Carta al Teniente General don Antonio Gutiérrez de Otero, vencedor de Nelson

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en La Opinión el 25 de julio de 2017).
 
 
          Estimado y admirado don Antonio, mi general:
 
          Desde hace tiempo vengo pensando en escribiros, mas no me decidía, pues aunque muchas buenas nuevas os haré saber, algunas de las cosas que quiero y debo contaros sé que van a causaros un gran disgusto. No obstante, sabedor de que es V.E. hombre aguerrido, forjado en batallas y peripecias terrenales, y de que asumiréis con resignación el conocimiento de esas feas cuestiones, he decidido hacerlo en este 220º aniversario de la Victoria de Santa Cruz sobre el británico Nelson, el glorioso 25 de Julio de 1797, con que V.E. coronó su tan brillante carrera militar. 
 
          Así es. Hoy, 25 de julio de 2017, conmemoramos aquella Gesta que el pueblo de Santa Cruz, el tinerfeño en su conjunto, logró, comandado por V.E., derrotar al más brillante e idolatrado marino anglosajón, al contralmirante Horatio Nelson, que tan perversas intenciones traía. Entrando en el asunto, recordaréis, don Antonio, que ya por entonces, luego de la celebración de la gran Victoria, tuvo V.E. que soportar algunas críticas de ciertas personalidades locales, que os acusaron de ser benévolo en exceso con el enemigo vencido, al que se debería haber “ofendido”, y no ceder a tan laxa capitulación. No debían conocer aquellos paisanos el sabio dicho que reza «A enemigo que huye, puente de plata»; ni la corajuda determinación de los británicos (a quienes bien conocía V.E., por haberse enfrentado a ellos y derrotado en otras ocasiones), pues bien sabía vuecencia que, de hacer prisioneros a los vencidos, en cuanto Jervis hubiese tenido noticia de la retención en la isla de seiscientos de sus hombres, incluyendo una veintena de oficiales, nos hubiera enviado más buques de guerra y más fuerzas de asalto, esta vez conociendo las mareas contrarias de nuestras aguas y la orografía del terreno, dispuestos a todo lo inimaginable. Por el contrario, mi general, no sólo evitó V.E. tal posibilidad, y el consiguiente derramamiento de sangre, sino que además logró la promesa de Nelson de no volver a atacar ni él ni cualquiera otra expedición británica ninguna de las islas de nuestro Archipiélago. Que sepa V.E. que su tan prudente como sabia maniobra es grandemente reconocida en nuestros tiempos. ¿Cabe acaso más sabiduría que la prudencia del sembrar la semilla que dé el mejor fruto futuro? 
 
          Algún disgustillo debo daros ahora, don Antonio, porque imagino que no os llegó a tiempo referencias de la prensa británica, que quitó importancia a la derrota sufrida por tan potente escuadra en Santa Cruz, argumentando que aquí vinieron poco menos que de excursión de tanteo, a tocarnos un poco las narices a los españoles, sin intención de conquista, más que de conseguir algún botín (pitaras siempre fueron, eso es cierto). Comprenderá Vuecencia que no había otra actitud que esperar de los fulleros ingleses, incapaces de reconocer una derrota. Siempre han modelado la historia a su conveniencia, y para su conocimiento le diré que no han cambiado al respecto en estos tiempos. Lo triste, lo lamentable, lo penoso es que haya paisanos ilustrados que sostengan esa teoría (pues de los ignorantes ni me ocupo), cuando bien demostrado está, conocidas las misivas cruzadas entre Nelson y Jervis, publicadas por algunos estudiosos grandes admiradores de V.E., Luis Cola Benítez, Daniel García Pulido y Pedro Ontoria Oquillas, en su obra Fuentes Documentales del 25 de Julio de 1797. Además, mi general, de tantas otras evidencias de las precisas intenciones de tomar al asalto el Castillo de San Cristóbal, para rendir luego Santa Cruz, avanzar sobre la isla entera y más tarde, por etapas, hacer caer todas las Canarias, a su tiempo. ¿A qué si no se nos vienen dos mil hombres en nueve buques de guerra, al mando de un contralmirante, con armas y pertrechos para asaltar una fortaleza e izar en ella su bandera? ¡Bien que les salió el tiro por la culata a la pérfida canalla! 
 
