1797. Asalto británico al Castillo

 
Por Daniel García Pulido y Valeriano Weyler González (Publicado en El Día el 24 de julio de 2023).
 
 
 Hannibal ad portas
 
Firma de Esteban Benítez de Lugo
 
Firma de Esteban Benítez de Lugo
 
 
          «Puede ser un héroe lo mismo el que triunfa que el que sucumbe, pero jamás el que abandone el combate». Tan elocuente aforismo de Thomas Carlyle, filósofo e historiador escocés del XIX, nos transporta, en estas relevantes fechas de la historia de Canarias, a los personajes y hechos que abordamos en estas nuevas líneas de investigación en torno a la Batalla de Santa Cruz de Tenerife en 1797.
 
          Todo episodio histórico, y más aún cuando se trata de un enfrentamiento armado como el que nos ocupa, alberga ciertos «momentos clave», instantes cruciales que resultaron determinantes en su desenlace. Esta constante, tan usual en los anales de la historiografía militar, no ha dispuesto de un tratamiento específico en la literatura asociada al asalto británico a Tenerife en aquella señalada fecha. Las abundantes crónicas de la época centran la atención en el entorno del muelle y playa aledaña al castillo de San Cristóbal, sin duda puntos neurálgicos del entramado defensivo de la plaza fuerte, pero incurriendo, casi instintivamente, en una “escuela de pensamiento” que ha marcado el enfoque aplicado por la mayoría de quienes hemos estudiado este hecho de armas, cuasi olvidando o minusvalorando otros recovecos dignos de la mayor de las atenciones.  
 
          Así, en un estudio anterior en este medio, que cordialmente vuelve a acogernos, repasamos el papel jugado por el capitán de cazadores Luis Román Manrique de Lara y su exiguo destacamento de milicianos en la defensa de aquel enclave, conocido entonces como “boquete” o puerta del muelle, contribución que se sumaba a la efectuada hace años por nuestro añorado Luis Cola Benítez sobre la actuación del artillero Francisco Grandi Giraud desde la vecina plataforma de Santo Domingo, adosada a la fortaleza principal de San Cristóbal. Ambos estudios fijaban el interés en la vigilancia de aquel sector del litoral de Santa Cruz, cuya salvaguarda se antojaba a todas luces vital para el éxito de las fuerzas españolas. 
 
Plano artículo Lugo formato imagen rec
 
El Castillo de San Cristóbal y sus alrededores
 
         
           Pero los británicos efectuaron, probablemente más por circunstancias que urdidamente, una maniobra envolvente sobre el corazón militar del lugar, de modo que el éxito en uno de los flancos no garantizaba frenar el golpe si el otro costado perdía su integridad defensora.  Y es en este segundo frente, por el lado opuesto al muelle, donde aflora otro de los “momentos cumbre” al que no se ha prestado la suficiente atención. Un asalto directo que sufrió el propio castillo de San Cristóbal y que, de no haber sido rechazado, hubiese supuesto nada menos que el acceso de los enemigos al interior de la fortaleza y la inmediata rendición de la Plaza, por la captura de la plana mayor y de su general en jefe, Antonio Gutiérrez. Jaque mate.
 
          Nos estamos refiriendo a la incursión efectuada por el grupo de británicos de la única lancha que consiguió adentrarse por la antigua Caleta de la Aduana, columna atacante comandada por el capitán Thomas Troubridge (oficial relevante por el lado enemigo, pues a él había entregado Nelson el mando del asalto a Tenerife en su comienzo, apenas tres días antes, por la zona de Paso Alto). El capitán inglés, tras desembarcar en aquel surgidero de la Caleta, se encaminó vigorosamente hacia la entrada de la fortaleza principal, orientada justo hacia ese punto lateral del baluarte. Cabe destacar que detrás de Troubridge, por la cercana Playa de las Carnicerías y más al sur, desembarcaba el grueso de las fuerzas británicas, un impresionante contingente del orden de 500 hombres. La custodia de aquel espacio de San Cristóbal, el denominado entonces «rastrillo», recaía en la figura del capitán de granaderos Esteban Benítez de Lugo y del Hoyo-Solórzano, al frente de un destacamento de milicianos. Dediquemos las líneas venideras a la visualización, lo más pormenorizada y sucinta posible, tanto del escenario y secuencia de hechos como de los protagonistas.
 
Detalle Castillo con rastrillo rec
 
Detalle del Castillo de San Cristóbal con su "rastrillo"
 
El “rastrillo” del castillo de San Cristóbal
 
          A tenor de los planos y descripciones disponibles, el acceso a la antigua fortaleza de San Cristóbal se efectuaba a través de una única entrada, un portalón ubicado en la fachada que miraba a la Aduana-Caleta (hoy Cabildo Insular), observándose igualmente que el sector que podríamos llamar interior del recinto fortificado, que daba a la plaza de la Pila (hoy de la Candelaria), estaba resguardado por una doble hilera de muros que hacían las veces de “foso” o de patio exterior, con aljibe incluido. Esta era la zona defendida por los milicianos, desde donde hacían fuego, además de los puntos provistos para ello en el nivel superior y del resto de flancos del bastión.
 
