Los balnearios checos de Kárlovy Vary

 
Por Antonio Salgado Pérez (Publicado en La Gaceta de Canarias el 11 de septiembre de 2001).
 
 
 
          Aquí, algún gobernante de especial sensibilidad, parece haber dado, hace muchos años, esta orden: “Necesito el concurso de los mejores y más imaginativos arquitectos que hayan actualmente en Europa”. Y también, parece que, en tropel, acudieron a esta pequeña ciudad fundada a mediados del siglo XIV por el rey de Bohemia y emperador de Roma y Alemania Carlos IV.
 
          (De acuerdo con una vieja superstición, en un gran relieve que existe en la torre del castillo de este enclave, si se toca la nariz del monarca se volverá a Kárlovy Vary, o bien un deseo le será concedido.)
 
          Kárlovy Vary, nombre tan extraño como musical, no sólo es el balneario más extenso e importante de la República Checa, sino una de las ciudades más espectaculares en cuanto a sus líneas arquitectónicas se refiere. Es todo un goce visual pasear por las orillas del pequeño río Tepla, que se convierte en un fidedigno guía ya que su flujo cruza la ciudad de norte a sur, urbe que mantiene como símbolo a la gamuza, allí erguida y esbelta, en una empinada y solitaria roca de la periferia.  
 
          A todos los que hemos visitado Praga, a su regreso, inevitablemente nos preguntan: ¿Y fueron a Kárlovy Vary? Y la interrogante se entiende como la entendieron, en su tiempo, las celebridades que, por diferentes razones, muchas de éstas por salud, visitaron esta estación balnearia que, aparte del poder curativo de sus aguas y de sus aguas minerales, ha sido también famosa por su tradición cultural. El poeta húngaro János Aran, escribió: “Si las aguas no fueran mejor que los doctores, yo estaría perdido”. Aquí, recordando a sus insignes visitantes, hay bustos y monumentos de Sigmund Freud, Ludwig van Beethoven, Karl Marx, Tolstoi, Niccolo Paganini, del propio Goethe, que llegó a decir que “las tres ciudades en las que todos nos hubiera gustado vivir son: Weimar, Roma y Kárlovy Vary”. Aquí en fin, en esta ciudad de apenas sesenta mil habitantes, la sinfonía de El Nuevo Mundo, del compositor checo Antonin Dvorak, fue escuchada por primera vez en el continente europeo en el espectacular y extraño Palacio de Correos. 
 
          Como atinadamente apunta el columnista Stalisnav Burachovic, en Kárlovy Vary –los alemanes la llaman Carlsbad- “se puede sentir la armonía única entre el tiempo pasado y presente y la promesa del futuro”. Por estas calles de minúsculos adoquines, con bordes adornados por ese musgo que denota la humedad del ambiente; por estas vías donde el vocablo tráfico no existe y la comodidad al pasear es infinita.
 
          (Otro paréntesis: en 1791, a Friedrich Schiller ya “le encantó los paseos en burro por los bosques del balneario”). Entre estas casitas de muñecas, decíamos; entre esta ciudad encantada, el tiempo parece que transcurrirá por aquí sólo de una manera muy lenta y, si nos apuran, de una manera jacarandosa, sin apenas estridencias.
 
          Como enfatiza Burachovic, “esta ciudad tiene un sentimiento muy especial, como que aquí siempre fuera una fiesta”. Y esto se patentiza en algunas de las partes más típicas del relajante paisaje de Kárlovy Vary: la ya mencionada arquitectura, de bellísimas e insólitas fachadas como, por ejemplo, la Casa Balneario Militar; la Casa de Pasteur, de precioso frontis; la de la Oficina Principal de Correos, rematada por las cuatro figuras alegóricas representando el telégrafo, el transporte ferroviario, el marítimo y el correo, la Columnata del Molino, etc. Pero el máximo esplendor se acentúa en los edificios de sus balnearios, donde el barroco, el cubismo, el Art Nouveau, Renacimiento, gótico, bizantino, etc. vienen adornando a la auténtica gallina de los huevos de oro de Kárlovy Vary: sus sesenta fuentes calientes, donde doce de éstas son usadas para tratamientos en los citados balnearios, especializados en el sistema digestivo y “desórdenes del metabolismo”
 
          El turista de paso también tiene la oportunidad de probar la calidez de esta agua usando peculiares jarritas en forma de pipa, que luego se llevan como souvenir, junto a las populares obleas, muchas de éstas recubiertas de chocolate; o el becherovka, un ligero licor de hierbas que puede resultar un buen regalo para traer a casa de esta tierras checas donde, obviamente, Praga merece un capitulo muy especial, como ya intentaremos explicar más adelante.
 
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