HACE QUINIENTOS AÑOS. De Santa Cruz a Santa Cruz

 
Por Luis García Rebollo  (Publicado en el Diario de Avisos el 28 de septiembre de 2020).
 
 
          Hace quinientos años las naos Trinidad, San Antonio, Concepción y Victoria, capitaneadas por Magallanes, permanecían fondeadas desde el 26 de agosto de aquel año de 1520 en el río Santa Cruz, en la Patagonia argentina a 50 grados de latitud sur. La nao Santiago había naufragado tres meses antes explorando su desembocadura a finales de mayo, a solo dos días de navegación de la bahía de San Julián, donde la armada había pasado la mayor parte del invierno austral que se extiende desde el 21 de julio hasta el 22 de septiembre. Todos los tripulantes de la Santiago habían salvado la vida, además de muchos de los enseres y útiles de abordo junto con un reconocimiento exhaustivo del fondeadero donde ahora estaba anclada la flota. Aún aguardarían hasta mediados de octubre en el río Santa Cruz la llegada de la primavera austral. 
 
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Bahía de San Julián, río Santa Cruz y cabo de las Vírgenes junto al estrecho de Magallanes.
Detalle de la carta de Diego Ramos de Arellano, 1620
 
 
          De los 247 tripulantes, tres habían muerto por ahogamiento al caer al agua, cuatro por enfermedad, tres por accidente, dos por ataque de los indios y seis ajusticiados o abandonados por orden de Magallanes. 
 
          Hace quinientos años, en aquel río que el almirante bautizó con el mismo nombre que el principal puerto de Tenerife, no sabían que se encontraban a tan solo otro par de días de navegación del cabo de las Vírgenes; la entrada al estrecho de Magallanes. Que según el único testimonio de la Breve et ristretta narattione, fue avistada por primera vez desde la nao Victoria, cuyos tripulantes lo bautizaron con el efímero nombre de Estrecho de la Victoria.
 
          Un cabo, el de las Vírgenes. Que Francisco de Albo, uno de los dieciocho primeros circunnavegantes y piloto de Juan Sebastián de Elcano, en su Derrotero del viaje de Magallanes desde el cabo de San Agustín, en el Brasil, hasta el regreso a España de la nao Victoria, situaría en 52 grados de latitud sur y 52,5 grados de longitud. 
 
          La latitud sabemos que se mide desde el ecuador, de cero a noventa grados, sobre nuestro meridiano hasta el lugar en el que nos encontramos. Y la longitud se mide sobre el ecuador desde nuestro meridiano a un meridiano de referencia que actualmente se ha acordado que sea el que pasa por Greenwich. Pero esos 52,5 grados de longitud que anota Albo el día 21 de octubre de 1520,  ¿desde qué meridiano de referencia los estaba midiendo?
 
          Debía ser un meridiano que se encontrara a levante, por zona ya navegada y bien conocida. Un meridiano por el que el Sol pasara tres horas y media antes que por el cabo de las Vírgenes, si en lugar de en grados sobre el ecuador medimos la longitud apuntada por Albo en el tiempo que tarda el Sol en recorrer ese mismo arco. 
 
          La solución está al alcance de cualquiera, buscando en la red o en una carta náutica qué es lo que hay 52,5 grados a levante del cabo de las Vírgenes. En seguida encontraremos el meridiano de Tenerife, con un pequeño error de medio grado, apenas treinta millas náuticas. Parecido error al que cometería Albo al anotar la longitud de Suluan, una de las primeras de las islas filipinas a las que llegaron después de cruzar el Pacífico. También con relación al mismo meridiano de Tenerife. El verdadero meridiano de referencia, aunque en esta y sucesivas anotaciones Francisco de Albo reconvirtiera las longitudes, luego de calcularlas, al etéreo y político meridiano de Tordesillas.
 
