El esplendor, los dinosaurios y los fantasmas de la isla de Wight

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 5 de septiembre de 2009).
 
 
En 1970 se congregaron en la isla británica 700.000 personas para presenciar, entre otras, las actuaciones de Joe Cocker, Bob Dylan, The Who y Jimmi Hendrix. Aquella invasión fue “el canto del cisne”.
 
 
          La isla de Wight, que está al sur de Inglaterra, cobró popularidad mundial en el año 1970 al ser escenario del mayor evento musical de la época. Más de 700.000 personas acudieron durante la última semana del mes de agoto del citado año para presenciar in situ las actuaciones de, entre otros muchísimos artistas, Joe Cocker, Bob Dylan, The Who y Jimmi Hendrix. Pero aquel festival fue “el canto del cisne”. Aquella multitud, en la que proliferaban hippies y freaks, distorsionaron de tal manera las costumbres de la isla que sus autoridades, por unanimidad, decidieron que Wight debía seguir siendo la isla mágica de siempre. Y lo ha conseguido. Y ahora a nosotros nos ha sido fácil comprobarlo. 
 
          Desde Portsmouth -importante base de reparaciones para los submarinos de la costa británica y donde se firmó el tratado que puso fin a la Guerra Ruso-Japonesa (1905)- un ferry, abarrotado de británicos -solo con hijos de la Rubia Albion-, nos traslada en apenas cuarenta minutos a la denominada Inglaterra en miniatura. En la travesía uno se percata de que Wight es como una tabla de planchar con algún que otro bosquecillo en su litoral. Se comprende tal llanura si añadimos que el punto culminante de la isla se encuentra en la localidad de Saint Boniface Down, que se eleva hasta los 240 metros.
 
          Al llegar en época primaveral a la isla, que tiene tres kilómetros cuadrados más que La Gomera, es decir, un total de 381, nos sorprende su exuberante vegetación y, sobre todo, el estilo arquitectónico de los innumerables chalets que se ubican entre enormes prados, donde las ovejas, pastando sin cesar, le dan un evidente sello bucólico al paisaje. 
 
          Aquí la gente es amable, comunicativa y respetuosa. Y dentro del autobús el conductor, que también desempeña la labor de guía y hombre del tiempo, nos dice: “Por favor, llámenme Michael porque mis padres no me bautizaron chofer”. De entrada, una sonrisa que se extendió cuando lucía este cartelito en el citado medio de transporte: “Les rogamos que den de comer a las papeleras, ya que el piso está a dieta”.
 
          Durante muchos siglos, esta diminuta isla ha sido lugar de gran atracción turística por su posición geográfica y bellezas naturales, de forma muy especial por los habitantes del Reino Unido. Aquí y allí, tulipanes, camelias, magnolias, muérdagos… Es un paraíso para el botánico, pues hay una serie de plantas y flores que no se encuentran en Gran Bretaña. Aquí, por ejemplo, se alardea de que hay veinte variedades de orquídeas salvajes y, también, de poseer toda clase de fantasmas, tantos que, incluso, han tenido que especificarlos en una cuidada guía que los adeptos repasan con fruición antes de programar sus visitas favoritas. Más relajante resulta una sesión en un teatro habilitado y especializado del denominado Waltzing Waters, donde toneladas de agua estallan en el aire, iluminadas por colores del arco iris, que viven y bailan con diferentes estilos musicales, desde el trepidante rock hasta el romántico bolero, pasando por los clásicos populares. 
 
          Wight se transformó en isla en algún momento de la última Edad del Hielo, cuando la crecida del mar la separó del continente. Los pantanos de Wight han servido para conservar fósiles. Por eso, la isla se ha convertido en una de las localidades europeas más interesantes para encontrar restos de dinosaurios, por ejemplo, del Iguanodon, del que hay una réplica exacta en el Dinosaur Isle, ubicado en la localidad de Sandown, uno de los principales núcleos turísticos de la isla, por su espléndida y amplísima playa.
 
          Desde el punto de vista histórico, lo más importante que aporta la isla es el castillo de Carisbrooke, magnifica fortaleza, muy bien conservada, situada cerca de Newport, la capital, por donde pasa otro orgullo de Wight, el río Medina. Carisbrooke es el único castillo de época medieval que sigue en pie. Pero lo que irónicamente causa más impacto en los visitantes es la Casa del Pozo, que alberga una curiosa estructura de ruedas de tracción animal para extraer agua desde hace más de setecientos años. Allí se forman grandes colas para ver trabajar a los burritos de Carisbrooke…
 
          Algunas carreteras resultan angostas, estrechez que olvidamos ante la abundancia de arbolado, cuyos frondosos ramajes van constantemente acariciando los ventanales del autobús. Por estos contornos se ubica el primer pub que, en Gran Bretaña, prohibió que se fumara en su recinto. 
 
          Amplias playas, inmensas, de arena dorada que, tras el verano, se convierten en “playas tobilleras”, dada la gelidez de sus aguas. Y desde el mes de mayo hasta septiembre los dueños pueden pasear sus perros en estos lugares, donde una caseta de baño puede llegar a costar alrededor de 32.000 libras esterlinas.
 
          Hoteles donde el colmenalismo está totalmente erradicado. Hoteles de camareros uniformados, educados y ágiles, donde un maître, con inmarchitable sonrisa, pone orden y concierto; y donde las viandas servidas echan por tierra esa leyenda de que en Gran Bretaña, de todo menos comer bien… 
 
             En Wight, donde las partes más espectaculares de Inglaterra se han traído todas juntas y están condensadas aquí, y cuyos acantilados de tiza que se asemejan a las “Rocas Blancas de Dover”, famosos artistas, escritores y científicos residieron, vivieron y se quedaron extasiados del entorno clásico y conservador de la isla. Desde los famosos The Needles, que parece ser el icono isleño en la mayoría de las portadas de los folletos turísticos, Guglielmo Marconi transmitió, en 1889 y desde estos caprichos de la naturaleza, el primer mensaje por telegrafía sin hilos a un buque en alta mar. Karl Marx, el padre del comunismo, estuvo varias veces por estos limitados contornos para fortalecer su deteriorada salud. Charles Dickens escribió parte de David Copperfield en un pueblecito de la isla. Charles Darwin visitó Shanklin -otro importante núcleo turístico de Wight- y allí comenzó a esbozar su Origen de las especies; el poeta John Keats, también en Shanklin, fue tanto lo que cantó a estas tierras que un famoso y albino acantilado lleva su nombre. Y ante tanto gozo visual no es extraño que Lewis Carroll se inspirara, como lo hizo en esta “isla mágica”, para deleitarnos con su Alicia en el país de las maravillas
 
          Es obligado una escapadita a la ciudad de Cowes, que, a mediados del siglo XIX, se convirtió en uno de los grandes clubes del yachting mundial, y que en su castillo de Osborne House murió la reina Victoria (1837-1901), que amó de tal manera las arenas doradas de las playas de Wight que uno de los principales souvenirs de la isla -que tiene una población de 140.000 habitantes- consiste en ofrecerla al turista un pequeño recipiente con dicho mineral.
 
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