Vivencias de un tinerfeño en Inglaterra (XXXV)

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Retazos de su libro Bye, bye. Vivencias de un tinerfeño en Inglaterra (1974-2004) publicado en 2006). 
 
 
 
EN KEW GARDEN (LONDRES) SE RESPIRAN AROMAS DE NUESTROS DRAGOS, PALMERAS, BUGANVILLAS Y BREZOS
 
 
          Hace muchos años, en la Prensa chicharrera, se publicó un artículo que nos llamó la atención. El autor, que había “descubierto” un bellísimo museo tinerfeño en la localidad de Kew, intentaba destacar -y lo lograba- ese puesto que la Isla tenía en aquel rincón británico, fruto de uno de esos tantos viajeros que a lo largo de los siglos nos habían visitado, siempre arrastrando con ellos su libro de notas, su pincel o su cámara fotográfica. Aquel rincón estaba -y está ubicado- en el interior del famosísimo Royal Botanic Gardens, en la localidad de Kew, en la periferia de Londres. El autor de aquel artículo era el profesor -hoy catedrático- José Luís García Pérez*, que a través de aquellas columnas nos invitaba a conocer la interesante trayectoria de Marianne North (1830-1890), que perteneció a ese grupo de mujeres victorianas que habían elegido Canarias como lugar de trabajo e investigación.
 
          Y ahora, nosotros, “in situ”, en Kew Gardens, en el mes de julio de 2002, comprobábamos, con no disimulado entusiasmo, con una peculiar satisfacción, el “descubrimiento” de nuestro entrañable amigo José Luís, vivencias que luego plasmó en un tomo de gran amenidad, Tenerife, en un rincón londinense. Y con un poco de imaginación, y ante aquellos increíbles óleos, casi pudimos oler la fragancia de nuestros brezos y de nuestros pinos, amén del goce visual que suponía estar entre tanta flora familiar, cercana, próxima, ante tantos dragos, palmeras, buganvillas, cipreses, mirtos, aloes, tajinastes…Y todo eso, insistimos, en una bella localidad de Londres, en Kew Garden, por obra y gracia de Marianne North, una adinerada pasajera británica del siglo XIX, sin apenas preocupaciones políticas que, con sus pinceles, realizó en Tenerife una magna y curiosa obra, a pesar del corto período de tiempo que nos visitó: invierno y parte de la primavera de 1875.
 
          Esta viajera, intrépida y relevante, no realizaba sus periplos por placer, sino para trabajar, arrastrando sus caballetes por todo el mundo. Por todo el universo, en efecto, ya que en sus sesenta años de existencia recorrió los cinco continentes, donde buscó siempre la soledad, situación que acrecentaba su inspiración, sin rozar siquiera la incomunicación, pues como el resto de sus compatriotas mostraron afabilidad y ese “déjame entrar” con el pueblo canario.
 
          Allá, en Kew Garden, concretamente en el interior del pabellón denominado “The Marianne North Galery”, rodeado de césped y arboleda, se encontraban colgados casi novecientos óleos de pequeño formato. Y, de éstos, exactamente veintiséis eran cuadros exclusivos de Tenerife. El óleo que más nos llamó la atención, por sus detalles y minuciosidad, puro hiperrealismo, fue el número 514, titulado: “Vista del Puerto de la Orotava en Tenerife, desde el sitio del Pardo”, donde una palmera, en primer plano, nos explicaba la perfección que esgrimía esta consumada artista de paleta que, incluso, tuvo la santa paciencia de enmarcar toda su producción con doscientos cuarenta y seis tipos diferentes de maderas, adquiridas en sus constantes viajes.
 
          Aquí, en Tenerife, Marianne North encontró belleza y hospitalidad; quedó embelesada de la vestimenta canaria: sus sombreros característicos, la blanca manta canaria anudada al cuello, sus pañuelos en la cabeza o la mantilla femenina. Según nos indica García Pérez, “Marianne se enamoró de la Rambla de Castro, en Los Realejos, donde pintó y apreció su flora, porque fue precisamente el conjunto de las plantas lo que, en realidad, siempre persiguió la artista, cuyo objetivo difuminaba el paisaje”, como ahora pudimos comprobar, de cerca, en sus cuadros de Kew Garden. Así nos lo dio a entender, en la introducción del libro Tenerife, en un rincón londinense, el catedrático Wolfredo Wildpret que cataloga la obra de esta artista británica como “un tesoro británico”, donde el comentario que Marianne hizo de sus cuadros “aún mantienen el frescor y el rigor de unas observaciones absolutamente válidas”. Y también hace resaltar, con cierta amargura, el admirado amigo e ínclito ecologista, “los paisajes silvestres con imágenes de plantas que adornan jardines bellísimos muchos de ellos desgraciadamente desaparecidos…”
 
          Marianne North, que dejó la indeleble huella de Tenerife en Kew Garden, fue una mujer de alto nivel social y cultural, de carácter imperioso y autocrítica. Pero supo hacer muy buenas amistades en Tenerife, donde todos la conocían como “La dama de las flores”. Ella supo halagar los oídos isleños: “Nunca olí rosas tan fragantes como éstas…”. Fue una de aquellas mujeres que recalaron en Canarias, trotamundos, cargadas de ilusiones y ataviadas pintorescamente, si tenemos en cuenta aquellos “bloomers” (largos pantalones bombachos que asomaban por debajo de la falda) que venía luciendo. Fue una pionera de adquirir independencia, preludio de los grandes movimientos por la emancipación femenina y la lucha por el sufragio.
 
