Galería de sacerdotes escolapios. El Padre Marco

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 28 de junio de 1971).
 
 
          Su figura, seca como el cartón; su espíritu, inundado de afecto, de bondad y compresión. Era uno de los fundadores del Quisisana, con pretensiones de castillo roquero medieval, que levantaba la alegría de sus torreones entre francas sonrisas de luz y verdor, observando pasos matinales por un serpenteante camino y una familiar escalera. Allí, al Quisisana, llegó con la juventud de unos hábitos escolapios casi recién estrenados.
 
          ¿Para quién no era algo íntimo, entrañable, la figura del Padre Marco, con aquel cigarro que le blanqueaba el labio; con aquella diestra dura como el pedernal, con orgullo de antiguo pelotari; con sus aficiones ornitológicas, ubicadas en un cuarto de sorpresas, donde existía de todo…
 
          Los que tuvimos la oportunidad de gozarle en un Internado comprendimos aún más la dimensión de su corazón, la ternura de su afecto, el contagio de su compañerismo, lejos, muy lejos, de la confianza mal entendida. Sólo le vimos enfadado en una ocasión y al final sufrimos muchísimo, pero menos que él, porque gestar enojo en espíritu tan puro era pecado de imprudencia, de inexperiencia y tozudez que, afortunadamente como el parpadeo de su aparición, desapareció, terminando todo aquello en amena charla deportiva donde el Padre Marco -que tenía aspecto de atleta de marathon- se comportaba como consumado experto.
 
          Era, ya lo hemos dicho, la bondad personificada, que es sinónimo de calidad de bueno, de blandura de genio. Creemos que él alardeaba de un lema: ni complicarse su existencia ni complicársela a los demás. Por eso con todos se llevó perfectamente; por eso, cuando salimos de las aulas de bachillerato y le encontrábamos en cualquier sitio, todos, absolutamente todos, querían, anhelaban hablar con el Padre Marco porque era puerta abierta al diálogo sencillo y estimulante. Con aquella suave sonrisa que parecía salir de lo más profundo de su alma, el Padre Marco rubricaba la mayoría de las veces la charla, la conversación, el intercambio de las innumerables anécdotas estudiantiles.
 
          Otro fundador del Quisisana, el Padre Echanojáuregui, en una sentida plática, nos dijo a todos que cuando al Padre Marco le desvelaron la cruel verdad de su enfermedad, sonrió…
 
          Doble gozo para el desaparecido, ya que de la otra VERDAD fue siempre fiel protagonista.
 
 
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