La Reina del Carnaval, una fina porcelana china

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en la Hoja del Lunes el 19 de febrero de 1979)
 
 
Para Conchita y Elviro, indesmayables anfitriones.
 
 
          Lástima que por falta de un Auditorium con el techo de la tranquilidad atmosférica esta Gran Gala de elección de la Reina del Carnaval se convirtiera en un espectáculo de elite, con dosis de tanta picaresca como jerarquía, donde la ubicación en el mismo se viene convirtiendo en la urdimbre de la recomendación, de la manga, del telefonazo y de la amistad, que margina a ese pueblo llano que no sólo iría al familiar “gallinero” sino que abarrotaría sillas y gradas y que ahora, para mayor escarnio y befa tiene que permanecer en vela ante las mimosas pantallas de una televisión sentenciada por la coincidencia  de una campaña electoral e impregnada con la rigidez de un difunto.
 
         En la “bombonera” del Guimerá se estaba pendiente de la terminación de mensajes políticos para poder conectar con un escenario proclive a la contagiosa vorágine del Carnaval. La velada que se había anunciado –y con malestar- para las once y media comenzaba ahora –con exquisita resignación- a las doce y cuarto. Nuestra Comisión de Fiestas –que sirve de sauna a Domínguez del Toro- no debió ser tan conservadora. Ante las perspectivas de tener que desayunar en el quimérico ambigú del Guimerá se debió recortar y cortar números y actuaciones que nadie hubiese extrañado y, mucho menos, censurado, ya que hubo intervenciones –y no es preciso señalarlas- que no encajaban precisamente en una Gala de Carnaval.
 
          La “bombonera” era estuche enlazado por un sinfín de cables eléctricos, enchufes, cámaras, tomavistas y megafonía que toda la noche haría soplar micrófonos a Miriam y Chela, dos presentadores que costaron muchísimo menos y lo hicieron  mejor que algunos pelafustanes que antaño nos visitaron como showmen… El desconcierto y descontrol telón adentro lo pagaron ellos, nuestros presentadores, que anunciaban interpretes que luego resultaban invisibles en un escenario tan bien iluminado como original y adecuado, aunque estrechísimo para estos espectáculos; un escenario no apto para espectadores con un elevado índice de colesterol, cuyos diástoles y sístoles salían en autentica estampida cuando presenciaban aquel humorístico-dramático-cómico desfile de jovencitas asustadas erguidas y almidonadas; con guiños forzados; de tacones altísimos y con sus disfrazados ojos clavados en aquel firmamento obstaculizado por aquellos ciclópeos “cestos” a lo Carmen Miranda; con los brazos en cruz como implorando justicia al jurado; cargando dragones, serpentinas y antifaces entre oleadas de plumajes y lentejuelas , arrastrando volantes y evitando una caída que se intuía a cada instante.
 
          Matrícula de honor para la imaginación, el buen gusto, la originalidad y el acierto de la mayoría de aquellas modélicas e irrepetibles indumentarias que deberían ser indultadas como las Fallas, en permanente exposición de museo en vez de apolillarse en el baúl de los recuerdos. 
 
          Y nuestra particular calificación para quienes aún pretenden convertir a nuestras fugaces y futuras reinas en émulas de aquellas recordadas y entrañables “lecheras” con la catedral de laterío de sus firmes testas…
 
           Difícil superar, insistimos, tanto cromatismo, creación y gusto. Y como epílogo de antología la irrupción de una finísima porcelana china, con la lozanía y delicadeza de sus aledaños jardines, frágil y viviente, que surgió como una tímida rosa y cuando abrió sus pétalos de abanicos extasió a toda aquella concurrencia que le brindó el torrente de unos fervorosos aplausos y la fragante lluvia de claveles, binomio que ya nos anticipaba –sin necesidad de jurado- la figura y las evoluciones de nuestra nueva Reina, que de paso nos hacía olvidar aquellas manecillas del reloj que señalaban las cuatro y media de la mañana fresca y silenciosa luego quebrada por algún otro silbato de un madrugador rumbero.
 
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