La crónica de un viejo gomero (Relatos del ayer - 33)

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en la Revista NT de Bínter en su número de marzo de 2019).
 
 
 
          Abrí el vetusto libro a la mitad, lo acerqué a la cara y aspiré, cerrando los ojos. Aromas evocadores de otros tiempos. Pasaba las hojas, leyendo algún que otro párrafo, cuando, entre ellas, encontré una cuartilla amarillenta. En tinta negra, alguien con pulso firme había escrito lo que resultó ser un breve relato.
 
          “Aquella mañana de mediados de marzo del año de Nuestro Señor de 1740 fue, sépalo vuestra merced, la más extraordinaria de mi vida.  Habíamos visto desde la costa de nuestro pueblo de Hermigua, mi hermano Manuel y un servidor, Benedicto me bautizaron, a la balandra, procedente de La Palma, huir de la corbeta corsaria de pabellón británico. El barco inglés, de más velamen, alcanzaba al nuestro. A mi hermano y a mí se nos iba a salir el corazón por la boca, de tanto nervio que sentíamos ante el escenario que se tornaba trágico por momentos, sufriendo la impotencia de no poder socorrer a nuestros paisanos. Cuando, inesperademente, la balandra viró hacia la costa, buscando refugio en la playa del Azúcar. Dos cañonazos soltaron los ingleses, que más que hundir pretendían robar la carga del indefenso barquito isleño. Entonces, la balandra, descontrolada, se estrelló contra unas rocas, quedando a merced de la canalla corsaria. 
 
           Corrimos los dos todo lo que muestra juventud nos permitía, calculando un buen rato en alcanzar aquel lugar de la costa. Observamos las dos chalupas que echaron al agua los enemigos, con una veintena de hombres armados, sin duda para hacerse con el botín. Y cual fue nuestra sorpresa y regocijo, cuando vimos que hasta el lugar donde había quedado encallada la balandra también se llegaban un buen puñado de milicianos armados de mosquetes, y hombres y mujeres del pueblo empuñando garrotes y aperos, justo cuando los piratas a punto estaban de abordar nuestro barco. Debió ser mayúscula la sorpresa de aquellos malasangres, cuando sobre ellos cayó una rociada de plomo de mosquete y callaos por doquier. No éramos menos de entre cuarenta y cincuenta gomeros los allí congregados, los más, como mi hermano y yo, a pedradas contra la chusma corsaria. Cinco de ellos se fueron muertos al agua, y tres prisioneros hicimos, antes de que las chalupas huyeran del lugar de la batalla, como alma que lleva el diablo, a paladas desaforadas de sus remeros.
 
           En la misma playa, todos jubilosos por la victoria, nos abrazamos entre nosotros y con los seis tripulantes de la Margarita, que así se llamaba la balandra. Resultó que, en efecto, procedente de Santa Cruz de La Palma, se dirigía la Margarita hacía el puerto de Las Palmas, con un buen cargamento de dulces y postres, que tan ricos hacen en la Isla Bonita. 
 
          Aún hoy, anciano que soy, me sigo preguntando qué demonios creyeron hallar aquellos piratas malparidos en aquel barquito palmero".
 
          Eso mismo me pregunto yo, cada vez que releo la crónica de nuestro antepasado, que guardo como un tesoro.
 
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