Camino de Santiago: El cocido maragato y el botillo del Bierzo (4)

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en el Diario de Avisos el 22 de agosto de 2005).
 
 
          Hecha la parada y fonda queda volver a la ruta. Y seguimos por tierras de León, ahora por páramos, tierra áspera y seria; solares de luchas, de bosques talados por Almanzor y sus epígonos. Luego, varios rótulos, apaciguan, en parte, la sequedad: agua no potable, agua pura… Murias de Rechivalo, pueblo maragato con topónimo de sonoridad visigoda, cuenta con cuatro casas y una iglesia, pero ha sabido mantener la arquitectura típica: tejados de caña de centeno y paredes de piedra trabajada con arcilla roja. Más adelante, en Santa Catalina de Somoza, hay un cambio de paisaje; dejamos el cereal y nos encontramos con el matorral y los bosques de robles.
 
          Y en Camino, surgen los consejos: uno, que es el más socorrido, es el que sigue: al formarse la ampolla se pinchará esta con una aguja hipodérmica y un hilo. Y una vez traspasada se deja el hilo dentro, asomando por los dos extremos. Añade por estos un desinfectante; y nunca quites la piel muerta…
 
          Allá arriba, en El Ganso, parecen recibirnos con las mismas y típicas casas que construyeron los pastores celtas en la Edad del Bronce. Por estos parajes es muy aconsejable desviar nuestros pasos, ahora en plan de descanso y sibaritismo, a la localidad de Castrillo de los Polvazares, todo un bosque de piedra, Monumento Histórico-Artístico, del que llama poderosamente la atención el contraste entre las puertas y ventanas verdes y el color rojizo de las paredes. Allí, por sus sinuosas y tortuosas “calles”, alérgicas a cualquier tipo de tacón, podemos ver aparcado desde el automóvil más sofisticado hasta el más rudimento carro de mulas. Es el mejor sitio para degustar el cocido maragato, peculiar porque se come, primero, la carne, seguida de legumbres y, por último, la sopa. Es todo un festival de morcillo, cecina de vaca, pata, lacón, tocino y oreja de cerdo, chorizo, gallina y relleno. Después de esta “artillería pesada”, donde está terminantemente prohibido mencionar el colesterol, y como nos lo había explicado previamente Antón Pombo, vienen los garbanzos finos y el repollo de Asa de Cantaro y, a veces, también las patatas cocidas. Queda para el final la aludida sopa de cocido que se sirve con fideos. El postre habitual son las natillas caseras con barquillo, mazapán, rosca, bizcochos o galleta María. Y para la digestión, café, una copita de aguardiente, licor de hierbas o queimada. Es norma acompañar al cocido con un vino recio de León o del Bierzo.
 
          Tras este “peligroso” acopio hay que seguir destruyendo grasas por estos senderos, por estos paisajes de pequeños robles, matorral de piornos, retamas y enebros. Y subimos a Majarín, (1.460 metros y 3 habitantes) albergue templario de Tomás de Paz, que reside todo el año en las alturas. Tomás, el hospitalero, es un peculiar personaje del Camino. En los días de niebla guía a los peregrinos haciendo sonar una campana. Y si pudiera, Tomás ofrecería gratuitamente a los caminantes, lo que antaño hacían ciertos y determinados hospitales del Camino: “lumbre, sal y agua” y “cama con dos mantas” y, a los enfermos, un “cuarto de pan, huevo y manteca”.
 
          Para llegar a El Acebo, la bajada se presenta ahora estrepitosa por lo  que no hay que emocionarse mucho ya que un traspiés puede hacer que salgamos “volando”. Pero por estas sendas-torrenteras hay que pararse. Y gozar de las magnificas vistas que nos ofrecen las montañas circundantes y El Bierzo. Aquí, pisando la tierra, en este espacio silencioso, contemplamos una nueva forma de ver la naturaleza, que no podemos mejorarla, pero lo intentamos, aunque, por lo leído, España sea el país europeo más afectado por los procesos de desertización.
 
          Y abajo, aplanado por lustrosos techos de pizarra, El Acebo, otro de los pueblos verdaderamente curiosos donde los haya. Sus treinta y siete habitantes detestan la irrupción de ciclópeos autobuses ya que estos destrozan nuestros balcones y, encima, tenemos que recortar algunos salientes de nuestras casas para facilitarles el paso. Los peregrinos, “aves de paso”, recogemos la queja. Pero no podemos encontrar la solución inmediata. Lo que sí encontramos, al instante, en sus peculiares tabernas y mesones, es el botillo del Bierzo, donde “del cerdo se aprovecha hasta los andares”, acompañado de verduras, garbanzos y berzas. Ahora se ultima el primer gran monumento al botillo, que está considerado como el rey de la gastronomía berciana. Una pieza en bronce de quinientos kilos y metro y medio de altura homenajeará a José Arias Franganillo, pionero de la industria cárnica de León. Tal icono ocupará un lugar destacado en la Ruta Jacobea. ¿Y por qué jacobea? Porque jacobeo/a es el nombre latino de Santiago.  
 
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