La importancia del factor geográfico en la Historia de Canarias

A cargo de Emilio Abad Ripoll  (Pronunciada el 12 de diciembre de 2022 en el Palacio Militar de San Telmo, en Las Palmas de Gran Canaria

 

LA  IMPORTANCIA  DEL  FACTOR  GEOGRÁFICO  EN  LA  HISTORIA  DE  CANARIAS

 

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           Antes de empezar: gracias  Lo primero que quiero decir es que aunque yo sea de los de bombetas al cuello (y en el corazón), ese corazón bombea mayoritariamente sangre de infantes, de aquellos que fueron un abuelo, varios tíos y mi padre (y ahora también   tengo un sobrino, comandante de Infantería). Por eso, que un Regimiento de Infantería, nuestro Canarias 50, cuente conmigo para conmemorar y celebrar su 450 aniversario, me llena el alma de agradecimientos. En especial hacia ti, mi coronel, por haber pensado en mí, y hacia ti, mi general, por prestarnos este espléndido marco del Palacio del Gobierno Militar.

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           Razón tienen quienes diseñan Planes de Estudio en los que aparecen juntas la Geografía y la Historia, como si desde el primer título quisieran destacar la íntima relación que existe entre una y otra ciencia, y cómo las características de una (la Geografía), influyen en el desarrollo de la otra (la Historia), o en sentido contrario, cómo los avatares de la segunda pueden modificar las circunstancias de la primera. 

           De ahí el nombre que se me ocurrió para la charla de hoy. Quisiera que al final quedara diáfano que lo que las Canarias han sido, son y serán, lo que han representado, representan y representarán a lo largo de su Historia y de la de España, ha estado fuertemente influenciado, lo está y lo estará, por su situación geográfica en esta bola azul que flota en el inmenso firmamento.

           Hoy toca recordar algo de la historia de Canarias, una historia, que como escribió don Antonio Rumeu de Armas en la introducción a su monumental Canarias y el Atlántico, cuando nos dice que hasta tiempo bien reciente no se conoció la paz por estas tierras, “es la de un pueblo siempre alerta; puestos sus músculos en tensión y con el arma al brazo para el feliz logro de su independencia, vinculada a la conservación de la unidad indisoluble con la Madre Patria.”

           Pero, ¿cuándo aparece Canarias en la Historia, o cuando se puede empezar a escribir la historia de Canarias? Vamos a comenzar la charla indagando unos minutos sobre estos interrogantes. 

           Desde muy antiguo, envuelta en esa nebulosa que no permite distinguir la realidad de la leyenda, aparece Canarias, como bien conocen todos ustedes, escondida en un halo de misterio, de felicidad, de buena fortuna, sin que se sepa bien por qué, que atrae inevitablemente a exploradores. Difuminada en esa neblina, nada más y nada menos que hacia el año 1659 antes de Cristo (sinceramente, no sé de donde sacaría el gran Viera y Clavijo tal exactitud en la fecha) nos encontramos con un tal Ositis, rey de Egipto, enviando una expedición más allá del mar conocido, que, dicen,  llegó a nuestras costas y fundó una colonia dirigida por un nieto suyo. Y también tenemos que hablar, cómo no, del mucho más conocido Herodoto, cuya descripción del mítico monte Atlante se ajusta bastante a la que hoy podríamos hacer del Teide.

           Pasan los siglos y ya hay que dar mucha más credibilidad a la llegada de los fenicios, cuyo mucho saber en el arte de navegar les permitía establecer lazos comerciales con las poblaciones de ambas orillas del Mediterráneo hasta que, citando de nuevo a Viera y Clavijo, “entrándose por el estrecho en el Océano Atlántico, se esparcieron con osadía a la derecha y a la izquierda” asegurándonos que llegaron a las Canarias y que incluso de aquí se llevaban la tinta púrpura, la orchilla.

           Y seguramente también vinieron los griegos, y posiblemente los egipcios, aunque estos lo harían viniendo del sur, tras navegar por toda la costa oriental de África y dar la vuelta al cabo de Buena Esperanza, siempre costeando, pero no sería extraño que hubiesen visitado las islas.

           Y llegarían  también pueblos ibéricos, africanos, como los cartagineses, y, cómo no, los romanos. En tiempos de Augusto está documentada la visita del rey de la Mauritania, Juba, que primero estuvo prisionero del César, pero al que se le concedió la libertad por su gran cultura y se le repuso en el trono de su pueblo. Este Juba viajó por el Atlántico y visitó las Canarias, registrando sus impresiones en un libro; por cierto que, entre las curiosidades que recolectó en sus viajes figuraron dos perros de gran tamaño que tomaron en esta isla. 

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          Juba va a ser el referente obligado al que se engancharán todos los siguientes tratadistas que hablen del Archipiélago, como Estrabón, Mela o, especialmente, Ptolomeo, quien las describe y sitúa por coordenadas (entre otras casi 8.000 localizaciones) en su obra titulada Geographike Uphegénesis, aunque no hay constancia de que las representara gráficamente.

         Como es lógico, y es ampliamente recogido por los historiadores, ese nuevo conocimiento aumentó el poder ultramarino de Roma, considerándose a partir de entonces a las Canarias como una posesión más del Imperio, muy lejana y olvidada, eso sí. Pero Roma declinará, y con la caída de aquel poderoso Imperio (ya en el último cuarto del siglo V después de Cristo) la cultura occidental sufre una apagón que durará varios siglos, aunque de vez en cuando surjan luminarias como la de San Isidoro de Sevilla (560-636), que entre muchas otras cosas y ciñéndonos a lo que esta tarde nos interesa, …

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           … introduce los mapas llamados “de T en O”, con la figura de la Tierra representada como un disco plano. Quiero destacar que sigo en este tramo dedicado a la cartografía la impresionante obra del coronel Juan Tous, Las Islas Canarias a través de la Cartografía.

