Colecciones en museos de ciencias naturales: herramientas esenciales para la resolución de problemas actuales

 
Por Fátima Hernández Martín  (Publicado en el número 45 de Vieraea, pp. 409-422, presentado el 11 de octubre de 2017).
 
 
Colecciones en museos de ciencias naturales: herramientas esenciales para resolución de problemas actuales
 
RESUMEN: Los modernos museos de ciencias naturales juegan un papel fundamental en relación con la crisis de biodiversidad, programas de educación, así como en la gestión cultural y liderazgo. Sus importantes colecciones no solo documentan dicha biodiversidad, sino que proporcionan referencias para entender los cambios que han ocurrido a través del tiempo en el Planeta (Hromada et al. 2015). Estas colecciones almacenan especímenes, algunos incluso pertenecientes a especies aún ignotas o mal determinadas (Kress, 2014). Muchos expertos coinciden (Suárez & Tsutsui, 2004), en que estas piezas no se utilizan al 100% de su capacidad, teniendo en cuenta su implicación respecto a resolución de problemas que acucian a la Humanidad. Según Bradley et al. (2014), aunque represente un elevado coste presupuestario, los resultados que se obtienen proporcionan ayuda para solventar problemas inherentes al siglo XXI, algunos muy graves y en campos tan convergentes como seguridad pública, sanidad, cambio climático, prevención de catástrofes, cultivos agrícolas, enfermedades locales o pandemias. Especímenes que, desde la mitad del siglo XX, son considerados elementos de información, fundamentales bibliotecas de ciencia y, en la actualidad además, herramientas (recursos) para encontrar solución a los enigmas mentados que tanto preocupan. 
 
Palabras claves: museos, colecciones, taxonomía, problemas medioambientales.
 
ABSTRACT: Modern museums of natural science in the twenty century play an important role related to the biodiversity crisis, education programs and cultural management also. Their collections are documented biodiversity and give us the tools for to known the changes occurs during the past through the time (Hromada et al. 2015). The collections (may be) are keeping specimens, some them related to nonata (unknown) species or mistaked named. All experts are talking about the scarcy use of these collections, howewer they have the tools for the solution of problems affecting all people. According Bradley et al. (2014), the budget for this, the cost, is very expensive, but the collections are resolving our questions about security, local health, natural disasters, agriculture or diseases... The specimens since middle twenty century are considered science library and we help us to find the solution to several problems before mentioned that are affecting.
 
Key words: museums, collections, taxonomy, environmental problems.
 
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SOBRE CUÁNTOS Y QUIÉNES
 
          De acuerdo con Mora et al. (2011) en su publicación How Many Species Are There on Earth and in the Ocean?, la diversidad biológica es uno de los aspectos más sorprendentes de nuestro planeta y conocer cuántas especies habitan la Tierra, una de las cuestiones fundamentales, que no solo preocupa sino que aún debe resolverse en ciencia. De hecho, la respuesta a la pregunta resulta extraordinariamente enigmática y sería muy posible que también fuese lo que intrigase a cualquier visitante del espacio exterior que llegase a nuestro mundo (May, 1998, 2010 & 2011) y se encontrase con la necesidad de cuantificar la vida existente. Por ello, Mora et al. (op. cit.) siguen considerando la taxonomía como la herramienta más eficaz para realizar dicha estimación, evidentemente en los últimos tiempos con el apoyo de técnicas moleculares. Y es que, recordemos, desde hace unos doscientos cincuenta años, gracias a dicha disciplina, alrededor de 1.900.000 especies han sido descritas, la gran mayoría en el medio terrestre. Respecto medio marino tan solo 243.000 (es decir un 16%) (Costello & Chaudhary, 2017). No obstante, un elevado porcentaje de especies son ignotas, hallándose pendientes de determinar, según Costello et al. (2013), entre 3 y 5 millones; Mora et al. (op cit) dan cifras de un millón y medio y Chapman (2009) unos once millones, es decir, cifras variables según las fuentes consultadas. 
 
