"El Vacío". Una muestra escultórica de Antonio Díaz

 
Por Sebastián Matías Delgado Campos  (Artículo incluido en el catálogo de la exposición “El Vacío”, de Antonio Díaz. Octubre de 2017)
 
  
          La primera idea que se nos viene a la mente cuando oímos la palabra “vacío” es la de su acepción adjetivada, es decir, aquella que se aplica a un contenedor carente de contenido, y esto es válido para toda clase de sujetos, también para personas.
 
          Pero vacío puede ser también sustantivo, como ejemplifican expresiones tales como: “envasado al vacío”, “se precipitó al vacío”, “sus amistades le hicieron el vacío”, “sintió el vacío en su alma”, etc. Aquí el vacío es un elemento con entidad propia pero, en todos los casos, la idea de vacío está ligada siempre a una situación, estado o sentimiento carencial.
 
          Esto me lleva a preguntarme cuál es la esencia del vacío como sujeto y, pensando en ello, no puedo menos que dejarme arrastrar a una incursión a través de otros entes que encierran en la suya este mismo carácter de carencia. Así, si hablamos con propiedad, el cero no es realmente un número, puesto que no puede ser el resultado de contar o medir una cantidad, el cero es un guarismo con el que representamos la carencia de número; el negro no es propiamente un color porque no refleja ningún segmento de la luz, la absorbe por completo y, por tanto, el negro es la carencia de color; el silencio, tan esencial en la música, no es un sonido, sino la carencia que los separa.
 
          No existe un espacio vacío, porque no tiene sentido hablar de un espacio carencial, porque si no hay algo no existe realmente el espacio, ya que éste es el resultado del estar y del modo de estar del contenido, y si no hay contenido estamos en la nada y de la nada, nada se puede decir. Pero sí cabe en cambio hablar del vacío espacial, del vacío como elemento configurador de espacios.
 
          La escultura, como arte plástico que es, se materializa en cuerpos que tienen una doble lectura: como conformadores del espacio externo y como definidores de su propio espacio. En el primer caso estamos ante lo opuesto al vacío y, en el segundo, nos permite concluir que el vacío es lo que queda cuando la forma desaparece, si bien es necesario decir, en seguida, que no existe el vacío sin que antes sea la forma.
 
          Y esto es así incluso para asuntos que trascienden de lo puramente plástico a lo espiritual. No hace tanto que, ante la muerte de un valioso amigo al que mucho aprecié y sigo apreciando, hube de concluir que la estatura de una persona no se mide por centímetros sino por el vacío que deja cuando desaparece y este vacío produce un dolor que sólo se puede paliar con la memoria, porque nadie muere definitivamente mientras haya alguien que lo recuerde. He aquí cómo se “llena” un vacío de forma inmaterial.
 
Ant-1 Custom
 
Material: Gres.    Dimensiones: 38 x 20 x 43 cm.
 
         
          Y llegado hasta aquí, tras esta modesta disquisición pseudoorteguiana, que el espectador con su benevolencia me sabrá disculpar, me pregunto: ¿qué vacío es el que nos propone Antonio Díaz?, que, al hacerlo preceder del artículo, nos conduce de forma inequívoca al sustantivo, al sujeto con contenido propio.
 
          El escultor nos enfrenta a un conjunto de sólidos de apariencia pétrea cuyo aspecto él mismo manifiesta inspirarse en el de los callados, lo que nos lleva a una primera reflexión: los callados son cantos rodados, no tienen una forma primaria, sino modelada en el transcurso del tiempo por los distintos agentes naturales. De esta manera han venido a ser objetos de una belleza trabajada, como si la naturaleza hubiera querido mostrarnos que la belleza no es casual sino buscada y perseguida de forma incansable que, además, en la infinita variedad de sus resultados resulta inagotable.
 
          Pero en la obra de Antonio Díaz no se trata de piedras naturales. El autor no ha circunscrito su actuación creativa a la mera observación, selección y manipulación de aquellas que nos ofrece el entorno natural, sino en la construcción y consecución de sólidos que las recuerdan con asombrosa fidelidad, pero a una mayor escala con la que pretende, entiendo, que reparemos especialmente en su belleza formal; pero es que, además, en una auténtica exhibición de pericia técnica nos las ofrece en sus múltiples e infinitos matices de textura y de color sabiamente patinadas, con admirables resultados y ello lo mismo cuando las trabaja en bronce que cuando las produce en gres o utiliza el acero corten, cuyas técnicas domina a la perfección.
 