           Y en un mapa de este estilo isidoriano vamos a encontrar la primera representación conocida de las Islas. 

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           Se trata de un mapamundi que se fecha en el siglo XII y que se encuentra en la Biblioteca Estatal de Baviera, en Munich, Alemania. Sólo aparecen seis islas, dibujadas en paralelo a la costa africana y rotuladas sucesivamente con FOR – TU – NATAE – IN – SU – LAE

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           La segunda representación la encontramos en el mapamundi PSALTER, de 1260, que se conserva en la Biblioteca Británica de Londres. Como ven, el mapa está rodeado por una corona circular, el mar, en la que aparecen muchas islas.

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           La más cercana por el sur al Estrecho de Gibraltar nos cuenta Juan Tous que lleva la inscripción “camria o canaria”.

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           Y la tercera aparición la encontramos en un mapamundi que se guarda en la catedral de Hereford, al oeste de Inglaterra, y fechado en 1290. También en éste la isla más cercana al Estrecho lleva una inscripción que indica que las Islas Afortunadas son 6 y que esa es la de San Borondón, apareciendo sobre las demás sus nombres antiguos.

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           Como ven, estamos acabando el siglo XIII y las Canarias siguen sumergidas en la oscuridad. Hacia 1291 el gran Petrarca aseguraba que dos naves genovesas habían llegado hasta Canarias, y aunque no hay más noticias concretas al respecto, es lógico pensar que el conocimiento de la existencia real de las islas y de la factibilidad de arribar a ellas tuvo que animar a castellanos, andaluces, franceses, portugueses, mallorquines y catalanes a aventurarse en el Océano. 

           Pero la primera gran certeza aparece con Lanceroto Marocello, un famoso navegante genovés que pasó varios años en la isla de los volcanes, y que por él se llamará Lanzarote. 

           Hacia 1341 llegaba una expedición portuguesa de exploración: tres naves que recorrieron varias islas, pero que, desencantados por los pocos beneficios económicos que se podían obtener de ellas, regresaron a la metrópoli, informaron de lo visto, y la consecuencia iba a ser un cierto desinterés portugués que durará hasta que se inicien las exploraciones oceánicas lusas

           Y hay, también, quienes tenían grandes aspiraciones, como un don Luis de la Cerda, infante de España, que solicitó del papa Clemente VI su designación como rey de las Canarias, lo que le concedió Su Santidad en 1344. Pero cuando el Papa comunicó su decisión a las Cortes europeas, Portugal y Castilla iban a exponer razones para rebatir el nombramiento. El resultado fue que el Pontífice revocaría su decisión.

          Sigue habiendo constancia, a lo largo de aquel siglo XIV, de la llegada de mallorquines en sus famosas cocas…

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           … de clérigos que venían a evangelizar y de quienes, desgraciadamente, arribaban a estas costas no con tan santas intenciones, sino a capturar nativos para venderlos como esclavos en África o en Europa. Pero es justo reconocer que las Canarias no eran unas tierras por las que hubiera que entablar serias disputas, pues su importancia comercial era mínima como correspondía a su situación geográfica, más allá, incluso del Finis Terrae. Y también es claro que la ruta a las Canarias se iba haciendo familiar a los marineros de varias naciones europeas, gracias a los mapas que dibujaban navegantes y exploradores, como los dos que se proyectan a continuación y que ya muestran muchos más detalles que los que vimos antes:

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           Por ello, a principios del siglo XV las cosas iban a empezar a cambiar, y a partir de la mitad de la centuria se pusieron serias de verdad, pues se empezaba a vislumbrar la importancia geoestratégica del Archipiélago… y eso que aún no había tenido lugar aquel hecho que es considerado, tras el nacimiento de Cristo, como el más importante en la historia de la Humanidad: el descubrimiento de América.

          Portugal y Aragón habían terminado la parte que les correspondía en la Reconquista de la Península, pero el ímpetu expansionista seguía vivo. Y mientras que los aragoneses se lanzaron al Mediterráneo, los portugueses lo hicieron hacia el océano, buscando establecer lazos comerciales con Oriente más directos y seguros que los terrestres ya conocidos, como la ruta de la Seda, sujetos a interferencias de los pueblos intermedios. 

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          Y lo saben, a partir de 1402, un normando, Juan de Bethencourt, al servicio de Castilla tomaba Lanzarote, a la que seguían Fuerteventura, Gomera y El Hierro, es decir, las islas más accesibles por su geografía física, pero fracasó en Gran Canaria y ni lo intentó contra Tenerife y La Palma.  

           Por parte de Portugal el famoso infante don Enrique tomaba Ceuta en 1415 y deseaba seguir la lucha contra los infieles en terreno africano, pero el fracaso ante Tánger y la idea citada del comercio con Oriente a través del Atlántico, le hicieron poner los ojos en las Canarias, geográficamente muy importantes pues suponían una escala, obligada en aquellos tiempos cada pocas millas, para reavituallarse o reparar las embarcaciones. Es por ello que intentó apoderarse de alguna isla de las aún no ocupadas por Castilla, y al no conseguirlo (en Gran Canaria fracasó en dos ocasiones), finalmente optó por pedir al rey de Castilla que le vendiera alguna, reconociendo así, implícitamente el dominio castellano sobre el Archipiélago. 

           Se sucedieron luego décadas de enfrentamiento entre castellanos y portugueses en la Península, y numerosos actos lusos de piratería contra estas islas, hasta que en 1454 los reyes Juan II de Castilla y Alfonso V de Portugal firmaron un acuerdo en el que ya se reconocía la soberanía de Castilla sobre Canarias. Y, por fin, para terminar la guerra de sucesión a la corona de Castilla, se firmaba, en 1479, el Tratado de Alcaçobas, en el que, entre otros temas de gran importancia, se incluía el relacionado con lo que nos ocupa esta noche: una incipiente repartición del Océano Atlántico, pues a Portugal se le reconocía el dominio sobre  Azores, Madeira, Cabo Verde, Guinea y en general todas las tierras descubiertas y por descubrir desde las Islas Canarias hacia abajo, hacia el sur, y cerca de África; mientras que para Castilla serían las Canarias, tierras de África cercanas al Archipiélago y el “resto del Océano”. Y, en consecuencia, iban a cesar prácticamente los ataques o incursiones portuguesas a Canarias. 