          Precisamente, en relación a especies marinas, Appeltans et al. (2012) concluyen que únicamente entre uno y dos tercios de dichas especies son conocidas por la ciencia, registro que, no obstante, se ha incrementado notoriamente a partir de 1955 (Costello et al., 2013  a y b; Pimm et al., 2014), debido a un mayor esfuerzo de identificación, aplicación de nuevas tecnologías, exploración de hábitats ignotos en especial abismos oceánicos donde se siguen hallando especies de extrañas morfologías y curiosas fisiologías (Copley et al., 2016); proyectos de compilación de datos (Censo de Vida Marina por ejemplo) o el uso de técnicas moleculares avanzadas, entre otros muchos factores. Aún así,  Mora et al. (op. cit.) establecen que, después de cientos de años de clasificación taxonómica sin solución de continuidad, aunque con periodos de mayor esfuerzo, solo una pequeña fracción de especies terrestres (14%) y oceánicas (9%), conocidas, registradas oficialmente en publicaciones, ha sido incluida en bases de datos, es decir, son accesibles, aunque se hacen notables esfuerzos por ampliarlas (Costello et al., 2013a y b), en tiempo y forma adecuados (Geman & Geman, 2016) para ir con rigor extremo y evitar errores (Garnett & Christidis, 2017; Wheeler et al., 2004; Wheeler et al., 2012 and Hill et al., 2012), creando un legado de conocimiento para los futuros habitantes del Planeta (Robertson et al., 2014; Pyle, 2016).
 
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PAPEL DE LOS MUSEOS DE CIENCIAS NATURALES
 
          Ante estas estimaciones, seguimos defendiendo el valor fundamental que representan las colecciones de los museos de Ciencias Naturales, como bien expresan Krishtalka & Humphrey (2000) en su publicación Can Natural History Museums Capture the Future? En ella, los autores establecen los principales retos para el siglo XXI de estos centros aglutinadores de conocimiento, es decir, su relación con la crisis de biodiversidad, complemento a la educación de niños y jóvenes (Cook et al., 2014), programas públicos y gestión cultural y liderazgo. Conquista de futuro que se está empezando a notar  en algunas de las principales instituciones, por lo que se debe continuar -debemos continuar- combinando antiguos datos con la información existente derivada de nuevos productos que se desarrollan. Además, los museos del siglo XXI juegan un papel decisivo, en relación a las colecciones biológicas, documentando biodiversidad, proporcionando -en definitiva- puntos de referencia para entender los cambios que han ocurrido en ella a través del tiempo (Hromada et al. 2015). Y es que no hay que olvidar que las tasas actuales de desaparición de especies son tan altas (2 E/MSY, 2 extinciones por 10.000 especies de vertebrados/100 años) que nos pueden estar indicando que una sexta extinción en masa (donde se pierde el 75% de especies) estaría en sus inicios, argumento que defienden algunos autores (Barnosky et al., 2011; Lips, 2011; Dirzo et al., 2014; Ceballos et al., 2015, Régnier et al., 2015), materializándose hacia el año 2.200 (Monastersky, 2014).Algunos de ellos insisten en la necesidad de establecer medidas conservacionistas urgentes (Vignieri & Fahrenkamp-Uppenbrink, 2017). Se trata, evidentemente, de observaciones de cambios muy rápidos en los ecosistemas, que están incidiendo en la biota mundial y causando la disminución de la riqueza, abundancia y distribución de todo tipo de especies, en especial las más vulnerables (Hart et al., 2014; Hromada et al., 2015). De hecho, Kress (2014) pone como ejemplo el acusado descenso –ya constatado- en el número de aves (biomasa) presente en unos 25 países europeos (20% menos en relación a los datos del año 1980), así como el 50% de pérdida global de individuos de todos los grupos animales desde 1970. De ahí que interese la consulta periódica del LPI (living planet index) indicador que muestra el estado actual de los ecosistemas, basado en las tendencias poblacionales de vertebrados terrestres, dulceacuícolas y marinos (18.000 poblaciones de unos 3.600 mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios de todo mundo), y cuyo valor orienta al Convenio de Diversidad Biológica (CDB) sobre cómo progresa su objetivo de frenar la pérdida de biodiversidad en el periodo 2011-2020. Citemos como ejemplo que el 60% de los primates (componentes esenciales de biodiversidad tropical) se halla en peligro de extinción y un 75 % han visto mermadas sus poblaciones (Estrada et al., 2017). Señalemos, además, que es de interés estudiar la vinculación entre especies nativas y foráneas, según nos indican en un reciente trabajo Dyer et al. (2017). Así como los datos que aportan Pimm et al. (2014) en relación a especies, ratios de extinción, distribución y protección. Recientemente, Ceballos et al. (2017), usando una muestra de 27.600 especies de vertebrados terrestres con análisis detallado de 177 especies de mamíferos, observan una alto grado de pérdida incluso en aquellas de “low concern”.
 