          La estampa del castillo de San Cristóbal que apreciamos en cuadros e imágenes de los siglos XIX y XX no es exactamente la misma que veían aquellos hombres de finales del XVIII. A falta de informes específicos sobre cambios y obras realizados desde su fundación en 1579, bueno es acudir a algunas descripciones de testigos de la defensa en 1797 para reconocer los elemenos distintivos que ayuden a captar mejor lo acontecido. Tal es el caso del comerciante Pedro Forstall, quien detalla que aquel espacio de entrada era defendido desde “la puerta y aspilleras del muro bajo que hay en donde antes estaba la estacada”. Esta puntualización, contrastada con planos de pocos años antes del ataque de Nelson, nos da idea de que los muros altos coronados con los clásicos remates cuadrangulares en almena, que distinguimos en fotografías de ese costado en fechas cercanas a su derribo en 1928, deben de haber sido añadidos con posterioridad, acaso en virtud de la experiencia sufrida o de la tendencia desde finales del Setecientos de sustituir las clásicas empalizadas defensivas tan en boga hasta entonces.
 
          Por otro lado, el uso de la voz «rastrillo», que en tratados de construcción e ingeniería militar alude a una verja levadiza que defiende la entrada de las plazas de armas, puede llevarnos a confusión porque ninguna fuente documental, escrita o gráfica, avala la existencia en San Cristóbal de esa reja ni del correspondiente dispositivo necesario para su accionamiento. Más bien debe de tratarse de un término utilizado por extensión, para referirse a la protección del acceso al fuerte, como amablemente nos apunta el Teniente Coronel del Cuerpo de Ingenieros Politécnicos, José Manuel Padilla.
 
Los hechos
 
          A fin de conocer la secuencia exacta de lo acaecido en el asalto británico al “rastrillo” de San Cristóbal nos apoyamos en los valiosos testimonios de algunos de los testigos. El primero que incorporamos es el de José de Monteverde y Molina, castellano de dicha fortaleza:
 
                    «Era su plan de ataque apostarse en esta última, y procuraron ejecutarlo por la parte del rastrillo del mismo fuerte; pero fueron rechazados al punto, dejando un oficial muerto con el vivísimo fuego que de allí se les hacia, mandado con loable constancia por el capitán de milicias don Esteban Benítez de Lugo. Obligados entonces a tomar la calle de la Caleta, atravesaron por la de las Tiendas, y se apostaron por la parte superior de la plazuela...».
 
           Por la vía de otras crónicas en las fuentes primarias podemos ir perfilando detalles que enriquecen y aclaran la situación. Por un lado, Francisco Tolosa, capitán artillero que mandaba el fuerte de San Pedro, nos precisa que la guarnición efectiva encargada de la defensa del castillo “se componía de 60 hombres”, incluidos rozadores llegados a lo largo de la jornada del 24 de julio, y que esa dotación efectuó “un vivo y granado fuego de fusil”.
 
          Juan Güinther, comandante accidental del Batallón de Infantería de Canarias (del que es heredero el actual Regimiento de Infantería “Tenerife” Número 49), llega a puntualizar incluso que esa cadencia de disparo fue “un fuego vivo, que fue correspondido por los ingleses”, lo que patentiza la crudeza de ese enfrentamiento. Al tiempo que Bernardo Cólogan, agente de una importante firma comercial, afirma que fueron “varias descargas de fusilería”, secuenciales, las que desanimaron y desorganizaron la partida de asalto británico. 
 
          En ese sentido, el comerciante Juan Aguilar nos certifica la dureza de ese momento al afirmar que Benítez de Lugo “sufrió mucho fuego y correspondió con mucha viveza, siendo uno de los que desempeñaron su obligación y puesto”. 
 
           Cabría destacar la circunstancia de que este combate fue prácticamente simultáneo al que protagonizaba el propio Nelson en la zona de la playa de la Alameda y muelle, lo cual es ilustrativo de los momentos de máxima tensión y despliegue de medios que se vivían en el interior del centro de mando.
 
Los protagonistas
 
          La defensa de ese “rastrillo”, en efecto, recaía en Esteban Alonso Julián Benítez de Lugo y del Hoyo-Solórzano, tinerfeño, pues había nacido en Garachico el 27 de febrero de 1760 y bautizado en su iglesia de Santa Ana el 6 de marzo siguiente. Segundo vástago de Luis José Benítez de Lugo Calderón del Hoyo y Porlier, 4º marqués de La Florida, e Isabel del Hoyo Solórzano Alzola y Sotomayor, botón de muestra de la élite nobiliaria de aquella localidad. 
 