           Los firmantes fueron  Isabel y Fernando por España y Alfonso V y su hijo, el príncipe Juan, por Portugal.

          Con mucha rapidez, pues no quiero alargarme en demasía, vamos a sobrevolar por encima de Juan Rejón, de Alonso de Lugo, de Fernando de Guanarteme y de muchos otros personajes muy conocidos por ustedes, y que, bien de forma particular, pero apoyados por la Corona, fueron consolidando, con mayores o menores dificultades, su dominio sobre las islas de señorío, o por mandato real las de realengo, hasta completar la conquista de Canarias.  

          Vemos pues que la Geografía, la situación de las islas en ese mapa que lentamente se iba dibujando a la manera en que en un puzzle rellenamos los huecos, había sido lo que las ha metido de lleno en la Historia, al ser un factor fundamental en las relaciones entre los dos países que, tras el discurrir de unos pocos años, iban a enseñorearse del orbe: España y Portugal.  

          Por Canarias, a finales del XV, ya había terminado la conquista y empezaba la que Romeu calificó como la “tarea pacífica”. Pero, volviendo  a lo nuestro de hoy, si seguimos echando una mirada a los mapas de la época, constatamos que continuamos prácticamente en sus límites de la izquierda, es decir, occidentales, en los umbrales de lo desconocido. Por lo menos ya era generalmente conocido que el mundo era redondo y no se corría el riesgo de caer en un abismo insondable apenas se navegasen unas pocas millas hacia donde se ponía el sol…

          Al principio de la última década del siglo XV, Castilla, aunque todavía luchaba contra los últimos vestigios musulmanes, sabía que el fin de la media luna en España estaba cercano. Y los reyes, especialmente Isabel, tenían “in mente” dos líneas de acción estratégicas: Una, antigua,  era el de “proyectarse” hacia el Sur y crear en el Norte de África un colchón protector para evitar incursiones de piratas contra las costas andaluzas y levantinas. Y la otra, mucho más nueva, era el de emular a Portugal y conseguir traer por mar a Europa las riquezas de Oriente. Por lo acordado en Alcaçobas nos estaba vedado navegar hacia el Sur de las Canarias, pero no hacia el Oeste… ¿Y no era el mundo redondo? …Pues entonces, navegando hacia Occidente sería factible llegar a Oriente, ¿verdad? Pues para conseguir el objetivo había que cruzar, nadfa más y nada menos, que el Océano.

          Y, de sobra lo saben ustedes, el 12 de octubre de 1492, un navegante llamado Cristóbal Colón, apoyado por la Corona para la empresa, en nombre de Castilla y al frente de 3 carabelas, tras haber dado un salto hasta las Canarias, se apoyó en ellas, y tras otro peligroso brinco llegó a unas islas que él creía que eran las de Japón, pero que resultarán ser las avanzadillas de un inmenso continente que corre de Norte a Sur cerrando el camino al Extremo Oriente. 

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           Al clásico y limitador “Non Plus Ultra” le sucedía el “Plus Ultra” de nuestro Escudo, el más allá que abría todas las expectativas inimaginables para la Humanidad, para nuestra España y nuestras Canarias, que ya no iban a estar en “el borde del plato”, como en los mapas de T en O, ni en el umbral de lo desconocido, según los planos y cartas de los siglos XIV y XV. Ahora ya estábamos en el centro geográfico del mundo conocido, en una formidable posición geoestratégica que permitirá al Archipiélago una fundamental colaboración en la magna obra de donar al viejo mundo un nuevo continente. Es como si desdoblásemos un folio que tuvo hasta ahora una mitad oculta. Parecía que nos encontrábamos en su borde izquierdo, pero en realidad estábamos en pleno centro del mundo conocido.

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          Y de la observación de los nuevos planos, como éste de Juan de la Cosa, de 1500, se deduce que es cierto lo que acabo de decir. Canarias estaba, prácticamente, en el centro geográfico del mundo representado, como avanzada de España, de igual manera que ésta lo era de Europa en la inmensa labor civilizadora que se presentaba para el futuro y que iba a suponer la principal aportación de España a la Historia de la Humanidad.

          A mí me gusta imaginarme a aquellas Canarias como un gigantesco noray al que se va a atar, a asegurar, el cordón umbilical que unió a la España de Europa con la España de América. Un canal por el que discurrían desde las viejas tierras a las recién descubiertas, libros, objetos, aperos de labranza, pinturas, religión, flora y fauna, … en definitiva Cultura, y lo que es aún más importante: hombres y mujeres que iban a mezclar sus sangres con las de los habitantes de los nuevos territorios.

          Repito que el papel de Canarias iba a ser fundamental en la civilización de la América española, en el sostenimiento del extenso y poderoso Imperio español. A un buen amigo, el CN Luis García Rebollo,  le he oído varias veces otra comparación que aún me gusta más. Luis dice que el Imperio era como un gigantesco cuerpo, cuya cabeza estaba en la Península, y en el que las Canarias eran su cuello. Por aquí tenía que pasar TODO lo que iba para América, y pronto también para el Pacífico, porque no podía ser de otra forma dadas las limitaciones que los vientos y las corrientes marinas imponían a la navegación a vela de los siglos XV, XVI, XVII y XVIII. Porque Canarias, en el camino de los alisios por aquello de la Geografía, entraba en la Historia por la puerta grande.

