El regreso de los héroes (Relatos del ayer - 14)

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en la Revista NT de Binter el 1 de julio de 2017). 
 
 
       
          Atardece. Hace tres horas que Matías partió de Santa Cruz de vuelta al hogar, una humilde choza al norte de la Vega lagunera, adentrada en el denso bosque de laurisilva, donde la variopinta vegetación y el aire de los alisios favorecen la atmósfera agradable en el tórrido verano. Entre bajos helechos y las raíces que escapan de la tierra húmeda, la humilde construcción de techo de paja y muros de piedra, adornada de líquenes rojos, amarillos y naranjas, se muestra como parte del paisaje. Fuera, con el alma en vilo, aguarda su madre, chiquita de talla, encorvada la espalda, la tez morena y curtida. Ella, que lo ve llegar, no espera, avanza hacia el hijo con los brazos abiertos, con lágrimas en los ojos, mostrando una sonrisa que parece más una mueca. Son los nervios, el ansia contenida. “¡Hijo…!”, dice ella, apenas susurrando, con la voz entrecortada. Él no la oye, pero lee sus labios. 
 
          Veinte pasos les separan, ya menos, son largas las zancadas del labriego del Regimiento de Milicias de La Laguna. Está deseando abrazar a su madre, y le grita con júbilo: “¡Hemos vencido, viejita! ¡Hemos ganado la batalla!”. Muchas cosas podría contarle, pero decide no hacerlo. No le contará que a poco han estado de matarlo. Que la bayoneta del inglés sólo le rozó el brazo, porque su agilidad de gato evitó el acero que le iba al corazón. Y no le contará que el filo de su rozadera sesgó la garganta del enemigo que falló la estocada y que con la vida pagó la osadía. ¡A qué darle el disgusto del sólo pensar que pudo trocar la vida por la muerte! No hablará de los muertos, ni de la sangre, ni del pestazo a pólvora incendiada, ni del fragor de los cañones y mosquetes. Y no le hablará de cómo vio caer, apenas a cuatro pasos delante de él, muerto por el disparo a quemarropa de un oficial inglés, al valiente teniente coronel de su regimiento don Juan Bautista de Castro y Ayala. Le hablará, elevando el ánimo de su viejita, del tañer de las campanas cantando la victoria, del júbilo del pueblo chicharrero enardecido frente al castillo de San Cristóbal, y del general Gutiérrez saludando desde las almenas esa mañana de 25 de julio de 1797, día de Santiago Santo, patrón de España y de las Españas. Le contará que en Santa Cruz todos dicen que aquella victoria es una gesta, porque se ha vencido a un poderoso enemigo, a una potente escuadra de la Armada británica, a un codicioso inglés, al parecer marino muy reconocido en su tierra,  que vendió la piel del oso antes de cazarlo.  Ya se abrazan madre e hijo, entre risas y lágrimas, como en tantos otros lugares de la isla, al regreso de los héroes.
 
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