          El meridiano de referencia, el de Tenerife, con el que ya trabajaban en secreto los astrónomos y pilotos de Magallanes cuando preparaban la expedición en la «Casa de Contratación de Sevilla, para las Indias, las Islas Canarias, y el África Atlántica». El mismo que Rui Falero, su astrónomo de cabecera, se atrevió a anotar en el Regimiento de Longitudes de la expedición para el método de las desviaciones magnéticas. El único meridiano de referencia que se cita en ese valioso documento, junto con el de Sevilla en el método de las latitudes lunares. Para cuyo uso era preciso una recalada en la isla, premeditada y preparada a conciencia, para la que mucho antes de la partida ya se presupuestaban 15.000 maravedíes en gastos de despensa. 
 
                    "… al lugar de donde partes te sabras que la aguja todo lo que te nordestee o noruesteado que aquello estas apartado de las islas afortunadas que es de Tenerife y hacia levante y hacia el poniente y esta es otra utilidad como ya todo esto con los pilotos tengo platicado…"
 
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Detalle del Regimiento de longitudes de Ruiz Falero mencionando a Tenerife como origen de longitudes
 
         
          El interés de las Islas Canarias para la Casa de Contratación nació con esa misma institución, que en 1503 les dedicaba uno de los artículos de sus ordenanzas constitucionales:
 
                   "Otrosí: mandamos á los dichos Oficiales de la dicha Casa que con mucha astucia é diligencia procuren de saber é sepan de todas las cosas que hay en las dichas Islas de Canaria, de que se pueda facer provecho y para que se pueda contratar, para que sabido den Orden que las dichas cosas se aprovechen y contraten en estos nuestros Reinos, y de qué manera se deben negociar los azúcares é otras cosas que en ellas hubiere y qué derechos será bien que se ordenen de poner en las dichas islas para que nuestras rentas puedan ser acrecentadas sin mucho daño de la población de las dichas islas, y para que de todo nos avisen; et mandemos que en la forma del comprar las dichas mercaderías é mantenimientos, é cargar é llevar á las dichas islas y en lo que dellas se trajiere á la dicha Casa, se tenga é guarde la misma forma é orden que por estas nuestras ordenanzas mandamos que se tenga é guarde en las otras contrataciones de suso declaradas, é que lo uno é lo otro venga á la dicha Casa para que de todo ello se provea lo que por estas nuestras ordenanzas mandamos facer."
 
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Ampolleta
 
         
          La importancia de Canarias crece en consecuencia. Igual que la de la isla de Tenerife y la villa de Santa Cruz, su principal puerto en 1519, harto mencionado en las actas del Cabildo tinerfeño. Que en seguida pasan a ocupar un lugar relevante para la Casa de Contratación, por cumplir sobradamente los requisitos de aquel artículo de sus ordenanzas constitucionales. Lo suficiente como para ser elegida Santa Cruz en 1515, último puerto de la expedición de Juan Díaz de Solís, Piloto Mayor de la Casa de Contratación, antes de engolfarse en mares desconocidos, con la misión del Rey de encontrar una ruta al Maluco. Y ya el trato, como el aprovisionamiento por parte del Cabildo, que antepuso las necesidades de la armada a sus propias ordenanzas, como el suministro de madera de tea desde Aguere, debió de ser tan satisfactorio que la operación logística se repitió con la expedición de Magallanes y Elcano. Tanto, que algunas fuentes, como el Manuscrito de Leiden, se olvidan de mencionar la segunda escala de la expedición en Tenerife.
 
                    "Y navegando por la derrota de las Canarias con buen tiempo, al cabo de siete días las tomaron y surgieron en Tenerife, en el puerto de Santa Cruz, donde estuvieron cinco días tomando refresco y alguna gente."
 
          Santa Cruz y Tenerife, suministraron a los expedicionarios aquel necesario «refresco». Además del crucial meridiano de referencia que llevarían las naos latiendo en sus ampolletas magistrales, fabricadas por los mejores artesanos vidrieros del Imperio y la arena más fina conocida. Como siglos después harían los cronómetros mecánicos y más tarde los relojes atómicos que sincronizan el actual Global Positioning System. Un meridiano de referencia, generalmente el que pasa por el pico del Teide, visible a muchas millas de distancia. Donde marinos y cartógrafos, navegando exactamente al sur o al norte de él, podían volcar sus ampolletas en el instante preciso en que el Sol alcanzara el mediodía, y llevar prestado en un pequeño guardatiempos de cristal lleno de arena ese origen de longitudes allá donde fueran, para situarse o para cartografiar el mundo. 
 