          Fue aquella, mi general, vuestra última batalla, no así vuestra última victoria. Vuestras últimas victorias fueron prender la tercera cabeza negra de león en el precioso e histórico escudo de nuestra Capital y contribuir decisivamente a que S.M. Carlos IV, en Real Orden de fecha 21 de noviembre de 1797, concediera al pueblo los tan merecidos títulos de Muy Leal, Noble e Invicta Villa, Puerto y Plaza de Santa Cruz de Santiago. Al año y poco de aquella alegría, el 14 de mayo de 1799, abandonó V.E. esta vida mundana, circunstancia que causó gran pesar en los isleños. 
 
          De lo que V.E. no llegó a ver con los ojos de la cara, os hablaré ahora. Sé que os alegrará mucho conocer que hubo grandes celebraciones al cumplirse el primer centenario de la Gesta, y que una multitud llegada de toda la isla se congregó en la Plaza de la Pila, que por entonces se llamaba de La Constitución, y hoy de La Candelaria. Recordaréis V.E. el espléndido monumento a Nuestra Señora la Virgen de la Candelaria, que alguna manita nos echó en aquellas jornadas. Por cierto, mi general, durante la celebración, en la que estuvieron presentes las autoridades civiles y militares, se expusieron al público las dos banderas británicas capturadas al enemigo. Las recordaréis V.E.: una perteneciente a la fragata Emerald, y la otra, enorme, que iba destinada a izarse en el mástil del Castillo de San Cristóbal. Las banderas anduvieron de un lado para otro durante unos años. Hasta una de ellas fue donada al, en esa fechas, incipiente Museo Naval de Madrid, allá por 1850, decisión del alcalde José Libreros, que en esta acción no demostró buen juicio, aunque dicen no lo hizo mal durante su mandato. Por fortuna, ante la queja popular, vino de regreso a Santa Cruz. Durante mucho tiempo las banderas se guardaron en la iglesia de la Concepción, hasta que en 1988 (y aquí le daré otra alegría), al crearse el Museo Militar de Canarias, su fundador, el coronel Juan Arencibia de Torres, logró que ambas se cedieran en depósito a dicho centro, para su exposición, conservación y custodia. Y buena labor, sepa V.E., ha hecho el museo militar, puesto que hasta las mandó a restaurar, que muy deterioradas estaban, y hoy las expone en sendas vitrinas de gruesos vidrios que las protegen. Además de las banderas, son muchos los objetos, maquetas y cuadros referentes a la Gesta los que se exhiben en este magnífico museo en el establecimiento de Almeyda, antaño cuartel de Artillería, a merced de todos los que tengan a bien visitarlo. Por cierto, hasta hace unos años también se expuso en el museo el cañón El Tigre, que os recuerdo fue la pieza apostada en la tronera abierta por iniciativa del teniente Grandi, comandante del bastión de Santo Domingo, cuyo fuego hizo tanto daño al enemigo que por la playa de la Alameda quiso desembarcar la madrugada del 25, y que, para colmo de la desgracia británica, hirió gravemente a Nelson, tanto que su metralla a poco le arranca el brazo diestro, luego amputado en el Theseus. Debo deciros a V.E. que ahora El Tigre no se halla en Almeyda, con tantos otros vestigios de nuestra Gesta, ahora está bajo tierra, junto a los cimientos del Castillo de San Cristóbal (también le hablaré del Castillo), aunque, confiando en el buen juicio de los señores políticos responsables, esperamos muchos que regrese al museo, junto a sus compañeros de batalla, como así se acordó, ciertamente. Imagino, mi general, cuántos recuerdos, a la lectura de esta misiva, os deben estar llegando a la cabeza.
 