          “Nunca recibió clases de pintura. Fue una autodidacta nata. Pintaba rápido. Sólo, de pequeña, practicó la acuarela”, como nos explicó la gentil guía del citado pabellón, donde figura el busto marmóreo de la artista, obra de Conrad Dressler. Créannos, cuando nos alejábamos de aquellos veintiséis óleos tinerfeños, aún seguíamos percibiendo el aroma de los brezos, pinos, palmeras, buganvillas, tajinastes…Y estábamos en las afueras de Londres.
 
 
* José Luis García Pérez es uno de los fundadores de nuestra Tertulia Amigos del 25 de Julio
 
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EL  CHISTE  MÁS DIVERTIDO  DEL  MUNDO  SALIÓ DE  HATFIELD
 
 
          Resulta hasta irónico pensar que de una localidad británica, como Hatfield, que podría presumir de muchas cosas, menos de alegría, haya salido recientemente “el chiste más divertido del mundo”, según un experimento realizado por el psicólogo inglés Richard Wiseman, de la Universidad de Hertfordshire, que está ubicada precisamente en la localidad antes reseñada y de la que luego aportaremos algunos perfiles. 
 
          En efecto, el psicólogo Wiseman impulsó, a principios del siglo XXI, un experimento por Internet que, según noticias fidedignas, atrajo a millones de personas de todo el mundo, que aportaron chascarrillos propios y opinaron sobre los existentes. Y del experimento en cuestión, surgió el chiste más divertido del mundo “porque funciona en muchos países”. Es éste:
 
               “Dos cazadores se encuentran en el bosque cuando uno de ellos se desploma. Parece que no respira y tiene los ojos vidriosos. El otro coge su teléfono móvil y llama al servicio de emergencia. ¡Mi amigo está muerto! ¿Qué puedo hacer?, pregunta, histérico. La operadora contesta: Cálmese, yo le ayudo. Lo primero es asegurarse de que su colega está realmente muerto. Sigue un silencio y después se oye un tiro. De nuevo al teléfono, el cazador dice: Vale, ¿y ahora qué?”
 
          Durante los últimos años, y por determinadas circunstancias, hemos permanecido, en épocas estivales, en esta luminosa y arbórea localidad periférica de Londres que es Hatfield, ahora, por lo visto, también universalmente chistosa. Y nosotros, después de tantos años, sin enterarnos. Y es que sus habitantes, hasta la fecha, han sido mucho más proclives a ver los “soap opera” (léase “culebrones” televisivos), a hablar del tiempo y evitar, a toda costa, y en todo momento, una simple invitación de “cup of tea”, que a contar un chiste…Por eso ahora ustedes comprenderán nuestro estupor ante esta aparición inesperada del dicho u ocurrencia aguda y graciosa en este Hatfield que, entre otras cosas, es una “ciudad dormitorio” de la gran urbe, es decir, de Londres.
 
          Los veinticinco mil habitantes de Hatfield conviven en una especie de descomunal urbanización horizontal donde parece vedada la verticalidad y el colmenalismo.
 
          Aquí, en Hatfield, el repartidor de la leche deja, aún, las botellas en las puertas de las casas sin que nadie se las lleve. Y en su “Town Centre” (Zona Comercial) puede encontrarse de todo, desde un clip hasta el “Lloyd Bank” y desde una “Pizza Hut” hasta un “Bed and Breakfast”. Este rincón, incrustado en plena campiña británica, se ufana de haber sido residencia real y fue inmortalizada por Charles Dickens en un pasaje de Oliver Twist. Y, desde hace algunos años, Hatfield está más orgullosa que nunca porque en ella han convertido el antiguo y popular Politécnico en la moderna y pujante Universidad de Hertfordshire, que toma el nombre del condado. Y esta Universidad, amplia, descontaminada y rodeada de estas alfombras de un césped “que se puede pisar”, patentiza su perenne gratitud al personaje que dio renombre universal a Hatfield, el ingeniero y aviador Geoffrey de Havilland. Porque hay que añadir que en Hatfield, durante la Segunda Guerra Mundial, se desarrolló la industria aeronáutica más importante del Reino Unido, donde De Havilland y su equipo realizaron una excepcional contribución a esta actividad que, por la época, se convirtió en bélica. Por ejemplo, de allí, de Hatfield, salió el denominado “Mosquito”, un bombardero que, según los técnicos, “fue más rápido que cualquier otro avión de combate”.
 
          Ahora, en vez de aviones con panzas proclives a la destrucción, Hatfield se distingue por su paz y por su tranquilidad. Allí, hasta los perros, han aprendido a no ladrar. Oiga, es que no se oye ni un ladrido, ni por el día ni por la noche; después de las seis de la tarde, sus rincones se muestran desérticos; es muy difícil ver a los niños jugando en las calles y el silencio, en determinadas zonas, hasta sobrecoge. Puede que de aquí en adelante y dentro de esta habitual quietud, se rompa ésta, desde cualquier hogar, con una sonora carcajada tras oír el chiste de Hatfield, es decir, el de los cazadores. Tiempo al tiempo.
 
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