Luna de miel en Tenerife de Sir Richard Burton e Isabel Arundell

 
Por José Manuel Ledesma Alonso  (Publicado en La Opinión el 16 de septiembre de 2018). 
 
 
Santa Cruz Custom
 
Santa Cruz de Tenerife
 
         
          Richard Burton nació en Torquay, condado de Devon, Sur de Inglaterra,  en 1821. Estudió en las escuelas de Brighton y Richmond e ingresó en el Trinity College de Oxford. 
 
          Viajero, explorador, escritor, diplomático, científico, agente secreto y capitán del Bengal Army, llegó a hablar 25 lenguas y 40 dialectos en la madurez de su vida. 
 
          Aunque Burton es más conocido por haber descubierto las fuentes del río Nilo, su vida está marcada por sus constantes aventuras, ya que fue el primer occidental que pisó la Meca, disfrazado de musulmán afgano, y entró en la ciudad islámica de Harar, donde creían que si un europeo ponía los pies en ella era la señal del final de su cultura. En una segunda expedición a tierras somalíes, una lanza le traspasó la mandíbula, dejándole una cicatriz en la cara que le acompañaría toda la vida. 
 
          Estuvo por primera vez en Santa Cruz de Tenerife en 1861, a bordo del vapor Blackland, cuando iba a  tomar posesión del consulado de Fernando Poo. 
 
          Regresó en marzo de 1863, en el vapor Senegal, para disfrutar, durante un mes, de la luna de miel con su esposa Isabel Arundell, una bella joven católica de la alta sociedad inglesa.  Volvería de nuevo, en 1865, para recorrer a caballo, durante dos semanas, todos los pueblos de la isla y ascender de nuevo al Teide.
 
          Isabel Arundell nació en Londres en 1831, en el seno de una familia de la aristocracia católica, rica y respetada. La boda de una lady de la alta sociedad británica, con un aventurero protestante de reputación dudosa, provocó gran desconcierto en su familia, de tal modo que el cardenal Nicholas Wiseman le hizo prometer a Burton que se casarían por el rito católico, que sus hijos serían educados en el seno de la Iglesia, y que Isabel podría continuar practicando su religión.
 
          Lady Burton escribió muchos libros relacionados con los viajes de su esposo, aunque éste no se los dejó publicar por considerar que no eran suficiente buenos.
 
          En marzo de 1863 llegó al puerto de Santa Cruz de Tenerife a bordo del vapor Senegal, en compañía de su esposo, con el fin de disfrutar de la luna de miel que hasta entonces no habían podido realizar, pues se habían casado el 22 de enero de 1861. Durante el mes que permanecieron en la Isla, Isabel acompañó a su esposo Richard en todas las excursiones que realizaron.
 
          A la muerte de su cónyuge (1890), sumida en una profunda tristeza y soledad, se encerró en su residencia consular de Trieste para ordenar los manuscritos de su compañero, quemando la mayoría de ellos.
 
          Ambos están enterrados en un mausoleo -con forma de tienda de beduinos- en el patio de la iglesia de Santa María Magdalena, en Mortlake, un barrio de Londres.   
 
Richard Burton Custom
 
Sir Richard Burton
 
Mis viajes a las Canarias (Richard Burton)
 
          A las 7 de la mañana del día 10 de enero de 1865, tras pasar rápidamente por el nudillo de Anaga de la pata de cordero que es la isla de Tenerife, anclamos en la Bahía de Santa Cruz, embarcamos en un bote y nos apresuramos a bajar a tierra. 
 
          La compañía African Stean Ship (ASS)  -Barcos de Vapor Africanos- solía permanecer tres días en cada lugar, lo que le da tiempo al viajero para conocer la Isla.
 
          El contraste entre la verdura de la isla de la Madera y la desalentadora desnudez del nordeste de Tenerife fue brusco; más brusca aún fue la situación del estancamiento de la primera, comparada con los signos de progreso evidente por doquier de la segunda. España, bajo la influencia de las leyes anticlericales y con un toque de republicanismo, ha despertado de su sueño eterno, y podemos constatar los efectos de su recuperación incluso en estas colonias.
 
          Santa Cruz es una ciudad triangular, cuya hipotenusa da al mar en la cara este; su fallo principal es haber sido trazada a una escala demasiado pequeña. Desde el muelle observé que se había dado un considerable aumento de edificios, en especial en la calle de La Marina, donde estaban las oficinas relacionadas con el puerto franco.  
 
          El viejo castillo de San Cristóbal aún obstruye el embarcadero; pero incluso los menos sentimentales no podrían esperar la demolición por parte de los vasallos de un edificio tan histórico: es el emplazamiento de la primera torre de Alonso Fernández de Lugo, cuyo desembarco el tres de mayo de 1494 le dio el nombre cristiano de “Santa Cruz” a la guanche Añaza. 
 