          Y en efecto, mi general, debo hablaros ahora del Castillo de San Cristóbal, y no son buenas noticias. Lamentablemente, la fortaleza desde la que V.E. dirigió la defensa de Santa Cruz fue derribada en 1928. No se pensó entonces en la importancia histórica del castillo y de lo que en el futuro (en estos tiempos) se hubiese valorado como monumento excepcional, patrimonio del pueblo chicharrero. ¡Qué pena! 
 
          Y corrieron los años como la pólvora incendiada, mi general. Y he aquí, a mi pesar, otro disgusto que os debo dar, pues pretendo ser sincero en esta misiva que le dirijo, como ya os adelanté al principio. Llegó un momento en que el pueblo llano olvidó la Gesta. Llegó un momento en que ni se hablaba de ella en los aniversarios, apenas algún artículo que otro en la prensa local por parte de unos pocos admiradores del hecho y sus protagonistas. Hasta que (he aquí la buena ventura) un grupo de amantes de la Historia, un puñado de patriotas, decidieron dar un paso al frente y empuñar con firmeza la antorcha del recuerdo y el reconocimiento a los héroes de nuestra Gesta que no merecían, merecíais, perderos en el ingrato olvido. Fue el 9 de noviembre de 1995, cuando se fundó la Tertulia Amigos del 25 de Julio, con el fin de rescatar nuestra Gesta y, aprovechando el 200º aniversario que se celebraría dos años después, encumbrarla a la altura de su importancia. Es de justicia, mi general, que conozca V.E. el nombre de sus fundadores, que fueron (algunos antes mencionados) Luis Cola Benítez, José Luis García Pérez, Daniel García Pulido y Juan Tous Meliá. Tristemente, no están todos con nosotros, y recientemente perdimos a quien fue también Cronista Oficial de Santa Cruz, don Luis Cola, cuyos trabajos tanto aportaron al conocimiento de aquella hazaña. Al poco se unieron a la Tertulia más entusiastas, y sus libros, artículos y conferencias lograron rescatar y dar a conocer a millares de españoles esta Gesta legendaria. Hoy la Tertulia, desde hace años, amplía su objetivo a «La investigación y la difusión de la Historia y la Cultura de Canarias, por medio del debate y del libre intercambio de ideas» (como reza en la presentación de su página web, una cosa muy moderna que no voy a explicaros porque no lo vais a entender). Pero sobre todo sigue empeñada la Tertulia en guardar la memoria y seguir divulgando aquellos hechos de julio de 1797. Os imagino, don Antonio, al leer estas últimas líneas, esbozar una sutil sonrisa.
 
          No quiero despedirme de V.E. sin hablaros de una circunstancia que me pesa sobremanera, y que le disgustará, don Antonio, y mucho, e incluso puede que haya llegado a vuestros oídos, por lo que con más razón debo ocuparme de ello. Digo que quizá os ha llegado el rumor de que en estos tiempos algunos paisanos manifiestan, incluso abiertamente, su lamento por que las huestes de Nelson fueran vencidas, o lo que es lo mismo, el haber preferido la derrota de nuestros compatriotas, aquellos héroes, nuestros soldados, nuestros artilleros, nuestros campesinos de los Regimientos de Milicias de La Laguna, de Garachico, de la Orotava, de Abona y de Güímar, los pescadores chicharreros que vigilaban la bahía, los herreros y carpinteros que acudieron a castillos y baluartes al pie de los cañones, las valientes aguadoras que arriesgaron la vida asistiendo a nuestros defensores en la cumbre de Paso Alto, la providencial agreste de San Andrés que avisó a gritos del inminente desembarco enemigo, los religiosos de iglesias y conventos prestos al auxilio espiritual, las autoridades locales que asumieron arriesgadas responsabilidades, nuestros jefes militares al frente de sus hombres en la noche del combate, nuestros veinticuatro muertos y muchos heridos.  En suma, que aquellos nuestros antepasados héroes de la Patria hubiesen sido derrotados y, en consecuencia, hoy fuera británica y no española esta bendita tierra, en forma de siete islas como siete rosas, avanzada en el Atlántico. Lo sé, mi general, sé que el conocimiento de esta circunstancia os hiere como una puñalada en el corazón, y sé también que la sola insinuación entonces de tan despreciable deseo hubiese sido considerado traición. Una miserable traición. 
 