         Quedaba claro para nuestros enemigos que la yugular del Imperio español estaba en Canarias; que si cortaban aquella vital corriente de vida, España caería. Que si conseguían apoderarse aunque solo fuera de una isla, y establecer en ella una importante base de operaciones, el tráfico español con las posesiones americanas se vería seriamente amenazado… 

          Y lo intentaron muchas veces. No es el momento, ni tendríamos tiempo, para detallar los numerosísimos intentos, ahora ya no solamente piráticos, que también continuaron existiendo, sino de flotas francesas, inglesas y holandesas para hacerse con el control de toda o parte de Canarias a lo largo de los siglos citados. Empezaron ya en las guerras entre Francia y España (Francisco I contra Carlos I, en el primer tercio del XVI), seguirán con más intentos franceses, holandeses…

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          … (Las Palmas, cuando se acababa el XVI, recibió la desagradable visita del amigo Van der Does, saqueador y ladrón, pero que volvió a su tierra con bastantes huecos en las dotaciones) e ingleses. Se puede decir que el último intento fue el fracasado ataque de Nelson contra Tenerife en 1797, colofón de una serie larguísima de serias derrotas extranjeras en los intentos de invasión de las islas. 

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           Si alguien quisiera recordarlas todas, lo remito a la magna obra de don Antonio Rumeu de Armas citada al principio: Canarias y el Atlántico, con el expresivo subtítulo de Piraterías y ataques navales.

          Pero, claro, algo tuvieron que hacer nuestros antepasados canarios  para que se produjeran esas calamidades para los otros, y de eso hablaremos un poquito a partir de ahora. 

         Cuando uno estaba en activo, durante muchos años para la resolución del “problema táctico” nos apoyábamos en lo que se exponía en un librito llamado Doctrina Provisional para el empleo de las Armas y los Servicios, el primer reglamento que se estudiaba y aplicaba en la Escuela de Estado Mayor. Y a ese venerable documento, sustituido por otros más modernos en varias ocasiones, acudo ahora, porque en el tema de la guerra, aunque muchas cosas hayan cambiado,  hay otras que siguen siendo inmutables, y que, al menos en espíritu, son tan aplicables hoy como hace siglos. 

        Y apenas empezada la lectura de aquella Doctrina, en concreto en su artículo 3, nos decía textualmente que “en el desarrollo de la acción intervienen el hombre, elemento moral por excelencia, el armamento, sujeto a evolución y el terreno, elemento permanente y pasivo, pero susceptible de modificarse”. Nos saltaremos el armamento, pues no hay tiempo suficiente, y hablaremos del terreno modificado y del hombre para encuadrar el sistema defensivo de las islas durante muchos siglos

 LAS  FORTIFICACIONES

           Las características del terreno se pueden modificar con la fortificación, nos enseñaba la citada Doctrina, que es, en definición de Almirante: “La mejora, preparación o modificación del terreno para la guerra, que produzca no sólo embarazo, entorpecimiento, retardo y aniquilamiento de la fuerza enemiga, sino ventaja, holgura y acrecentamiento en la propia”

           Y de los dos tipos de fortificaciones -permanentes y de campaña-, toca hablar de las primeras, que se fueron levantando por casi todas las islas, prácticamente desde el mismo momento en que los castellanos fueron poniendo pie en ellas. ¿Con qué objeto? 

           Pues los que detallaba la Doctrina. En primer lugar dificultar la progresión enemiga hacia el interior del territorio, es decir, presentar un obstáculo con el que topara el invasor; además, para que sirviera de protección y abrigo contra la acción adversaria; en tercer lugar para favorecer lanzamientos propios  (de piedras, flechas y lanzas en un principio, y luego de armas de fuego) en lo que podríamos llamar defensa lejana; y, por fin, para favorecer también una defensa inmediata si el enemigo conseguía desembarcar.

          Cuando los primeros europeos llegaron a las Canarias, acababa de empezar el siglo XV; es decir, en términos históricos en Europa se estaba en la Edad Media, pero cuando concluyeron la conquista, se estaba ya iniciando la Edad Moderna. En ese siglo había ocurrido un hecho trascendental en el Arte de la Guerra y, por ende, en el de la Fortificación. Era, ni más ni menos, que la generalización del uso de la pólvora en el campo de batalla. Ello iba a llevar a que las fortificaciones, que ya habían  evolucionado desde las construcciones amuralladas de plantas absolutamente rectangulares, cuadradas o circulares, sin flanqueos y con ángulos muertos, a  las que ya contaban con torres en las murallas que eliminaban ambos defectos, se tuvieran que enfrentar a un poderosísimo enemigo: la artillería.

          Las murallas se achataron, bajaron de altura, pero ganaron en grosor. Los gráciles castillos medievales iban a ser sustituidos por fortificaciones mucho menos airosas, achaparradas y de gruesos muros. Las torres perdían también altura, y se convirtieron en torreones, que se transformarían en baluartes en forma de punta de diamante. 

           Y esa transformación es fácilmente perceptible en las fortificaciones que se fueron levantando en Canarias no sólo en aquel siglo XV, sino en los venideros. Les aconsejo que repasen ese monumental trabajo del coronel don  José María Pinto de la Rosa titulado Apuntes para la historia de las fortificaciones en Canarias. Culminada su redacción en 1945, no vio la luz hasta 1996, editado por el Museo Militar Regional de Canarias, cuyo responsable en aquel momento era el coronel de Artillería Juan Tous Meliá. En esta obra podrán deleitarse con los numerosos dibujos, planos y fotografías, así como con las explicaciones acerca de la historia de todas y cada una de las organizaciones defensivas: castillos, baluartes, baterías, parapetos y murallas, e incluso otras instalaciones militares, que se levantaron en Canarias desde el inicio de la conquista hasta casi mediados del siglo pasado.

           Es por ello, porque ese libro está al alcance de todos, que en este aspecto de las fortificaciones, y apoyado en las proyecciones, únicamente les voy a resumir las que se levantaron en esta isla y que recogió en su trabajo el coronel Pinto de la Rosa, y recuerden que me refiero sólo hasta finales del XVIII. Y, naturalmente, tampoco coexistieron todas simultáneamente.