          Mientras tanto, la Rambla de Ravenet de 1861, anteriormente un jardín polvoriento demasiado soleado y monótono como el viejo Florián en Malta, tiene ahora bancos para enamorados, unas buenas matas de sicomoros y tamarindos, una estatua, una fuente y alguna familia con aspecto gitano. Por un lateral pasa un tranvía que transporta grandes bloques de cemento para la prolongación del muelle. En el interior del pueblo se ve también un palacio nuevo, un hospital nuevo, y un sinfín de mejoras.
 
           Desembarcar en Santa Cruz, veinte años después, me produjo una inmensa tristeza, pues se habían muerto todos mis amigos; la señora Nugent, llamada “El Almirante”, y su amable hija, están enterradas en el cementerio inglés; el hospitalario cónsul Sr. Grattan también se había desvanecido de la tierra de los vivos. El cónsul francés Monsieur Berthelot, que publicó gracias al difunto Sr. Webb, se fue como tantos en 1880. Uno de los hermanos Richardson había muerto; el otro, venido a menos, era un empleado, y la Fonda Inglesa se había convertido en el Consulado Británico. El nuevo hotel, gestionado por el Señor Camacho y su esposa inglesa, parecía bastante cómodo pero carecía de todos aquellos recuerdos que hacen de la vieja hostería familiar una especie de hogar. No obstante, en contrapartida, conocí al cónsul Sr. Dundas, mi sucesor en el puerto de Santos, de donde tan pocos han escapado con vida, y a su esposa, hija de un amigo anglo-brasileño.
 
Isabel Arundell Custom
Isabel Arundell, Lady Burton
 
 
El romance de Lady Burton (Isabel Arundell)
 
          Cuando vimos Santa Cruz desde el barco, sus montañas expuestas al viento con el cielo azul de fondo, formaban masas irregulares de rocas, desoladas, salvajes e imaginativas. El cielo y el mar eran perfectos, mucho mejor que en Madeira, pues todo da la sensación de exuberante.
 
          Al fondo de la ciudad, en un grupo de montañas en las que había una pequeña nube con forma de pan de azúcar se encontraba el Pico de Tenerife. La ciudad se encuentra muy cerca del mar, es llana y bañada por un color blanco. Los cañones amenazan desde la orilla. Los  únicos edificios altos eran sus dos iglesias. 
 
          Cuando llegamos al pequeño muelle en nuestro barquito a remos, una docena de chicos cogieron nuestros bultos y después de un pequeño paseo llegamos al hotel Inglés, un lugar cómico, viejo y destartalado, con un interior curioso, recuerdo de la grandeza y el estilo español-morisco, mejor para dibujar que para dormir y comer. 
 
          Había un gran patio, una amplia escalera de roble y grandes balcones alrededor del patio interior de la casa, con entradas a todas las habitaciones. Unas enormes enredaderas verdes cubrían el tejado y los balcones, y caían hacia el patio, dándole un aspecto antiguo y romántico, como una vieja ruina. Rita, una campesina agradable, ni joven ni bonita, vestida de mantilla blanca, con bombín de felpa negra, vino para servirme. La comida era igual de antigua que el hotel, e igual que los sirvientes. 
 
          Richard quería pasar unos días aquí, pero le sugerí que como existía una epidemia de fiebre amarilla, y la cama podía estar infestada, deberíamos buscar un lugar más seguro y conocer Santa Cruz a nuestro regreso. Habíamos llegado en mal momento, pues la enfermedad introducida por la fragata Nivaria, el 31 de agosto, había producido 540 defunciones de los 10.930 habitantes del la ciudad.
 
          Tan fuerte era el pánico que cuando una persona empezaba a sentirse mal se traía un ataúd y, en el momento de entrar en coma, la víctima se colocaba en su féretro. Al enterrarlo se ponía una pequeña cantidad de tierra encima por si el paciente recuperaba la conciencia pues se dio el caso de que una mujer volvió a su hogar vestida con su mortaja, y la hija que estaba sentada en la mesa de la cocina, aún lamentando la muerte de su madre, al verla cayó desmayada. Curiosamente la madre viviría muchos años, e incluso tuvo más niños; sin embargo, la hija jamás se recuperó del trauma y perdió la cabeza.
 
          Un conocido nuestro que contrajo la fiebre a las nueve de la mañana; dos horas después, cuando fuimos a preguntar como se encontraba, ya estaba el funeral en la calle.  
 
          Por todo ello pedimos un carruaje inmediatamente, y nos fuimos a La Laguna, un bonito pueblo situado a mil quinientos pies, muy por encima de donde se encontraba la fiebre. Para salir de la ciudad se utiliza una buena y serpentina carretera que discurre por una montaña, dejando a la izquierda un regimiento de molinos puestos en fila, que esperaban la llegada de don Quijote. 
 
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