Por Matías Real (1908)

Don Matías Real fue cofundador, junto a don Víctor Zurita y don Francisco Martínez Viera, del diario tinerfeño La Tarde

 Torre-de-San-Andrés5

 

 Callados, abatidos, los férreos castillos… 
 
(Del poemario Intimidades)

 

 Callados, abatidos, los férreos castillos
levántanse medrosos al lado de la mar…
Sin balas, ni cañones, ni guardas, ni caudillos,
cegados ya los fosos y rotos los rastrillos,
no entonan en la noche su indómito cantar.

 

Las luces del fogueo no alumbran las troneras;
desiertas las terrazas, en ruina el torreón,
no flotan ya en los aires purpúreas banderas,
ni cruzan por las aguas, erguidas y ligeras,
las naves enemigas de osado pabellón.

 

Y callan las paredes, y duermen las murallas,
las férreas murallas de nervios de titán…
Rendidos por el tiempo, que no por las metrallas.
los muros que riñeron antaño cien batallas
se tronchan como flores que agosta el huracán.

 

No acechan los vigías, no lanzan los cañones
sus balas al altivo pirático bajel,
las balas que amparaban a pobres galeones
que solos y dejando remotas posesiones
llegaban afanosos en pos de un puerto fiel.

 

Allá en sus soledades las piedras polvorientas
recuerdan de la lucha el ruido atronador,
el ronco maremagnum de las batallas cruentas,
el brillo de las armas desnudas y sangrientas
y de los cañonazos el vívido fulgor.

 

Velemos su buen sueño, que nunca se despierte
el ansia de las guerras en su dormida faz,
y hagamos que la ruina que en sombra los convierte
en vez de misteriosas canciones a la muerte,
entone serenatas de amores y de paz.

 

Que canten a la noche sus hechos y victorias,
que cuenten sus brillantes empresas en la lid,
sin vana petulancia, sin necias vanaglorias,
cual viejas que a los niños relatan sus memorias
en la apacible sombra de una frondosa vid.

 

Mas si un aciago día los muros centenarios
profana extraña gente con bárbara agresión
e invaden el querido solar de los canarios,
repítanse de nuevo los hechos legendarios,
y rujan con más bríos las armas y el cañón.

 

En tanto, que amorosos entonen los castillos
sus trémulas sonatas al lado de la mar,
sin balas ni cañones, sin fosos ni rastrillos,
cual pobres trovadores amables y sencillos
que elevan en la noche su tímido cantar

 

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