El Aaiun. El fosfato, sueño dorado, el maná esperado

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en La Tarde el 23 de octubre de 1969).
 
 
 
Dedicatoria: A don Antonio García Rodríguez, apasionado morador de este mar evaporado.
 
 
II
 
 
          El Sahara total es el mayor desierto del mundo, igual que toda Europa. El Sahara español -capital., El Aaiun-, nuestra única provincia en el “Continente negro”, tiene 280.000 kilómetros cuadrados. Creada, como lo fueron Ifni -capital, Sidi Ifni-, Fernando Poo -capital, Santa Isabel- y Río Muni -capital, Bata- (¡Adiós, muy buenas! ...), por una nación que ha hecho naciones; creada de la “pura inexistencia, sobre lo desértico absoluto y sin base racial ni siquiera minera, agrícola o marítima”, como apunta Borrás. Antes del siglo XIV, ya España estaba allí, y nada más. España, pues, la primera y única.
 
          Sahara español, enorme trozo del África continental (algo más de la mitad de la España peninsular), habitado, en 1958, cuando tomó carácter de provincia, por escasos españoles y unos 25.000 indígenas. Tierra precaria en lo agrícola, algo ganadera, con unos 50.000 camellos, 70.000 cabras, 40.000 ovejas, y asnos, cebús y caballos. La llanura monótona no es arenosa como cree la gente, sino pedregosa, cubierta con delgadísima capa de arenisca gruesa, la cual permite la existencia de arbustos raquíticos y sin utilidad, en un clima árido y seco, con temperaturas elevadas, pluviosidad escasa y variaciones de hasta 25 grados en el mismo día, donde una vegetación de hierbajos, con algún árbol mísero, como la talja, como el argán, nos hace preguntar ante el paso de un rebaño de cabras:
 
          —¿Pero de qué se alimentan estos animales?
 
          —¡De periódicos!
 
          Y el cicerone se queda tan fresco, trasladándonos a “Cabeza de playa”, donde costosísimo muelle prácticamente sirve en la actualidad como punto de apoyo para las cañas de los aficionados a la pesca, muy abundante; para deslumbrarnos más tarde con el famosísimo “embarcadero”, descomunal obra de ingeniería, con almacén de película de James Bond, donde los millones de tales construcciones bailan sobre nuestras testas. Unos dicen que El Aaiun terminará trasladándose a aquel paraje de hormigón armado, hierro y muelle hendido en las aguas, fabulosa fuente de ingresos para el futuro, cuando la cinta transportadora, de unos ciento diez kilómetros de longitud, traiga el fosfato desde los inagotables yacimientos de Bu-Craa. Pero otros consideran que El Aaiun que significa “Las Fuentes”, permanecerá en su actual ubicación porque allá en los alrededores del “embarcadero” no hay ni gota de agua, aunque siempre cabe la posibilidad de la instalación de una planta potabilizadora, ya presupuestada en unos 600 millones de pesetas.
 
          El fosfato, cocktail químico de sal, ácido fosfórico y bases, es, por ahora, el sueño dorado del Sahara español, el maná esperado. Pero no se ha descartado el “oro negro”. No hay que olvidar que el Sahara -que quiere decir “desierto” en árabe- ha sido  mar, el lecho de un mar evaporado. Las exploraciones subterráneas comenzaron hace algunos años, cuando el Gobierno organizó, con sus leyes, una cooperación científica y financiera de alto porte. Unos hablan de escasas posibilidades pero aún la incógnita no se ha despejado totalmente. Si Francia, en los kilómetros inmediatos, ha hallado gases y petróleo en proporción colosal, no es demasiado audaz suponer que en lo colindante, que tiene la misma morfología, España puede hallarlo, topándose de inmediato con la pesadilla invasora de sus fronterizos: marroquíes, argelinos y mauritanos, masas temidas en los más profundo por los saharauis afincados en territorio español, que jamás han deseado una independencia, antesala de la opresión y esclavitud, que hoy desconocen bajo la tutela hispana, que ante tales esperanzadores horizontes de riqueza y bienestar, no se mostrará tan desprendida y dadivosa como en época pretéritas con esta nueva trilogía expectante, al acecho de la oportunidad heroicamente cultivada.
 
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