               - 4 Castillos: de la Luz, de Santa Catalina, de Mata  y del Rey o de San Francisco del Risco.

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                   - 4 Torres: de Santa Ana, de San Pedro Mártir, de Gando y de Telde.

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               - 7 Baterías: del Buen Aire, de San Fernando, de San Antonio, de la Plataforma, otra  al SE. de la Plataforma y de la Playa (2).

                - 3 Reductos: 2 de San Felipe (uno en Guanarteme y otro cerca de la Puerta de Triana) y de Santa Isabel.

                - Casa Fuerte de Santa Cruz del Romeral (en Tirajana).

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                 - Murallas del Norte y del Sur.

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EL  HOMBRE

           Al hablar del Hombre, del elemento moral, hay que referirse forzosamente a las Milicias Canarias

          En realidad debíamos denominarlas con más propiedad, nos dice Rumeo, como las Milicias Provinciales de Canarias, pues formaron parte de aquellos Cuerpos de Reserva del Arma de Infantería que con la denominación de Milicias Provinciales subsistieron en España desde el siglo XVI hasta 1867. El Diccionario Enciclopédico de la Guerra, del General López Muñiz, nos indica que el origen de las Milicias Provinciales puede fecharse en tiempos de Carlos I, pero fue Felipe II quien dispuso que se organizaran en toda España.

a. Sus inicios y el siglo XVI

           Aquí, a finales del siglo XV, había terminado la conquista del Archipiélago y, tanto en las islas de realengo como en las de señorío, había comenzado, lo dije antes, “la tarea pacífica”. Pero esa labor no podía ser tan pacífica porque Canarias era también, como ahora, frontera.

          En el Archipiélago, tanto los que habían llegado de la Península, o de otras tierras, como los naturales de estirpe nobiliaria, (por ejemplo, Fernando de Guanarteme), deseaban, imbuidos de ese afán de expansionismo, ampliar los territorios de dominación española, en nuestro caso a costa de las cercanas tierras del oeste africano. Pero, además, las islas tenían ya una larga tradición, ya citada, de los frecuentes ataques piráticos.

           Como consecuencia, y tanto por motivaciones ofensivas como defensivas, el ardor guerrero, no se enfriaba por estos roques. Se creaban Unidades mercenarias, provisionales o temporales, para las operaciones en la costa africana; pero también, para la defensa de las islas, nacían otras Unidades con un marcado carácter de permanencia. Aparecieron de forma espontánea, porque la necesidad las obligó a ello, unas “organizaciones militares” que podemos considerar antecesoras de las Milicias Canarias.

          Vemos ahora, clarísimamente, como la Geografía, la situación de Canarias, influyó en las actividades humanas. Aquellos campesinos, albañiles, comerciantes, pescadores, etc., tuvieron que compaginar sus actividades con las de soldados defensores de su terruño.

           Eran Unidades que también podíamos clasificar como autónomas, pues los Cabildos Insulares o Municipales tuvieron que improvisarlas por islas, de forma aislada e independiente, en función de la amenaza que se cernía sobre cada una de ellas. Aquellas masas, poco coherentes y poco disciplinadas, eran mandadas por un Cuerpo eventual de Oficiales, elegido por los Cabildos respectivos entre las clases hidalga y acomodada, y podemos añadir que, en bastantes casos, con poca aptitud para el ejercicio de las armas. 

          ¿Eran ya Milicias esas Unidades? Y si no es así, ¿cuándo nacieron las Milicias? Hay diversas opiniones al respecto, pero esa autoridad en la materia que es don Antonio Rumeu de Armas, en su citada obra Canarias y el Atlántico, nos da, en mi opinión, la clave de la pregunta. Escribe así don Antonio:

                    "No se puede hablar en Canarias de un Ejército permanente, ni de una auténtica organización militar hasta los tiempos de Rodrigo Manrique de Acuña y Pedro Cerón [1551], en que las Milicias se estructuran y organizan, no ya para una acción determinada, como el ejército de la conquista, sino como algo permanente y estable, encargado de la defensa del país frente a sus invasores.”

           Resulta que en 1551, ante el aumento del peligro de ataques piráticos franceses, el gobernador de Gran Canaria, Rodrigo Manrique de Acuña nombró Capitán del Rey a Pedro Cerón y le encargó el tema del reclutamiento a nivel insular. Cerón llegó a reunir hasta 1.800 “infantes de pelea” y un grupo importante de caballeros, a los que organizó en 3 coronelías con un total de 12 compañías de infantería, de unos 150 hombres cada una, de los que 2/3 eran piqueros y 1/3 arcabuceros, y una compañía de caballería. La cabecera de las coronelías estaban en Las Palmas (con 4 compañías de infantería y 1 de caballería en la capital y 1 compañía de infanteria en La Vega), Gáldar - Guía ( con 1 compañçias de infantería en cada una de esas localidades, otra en Arucas y una cuarta en Teror) y Telde -Agüimes (con 2 compañías en Telde y 1 en Agüimes).

           Quiero resaltar que, en aquel 1551, la organización se produjo solamente en la isla de Gran Canaria, pero que pronto (un par de años después) el sistema se imitará y copiará en Tenerife y La Palma, como consecuencia del ataque del pirata Pie de Palo a la capital palmera.

            El alistamiento, tal y como se estableció con Acuña y Cerón, era universal y solamente masculino, pues tenían la obligación de servir en filas todos los varones de entre 16 y 60 años (aunque esta edad varió hacia arriba y hacia abajo en función de las disponibilidades de personal), a los que se intentaron inculcar las primeras nociones de disciplina y técnica militar. Nacieron también las Compañías de a caballo, en las que se alistaban los nobles. En resumen, y en palabras de Rumeu, al pasar el ecuador del siglo XVI, las Milicias Canarias habían dejado de ser organizaciones “de creación espontánea” y pasaban a formar parte del “ejército regular”.