          Ello nos lleva a valorar aún más el papel que desempeñan los museos de ciencias naturales, en concreto, sus colecciones, consideradas…”ventanas al pasado, información del presente y ayuda para predecir el futuro” (Kress, 2014), y que almacenan alrededor de tres billones de especímenes, algunos pertenecientes a especies aún ignotas o mal determinadas (Kress, op.cit.; Smith & Blagoderov, 2012; Otero-Ferrer et al., 2017). 
 
          Y aunque, tiempo atrás, la historia natural se desarrolló en la época de exploración y descubrimiento y, en esos primeros momentos, el papel de los especímenes fue de suma importancia, decisivo para teorías de visionarios como Darwin y Wallace, esa etapa aún no ha concluido, diríase no ha hecho sino empezar. Recordemos que no se ha clasificado la mayoría de especies que existen, incluso para muchas de ellas no se han establecido exactamente funciones y valor potencial (Wilson 2003). Pensemos que solo el Museo de Ciencias Naturales de Tenerife (Museo de la Naturaleza y El Hombre) alberga (con las correspondientes fluctuaciones de actualización relacionadas con las fechas de este documento) un total de 398.608 registros en las colecciones (correspondientes a varias disciplinas).
 
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          Claro que siempre hay voces reticentes respecto a la recolección de especímenes para colecciones, como el conocido caso de Minteer et al. (2014) que las vinculan a la merma de especies, proponiendo otras vías de estudio (fotografías, vídeos o toma de muestras no letales). O el de Marshall & Evenhuis (2015) que recientemente han descrito una nueva especie de la familia Bombyliidae, teniendo como base únicamente imágenes fotográficas. Sin embargo, los taxónomos, caso de Kress (2014), opinan que describir una nueva especie sin depositar un holotipo es una mala práctica, si bien con excepciones (Lindenmayer & Scheele, 2017) como ciertos vertebrados, invertebrados pelágicos o especies ubicadas en enclaves de difícil acceso. De hecho, este tema, en los últimos años, se ha convertido en foco de discusión para muchos autores (Dubois & Nemésio, 2007; Minteer et al., 2014; Krell & Wheeler, 2014; Marshall & Evenhuis, 2015; Santos et al. 2016) (ver Cianferoni & Bertolozzi, 2016), así como Chaladze (2017); Ceríaco, Gutiérrez, Dubois et al., 2016; Donegan (2008); Faúndez (2017); Gutiérrez & Pine (2017) y Zhang (2017).
 
