Santa Cruz - Una batalla perdida

 
A cargo de Ray Alvis, Teniente Coronel de Infantería (R) del Real Ejército Británico, Historiador de la Nelson Society. (Palabras pronunciadas en el acto de recepción a la Tertulia Amigos del 25 de Julio en el Naval Club de Londres, el 14 de mayo de 2019). Traducción de Emilio Abad.
 
 
          Sr. Presidente, damas y caballeros, Buenas tardes. Han hecho ustedes un gran esfuerzo para llegar hasta Inglaterra y resulta que yo voy a hablarles sobre Tenerife, más en concreto, sobre la Batalla de Santa Cruz. Porque mientras aquí, en el Reino Unido, se habla a menudo de las gloriosas victorias de Nelson, la aplastante derrota que sufrió en Santa Cruz tiende a ignorarse, al contrario de lo que sucede en la isla de Tenerife, donde, como ustedes bien conocen, no solo es recordada, sino celebrada anualmente. Nelson no tan solo perdió la Batalla de Santa Cruz de Tenerife, sino que para “añadir insulto a la herida” ¡encima perdió uno de sus brazos! ¿Cómo pudo ser que el más famoso táctico de toda la historia de la Real Armada británica sufriera tal revés en una operación anfibia que parecía destinada al éxito? 
 
          Hace unos pocos años, encontrándome de vacaciones en Tenerife, decidí, con la aprobación de mi sufrida esposa, dedicar algún tiempo a investigar sobre este combate que Nelson parecía haber convertido en un desastre. Como oficial de Infantería me había adiestrado junto a la Real Armada en el desarrollo de operaciones anfibias y por tanto pensé que podría encontrarme en mejor situación que otros para descubrir las razones por la que se produjo este sorprendente bache en una carrera por lo demás brillante.
 
          Pero vamos a empezar por el principio y echemos una ojeada a lo que Nelson trataba de conseguir en Santa Cruz, porque aunque algunos de ustedes tengan formación militar, probablemente para la mayoría no será así; de modo que es necesario dejar claro lo que son las operaciones anfibias y resaltar algunos de sus principios básicos. Principios que podría añadir que no han cambiado desde los tiempos de Nelson.  
 
          Retrocedamos al verano de 1797. El almirante Jervis, el comandante en jefe británico en el Mediterráneo, estaba empezando a sentirse frustrado ante la imposibilidad de infligir un serio daño a la flota española que tenía  bloqueada en Cádiz. A pesar de los esfuerzos de su subordinado Nelson, los españoles no parecían dispuestos a salir a mar abierta y presentar batalla. Jervis comenzó a pensar que si no podía ocasionar un daño importante en Cádiz, quizás la respuesta estribaba en hacerlo en otro lado. Nelson ya había sugerido un ataque contra Santa Cruz, la capital y principal puerto de Tenerife. El objetivo consistiría en apoderarse de algunos barcos españoles cargados de riquezas que se encontraban en el puerto. Era bien conocido que se refugiaban allí tras cruzar el Atlántico desde Sudamérica. Desde luego, la idea de conseguir un buen botín económico, a la vez que descargar un golpe contra España, le parecía atractiva, por lo que dio a Nelson la orden de:
 
“entrar en posesión de la ciudad de Santa Cruz mediante un repentino y fuerte ataque” 
 
          La fuerza naval puesta a disposición de de Nelson para la tarea era importante: cuatro navíos de línea, tres fragatas, un cúter y una bombarda. Su estudio previo sobre la forma de cumplir la misión le indicó que necesitaría una fuerza de al menos 4.000 soldados, pero el Jefe del Ejército en Gibraltar rehusó entregar ninguna de sus unidades, de modo que Nelson pudo reunir tan solo una fuerza de desembarco de menos de 1.000 marineros e infantes de marina.
 
          La definición más simple de una operación anfibia puede ser la siguiente: “un ataque lanzado desde el mar por fuerzas navales y terrestres embarcadas y que culmina con el desembarco en una costa hostil”. El éxito de las operaciones de este tipo se fundamenta en una acción contundente, en la decepción y la sorpresa; y una vez lanzado el ataque es fundamental mantener un impulso constante.
 
          En la fase de planeamiento de una operación anfibia, el ingrediente vital es lo que en términos militares se denomina “inteligencia”, que consiste en recoger y procesar cualquier información relevante. Incluye el estudio de la geografía, la hidrografía, el clima y la población local de la zona del objetivo, antes de  prestar atención a la fuerza enemiga en sí. De ésta es necesario conocer su entidad, tipo de fuerzas (si son unidades regulares o de las milicias: de infantería, artillería, etc), su armamento, su despliegue y la situación de las obras defensivas.
 