           En 1571, Felipe II va a ordenar la creación de un “presidio”, es decir de una guarnición fija, en Las Palmas, con la principal misión de instruir y adiestrar a las Milicias. La componen, en principio, 12 infantes y 3 artill3eros, que al año siguiente serán reforzados con otros 40 infantes y otros 3 artilleros. 

           Y el mismo rey, en 1573 va a ordenar el cambio de denominaciones de  las unidades, que pasan de ser coronelías, a adoptar el glorioso nombre de Tercios. Y aquella coronelía de Las Palmas se va a convertir en Tercio de Las Palmas, ni más ni menos que el primer embrión de nuestro Canarias 50.

           También quiero resaltar que en aquel siglo XVI, las modestas Milicias Canarias iban a ser las únicas fuerzas terrestres de defensa del Archipiélago contra la gran cantidad de ataques que contra las islas se produjeron, por lo que voy a cerrar el siglo con otro párrafo de Rumeu de Armas. No busca el ilustre historiador la comparación con aquellas Unidades españolas que adquirieron fama de invencibles en toda Europa, sino con las Milicias Provinciales peninsulares, por lo que no puede ser tachado de exagerado. Dice así don Antonio;

                 “Hay que reconocer y confesar que ningún ejército regional puede presentar una ejecutoria tan brillante de triunfo y acciones favorables… ninguno ha prestado servicios tan constantes y notorios a la Patria”. 

            Es claro que se refiere Rumeu de Armas a las acciones de defensa del territorio que nuestras Milicias habían llevado a cabo durante sus primeras décadas de existencia.

  b. Los siglos XVII y XVIII

           Y al igual que en el siglo XVI, en el XVII y gran parte del XVIII, las Milicias Canarias van a ser las únicas fuerzas de defensa terrestre en el Archipiélago. Es lógico pensar que la organización de las Unidades de Milicias diferiría muy poco de una a otra isla; en principio porque, como quedó dicho, en Tenerife y La Palma se copió lo que se hizo en Gran Canaria, pero la normalización y el control de las Unidades de Milicias se iban a acentuar cuando en 1625 el Rey nombrara Capitán General de Canarias y Reformador Militar a un veterano de gran prestigio, don Francisco González de Andía. 

          Mas esta tarde no podemos consumir el tiempo disponible hablando de esas y otras reorganizaciones, aunque no puedo dejar de resaltar que para las Milicias iba a revestir una especial importancia la promulgación de unas Nuevas Ordenanzas en 1766 y, sobre todo, la llegada a Canarias del hombre encargado de aplicarlas: el Coronel don Nicolás Mazía Dávalos, designado por Carlos III como Segundo Comandante General y con la misión exclusiva de instruir y disciplinar a las Milicias.

           Y Mazía, apoyado en aquellas ordenanzas, creó también el Batallón de Infantería de Canarias, una Unidad que, salvando las naturales diferencias, podríamos calificar como casi profesional. Sus componentes servían permanentemente, no únicamente en ocasión de alarmas; su reclutamiento ya no era exclusivamente insular, pues podía formar parte del Batallón cualquier español, e incluso extranjeros; su adiestramiento era diario… en fin, se trataba de soldados mucho más parecidos a los que todos hemos conocido, y conocemos. Pero si bien es verdad que el Batallón iba a ser el principal soporte de la defensa, no eran muchos sus efectivos -600 hombres- por lo que las Milicias seguían siendo necesarias, como se demostrará cuando casi acabando el siglo, en 1797, Nelson fracase estrepitosamente ante Tenerife.

           Y así seguirá siendo en el XIX, hasta que un Real Decreto de febrero de 1866 suprimía las Milicias Canarias y creaba el Ejército Territorial de las Islas Canarias, sujeto a las mismas leyes y disposiciones que el peninsular, con cuerpos activos y de reserva.

           Pero no me voy a quedar con las ganas de repetir lo que mis compañeros de la Tertulia Amigos del 25 de Julio y yo mismo hemos dicho en muchas ocasiones.  Es una vergüenza que el pueblo canario no tenga, en ninguna de sus islas, el menor recuerdo para aquellos hombres que, durante más de tres siglos, defendieron estos roques contra las apetencias de piratas y corsarios de diversas procedencias, incluyendo berberiscos, y flotas en cuyos barcos ondeaban las banderas de las principales naciones europeas. Sólo un pequeño callejón en el centro de Santa Cruz de Tenerife se llama de las “Milicias de Garachico”… y nada más. Les aseguro que hemos propuesto aquí, en Las Palmas, en Santa Cruz de la Palma, en San Sebastián de la Gomera, en Santa Cruz de Tenerife y en otras localidades menores que se les dedique un recuerdo… no sé, una plaza o una calle, que lleve el nombre de Milicias Canarias, o un monumento representando a aquel labriego, pescador o herrero que durante 40 años de su vida estuvo siempre atento a cualquier amenazante velamen que apareciese por el horizonte. Pero todas las solicitudes han caído en el saco del olvido. En fin… 

 Y en la mar...¿qué?

           No quiero, ni puedo, olvidar a los marinos. También los buques de guerra españoles, cuya misión primordial de aquellos siglos era mantener en funcionamiento el cordón umbilical que unía la España de Europa con la España de América, especialmente con la protección de los mercantes de la “carrera de Indias”, jugaron un papel importante en el aspecto que constituye el argumento de esta charla. 

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           Desde que en 1523 Carlos I expusiera ante las Cortes reunidas en Valladolid el enorme peligro que suponía la piratería, y se aprobase en ellas  “que se hiciese armada para limpiar (de piratas) los mares de Castilla”, hay que llegar a 1542 para que tenga lugar el primer viaje organizado de la flota de Indias y empezaran nuestros galeones a custodiar los convoyes de mercantes en sus viajes de ida y regreso de América. En palabras del CN García Rebollo: "Aquel fue un sistema defensivo, que acabó en 1778, diseñado por España, que cambió la forma de entender el comercio, el transporte y las rutas marítimas, que mantuvo el monopolio comercial de España con América y sostuvo el poder y la cohesión del mayor imperio marítimo en la historia de la humanidad: el español." 

