"Vida y obra de Claudio de la Torre" de Juan Manuel Reverón

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 7 de octubre de 2007).
 
 
 
          Conocimos a Reverón -léase Juan Manuel Reverón Alfonso- entre aquellos esbeltos torreones, con pretensiones de castillos roqueros medievales, ideados por Enrique Wolfson, que observaban bulliciosos pasos matinales por una pendiente escalera de pétreos y no cómodos peldaños. Allí, en las Escuelas Pías, bajo la tutela de aquellos sacerdotes, nunca curas, con sotana, jamás clerygman, que atendían por Padre Rufino, Padre Antonio, Padre Julián y Padre Marco, por nombrar al cuarteto más longevo y querido, ya el aludido Reverón, con pantalón corto y proclive al sabroso binomio de la algarroba y del tamarindo, comenzó a destacar por su redacción, tan investigadora como amena, en aquella lejana década de los años 50, parcela que compaginaba con una timbrada voz, que hoy sigue luciendo, y que por aquel entonces captó para el Coro del Colegio el inolvidable maestro Borguñó, que tanto transmitió a través de su erudito diapasón. 
 
          Ahora, cuando los calendarios han sido exhaustivamente deshojados, Juan Manuel nos ha sorprendido gratamente con un libro excepcional, Vida y obra de Claudio de la Torre, como antes lo había logrado cuando se le concedió en EL DÍA el Premio de Periodismo Leoncio Rodríguez por su artículo "Abreut y el arte de la madera", por una argumentación de los méritos que concurrirán en la persona del escultor, constructor, y restaurador Domingo Abreut. En aquellas líneas, una vez más, se puso de manifiesto su dominio del lenguaje, inserto en un trabajo periodístico puro, de una glosa atractiva y sugestiva que, por cierto, enlaza y son constantes de las que emplea ahora, y con creces, en la impecable biografía que ha elaborado sobre el intelectual y poliédrico Claudio de la Torre, donde el profundo análisis de su ensayo nos invita a conocer la obra de tan prolífico autor, abriéndonos las puertas a un calidoscópico universo artístico del que prácticamente desconocíamos algunos de sus diversos espacios. 
 
          Reverón Alfonso, catedrático y filólogo, nos desvela, con cuidada precisión y estilo peculiar, la extraordinaria trayectoria cultural de Claudio de la Torre, desde su fecha de nacimiento, el 30 de octubre de 1895, en Las Palmas, que también fue marco de su óbito, el 10 de enero de 1973. Y lo hace escudriñando sus facetas de escritor, periodista, fugaz político, guionista y director cinematográfico; novelista; pionero como órgano volitivo del teatro radiofónico en Radio Nacional de España; autor y director teatral, pregonero, poeta, corresponsal de guerra…
 
          El autor, persuasivo y privilegiado escrutador  en archivos y afines, nos introduce, de forma magistral, en las vicisitudes de quien logró, con todos los plácemes, y entre otros, el Premio Nacional de Dirección Escénica, el Premio Nacional de Literatura de Teatro Calderón de la Barca, así como el Álvarez Quintero de la Real Academia Española de la Lengua. De Claudio dijo el consagrado Antonio Buero Vallejo: “Cuando le conocí  no me brindó magisterio sino amistad. Me sentí, desde el primer momento, cómodo, relajado, agradecido de tanta sencillez. Pero yo había disfrutado ya de su magisterio antes de conocerle pues la primera parte de su obra Tic-Tac heredó algo de mi Historia de una escalera.
 
          Resulta loable y curioso comprobar el árbol genealógico que, “en prosa”, se despliega en este tomo sobre determinados familiares del biografiado, como el de su hermana, la eximia poeta Josefina; el de su primo hermano, el pintor Néstor Martín de la Torre, del que el propio Claudio dijo: “Fue un hombre que supo ordenar con sabiduría las bellezas dispersas de su tierra”, definición que, por ejemplo, queda plasmada, de forma tan convincente como artística, en el espléndido y ciclópeo mural La Tierra y el Mar, que atesora el Salón Principal del Casino de Tenerife, cuyo edificio fue obra, precisamente, del hermano del pintor, el arquitecto Miguel que también erigió en Tenerife, y entre otros, la nueva sede del Real Club Náutico.
 
          Los numerosos amigos y amistades del autor coparon recientemente la Sala Magna del Cabrera Pinto lagunero testimoniando de esta forma el apego hacia ese tenaz autor, afecto rubricado en dicho acto en las palabras pronunciadas por el prologuista de la obra, el catedrático Rafael Fernández Hernández; y las del profesor Oswaldo Izquierdo. 
 
          Como ultílogo, cabe añadir que el libro  -que atraerá al lector por abrir una vía a la reflexión ante el hallazgo de un personaje de evidente enjundia- lo ha dedicado Juan Manuel a su esposa, Luisa; y a sus hijos Mel, Claudia, Eduardo y Yurena, donde ésta colaboró en la confección de la acertada portada y contraportada, figurando en aquella la efigie de Claudio de la Torre, cuyos frecuentes viajes han constituido para el escritor la piedra angular o la sustancia de esta impactante biografía.
 
 
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