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Carta del golfo de México con Tenerife como origen de longitudes.  Tomás López y Juan de la Cruz (1755)
 
         
          Tenerife también suministró a la armada del Maluco la mejor agua que podía llevarse a bordo, que mezclada con malvasía o vino de jerez alargaba considerablemente la autonomía de las expediciones. 
 
          Y seguramente también información de interés, en particular el avistamiento de otros buques, como el de la armada portuguesa hacia la India. Vinculada al ciclo de los monzones en el océano Índico, que salía de Lisboa entre los meses de marzo y abril para llegar a Kerala, bien Calicut o Conchín, antes del fin de septiembre y de la llegada del monzón de invierno. Aquel año de 1519 las nueve naos de la armada portuguesa, capitaneadas por Jorge de Albuquerque, habrían cruzado las aguas canarias a mediados de mayo, antes incluso de la partida de las naos españolas de Sevilla, después de salir de Lisboa el 23 de abril. 
 
          Magallanes, en aquella primera travesía no tendría que enfrentarse a los monzones como los portugueses. Aunque sí tuvo que hacerlo, casi tres años después, Juan Sebastián de Elcano a bordo de la Victoria para completar la circunnavegación. Cuyo profundo conocimiento de aquellos vientos le ayudó a tomar la decisión correcta de navegar directamente desde la isla de Timor al cabo de Buena Esperanza. Así nos lo cuentan Martín de Ayamonte y Bartolomé Saldaña, dos tripulantes que se quedaron en tierra en aquella isla, cuyo testimonio ha aparecido recientemente en los archivos navales portugueses de la Torre del Tombo. 
 
          Debemos ser conscientes que, con Magallanes y Juan Sebastián de Elcano, en aquella armada de la especiería viajaban los mayores expertos de entonces, como navegantes y como astrónomos. El propio Magallanes había pasado ocho años en la India, participado en varias batallas y en la toma de Malaca, además de conocer de primera mano todas las vicisitudes del descubrimiento de las Molucas por su amigo Francisco Serrano. Esteban Gómez, piloto mayor de la expedición, quien solicitó capitanearla al Emperador antes que Magallanes, y que cartografiaría poco después toda la costa este norteamericana. Igual que Andrés de San Martín, uno de los más apreciados astrónomos del momento, por poner solo algunos ejemplos. Y no solo eso, debemos tener presente que aquellos barcos albergaban, además de la cartografía y el instrumental, la más importante biblioteca flotante del mundo, de la que algunos ejemplares habían sido escritos por los mismos tripulantes. 
 
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De cabo Verde a cabo Palmas.  Detalle del Planisferio de Cantino  (1502)
 
         
          Pero como decimos, Magallanes no tenía prisa por la llegada del monzón de invierno en el Índico. Más bien al contrario, tendría que esperar, sabía que no iba a poder librarse del invierno austral en el Atlántico Sur. Sin embargo, su ruta era muy parecida a la seguida por Jorge de Albuquerque. Desde Tenerife navegaría con el alisio hacia el sur hasta pasar las islas de Cabo Verde y el cabo del mismo nombre que está a la misma altura en la costa africana, junto a Dakar. Pasado ese punto Magallanes se acercaría a la costa que se orienta al sudeste hasta el cabo Palmas, al sur de Liberia, donde comienza el Golfo de Guinea. 
 
          El almirante español de origen portugués, igual que el almirante portugués que había pasado por aquellas aguas unos meses antes, sabía que en algún punto de ese tramo de la costa africana tendría que cruzar el ecuador meteorológico, con sus calmas y fuertes chubascos con aparato eléctrico. Tendría que hacerlo necesariamente, si quería encontrar el alisio franco del sudeste y la corriente sur ecuatorial favorable que le permitiera cruzar el Atlántico Sur. Exactamente igual que la flota portuguesa que le precedía, que también tendría que navegar muy cerca del Brasil antes de llegar al cabo de Buena Esperanza, después de cruzar dos veces el Atlántico. Y es que las rutas veleras no suelen ser rectas.
 
