Recordando a Cantinflas

 
Por Antonio Salgado Pérez  (Publicado en El Día el 26 de enero de 2018).
 
Cantinflas Custom
A la izquierda, Cantinflas, en su viaje a Venezuela, junto al fotógrafo tinerfeño Trino Garriga
 
 
          Hace algún tiempo, El Día, con plausible iniciativa, nos ofreció, durante algunas semanas, y a través del cómodo DVD , el tesoro de las películas más emblemáticas de Cantinflas; no podemos olvidarnos, entre otros detalles, de aquellas largas colas que partiendo del Teatro-Cine Baudet, “cine de estreno”, casi llegaban a la plaza de La Paz, con el recelo de aquellas otras salas cinematográficas de sus aledaños, Cinema Victoria, Cine La Paz y el propio Cine Price.
 
          (Permitan este paréntesis. El Teatro-Cine Baudet se inauguró en el año 1944 con la  película germana “La ciudad soñada”, que estaba protagonizada, entre otros, por la actriz Kristina Söderbaum, proclamada como mejor intérprete en el Festival de Berlin de 1942.  La fachada del citado recinto capitalino, de estilo racionalista, es original del arquitecto José Enrique Marrero Regalado, al que se le debe la construcción del cine de mayor capacidad de espectadores -dos mil- en Santa Cruz. Esta sala  funcionó como cine hasta 1985).
 
           Siguiendo con Cantinflas no podemos olvidarnos del profundo arraigo que tuvo para todos los que le íbamos a ver. ¡De qué forma nos hacía reír! Y eso que entre la algarabía del público y su forma de expresarse, nadie, absolutamente nadie, sabía lo que estaba diciendo. Cuando, en la pantalla, en los simples títulos de crédito, aparecía su dibujo, su silueta, su caricatura, el público ya empezaba a desternillarse en las abarrotadas butacas de la acogedora y céntrica sala ubicada en la avenida del General Mola. 
 
          Muchas veces íbamos a ver sus películas “otra vez” para intentar retener algunos de sus “diálogos”, aquellos juegos de palabras tan particulares.
 
          Cuando a sus ochenta y dos años nos dejó para siempre en la primavera de 1993, supimos, con la ayuda de determinados científicos, porqué, en sus películas, los cerebros de sus admiradores comenzaban a producir betaendorfinas, esas sustancias internas que no sólo proporcionaban euforia y bienestar, sino efectos tranquilizadores y analgésicos Y también comprobamos los efectos de aquella reflexión que siempre nos acompaña: “si a veces se encuentra usted con alguien que ya no sabe sonreír, sea generoso, déle la suya, ya que nadie tiene tanta necesidad de una sonrisa como aquel que no puede darle una sonrisa a los otros”.
 
          Quienes intentábamos cultivar el humor como excelente terapia para combatir muchas coyunturas, reflejamos en su momento, y ahora, nuestro profundo agradecimiento a este actor de teatro ambulante, boxeador, torero, bailarín, genial cómico que, muy a menudo, soñaba, como el inolvidable Carpanta de nuestros “colorines” de bachillerato, con aquel inalcanzable pollo de la posguerra…
 
          Aquel insustituible “pelao”, aquel desheredado de la fortuna, pobre diablo, chaparrete y desastrado, de vocabulario confuso e insólito, que ataba sus harapientos pantalones con un cordón por debajo de la cintura, no los devolvió, otrora,  El Día, a través del cómodo DVD., desplazando al rancio celuloide de sus recordados filmes, casi siempre llevado de la mano de un carismático director al que nunca deberíamos marginar, Miguel M. Delgado, que jamás fue nominado para alcanzar galardones cimeros pero al que tenemos, igualmente, que tributar el reconocimiento de saber conducir con maestría los pasos de un actor que, en buena parte, dependió de aquel idioma compuesto de frases ininteligibles, embarulladas, revueltas, que nos arrancaban la risa en aquella lejana década de las postrimerías de los 50 del pasado siglo.
 
          Con su buen humor, con aquel sentido rítmico en sus movimientos y ademanes; con su melancolía y tristeza; con aquel bigotito que parecía sombrear la comisura de sus labios; con aquel cimbreante andar; con aquella mirada de rendija con que “hipnotizaba” a sus sorprendidos contertulios, Cantinflas nos ayudó a todos a superar los problemas cotidianos y a mejorar nuestra salud, embutido en sus pantalones holgados, caídos, con una soga como cinto, inserto en su raída camiseta, sobre la que descansaba una escuálida “gabardina”.
 
          En efecto, Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes, se nos marchó para siempre en la señalada primavera de 1993, pero Mario Moreno “Cantinflas” jamás desaparecerá, como tampoco han  desaparecido, por ejemplo, ni los Hermanos Marx, ni Charlot, aquel incomparable personaje que, por cierto, le brindó a Cantinflas el piropo más valioso de su existencia artística.
 
          En la ya señalada y atinada promoción de este rotativo, se nos devolvió a Cantinflas y, ahora, en nuestros hogares seguiremos viéndole hacer de mosquetero, de Romeo, aviador, supersabio, diputado, fotógrafo, ascensorista, cura, doctor y bombero, entre otras múltiples facetas.
 
          Allá y aquí, donde se encuentre, seguirá bailando para todos nosotros el bolero de Ravel con Raquel, nadie le podrá despojar del platónico amor que siempre sintió por Carmen Sevilla. Y muchísimos “pelaítos mexicanos”, por su inquebrantable filantropía, seguirán mostrándole su infinita gratitud, por los hospitales, viviendas y colegios que les donó. E, igualmente, seguirá figurando en el Diccionario de la Real Academia Española con este quinteto: con el verbo “cantinflear”; con las palabras “cantinflas” y “cantinfladas” y con estos dos adjetivos: “cantinflesco” y “acantinflado”.
 
- - - - - - - - - - - - - - - - -