          Cierto es que algunos holotipos se han destruido (recuérdense los casos excepcionales durante la II Guerra Mundial, debido a los bombardeos), pero fueron reemplazados por neotipos (artículo 75 del Código Internacional de Nomenclatura Zoológica). Asimismo, Cianferoni & Bartolozzi (2016) consideran (al igual que la mayoría de los investigadores) que designar una nueva especie, basándose únicamente en fotografías acarreará serios y delicados problemas en el futuro. Otros como Amorim et al. (2016) son más tajantes -si cabe- y en su trabajo Timeless Standars for Species Delimitation, de manera muy crítica afirman…” describir una especie en base a fotografías de un ejemplar vivo, no solo limita la observación de caracteres, sino que se pierde información presente en los vouchers, caso de detalles de anatomía interna, por citar solo algunos de los innumerables y poco éticos inconvenientes…”  Ninguna imagen, según Amorim et al. (op. cit.), incluso en 3-D suministra los datos de un espécimen (testigo real) preservado adecuadamente -para la posteridad- en un Museo, y que gracias a esto puede ser consultado, dibujado, diseccionado, comparado y fotografiado, bajo las pautas del museo correspondiente. Las fotografías se deberían usar solo cuando los especímenes no se pudieran preservar, debido a razones técnicas legales o de conservación (Krell, 2016).
 
          Según algunos autores (Pape, 2016) necesitamos usar nuevas tecnologías, pero al tiempo reconocer el valor de los especímenes de museos y la estabilidad nomenclatural como elementos cruciales para la taxonomía. Además la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica ha publicado recientemente (marzo, 2017) la declaración 45- Addition of Recommendations to Article 73 and the term “specimen, preserved” to the Glossary, en orden a clarificar los textos relativos a este asunto en el Código Internacional de Nomenclatura Zoológica (4ª edición, 1999).
 
Según Rocha et al. (2014), el trabajo de Minteer et al. (2014) es una opinión aislada que ha sido rebatida -muy criticada- con claros argumentos por la casi totalidad de los autores.  Y es que hay que enfatizar que los museos e instituciones afines mantienen estrictos, respetuosos y correctos protocolos de actuación, tanto en recolección (captura), como en tratamiento, mantenimiento, estudio y exhibición. Los argumentos de Minteer et al. (op. cit.) no se apoyan en las causas que sí son responsables de la extinción de especies: pérdida y degradación de hábitats, organismos invasores, desastres naturales, acción antrópica especial... Inventarios de biodiversidad que constituyen información básica que puede ser obtenida de colecciones de investigación, cuya consulta ha permitido aclarar asimismo aspectos conflictivos sobre determinación taxonómica (ver Otero-Ferrer op. cit, 2017 respecto a colecciones del género Hippocampus presentes en el Museo de Ciencias Naturales de Tenerife). Conocimiento que, amplio en dimensiones espaciales y temporales, ha facilitado el determinar áreas de protección y desarrollar estudios de impacto ambiental. 
 
          Señalemos, por otro lado, que el dato (variable y susceptible de discusión) sobre porcentaje de descripción anual (6.000 especies/año, Mora et al., 2011; 17.000 especies/año, Fontaine et al., 2012), sigue siendo complejo. Mientras la mayoría de las especies se hallan ampliamente distribuidas (Pimm et al., 2014), haciendo fácil su estudio (su localización),  las nuevas descripciones se realizan -cada vez más- sobre especies que tienen restringidos rangos de distribución, viven en determinados ambientes muy crípticos, en pequeño número y son altamente vulnerables al impacto del hombre (Pimm et al., 2014; Urban, 2015). De hecho, algunas se extinguirán antes de ser descritas, jamás se conocerán (algo dramático, pero cierto) (Crawford et al., 2010). Según Henen (2016) es necesario, por tanto, planificar tipología de muestreo, en especial dirigida a estudiantes o investigadores, antes de que lleven a cabo a cabo sus propios programas de investigación. Trabajo de campo, investigación científica y colecciones de referencia de los Museos que hoy en día, diríase, son más necesarios y están más vigentes que nunca (Grieneisen, Zhan, Potter & Zhang, 2014).
 