          Tanto Magallanes, Capitán General de la armada de la especiería, como Albuquerque, Capitán Mayor de la armada de la India, sabían que para cruzar las calmas ecuatoriales lo mejor era dejarse llevar por la corriente de Guinea y acercarse a tierra para aprovechar las brisas costeras. Los terrales y virazones, algo parecido al régimen de los monzones que bien conocían, pero en miniatura, con ciclos no estacionales sino diurnos y nocturnos. Distintos cronistas mencionan la larga travesía cercana a esa parte de la costa africana y la visión de los montes de Sierra Leona antes de engolfarse en el Atlántico Sur.
 
          De esta técnica de navegación aprovechando las brisas costeras, sobradamente conocida por los pescadores canarios en el banco africano, desde que se tiene memoria, para regresar a las islas con vientos y corrientes contrarios, Francisco de Albo aporta una buena prueba. En su diario anota meticulosamente las situaciones y rumbos de la nao Victoria desde que deja los alisios del sur, en un continuo zigzagueo hasta que toma los vientos favorables del hemisferio norte. 
 
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Derrota seguida por la nao Victoria para cruzar el ecuador meteorológico
 
 
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De cabo Palmas a cabo San Agustín.  Detalle del Padrón Real de Diego Ribero
 
          
          Pero es quizás la mencionada Breve et ristretta narattione, una de las principales fuentes primarias de la expedición, bien conocida por los especialistas, la que nos da la clave de la ruta seguida por la armada de Magallanes en unas pocas líneas:  
 
                    "Desde esta isla de Tenerife navegamos al mediodía unas 1680 millas hasta llegar a cuatro grados de latitud norte. Desde estos cuatro grados norte navegamos al sudoeste hasta recalar en el cabo de San Agustín, que está en ocho grados de latitud sur…"
 
          Esos cuatro grados de latitud norte son los que tiene el citado cabo Palmas en el extremo sur de Liberia. Donde empiezan los alisios del hemisferio sur y donde confluye la corriente de Guinea, hacia el sudeste, con la corriente sur ecuatorial, hacia el oeste. Digamos que era la entrada a la autopista que a rumbo sudoeste llevaría a la armada de la especiería hasta el cabo de San Agustín en el Brasil. Cosa que confirma Francisco de Albo al hacer la primera anotación en su diario el 29 de noviembre de 1519, en «el paraje» del cabo de San Agustín, viniendo la armada navegando a rumbo sudoeste.
 
          Las naos prosiguen su marcha por la costa americana, toman refresco en la bahía de Sepetiba, exploran el río Uruguay y fondean en la Bahía de San Julián, donde invernan y tienen lugar los dramáticos acontecimientos en los que perdieron la vida varios tripulantes, algunos tan relevantes como Juan de Cartagena, veedor general de la armada. Para terminar el invierno fondeados en el río Santa Cruz al resguardo de los fuertes vientos australes.
 
          A pesar de las calamidades, tormentas, calmas y motines, que habían sufrido los barcos y sus tripulaciones en aquel primer año de la circunnavegación. En algún lugar de la cámara del almirante o de los capitanes de las naos, en algún lugar seguro y protegido, entre derroteros, cartas e instrumentos, oscilaba imperturbable la ampolleta magistral en su estiba de cáñamo antiescora. Cuya finísima arena caía a velocidad constante hasta el último y diminuto grano, que lo hacía en el mismo preciso instante en que el Sol pasaba por el meridiano de Tenerife, a miles de millas de distancia, donde un año antes habían empezado a contar el tiempo. Bajo la atenta mirada del encargado de voltear la ampolleta sin demora, para conservar ese instante precioso con el que calcular la longitud desde nuestra querida isla, cuando el Sol pasara por el meridiano de las naos allá donde estuvieran.  
 
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