La barraca

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 15 de octubre de 1979)
 
 
          ¿Con qué podríamos galardonar a Manuel Mur Oti, guionista y adaptador televisivo de La barraca; con el premio a la osadía o con el premio al mérito? Quien haya tenido el brutal deleite de haber leído la novela del “prohibido” Vicente Blasco Ibáñez se habrá dado cuenta pues de eso, de la osadía o mérito que entraña confeccionar un guion de nueve horas de duración sobre la novela donde, prácticamente, no existe dialogo. Si las doscientas y pico páginas de la reciente edición de Plaza y Janés constituyen una impagable experiencia, la serie televisiva representó para nosotros un plato agridulce donde se combinaron con demasiada asiduidad la pesadilla narrativa, reiterativa y bostezante, incluso morbosa –como la muerte de Pascualé-, con momentos realmente logrados.
 
          Eduardo Fajardo (tío Barret) empezó a etiquetar la serie con la vitola de la crueldad, con la vergüenza de la exigencia ajena del propietario, “que se excitaba por la mansedumbre del labrador; que se contentaba de encontrar un hombre en el que podía saciar sin miedos sus instintos de opresión y rapiña”. También para el recuerdo el personaje del profesor, don Joaquín, “con más hambre que un maestro de escuela”, pedante (“siento el óbito de su vástago”), jocoso (“señores: traedme un trébol tetrapétalo”), entre filósofo y ambiguo (“váyase, coja camino, el carro, señor Batiste; pero es un mal consejo”).
 
          ¡Lástima, que el director Leon Klymowsky, con evidente prisa, sin la ilusión de la antología, no le exigiera, no le exigiera más a Álvaro de Luna (Batista), que si bien desterró para siempre al histriónico e intrascendente Algarrobo de Curro Jiménez pudo alcanzar cotas realmente insospechadas de tener enfrente a un director con más paciencia y más exigencia, ya que Álvaro de Luna, con el peso de nueve capítulos, demostró que a todo actor por muy encasillado que se encuentre hay que darle una oportunidad. Él la tuvo, no la desaprovechó pero con otra tutela su papel hubiese resultado insuperable en esta serie donde la barraca se levantaba en el centro de unos desolados campos, que destacaban como una mancha de mugre en un manto regio de terciopelo verde. Se recordará aquel Pimentón –cazador de pájaros con liga, enemigo del trabajo y terror de la contornada –con la cabeza entrapajada y su gesto amenazante del terco vengativo-; a Pepeta, cuya interpretación corrió a cargo de Lola Herrera, la “actriz que mejor llora en España”, tirando del ronzal de su henchida ubre con la medida del estaño para servir a los clientes, a Teresa, resignada y sumisa; a Roseta, Tonet, tío Tomba, el que menos veía y más conocía aquella huerta de brutalidad agresora y expectación hostil. 
 
          Leer detenidamente La barraca es sufrir y gozar de una naturaleza que el capitalismo va olvidando paulatinamente ante tanto asfalto, cemento y humo. Es presenciar el vuelo de gorriones, alondras y golondrinas; es adentrarse en ese bucólico mundo de acequias, ribazos, cañaverales, juncos, alquerías, cencerros, campanillas, azadones y barbechos; es convivir con estas “gentes muy buenas, pero muy bestias” que huelen a la lana burda y que sólo parecen pensar en la trilogía del trigo, las habas y el forraje, donde la irrupción de un intruso en aquellas tierras malditas que había costado sangre hace estallar el odio entre dos hombres que sólo se detuvo ante la destrucción de uno de ellos aunque seguir sintiendo el hambre detrás de él pisándole los talones a la par que se ve como el fuego va devorando todos sus esfuerzos.
 
          La barraca, que inicialmente fue un cuento que Blasco Ibáñez había titulado Venganza moruna, tuvo un verídico origen que caló tan hondo en el citado autor que éste, una vez que la convirtió en novela, se ufanaba de la misma así: “Nunca he trabajado con tanto cansancio físico y un entusiasmo tan reconcentrado y tenaz”, sacrificio que para nosotros queda plenamente justificado y compensado tras la lectura de estas páginas escritas a principios de siglo que tienen algo de los relatos de Ignacio Aldecoa e incluso nos han hecho recordar a la formidable Mararía de nuestro paisano Rafael Arozarena Doblado. 
 
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