          Por desgracia, Nelson solo tenía una idea imperfecta de las defensas de Santa Cruz. Confiaba totalmente en la información suministrada por dos jóvenes oficiales de su flota que habían estado en la ciudad hacía algunos años. De hecho, Santa Cruz contaba con una guarnición de 400 hombres de tropas regulares, algunos artilleros y milicianos que no llegaban a los 1.700 efectivos, pero Nelson ni estaba seguro de que esas cifras fueran reales..
 
          En mi propia visita, pude ver que la línea de costa a ambos lados de la ciudad se enfrentaba a  escarpados acantilados, lo que hacía difícil la localización de lugares de desembarco, aspecto que Nelson debía conocer. Y también sabría que, al ser Tenerife una enorme roca volcánica que se levanta del mar, la profundidad del agua enseguida es muy grande, por lo que es muy difícil encontrar lugares donde fondear. Conocía que el duro terreno hacia el Sur y la falta de lugares donde desembarcar hacían el ataque desde esa dirección imposible. Un asalto debería llevarse a cabo bien desde el frente de la ciudad, o bien por el Nordeste, donde, naturalmente, las defensas eran más fuertes. Las 6 millas de frente marítimo de la ciudad contaban con muchas fortificaciones, con un total de 84 cañones.  
 
          La más impresionante era la Fortaleza de San Cristóbal, que dominaba el centro del despliegue y donde el general Antonio Gutiérrez, un muy experimentado general español, endurecido por la guerra, tenia su Cuartel General. Aunque ya contabas 68 años de edad, era fuerte y eficaz y había hecho mucho por mejorar las defensas isleñas. Desde luego, no iba a ser un rival fácil.
 
          Nelson sabía que ante la escasez de tropas su arma más importante tenía que ser la sorpresa. Su plan consistía en un desembarco de casi 900 hombres bajo el mando de su segundo, el capitán Troubridge, por el NE de la ciudad, tomar el Castillo de Paso Alto, apuntar sus cañones hacia la ciudad, entrar con su escuadrón en el puerto y obligar a la rendición.
 
          Lo esencial de la primera parte del plan eran la rapidez y la contundencia. A cubierto de la oscuridad, la fuerza de desembarco ocupó las lanchas en las primeras horas del 22 de julio. En la zona predominan las ráfagas de viento y las fuertes corrientes marinas, y ambos factores estuvieron en contra de Troubridge aquella noche. El amanecer contempló a la fuerza aún en el mar, luchando contra la corriente, con los hombres, antes de ni siquiera haber desembarcado, agotados por el duro remar. Y lo peor es que habían sido descubiertos por los centinelas españoles, y el fuego de cañón alertó a la guarnición de la ciudad, proporcionando a Gutiérrez el tiempo suficiente para que sus tropas ocuparan las posiciones de combate.
 
          Con el fuego de cañón levantando columnas de agua a su alrededor, Troubridge tuvo que reconocer que el efecto sorpresa había desaparecido, y suspendió el ataque. Los cansados marineros viraron en redondo y se dirigieron a a sus barcos. En este caso podría parecer que la costumbre de Nelson de permitir a sus capitanes que actuaran por iniciativa propia había fallado.  Sin embargo, Troubridge estaba deseoso de intentarlo otra vez y pensó que si desembarcaban más al Este, fuera del alcance de los cañones de Paso Alto, aún podría tomar el fuerte. Nelson estuvo de acuerdo con el plan de su protegido y le dio una nueva oportunidad.
 
          A las 10 de la mañana, sin contar ya con la ventaja de la sorpresa, las unidades se pusieron en acción otra vez, a plena luz del día y con el sol calentando más según pasaban las horas. Bajo un calor abrasador, la fuerza desembarcó sin oposición y empezó a trepar la empinada ladera que se levantaba entre ellos y su objetivo, Paso Alto. Pero, al alcanzar la cumbre, descubrieron con horror que un profundo barranco impedía su avance, Y, todavía peor, la vertiente opuesta estaba ya ocupada por una importante fuerza de defensores bien armados, listos para derribar a quien intentase cruzar el barranco. Los británicos no contaban con fuego de apoyo próximo. La situación era desesperada y, de nuevo, Troubridge ordenó a sus desalentados hombres que volvieron a las lanchas. Cuando conocí  el terreno y el barranco, estuve de acuerdo con la decisión tomada por Troubridge en aquel momento. Sobre las 10 de la noche, los hombres estaban de vuelta a bordo de sus barcos, una vez más totalmente exhaustos y sin ninguna recompensa a sus esfuerzos.
 
