La angustia de la incertidumbre (Relatos del ayer -37)

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en la Revista NT de Bínter en su número de julio de 2019)
 
 
          Pilar, aun una chiquilla de 15 años, trabajaba en casa de la familia Ossuna, de las más principales de La Laguna; su madre era cocinera en la casa y su abuela también lo había sido, para los padres y abuelos de don Manuel Ossuna, que era médico del Cabildo, hombre amable de gran reputación. Aquella calurosa madrugada del 25 de julio de 1797 nadie dormía en la ciudad del Adelantado. Pilar tampoco, ni su madre, ni la señora de la casa. El padre de Pilar, cochero de don Manuel, se hallaba con su señor en Santa Cruz.
 
          Desde la temprana madrugada se pudo escuchar con nitidez el sonido lejano de los cañonazos de la artillería de los castillos y fortines santacruceros. Un mensajero trajo noticias del nuevo ataque de los ingleses, que ya habían logrado desembarcar el pasado sábado 22 por la playa del Bufadero, y que frenados en su avance por los del Batallón de Infantería de Canarias y las milicias campesinas, tuvieron que reembarcar en los botes y volver a los navíos, derrotados en aquel primer combate. En la cocina, la madre de Pilar preparaba té para la señora, que en el salón, con algunas vecinas, aguardaba angustiada nuevas noticias de la batalla que se estaba librando en Santa Cruz. No era menos la angustia que padecía Pilar, pues Fermín, su amado novio, aun un crío de 17 años, pertenecía al Regimiento de Milicias de La Laguna, ahora en lucha contra el invasor. 
 
          Luego de horas de cesar los cañonazos, ya amaneciendo, se pudo oír de nuevo el fragor del fuego artillero. ¿Habrían logrado los ingleses desembarcar en Santa Cruz y tomar el castillo de San Cristóbal, donde tenía su sede la Capitanía General de Canarias? ¿Habría sucumbido el anciano general Gutiérrez? La angustia de la incertidumbre se hacía insoportable.
 
          Pilar no pudo más y salió corriendo hacia la cercana plaza del Adelantado, donde se congregaban los laguneros, pendientes de las noticias que de Santa Cruz traían los mensajeros. En torno a un arriero la multitud se arremolinaba, el hombre, a lomos de su mula, gritaba entusiasmado la victoria de las fuerzas españolas contra el enemigo: "¡Los ingleses se han rendido!". El júbilo se hizo con el ánimo de todos. Pilar se abrazó a otra muchacha, dando saltos, bailando y riendo. Por las calles de la ciudad corrió la noticia, de boca en boca de los vecinos. Entre tanta algarabía, de pronto, Pilar sintió una punzada en el pecho. ¿Estaría sano y salvo Fermín, o habría caído herido… o muerto? El aire parecía no entrarle en los pulmones. 
 
          El día se le hizo eterno a Pilar, entre idas y vueltas, de la plaza del Adelantado a la casa. Atardecía ya, cuando del camino que llegaba de Santa Cruz se oyó un clamor: ¡Regresaba el Regimiento de Milicias! 
 
          Padres y madres, esposas e hijos, familiares, amigos, vecinos y autoridades de la capital de Canarias, todos entusiasmados, estallaron en vítores emocionados, recibiendo a los héroes. Entonces Pilar vio a Fermín, justo un instante antes de que él la descubriera entre el gentío. De súbito se hizo el silencio en aquella atmósfera vibrante, cuando fundidos en un abrazo, palpitaban juntos aquellos jóvenes corazones.
 
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