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Material: Gres.    Dimensiones: 9,5 x 8 x 21 cm.
 
         
          Tras este primer encuentro con esta obra así concebida y construida, percibimos después que los sólidos que ofrece a nuestra contemplación son huecos, con lo cual afirma su decidida intención de que no sólo son conformadores del espacio exterior a ellos, que contribuyen a crear y, por tanto, son contenidos de él, sino que a la vez sus formas son contenedoras de su interior, definidoras de un espacio íntimo y pretendidamente vacío.
 
          ¿Vacío?, como adjetivo, no. El autor llega en ocasiones a disponer en su interior diversos elementos con los que, quizá quiere llenar o explicar su búsqueda, su deseo de expresar de algún modo la esencia de esta pretendida carencia interior. Y, para ello, el artista perfora la cáscara que define la forma, mediante incisiones geométricas cual ventanas, que permiten la comunicación entre el exterior y el interior, porque para él ambos son integrantes de un mismo y único vacío espacial. El escultor hace uso sistemático de una forma (¿una cremallera que es a la vez cierre y apertura?) que el concibe como escalera, como si a partir de la contemplación del vacío interior, se pudiera escalar, alcanzar el gran vacío universal exterior y lo hace ensayando diversas localizaciones, orientaciones, definiciones y tamaños, de manera más o menos aislada o sistemática, en una búsqueda que se me antoja dramática, porque no se adivina el hallazgo de una satisfacción definitiva, tanto, que hasta llega a ensayar fórmulas antitéticas: formas pétreas espontáneas, primarias, angulosas, pero siempre huecas, totalmente cerradas, sin posible conjunción entre interior y exterior  que, al contrario de aquéllas que no necesitan soporte en su definición, están dispuestas como islas sobre un plano sólido (plancha de acero corten), que les proporcione una base eficaz, fiable, segura, tanto física como psicológica, como si quisiera indicarnos que el vacío no se sostiene por sí mismo, sino en algo realmente más consistente, un acto intelectual, en una seria y consistente reflexión.
 
          ¿Cuál es la búsqueda?, ¿cuál nuestra disyuntiva?. ¿Es acaso la forma, que ha sido obtenida mediante vaciado, o es el vaciado mismo? ¿Dónde está el reposo?
 
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Materal: Bronce.    Dimensiones: 3 x 3,5 x 7,5 cm.
 
         
          La contemplación detenida de esta muestra de Antonio Díaz no sólo nos permite satisfacer nuestros sentidos con sus aspectos formales y con la exquisita recreación de texturas y matices, como antes se ha dicho, no puede reducirse a ello, sino que nos atrapa en una tan inevitable como necesaria reflexión al interrogarnos ¿qué?, ¿por qué? y ¿por qué así?, ¿qué quiere transmitirnos el autor cuando ha querido llamar a esta muestra ”el vacío” Nunca lo sabremos con certeza, pero la mejor consecuencia de la contemplación de una obra de arte es, sin duda, cómo la interpretamos y qué nos sugiere. a mi me ha llevado a recordar dos ideas que antes se dijeron: “el vacío es lo queda cuando la forma desaparece”  y “ la única manera de dar sentido al vacío es la memoria”, nuestra memoria, el archivo valioso, único e irrepetible de nuestra experiencia.
 
          Quizá el artista quiera decirnos que nuestra existencia se produce inmersa en un inmenso vacío que nos afanamos por llenar para darle sentido, pero que, en realidad, no  somos sino una cáscara que lo pretende en su infinita diversidad, en sus bellezas y contradicciones, aún cuando ello llega a ser sólo un empeño perpetuamente insatisfecho, que es, en definitiva el sino de todo verdadero artista.
 
          Pero, en cualquier caso, ante nosotros está ahora el testimonio, la espléndida obra de Antonio Díaz quien, a través de ella, pretende dialogar con nuestra percepción y nuestro entendimiento. Realmente ella es tan elocuente que se presenta por sí misma y hace innecesaria esta pobre y quizá pretenciosa  presentación. 
 
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