardiamarina Salvador Clavijo Miranda, que fue herido y hecho prisionero, y fue devuelto por Nelson al almirante Mazarredo con una carta elogiando su valor. Salvador Clavijo es el origen de lo que yo llamo la saga de los Clavijo. Ingenieros militares, Ingenieros de Caminos, Marinos de guerra, abogados, y hoy hasta un presidente del gobierno canario. 
 
          Por eso, Nelson recibió con agrado la propuesta del capitán de la Terpsichore, Richard Bowen, de hacer una expedición a Tenerife, donde aseguraba que había grandes riquezas. Rápidamente lo propuso a su vez a su jefe y el día 14 de Julio, al mediodía,  el contraalmirante Nelson recibió la  autorización para encabezar  la expedición. En la madrugada del día 16,una  flota, de seis navios, el cúter Fox y una bombarda, se hizo a  la vela, dos fragatas  se unirían más tarde, la primera al día siguiente, la segunda ya en aguas de Santa Cruz.
 
          Llegados a Santa Cruz y después de dos intentos de invasión fracasados Nelson tenía decidido abandonar la empresa. Pero no fue así; después de conocer las informaciones de un alemán huido del pueblo, ordenó el ataque para la noche del martes 24, y además  decidió ponerse personalmente al frente del mismo, cuando según  sus primeras órdenes tenía que ser el capitán Troubridge quien encabezara las fuerzas de desembarco.
 
          Aquella noche del 24, Nelson cenó a bordo de la fragata Seahorse, acompañado por el capitán Fremantle, la  esposa de éste, Betsy y  su hijastro el teniente Nesbit; hacia las 10 y media, terminada la agradable velada, los tres hombres ocuparon sus puestos en el bote que les esperaba para llevarles hasta el Zelaus, que era el punto de reunión. Mientras su jefe cenaba, Gibson fue abarloando su cúter a los barcos que debían transbordarle hombres de su dotación. Además, recibió también el cúter cañones ligeros, municiones y escalas de asalto. 
 
          Pero,¿cuántos hombres embarcó Gibson en su cúter aquella noche? Cada autor de los relatos de la Gesta da su número: Marrero dice que fueron 450, Monteverde 382, Tolosa 400, Viera y Clavijo en su Oda a la Victoria 500; sorprende lo de  Rosique, que da tres números distintos: en su hoja de servicios480, en otro documento 350, y más tarde 180. Nelson dice, como Rosique, que eran 180; este número reflejado en un parte oficial, parece el más plausible. 
 
          A las diez y media los marineros e infantes de marina se descolgaron desde sus barcos a  los botes, y junto al cúter y a una pinaza secuestrada a los españoles se concentraron  alrededor del Zelaus, que era el barco más cercano a la población. A las 11, al toque de la campana del Tesheus, según lo convenido, pusieron todos, remando en silencio, rumbo al muelle de Santa Cruz. Comenzaba así  el último acto de la tragedia del cúter Fox. Muy pocas horas después  sería engullido por el mar.
 
          Todo este drama humano lo resume Nelson en su diario de a bordo del Theseus, escribiendo con su mano izquierda, con una frialdad que impresiona: "El cúter Fox,al acercarse hacia la población, recibió un disparo bajo el agua de una de las baterías enemigas, y se hundió inmediatamente, el teniente Gibson,su comandante,y 97 hombres se ahogaron. A las 7 levamos anclas."
 
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