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           En casi 250 años las pérdidas por los ataques, pese a lo que tantas veces leemos o vemos en películas, fueron mínimas pues tan solo 3 convoyes no llegaron a sus destinos (uno de ellos como consecucnia de un tremendo temporal).  Puede calificarse así a la Flota de Indias como una de las operaciones navales más exitosas de la historia.

           Y dado que a la ida, y bastantes veces a la vuelta, la flota pasaba por aguas canarias y tocaba en nuestros puertos, es lógico que aumentase la seguridad en las islas por la acción disuasoria de sus cañones.

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           Pero también hubo combates navales no relacionados con la Flota de Indias, como el de 1536 en el que lo pasó muy mal una flota francesa cuando se topó por aquí cerca con 3 navíos de guerra españoles mandados por don Miguel Perea, que venían rumbo a Canarias con la misión expresa del emperador de “ampararlas y protegerlas”; o, meses después, cuando el mismo Perea y una flotilla, constituida a expensas del Regidor de Gran Canaria don Bernardino de Lezcano Múxica, derrotaron en Santa Cruz de La Palma al almirante francés Bnabo; o el de 1552, ahí mismo, enfrente de las Isletas, cuando una flotilla dirigida personalmente por el Gobernador don Rodrigo Manrique de Acuña venció y apresó a los 5 barcos de otra francesa; o a las visitas, al menos dos, de don Álvaro de Bazán, al frente de una potente escuadra, a las aguas e islas canarias… 

 Más adelante…

           Pero sigamos pasando las páginas de la Historia. Canarias no va a ser una excepción en el declinar de nuestra Patria en el XIX. La pérdida de casi toda la América española va a suponer que dejemos de ser aquel fundamental “cuello” del “cuerpo” del enorme Imperio hispano. Al debilitarse éste, y reducirse casi a lo que hoy es España, Canarias pierde su enorme importancia comercial. Sí, se exporta, y en buenas cantidades, vino, cochinilla, tomate… pero epidemias, malas cosechas o invenciones, como la de los tintes químicos, van acabando con las fuentes de riqueza canarias. 

           Un buen amigo, el profesor de la ULL don Pedro Bonoso González Pérez me hizo llegar hace unas semanas el preámbulo de la Ley de Puertos Francos, de 1852, en la que el presidente del Consejo de Ministros, don Juan Bravo Murillo, hacía una lúcida reflexión sobre el tema. 

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           Un párrafo dice así: "Entre todos los que tienen la dicha de vivir bajo el blando cetro de V. M., difícilmente se hallarán otros, á quienes la Providencia haya colocado más ventajosamente sobre la superficie del globo, que los que habitan aquellas islas que los antiguos llamaron Fortunadas. Y sin embargo, contra todo lo que de los beneficios de la naturaleza parece que debería esperarse, pocos habrá en todos los dominios españoles, cuya suerte sea menos lisonjera."

           Y poco después añade: “El país va precipitándose en una decadencia visible, … y va tomando ya alarmantes proporciones la emigración, que es el síntoma supremo de la muerte de los pueblos.” Y eso pese a que la escala en nuestros puertos en viajes debería hacerse más forzosa a medida que se multiplican las líneas de navegación por medio del vapor, por cuanto a las necesidades de la aguada y el refresco se agrega la de provisión del combustible que ha venido a suplir el oficio de las velas.” Y se aprobó aquella Ley de Puertos Francos, en 1852,  con el objetivo de que las islas volvieran a ser, como en buena parte sucedió, “enlace y punto de comunicación de apartados continentes.” Una vez más vemos la sempiterna presencia de la posición geográfica de Canarias que se sobreponía a la fragmentación espacial y la falta de recursos naturales.

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          Luego llegó 1898. Con la pérdida de nuestra flota perdemos los últimos jirones del Imperio. Son los años en que está en pleno auge el reparto por las potencias europeas del territorio africano; potencias que piensan aprovechar el río revuelto de la derrota y ponen los ojos en Canarias, importante base estratégica para la expansión por el continente. 

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          Y un insigne canario, don Benito Pérez Galdós, apela a la fe nacional para que las islas no se separen de España en aquel memorable discurso de diciembre de 1901, en el que entre otras perlas dice que “ahora que en nosotros (es decir, en Canarias) ven algunos la rama del árbol patrio más expuesta a ser arrancada… seamos los primeros en la confianza como somos los primeros en el peligro; nosotros los más distantes (otra vez la Geografía) seamos los primeros en el corazón de la Patria.(otra vez la Historia). Y ante el peligro, de nuevo las islas vuelven a fortificarse.

           Y pasando veloces las hojas llegamos a la década de los 40 del siglo XX, cuando las Canarias se convierten en el oscuro objeto del deseo de aliados (ingleses si pierden Gibraltar; estadounidenses para la invasión del Norte de África) y alemanes (para las operaciones en el Atlántico). Una vez más, y van muchas era la Geografía la que marcaba la línea que podía seguir la Historia… 

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           Por ello, ante el peligro de aislamiento y la lejanía de la Península, se creó el Mando Económico, depositando en los dos generales que lo ejercieron sucesivamente, Serrador y García Escámez,  el control de todos los recursos del Archipiélago. Hay que decirlo bien alto: Su eficaz labor palió en buena medida en Canarias las penurias de aquellos momentos tan difíciles. 

           Luego llegó la recuperación y el milagro económico español, apoyado aquí fundamentalmente en el turismo… Un turismo basado en unas bellezas naturales y un clima excepcional… consecuencias de nuestra situación geográfica, que aporta al PIB canario más del 35% y da trabajo al 40% de la mano de obra de las islas.  Y en términos históricos ya estamos en nuestros días.