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 MUSEOS, GUARDIANES DE LAS COLECCIONES
 
          Kemp (2015), en su trabajo The Endangered Dead, publicado en la revista Nature defiende la importancia no solo de las colecciones –en especial las muy antiguas, aún no estudiadas…” this is the repository of all life that we know has existed…”-, también el papel de los conservadores (curator y/o curador en América) cuyo estudio y cuidado de las mismas es fundamental. De hecho, según Kemp (op. cit.) los conservadores e investigadores de museos han denominado la dificultad de identificar especies: impedimento taxonómico, en especial hablan del “retraso temporal” (lag time), tiempo que transcurre desde que una especie es descubierta (y depositada en museos) hasta que se describe (y por ende se publica en revistas especializadas para la comunidad científica). Este tiempo puede llegar a prolongarse unos veinte años, en ciertos casos de animales (Fontaine et al., 2012 fide Kemp, 2015) o 50 años para plantas (Bebber et al., 2010), mientras especímenes pertenecientes a especies nonatas (olvidadas) languidecen en los almacenes de museos... Este lag time se incrementará –peligrosamente- si los staffs de museos no tienen en cuenta la importancia de ampliar equipos. De hecho, según el autor antes mentado, existen casos de descubrimientos de interesantes especies (no conocidas para la ciencia o nuevas para un territorio concreto) cuyo lag time había sido de más de cien años (por ejemplo en algunos museos americanos) y como bien expresan Pimm et al. (2014) existen unas 70.000 especies –en los museos- esperando ser descritas por expertos (Gardner et al., 2014). Por ello, estudiar e identificar especímenes de antiguas colecciones, algunas donadas por particulares (miles de ejemplares en algunos casos) según Kemp (2015) es fundamental. Según dicho trabajo, “we are in the middle of a biodiversity crisis, and collections-based institutions have a unique role in society to document that biodiversity”. En la mencionada publicación, y en opinión de un alto cargo del American Museum of Natural History, se puntualiza que no debemos olvidar (frente a educación y entretenimiento, también necesarios e importantes) el papel prioritario de los departamentos científicos. 
 
COLECCIONES, CUSTODIOS DE SECRETOS DE VIDA
 
          Los museos según Suárez & Tsutsui (2004) no se utilizan al 100% de su capacidad, teniendo en cuenta el potencial conocimiento que estas instituciones albergan, respecto a resolución de problemas que acucian a la Humanidad, si las colecciones se utilizaran más (=estudiaran más). Argumento que también desarrollan Schilthuizen et al. (2015) o Hill et al. (2012).
 
          Recientemente, dicha utilidad en general ha empezado a ser defendida con vehemencia (DiEuliis et al., 2016). Según Bradley et al. (2014), evidentemente ello implica un coste elevado presupuestario, pero los resultados que se obtienen de las investigaciones proporcionan ayuda para solventar problemas inherentes al siglo XXI, algunos muy graves. Y es que no podemos obviar que las colecciones biológicas, donde se incluyen, además de las clásicas conocidas, material genético, tejidos, otolitos, huevos, pieles, huesos, esqueletos, así como herbarios botánicos, contribuyen, de manera notoria, tanto a la ciencia como a la sociedad, y en campos tan divergentes como seguridad pública,  sanidad local, cambio climático, prevención de catástrofes, cultivos agrícolas, enfermedades puntuales, pandemias…. Pensemos que alrededor del 60% de las muestras de tejido, que se han utilizado para documentar algunos de los problemas ambientales mencionados previamente, se han obtenido de ejemplares custodiados en museos (durante muchos años) (Kress, 2014).
 