          Fue al día siguiente cuando Nelson cometió su mayor error. Sabía que el factor que inclina la balanza de cualquier operación anfibia, la sorpresa, estaba perdido, por lo que las defensas de Santa Cruz se encontrarían en aquel momento completamente preparadas y guarnecidas; pero, así y todo, planeó un  nuevo ataque. Lo que quizás hace parecer más sorprendente su decisión es que él ya se había encontrado antes en una situación no muy diferente, cuando siendo un joven capitán en las Indias Occidentales, dirigía un ataque para apoderarse de las Islas Turcas.  Cuando estaba ya en tierra con insuficientes fuerzas y frente a un potente enemigo situado en posiciones bien preparadas, hizo lo más sensato: se retiró. Naturalmente, la diferencia estriba en que entonces era un moderno y desconocido capitán, y ahora era un héroe nacional.
 
         A los ojos de Nelson, el ataque había sido rechazado, pero no había sido derrotado. Tan solo había perdido un puñado de hombres. Estos hechos crearon un dilema. Por lo que a Nelson se refería, volver al almirante Jervis con las manos vacías no era una opción admisible. Por desgracia, los capitanes de Nelson, en vez de intentar hacer entrar en razón a su comandante, apoyaron la idea de que habría que llevar a cabo otra intentona sobre la ciudad.
 
          Apoyado en la errónea información sobre la debilidad de los defensores de Santa Cruz proporcionada por un alemán que había desertado de la ciudad, el ataque seguiría adelante, esta vez dirigido por el propio Nelson. El plan consistía en lanzar una acción de distracción contra Paso Alto y luego dirigir un asalto frontal hacia la población.
 
         Si se hubiese contado con el factor sorpresa y la defensa no hubiese estado preparada, el plan hubiese sido viable.  Pero ninguna de esas condiciones existía, y sin una potencia de fuego abrumadora ni el adecuado número de hombres, el ataque, como sabemos, se convirtió en otro miserable fracaso. El propio Nelson fue gravemente herido mientras intentaba desembarcar bajo un intenso fuego y ya no pudo tomar parte en el combate. Los que pusieron pie en tierra fueron finalmente rodeados y se rindieron a los españoles. El capitán Troubridge, que se encontraba totalmente aislado y en una situación completamente desesperada, tuvo la osadía de pedir a Gutiérrez que se rindiera o reduciría a cenizas la ciudad incendiándola. Gutiérrez debió sorprenderse, pero tras no hacer caso de la vacía amenaza de Troubridge, aceptó los términos de la capitulación; permitió generosamente que la fuerza británica se retirase con sus armas y no tan solo les proporcionó alimentos y agua, sino también barcas para que pudieran regresar a sus buques. Si Gutiérrez no hubiese sido tan generoso, Nelson, además de fracasar en su intento de tomar Santa Cruz, podría haber perdido una parte importante de sus hombres, confinados en las cárceles españolas. Si hubiese sucedido así, es casi seguro que su carrera hubiera tomado, a partir de este punto, un rumbo negativo muy diferente. De modo, que, por la ironías del destino, quizás su gran victoria en la Batalla de Trafalgar habría sido la consecuencia de la cortesía de un general español.
 
          De lo expuesto quedan claras las causas por las que Nelson perdió la batalla de Santa Cruz. Desde el principio, no tuvo suficientes tropas, que además no eran del tipo adecuado a la operación. Mientras sus marineros no tenían iguales en su valentía y eficacia en el combate cuerpo a cuerpo, especialmente entre barcos en el mar, por el contrario, en tierra, donde se requieren aquellas  capacidades tácticas de maniobra y fuego que son el “pan nuestro de cada día” para los infantes, los marineros pueden perder con rapidez la cohesión. Además, Nelson nunca tuvo la detallada información que necesitaba sobre el terreno, las corrientes marinas o las fuerzas enemigas. Y al final, para el último ataque, confiar en la información proporcionada por una única y no fiable fuente fue un error fatal.  Si se hubiese quedado más allá de la línea del horizonte y enviado partidas de reconocimiento al amparo de la oscuridad, podría haber evitado el desastre. Por si fuera poco, tampoco se puede negar que su segundo, el capitán Troubridge, le ayudó a fracasar al abortar el primer asalto. Si Troubridge hubiese continuado presionando antes de que las unidades regulares españolas hubiesen estado totalmente organizadas y las de las milicias movilizadas, a lo mejor hubiese conseguido su objetivo. Quizás nunca fue más verdad el viejo proverbio que reza: “El que duda, pierde”
 
          Y, para terminar, naturalmente fue el orgullo de Nelson lo que condujo al fracaso en Santa Cruz. A pesar de la abrumadora evidencia de que un posterior ataque no tendría ninguna posibilidad de éxito, pensó que no hacer nada supondría una vergüenza para él y, por tanto, involucró a sus marineros e infantes de marina, en lo que incluso él mismo denominó “una vana esperanza”
 
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