          No obstante, he de aplacar el sentimiento que ahora, imagino, debe causaros un gran pesar. Porque ha llegado el momento de despedirme de V.E., don Antonio, y he de hacerlo con la buena nueva de lo que importa. Y lo que importa es que conmemoramos estos días el 220º aniversario de la Gesta del 25 de Julio, con grandes celebraciones, con un espléndido concierto de la Banda Sinfónica Municipal que organizó la Tertulia;  con una brillante exposición de ilustraciones referidas a los desembarcos y combates de aquellos días, obra de un entrañable artista, don Víctor Ezquerro,  que se muestra en el Real Casino de Tenerife, siempre al lado de nuestra cultura;  y hasta en el Círculo de Amistad XII de Enero se representará una obra teatral basada en los textos de don Luis Cola, con alguna final pincelada de este humilde servidor. Actos conmemorativos que a V.E. os admiraría tanto como agradaría. Y os sorprendería ver en estos días, por aquellas plazas y calles santacruceras, a soldados del Batallón de Infantería de Canarias y a artilleros y milicianos batirse valientemente con los británicos invasores, como lo hicieron aquellos hombres que comandó V.E. entonces, con tal acierto. Advierto a V.E. que la batalla la interpretan con ardor los recreadores de la Asociación Cultural Gesta del 25 de Julio, cuyos mosquetes no hacen fuego real, sino de atrezo, de tan vigoroso tronar. ¡Gracias a Dios, no llega la sangre al río! Lo que sí imagino que llegará hasta allá arriba, don Antonio, son los aplausos del pueblo, los vítores de los chicharreros al ver a los nuestros de azules y blancas casacas, enarbolando la enseña blanca con la Cruz de San Andrés, gritando con entusiasmo para acojonar (permitidme la licencia) a los ingleses, que al fin clavarán la rodilla ofreciendo la rendición. Toda una fiesta conmemorativa, mi general. Conmemoración, sépalo V.E., que como cada año se cierra con la solemne celebración de la Santa Misa en la iglesia Matriz de la Concepción, a la que asisten el señor Alcalde y hasta el Capitán General de Canarias (que ahora se llama, para su conocimiento, Jefe del Mando de Canarias, y reconozco que más me gustaba la primera denominación). A veces incluso oficia el señor Obispo. Antes de la celebración religiosa, la Tertulia, sépalo V.E., colocará una corona de flores a los pies del busto de Vuecencia, y al término lo hará el señor Alcalde.
 
          Por cierto, don Antonio, hablando del señor Alcalde, imagino que no muy lejos de V.E, debe rondar el alcalde don Domingo Vicente Marrero, que no era corajudo el hombre, válgame Dios. Y valiente y patriota, al César lo que es del César. He de deciros, mi general, que hoy tiene Santa Cruz un corregidor, don José Manuel Bermúdez Esparza, gran admirador de la Gesta y de V.E., y del teniente Francisco Grandi, por cierto, que hasta le ha puesto a una avenida de la ciudad el nombre del teniente, que bien merecido lo tiene, sin duda. Es Bermúdez un hombre comprometido con la difusión de aquellos hechos y con la historia de su pueblo, circunstancia que ha contribuido a darle un empujoncito a estas celebraciones, y que muchos agradecemos. Ya os digo, don Antonio, al César lo que es del César.
 
          En fin, mi general, espero que las noticias que en mi misiva os hago llegar os haya alegrado más que entristeceros, pues ha sido mi intención lo primero. Sólo me queda desearos que allá arriba, junto a Dios Nuestro Señor, sigáis disfrutando de la vida eterna, pues ni os imagináis que turbias están las cosas por aquí abajo, en estos tiempos que corren. 
 
          Santa Cruz de Santiago de Tenerife, 25 de julio de 2017
 
          Se despide su más seguro atento servidor
 
          Jesús Villanueva Jiménez
 
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