          Por ejemplo, colecciones de mosquitos del Bernice Pauahi Bishop Museum  (Honolulu) han evidenciado diez años después de iniciarse investigaciones que su ADN se puede analizar y averiguar qué ocurrió en épocas pasadas, qué sucede ahora y qué podría ocurrir en un futuro con los patógenos que dichos insectos portan (Kemp, 2015). También el estudio de colecciones de fósiles -tanto marinos como terrestres- está poniendo en evidencia aspectos del clima y poblamiento del pasado de las islas Canarias. Colecciones del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife han permitido detectar cambios acontecidos en la biodiversidad de las Islas durante los últimos millones de años. El análisis de los gasterópodos terrestres provenientes de más de 50 yacimientos de las islas orientales revela que durante los últimos 50.000 años se han producido, al menos, cuatro grandes oscilaciones climáticas (Yanes et al., 2011), que han originado la extinción de algunas especies (Castillo et al., 2006). En el caso de los moluscos marinos también se observan cambios en la paleodiversidad de las Islas, como la extinción de numerosas especies de gasterópodos marinos desde el Mioceno superior hasta la actualidad (Martín-González, 2016).   O el reciente trabajo de Mikheyev (2017) sobre insectos extintos y colecciones de museos.
 
          Suárez & Tsutsui (op. cit) afirman que estas importantes contribuciones no son reconocidas (ni siquiera muchas veces conocidas) por el público y/o responsables, lo que conlleva a que se obtenga insuficiente financiación, no solo para conservar, sino que es nuestra obligación que las colecciones estén bien custodiadas y mantenidas. Ello requiere un compromiso para apoyar y formar especialistas, así como mantener instalaciones modernas (infraestructuras). Por otro lado, el beneficio de estas colecciones a la sociedad (salud pública y seguridad; contaminantes, agricultura, pérdida de hábitats, cambio climático…)  debe aprovecharse al máximo mediante la introducción de esta información en bases de datos accesible a todos y en cualquier momento, creándose activas redes de intercambio de datos. Y como muy bien expresa Michel Van-Präet (Profesor Emérito del Museo de Historia Natural de París)…” los cambios que las sociedades deben realizar exigirán un mayor intercambio de la información disponible, una información que los museos guardan en sus colecciones…” Además concluye en uno de sus artículos…”…los museos tienen la enorme responsabilidad social de reinterpretar y potenciar sus colecciones…” (referido a cambios en la percepción de la naturaleza en el mundo actual). 
 
          El código deontológico de las colecciones de Historia Natural ha sido ratificado por la Asamblea General del ICOM hace relativamente poco tiempo -agosto de 2013- (Dorfman, 2013). Según Dorfman, op. cit., publicar los resultados de los análisis relacionados con las colecciones es una responsabilidad ética, especialmente en momentos cruciales en que se está destruyendo a ritmo muy acelerado la vida silvestre. 
 
          Somos conscientes que el papel actual de los museos, en este caso nos referimos solo a los de Ciencias Naturales, está cambiando y, por tanto, el reconocimiento de la importancia del material biológico que albergan. Especímenes incluidos en preparaciones microscópicas, frascos herméticos con líquidos especiales; en papeles –libres de ácidos- de herbarios, cámaras frigoríficas o sometidos a técnicas de naturalización que, desde la mitad del siglo XX, son considerados elementos fundamentales, bibliotecas de ciencia; no solo testigos de vida en la Tierra, sino herramientas (recursos) para encontrar la solución a enigmas que preocupan y…mucho. Y es que, recordemos, también en los museos puede desarrollarse una intrigante novela de misterio, aunque siempre, no se preocupen ustedes, en los museos  de ciencias naturales tendrá un final feliz…
 
 
               “…Modern museums have multiple meanings, objectives and constituencies. But one thing is certain: nowhere is there now a museum where all people can renew their trust in science and in democracy…” (David Hurst Thomas, curator at the American Museum of Natural History, New York City)
 
 
NOTA: Este artículo es la transcripción de la conferencia pronunciada por la autora en el Museo de la Naturaleza y el Hombre de Santa Cruz de Tenerife el 11 de mayo de 2017 dentro del Ciclo Transitus… cómo hemos cambiado  (Detectives de la Naturaleza, VIII edición)
 
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