"Mis recuerdos del Colegio Tinerfeño Balear" de Alfonso Morales

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 25 de junio de 2014)
 
 
 
          En la presentación de su último libro Mis recuerdos del Tinerfeño Balear, Alfonso Morales Morales, que se vio respaldado por el gran afluencia de público que acudió al Real Casino de Tenerife, contó con dos excepcionales presentadores: Jesús S. Llabrés Olmo y Matías Llabrés Martínez, nietos de don Matías Llabrés Verd, el alma mater de aquel singular centro docente de tanto arraigo en Santa Cruz que tuvo sus primeras aulas en la calle Méndez Núñez frente a la sede del otrora Gobierno Civil y, más tarde, hasta su clausura, en Puerta Canseco.
 
          Alfonso Morales, monarca de la amistad, de peculiar y prolija prosa consigue, de forma muy satisfactoria y apoyado en su habitual amenidad, nos brinda en casi trescientas páginas el exhaustivo devenir de un colegio que marcó toda una época y que el autor, siempre ensimismado en tareas de pensamiento, de la docencia y la escritura, inmortaliza en estos espacios llenos de nostalgia y sensibilidad, en primer lugar, a los inolvidables y competentes profesores y, más tarde, al amplio alumnado, situando a todos ellos en sitios de privilegio. 
 
          Alfonso Morales, alto, bondadoso y siempre sonriente, ha sido, es y será un indesmayable trovador de exposiciones, conferencias, conciertos, obras teatrales y de cualquier acto presidido por algún afán cultural; por todo aquello que amplía el horizonte de la vida. Y ahora en Mis recuerdos del Tinerfeño Balear y aprovechando el primer centenario de su fundación (1913-2013), este doctor en Farmacia, inquieto e investigador de nuestras cosas nos ofrece -y selecciona- curiosas pinceladas de don Matías: “aunque en Puerta Canseco ya estaba retirado de la docencia, acudía diariamente a las diez de la mañana para dar clase. Enseguida se notaba en el colegio cuando llegaba por el silencio sepulcral que reinaba. Todo el mundo había “desaparecido” de los pasillos y las escaleras como por arte de magia; y si alguno tenía que desplazarse lo hacía casi de puntillas y arrimado a las paredes”. Su nieto Jesús, nos lo sigue describiendo: “era metódico fuera y dentro del aula. Lo que más me gustaba era el dictado y la ortografía; entonces aprendí que Cecilia siega su centeno aunque casi está ciega porque antes de cegar ya sabía segar”. Y sintetiza: “mi abuelo seducía en clase. Siempre nos transmitió vocación, método y respeto. Jamás le olvidaré”.
 
          Alfonso Morales, apuntalado, como hemos visto, en expertas fuentes de información y conocimiento, también nos señala un destacado y entrañable pódium familiar, las hermanas Llabrés, Catana, Mercedes y Yuya que, casi al unísono, pregonaban aquello de “repetir es desconfiar de la memoria; repetir es fortalecer la atención y la memoria; repetir es el germen primigenio del esfuerzo; repetir es el entrenamiento básico de aprendizaje”.
 
          El tomo que intentamos comentar de una forma sucinta no solo avivará remembranzas de los que directamente ocuparon, en diferentes sitios, las citadas aulas, sino que ojeando su índice incitará, inevitablemente, a escudriñar e interesarnos por aquella legión de ínclitos profesores, desde Manuel Martín-Cigala, José María Balcells y Pinto y Benito Rodríguez Ríos, hasta Andrés Pérez Faraudo, Ricardo Hodgson, Fernando Martín Delgado, Jesús Manrique y un largo etcétera. 
 
          El autor, de excelente y consolidada memoria, también nos ofrece, aparte de un entrañable y evocador soporte fotográfico, un numerosísimo escaparate de nombres de alumnos de casi todas las épocas, de aquellos que siempre dejaron una huella imborrable “porque eran los años de la inocencia, de la risa, de los juegos y de la espontaneidad”, como muy bien nos lo recordó, en la citada presentación del libro, Zenaido Hernández, antiguo alumno, que sigue siendo un extraordinario maestro de ceremonias, a las que imprime sobriedad y un estilo propio.
 
 
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