          Para conocer su situación familiar, así como el marcado componente endogámico imperante en el Antiguo Régimen, más acusado aún a niveles locales, debemos citar aquí, sucintamente -su desarrollo supera el objeto de estas líneas- que Esteban Benítez de Lugo tenía cinco hermanos, tres varones y dos hembras, que le vinculaban con otras notorias familias de Tenerife. Estas referencias refuerzan, tal y como perfilamos en trabajos anteriores, el interés en conocer el trasfondo de parentescos y relaciones de proximidad entre los personajes que protagonizaron este hecho de armas, toda vez que pueden resultar relevantes a la hora de entender ciertas situaciones que se dieron en el transcurso de la defensa, así como algunas de las narraciones que determinados coetáneos plasmaron en relaciones, cartas y documentos varios. Hermenéutica siempre recomendable si se desea abordar esta historia -que aún ofrece margen de trabajo- con el mayor nivel de objetividad posible.
 
          La carrera militar de Esteban Benítez de Lugo, a tenor de su hoja de servicios, que nos ha sido servida por el Archivo General Militar de Segovia, tuvo sus inicios el 11 de junio de 1771, cuando sentó plaza de cadete en el cuerpo de milicias canarias. Siete años después fue promovido a subteniente de fusileros, y apenas tres años más tarde ya consiguió ascender al rango de teniente. El siguiente escalafón le llegaría el 24 de febrero de 1792 con su reconocimiento como capitán de fusileros del Regimiento de Milicias Provinciales de Garachico, rango con el que actuó en la defensa de Santa Cruz de Tenerife. En el documento mencionado se especifica claramente que formó parte “en la columna de granaderos y cazadores provinciales formados para la guarnición de la plaza de Santa Cruz de Santiago” (a solicitud del general Gutiérrez, meses antes del ataque de Nelson), estando en dicho cometido desde el 3 de febrero hasta el 30 de julio de 1797, apenas unos días finalizado el ataque británico. 
 
          Tras su participación en la Batalla de Tenerife Esteban Benítez de Lugo ascendió a capitán de granaderos el 21 de noviembre de 1798 y, diez años más tarde, alcanzó el título de teniente coronel graduado, que se haría efectivo por Real Despacho de 15 de diciembre de 1810. Cabe resaltar que fue Caballero de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, obteniendo la licencia de retiro “con uso de uniforme y goce de fuero criminal” por Real Orden de 29 de julio de 1818. Esteban Benítez de Lugo fallecería, soltero, en su localidad natal de Garachico el 4 de marzo de 1834, siendo enterrado en el antiguo convento de San Agustín.
 
Conclusión
 
          Puede afirmarse que la totalidad de los relatos y crónicas contemporáneas aluden al papel protagonizado por Esteban Benítez de Lugo en la defensa, constituyendo buena prueba del valor y sentido del deber desplegados en aquellos instantes de extremo peligro tanto por Lugo como por su tropa. Todo ello tuvo reflejo en aquellos mismos días, como lo atestigua el hecho de que el comandante general Antonio Gutiérrez incluyese su nombre en aquel largo medio centenar de oficiales a los que reconocer una meritoria participación en la defensa de Santa Cruz de Tenerife en la madrugada del 25 de julio de 1797, haciéndole acreedor a un ascenso efectivo a capitán. No obstante, dicha propuesta de promoción colectiva fue rechazada por la superioridad al haberse incluido en ese listado a algunas personas cuyos méritos no estaban contrastados. Ni siquiera José de Viera y Clavijo, en su conocida oda sobre la que ha venido en denominarse “Gesta” santacrucera, se olvidó de Esteban Benítez de Lugo, incluyendo en uno de sus sonetos: 
 
 Protege su Castillo
 
 Gigante SAN CRISTÓBAL, pues no pierde,
 
 Defendiendo el rastrillo,
 
 Tiro ninguno el bravo Monteverde,
 
 Noblemente ayudado De Benítez de Lugo, el Alentado.
 
          Reconforta atestiguar la acertada iniciativa de la Corporación Municipal al haber bautizado una de las calles cercanas al teatro de operaciones, el callejón Milicias de Garachico, en reconocimiento a aquel grupo de hombres, si bien sería de justicia una mención explícita -se ha hecho recientemente con Grandi- a Esteban Benítez de Lugo como responsable del mismo. Encarnaron todos, en suma, al héroe de Carlyle, en este caso triunfante, contribuyendo a la defensa de lo suyo ante el invasor, librando al general Gutiérrez, a Canarias, de su particular Aníbal a las puertas de Roma.
 
 
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