Vivencias y remembranzas de aquel Alcalá sureño de 1957 (I)

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en el Diario de Avisos el 19 de junio de 2023)).
 
 
Dedicatoria:    Como entrañable recuerdo para el matrimonio formado por Don Miguel, Doña Faustina e hijos, inolvidables anfitriones
  
 
          Pueblo acogedor para el visitante que solamente venga a disfrutar de su soledad y sosiego. Puede afirmarse que cincuenta barcas mantienen este rincón eminentemente pescador. Entre sus quinientos habitantes escasos hay hombres que constituyen leyendas cargadas de hechos marineros y heroicos. Hemos conocido muchos, en los cuales, sus rugosos rostros reflejan toda una vida dedicada al sacrificio y al trabajo. No existe la miseria porque cada uno vive de su trabajo, y este le ha proporcionado un modesto pero confortable hogar. Alcalá, ante todo constituye un misterio para el viajero inexperto. Su acceso no tiene lugar por cómodas y asfaltadas carreteras. A partir de la Playa de San Juan un pequeño ramal nos indica el camino que ha de seguir el que pretenda llegar a este encantador paraje solitario. A primera vista observamos la ubicuidad que se le ha proporcionado a este lugar. Sus casas en compacta unión se asemejan a pequeños paisajes navideños. Sus reducidas calles, llenas de tierras polvorientas, marcan una notada diferencia con las vías pavimentadas de las capitales. El monótono caminar de la ciudad hay que modificarlo en estas circunstancias. Todo es distinto a nuestra cotidiana vida, a esta vida de población en la que existe el aligeramiento y los ruidos.
 
           La salida del sol en Alcalá se hace acreedora a que nuestro descanso se vea turbado en las primeras horas de la mañana. Sol radiante que paulatinamente se va elevando por el horizonte de Guía de Isora. Su proyección sobre las tranquilas aguas de la pequeña bahía hace que éstas se conviertan en resplandecientes espejos ondulantes y sinuosos. Algunas veces, ocurre, que este sueño no es molestado por el revolucionario y trepidante despertador, sino por las conversaciones cantarinas y dicharacheras de los vecinos que cada día tienen un tema distinto que abordar. Un día hablan de aquel lejano pariente que se halla en Venezuela; otro de la suerte que ha habido en la pesca, y algunas veces, voces femeninas  mencionan aquellos desafortunados casos de tos ferina, sarampión y paperas que está afectando a sus vástagos.
 
           Alcalá posee entre otras cosas una ermita. Una ermita pequeña y graciosa, con su clásica cruz y diminuto campanario. Esta ermita se halla en la parte alta del pueblo como presidiendo todas las inquietudes del mismo. A la gente parece no gustarle mucho ir a ella, porque únicamente los domingos se abre para ofrecer la Santa Misa. No podemos decir lo mismo del cine. Las añejas películas que se exhiben en Alcalá los jueves y domingos se ven concurridas; pues no en balde un improvisado locutor nos ha estado incitando toda la tarde que vayamos a presenciar el espectáculo. Entre alegres y folklóricas canciones mejicanas, la gente se anima y procura terminar todas sus labores caseras para acudir a la proyección cinematográfica. Por la noche vemos como diversos grupos de personas se dirigen al mismo lugar, portando cada una su correspondiente silla. Esta silla servirá para poderse acomodar en el reducido salón…
 
           Alcalá también tiene su plaza. Esta plaza es una de las mejores piezas con que cuenta este popular barrio sureño. Su construcción hace poco que empezó, pero el ejemplar celo demostrado por los vecinos de este rincón, ha hecho el milagro de que podamos contemplar tempranamente bellos y frondosos brotes de escogidas flores, que en un día no muy lejano se convertirán en maravillosos jardines. Un jardín que admirará el viajero, al comprobar que allí la mano del hombre se ha esmerado en sacar de estas tierras polvorientas y secas, un vergel de lozanía y frescura. 
 
           Alcalá no es un pueblo atrasado ni de ideas anticuadas. Allí existe el intercambio de criterios entre todos sus vecinos. Siguen las inquietudes de grandes capitales por medio de diversos rotativos, y sus habitantes gustan de hacer frecuentes viajes a Santa Cruz. Además, el nombre de Alcalá es conocido no solamente dentro de nuestros limites sino fuera de ellos. Su importante factoría del enlatado del bonito y el atún traspasa nuestras fronteras. Sus cuidadas e importantes salinas lanzan sus productos a diferentes puntos de la isla. Su fructífera pesca de abades, meros, sargos, viejas, sardinas, caballas y chopas constituyen su principal fuente de riqueza. Estos pescados son las víctimas directas del plato típico alcalanero. En alegres conversaciones hemos tenido la oportunidad de saborear el pulpo con aceite y vinagre, acompañado del “tintorro” de doña Carmela y hemos sacado la conclusión de que no tiene por qué envidiarle al pollo trufado u otro plato costoso de los mejores hoteles de renombre. 
 
           Otra de las cosas que nos ha sorprendido en Alcalá ha sido su atardecer. El sol, cumplida su diaria misión, tiende a ocultarse por el lejano horizonte que abarcamos visualmente. Sus últimos destellos son encarnados y violáceos. Bañados con estos fantásticos colores, se nos muestra como una isla surgida similarmente a Borondón: la redonda isla de La Gomera. Esa pequeña isla está en frente del puerto de Alcalá. Hay momentos que parece solo que el alargar la mano sería lo bastante para tenerla en nuestro poder. Las trece escasas millas que separan ambas tierras no son obstáculo para que por las noches observemos la luz intermitente del faro de San Cristóbal.
 
           Por las noches, si dirigimos nuestra mirada hacia las montañas que rodean Alcalá, podemos observar los encantadores pueblos de Guía, Chigerge y Chío, que al parecer la oscuridad los convierten en paisaje verbenero, lleno de luces parpadeantes e inquietas. Como un poderoso y majestuoso señor que preside todas las incidencias de estas comarcas se halla el Chaorra (1798), un viejo volcán que dejó su huella profunda de pasadas erupciones en todas estas tierras. El cráter de este quieto volcán es prolongado y chato, circunstancia por la cual podemos apreciar en un curioso fenómeno de superposición el cráter picudo e inquietante del impresionante Teide.
 
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