 Y a partir de ahora, ¿qué?

           Pues que debemos andarnos con cuio y,  a la vez, tener esperanza. Recuerdo que hace ya casi 25 años, el TG don Vicente Ripoll Valls, a la sazón Jefe del Mando y Zona Militar de Canarias, dijo en una charla informal a un grupo de políticos del máximo nivel de nuestra Comunidad, y refiriéndose al deseable crecimiento económico de Canarias:”Haced todo lo posible para no poner todos los huevos en la misma cesta”. Esa cesta se resquebrajó hace muy poco, léase pandemia, y ocurrió lo que todos conocemos. 

          Y hace menos años, pocos, , el general Ballesteros, entonces director del CESEDEN, pronunció en Santa Cruz de Tenerife una magnífica conferencia, de la que copié literalmente este párrafo: “Estamos en una de las regiones más prósperas y desarrolladas, pero lo más importante es su potencial para seguir creciendo, a pesar del pesimismo que a veces nos paraliza”

           Porque, gracias a la Geografía, Canarias tiene todavía mucho que decir en el camino de la Historia. Resumo muy brevemente y para ir acabando:

                - Se puede seguir potenciando el turismo diversificando la oferta. Sol, playa, excursiones… sí, pero también cultura, museos, edificios históricos, ciclos de conferencias, congresos…

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                - Potenciar la infraestructura de transporte, tanto aéreo como marítimo. Por lo que respecta al aéreo, el mismo general Ballesteros sugería la idoneidad de un hub para Canarias. Ya saben un centro de distribución, en este caso de tráfico aéreo, complementario del de Barajas (que ya lo es para el tráfico procedente de Hispanoamérica y el sur de los EE. UU. para seguir camino hacia Europa y Oriente Medio), pero enfocado hacia África, mercado en expansión, que en pocas décadas puede alcanzar gran importancia. Y lo mismo podría suceder con el transporte marítimo. Y sacaríamos algún que otro huevo de la cesta.

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                - Partiendo de la excepcional situación geográfica de Canarias, las islas podrían convertirse en una base comercial de desarrollo tecnológico de apoyo a las empresas que se están instalando, y se instalarán en poco tiempo, en el África Occidental, Y, claro, no se puede olvidar la necesidad de desarrollo tecnológico que tienen en Iberoamérica, ¿y quién mejor que España, con su avanzada Canarias en el Atlántico para favorecer e impulsar los contactos de todo tipo entre las naciones hermanas iberoamericanas y la UE.?

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                - Seguir la potenciación de los enlaces por cables submarinos. Hoy Canarias está conectada con unos 25 países africanos, a los que enlaza con Europa (lo que sirve de apoyo a lo expuesto en el punto anterior). Y hay que continuar en cabeza de los enlaces vía satélite. 

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                - En el caso de la astrofísica se ha sabido aprovechar muy bien una de nuestras ventajas: la pureza de los cielos canarios. Hay que seguir en ese camino que ha llevado a que el nombre de Canarias esté indisolublemente unido a la investigación del firmamento.

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              - Y de los cielos bajamos a las tenebrosas profundidades submarinas. Todos conocen el debate que se está produciendo acerca de la “propiedad” de los fondos marinos cercanos que parecen contener un potencial de explotación de metales raros (fundamentales para las más modernas tecnologías) 50.000 veces superior a lo que se puede conseguir del yacimiento más grande explotado hasta ahora. Ya saben que hay problemas, a los que es no ajena la ampliación unilateral de sus aguas por parte de Marruecos. Hace ya 10 años España presentó ante la ONU una demanda para que se reconociera nuestra soberanía sobre una faja de aguas atlánticas con una superficie de 296.000 km2. Se basaba en que los fondos marinos de esa faja forman parte de la misma plataforma de la que (¡¡la Geografía!!) se levantan las Islas Canarias. Veremos como termina el asunto,,,, pero no debemos dormirnos, ni Canarias, ni España.

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           Y un tema preocupante. El de la Seguridad. Hace ahora unos 6 ó 7 años que el general Domínguez Buj, entonces JEME, declaraba que “el Sahel es el enclave que el Ejercito de Tierra marca en sus cartografías como la frontera avanzada donde nuestro país dirime su seguridad nacional.” Obvio es decir que en esa frontera de seguridad, Canarias está en el primer escalón defensivo, en el puesto de mayor riesgo. Y vuelve a quedar clara la influencia de la Geografía, ahora en lo que esté por escribirse en el libro de la Historia, en esas páginas todavía en blanco en que el nombre de nuestras islas aparecerá con frecuencia.

           Termino por el principio: Lo que las Canarias han sido, son y serán, lo que han representado, representan y representarán a lo largo de su Historia y de la de España, ha estado fuertemente influenciado, lo está y lo estará, por su situación geográfica.

           Pero no quiero cerrar mis palabras sin reiterar mi admiración por lo que se ha conseguido con el esfuerzo de los habitantes de las islas, especialmente por los componentes de aquellas gloriosas Milicias Canarias, y por las Unidades que las sucedieron, entre las cuales figura el Canarias 50 al que muchos de vosotros pertenecéis. Y ese logro ha sido, ni más ni menos, que una inquebrantable y secular unión a España.  

           Unidos, volcados en el presente en llevar a cabo un trabajo incansable y constante, cada uno en su esfera de responsabilidad, y sin perder de vista quienes nos dirigen esas ventajas que nuestra situación geográfica nos ofrece, y que he relacionado hace unos momentos (y otras muchas que seguro que habrá), el futuro para Canarias no debería contemplarse con pesimismo.

           Y también espero que dentro de 50 años, se reúnan aquí mismo otras personas, y celebren, con idéntico orgullo y la misma felicidad que yo os deseo en el 450 aniversario, el 5º centenario de vuestro -mí- Regimiento.

          Muchas gracias por su atención.

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