Ataques británicos contra las Islas Canarias, Nelson contra Tenerife.(1797) Parte 1. Introducción

 
Por Carlos Hernández Bento  (Publicado en el mejicano Diario de Colima el 7 de junio de 2020).
 
 
 
          La batalla de Santa Cruz de Tenerife ha sido definida por la bibliografía británica como: “un asalto anfibio de la Royal Navy al puerto de la ciudad española de Santa Cruz de Tenerife, lanzado por el contraalmirante Horacio Nelson el 22 de julio de 1797 y rechazado el 25 de julio del mismo año, jornada en la que los ingleses se retiraron con cientos de bajas después de una tregua. El mismo Nelson finalizó con heridas en el brazo que le supusieron su amputación parcial. Estigma que se llevó a la tumba como recordatorio de este fracaso” (WHITE, Colin, The Nelson Encyclopaedia, 2002).
 
          Dicha batalla, quizá la única que perdió el gran héroe nacional inglés de Trafalgar, ha pasado a ser parte del imaginario colectivo de las Islas Canarias, en general, y de Tenerife, en particular. En buena parte gracias a la labor desarrollada por la Tertulia Amigos del 25 de Julio, una asociación cultural que trabajó intensamente desde su nacimiento para que el bicentenario (1997) de la “más alta ocasión que vieron los siglos” en nuestro Archipiélago, no pasara desapercibida. Es por ello, y porque la complejidad del ataque lo requiere, que le vamos a dedicar más de un capítulo. De esta manera les cuento que…
 
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          El inicio del reinado de Carlos IV, sucesor de Carlos III, coincide con el estallido de la Revolución Francesa de 1789. Un hecho, como sabemos, clave en la Historia de Europa.
 
          La muerte del rey francés Luis XVI en la guillotina fue tomada como un desafío por las monarquías europeas, que vieron en este suceso una grave amenaza a su propia supervivencia. Esta situación provocó que en 1793 Francia declarara la guerra a sus enemigos para defender y expandir las ideas de la Revolución y, en poco tiempo, ya ocupaba toda Bélgica. Daban comienzo así las llamadas guerras revolucionarias francesas.
 
          La primera coalición antirrevolucionaria estuvo conformada por Prusia, España, Holanda y Gran Bretaña y, en respuesta a ésta, los franceses crearon un formidable ejército que, ya en 1795, había vencido a este grupo de aliados en todos los frentes. Por ejemplo, Prusia se vio obligada a firmar la paz y Holanda acabó transformándose en la República de Batavia, una región bajo control galo.
 
          En el caso concreto de España, vemos como en ese año (1795) sufrió la ocupación francesa de San Sebastián, Bilbao, Vitoria y Tolosa, tras la cual se vio obligada a firmar la Paz de Basilea con el objeto de recuperar estos territorios peninsulares, a cambio de entregar parte de la isla de Santo Domingo. Poco después, en 1796, cerró el tratado de San Ildefonso, una alianza que la subordinaba a los intereses galos y que finalmente la llevó a declarar la guerra a Gran Bretaña, todavía enfrentada a Francia.
 
          Durante todo el año 1797 los ataques británicos a las posesiones e intereses españoles fueron continuos: Jervis destrozó a los españoles en la batalla del Cabo de San Vicente, aunque poco después fue rechazado de Cádiz por Mazarredo; se produjo la toma de la isla de Trinidad; se sufrieron amenazas en el Río de la Plata; hubo un desembarco en Puerto Rico y, por lo que a nuestra historia toca, Nelson sufrió una estrepitosa derrota en Santa Cruz de Tenerife.
 
