Mi recuerdo y despedida a Juan Arencibia

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en el Diario de Avisos el 13 de marzo de 2020).
 
 
          Vamos a situarnos en el verano de 1961. Estamos en el acuartelamiento de Los Rodeos. Hemos superado, a Dios gracias, la subida por la soga, el salto de altura y las medidas antropométricas. Hemos superado, estoicamente, aquellas vacunas, aquellas denominadas "banderillas": que eran, primero, la antivariólica y, después, la antitífica. En aquel amplísimo y gélido -a pesar del calendario- Patio de Armas, éramos Caballeros Aspirantes a Oficiales de Complemento, léase simples "chusqueros".
 
          En aquella posición de firmes, embutidos en el clásico "mono", calzando alpargatas y luciendo aquel gorro de inquietante borlita roja. En aquella posición, decíamos, portando trinchas, mosquetón y bayoneta calada; con el tórax bien expandido, la mirada fija; los pies atornillados al suelo y con un puño planchando el consabido "mono de instrucción", así, de aquella guisa, conocimos, entre cimbreantes y generosos pinos y eucaliptus, al teniente Juan Arencibia, que recientemente, y a sus 88 años, nos ha dejado para siempre. 
 
          Y le conocimos con sus dos manos en la espalda, como si estuvieran cosidas en su región lumbar. Le conocimos con vibrante tono de voz. Con auténtica voz de mando. Erguido, imponiendo una sana autoridad castrense. Era, en realidad, un personaje singular.
 
          "Es un hueso", me susurró , al oído, el compañero que tenía a mi lado, otro “fenicio”, como yo. Nos llamaban “fenicios” a los que estábamos estudiando en la escuela Superior de Comercio y, a los de Derecho, “romanos”.
Así, en efecto, conocimos a Juan Arencibia al que, por ser artillero, luego le íbamos a tener un poco distante por nuestra pertenencia a Infantería.
 
          Pero en aquellos períodos campamentales en la popular I.P.S., Juan Arencibia, junto al comandante Pérez Andréu y otros oficiales de postín como, por ejemplo, José Manuel Giménez García, Francisco Santos Miñón, Eduardo Pintado o Alfredo Muñíz, iban a constituir para todos nosotros un sólido bloque de paradigma militar. Allí, de una forma muy especial, empezamos a calibrar, en su justa medida, aquellos valores morales que respondían por la autoridad, la obediencia, el sacrificio, la lealtead y el honor.
 
          Aquel familiar binomio, Pérez Andréu- Juan Arencibia, nos impregnó de palabras llenas de contenido; de vocablos que, para todos nosotros, tenían un profundo mensaje de ilusión, de esperanza y de compañerismo, entre aquellas enérgicas sesiones de derecha, izquierda, media vuelta y descanso. Huéspedes temporales en aquellos alargados barracones del Campamento de Los Rodeos, inmersos en la topografía, en el tiro y en la táctica, el ejemplo de aquellos militares siempre nos ha acompañado.
 
          Y nos han acompañado con aquel lema: En la paz, ciudadanos; y en la guerra, soldados.
 
          Por eso, para quien suscribe, representó un honor muy sui géneris cuando en el estío del año 2003, Juan José Arencibia de Torres nos invitara para que presentáramos su último libro, Pinceladas canarias, teniendo como marco el Real Casino de Tenerife, escenario que era, para ambos, tan familiar como íntimo.
 
          Tras su jubilación -¡qué paradoja!- el autor del citado tomo, que íbamos  a presentar, se había convertido en un personaje muy activo en el mundo de la investigación humanística e histórica, un excepcional divulgador que buscaba, con modélico tesón, el detalle y el rigor. Por todo ello no es de extrañar que a raíz de concebir, fundar y dirigir el Museo Militar de Canarias; de fomentar la revista Hespérides y de aliviar tímpanos castrenses a través del programa radiofónico "La hora del soldado", de Radio Nacional de España, Juan Arencibia, paradigma de la firmeza y de la persuasión, haciéndole un guiño irónico a la mentada jubilación, empezó a mostrarnos su fecunda prosa. 
 
          Una prosa que había materializado en una veintena de volúmenes, así como en una serie de artículos que, insertos en Diario de Avisos venían proporcionándonos una lección de enjundia, concisión y sinopsis, bajo el emblemático rótulo de "Paisaje Canario". Igualmente, Juan Arencibia venía protagonizando, desde hacía algún tiempo, el papel de infatigable y desinteresado conferenciante en diversos centros académicos de la Isla. 
 
          Desde hacía un par de años, y a través del Canal 7 del Atlántico, que dirigía Paco Padrón, “Cuatro Jinetes de la Sensibilidad y del Rigor Histórico” nos venían ofreciendo extraordinarias lecciones de conocimientos y de amor a la tierra. Aquellos Cuatro Jinetes….. eran: Pedro Doblado, Luis Cola, Matías Delgado y Juan Arencibia.
 
          Aquel carismático cuarteto representaba la antítesis de aquel pensamiento unamuniano que, textualmente, dice lo siguiente: "Es detestable esa avaricia espiritual que tienen los que, sabiendo algo, no procuran la transmisión de esos conocimientos".
 
          Y Doblado, Cola, Matías y Arencibia representaban esta antítesis, decíamos, porque habitualmente nos concitaban, a través de la pequeña pantalla, para hacernos llegar sus más recientes averiguaciones; para descubrirnos, poco a poco, semana tras semana, los rincones más entrañables e históricos de nuestra iconoclasta y esquilmada Santa Cruz.
 
          Ellos, insistimos, nos habían convertido en teletónicos, en asiduos, en amantes de ese medio donde el espacio "Tenerife Siglo XX", no sólo venía cumpliendo, con creces, el ansiado y difícil binomio de informar y formar, sino que tenía el don de atraer y captar a una numerosísima audiencia.
 
          Por ese acentuado amor hacia todo lo nuestro, el Ayuntamiento  de Santa Cruz le nombró “Hijo Adoptivo”, en base a su intrépida lucha, con gran expresividad, en ensalzar y conservar los valores de toda índole de nuestra Ciudad que, le hace persona digna de lucir tan relevante honor. 
 
          Por esta serie de circunstancias y en esta amarga despedida del inolvidable coronel de múltiples y enriquecedoras facetas; y  entrañable y distinguido amigo al que siempre le agradó más la etiqueta de divulgador que la de historiador; por todo ello, decíamos nos resultaba imprescindible resaltar los aludidos  detalles y recuerdos de un personaje, que junto a su inseparable Marimé, su Marimé del alma, blasonó su laboriosa y exquisita existencia con autoridad, lealtad, honor y dignidad; lemas que jamás olvidaremos.
 
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