          En 1797, esta ciudad era la única plaza fuerte de Canarias y su población, tranquila y de aspecto agradable, no llegaba a los 8.000 habitantes, que se aglutinaban en torno al castillo de San Cristóbal, la iglesia de Ntra. Sra. de la Concepción y los desembarcaderos, el más importante de los cuales, el muelle, estaba construido en piedra basáltica. También destacaban como referentes urbanos, la iglesia del Pilar y varias ermitas, dos hospitales –uno civil y otro militar-, dos conventos -uno de franciscanos y otro de dominicos-, y dos paseos públicos: la Alameda, que estaba junto a la playa del muelle, y la plaza principal, que se extendía tras el castillo y estaba adornada con una cruz, un monumento a la virgen de Candelaria y una pila, que daba nombre a este espacio.
 
         Las casas de la creciente burguesía mercantil solían ser de dos plantas y contrastaban con la sencillez de las más humildes. El conjunto de 800 a 900 viviendas que conformaba Santa Cruz, estaba organizado en calles bien trazadas, pero de defectuoso pavimento. Destacaban por su rectitud e importancia la del Castillo, que partía de la fortaleza que le daba nombre y suponía el comienzo del ascenso en dirección a la vecina localidad de La Laguna, y la de San Francisco, que corría por la costa en dirección norte, sirviendo de observatorio sobre el Océano.
 
         Abrigada de los vientos por las montañas de Anaga que se levantan a su espalda, en 1797 la población contaba con una gran cantidad de comercios abiertos, que da idea de la vitalidad que tenía su bahía, receptora por entonces de la mayor parte del tráfico comercial del Archipiélago. Además de esto, en la ciudad radicaban las oficinas Reales de la Aduana y la sede del comandante general de las Islas, que a la sazón era don Antonio Gutiérrez de Otero.
 
          La defensa del territorio estaba encomendada a las Milicias provinciales, integradas por soldados del país, no profesionales. Hacia 1771, el coronel Macía Dávalo, inspector enviado al efecto, hizo una reforma en profundidad de dichas milicias, dividiendo la infantería tinerfeña en cinco regimientos; y la artillería en tres compañías. El Batallón de Infantería de Canarias, creado en 1792, estaba compuesto por 247 soldados profesionales, que aparte de defender las Islas, tenían la misión de preparar e instruir a los milicianos que se le agregasen. Los hombres de este Batallón, serían los únicos con alguna experiencia bélica de los 1.669 con los que contó Gutiérrez durante la defensa de Tenerife.
 
          En cuanto al material bélico estaba anticuado y no se encontraba en las debidas condiciones de uso. Además, en las fechas del ataque sólo había armas para unos 500 hombres y el resto apenas contaba con garrotes, picas o rozaderas.
 
          En 1797 la plaza tenía 89 piezas de artillería repartidas a lo largo de una nutrida línea de fortificaciones defensivas, presidida por los castillos de San Juan, al sur; San Cristóbal, al centro de la población; y el de Paso Alto, un poco más al norte.
 
          Como es sabido en febrero de 1797 los británicos vencieron a la flota española cerca del cabo de San Vicente, pero no pudieron dar un golpe definitivo contra la Armada hispana, dada la desigualdad de las fuerzas.
 
          Nuevas órdenes del Almirantazgo exigieron someter y bloquear el puerto de Cádiz, donde gran parte de la maltratada escuadra española había buscado refugio. El Primer Lord del Mar -First Sea Lord- pensó que la facilidad de la victoria sobre José de Córdoba y Ramos le garantizaría que un ataque contra este puerto sería completamente exitoso. Lo ocurrido le demostró lo contrario.
 
          Los buques de Jervis sitiaron el objetivo, pero fueron rechazados por una resistencia inesperada del bando local. El vicealmirante Mazarredo, organizó una flotilla de pequeños barcos de guerra que, transformados en ágiles yates, jugaron con clara ventaja en las aguas poco profundas del puerto gaditano, pues maniobraban con mucha facilidad en la oscuridad de la noche, golpeando con impunidad en las partes más vulnerables de los grandes navíos ingleses. Luego, las baterías costeras y los buques españoles anclados en el puerto abrieron fuego, lo que condujo a los atacantes a retrasarse, perdiendo el control del bloqueo.
 
(Continuará)
 
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