Por Ana María Díaz Pérez  (Publicado en el Programa de la Semana Santa de Santa Cruz de Tenerife, 2017).
 
 
 
          Una de la imágenes de mayor difusión en la iconografía religiosa es la del crucificado, al que dirigimos nuestra compasiva y respetuosa mirada en la procesión Magna del Viernes Santo que, como es sabido, recorre algunas calles de nuestra capital durante la rememoración de la Pasión de Cristo, sin embargo, no solo hallamos esta figura en espacios eclesiásticos, sino también en algunos civiles, como son los museos o el que ahora nos ocupa; trasladémonos, pues, mentalmente, a la Real Academia Canaria de Bellas Artes de San Miguel Arcángel, ubicada en la recoleta plaza que lleva el nombre del sacerdote y profesor Ireneo González y accedamos al emblemático edificio que fuera Escuela de Artes aplicadas y Oficios artísticos, por citar algunas enseñanzas que allí se impartieron, y en el que hoy se ubica, desde 2007, la sede del citado establecimiento académico. Recordemos que este inmueble, de estilo clasicista-romántico, se levantó gracias al impulso del alcalde Bernabé Rodríguez Pastrana (Santa Cruz de Tenerife, 1824-92) y en su construcción, iniciada en 1882, intervinieron tres arquitectos: Manuel de Oráa, Manuel de Cámara y Antonio Pintor.
 
          La Academia constituye un punto de encuentro de sus Académicos en la que bulle la interdisciplinaridad de conocimientos de las diferentes materias y en la que se respira arte por todos los lados: pinturas, esculturas, instrumentos musicales de época, etc…, una colección que se fue incrementando con importantes donaciones durante los fructíferos ocho años de gestión, que acaban de concluir por cumplimiento de las normas estatutarias, de su undécima y primera mujer Presidenta, Dra. Dª Rosario Álvarez Martínez; por la tenacidad de esta Académica encontramos en este Ilustre Enclave Cultural la cesión, en régimen de comodato, de cuadros de temática histórica de gran tamaño por la conocida familia Robayna, poseedora de enorme sensibilidad artística; el conjunto de obras del fallecido catedrático orotavense, Dr. D. Jesús Hernández Perera (La Orotava 1924 - Madrid, 1997), quien fuera también un Rector Magnífico defensor de nuestro Primer Centro Docente tinerfeño (1968-1972), así como de su viuda, la docente progresista en la misma ULL y en la UNED, Dra, Dª Josefa Cordero Ovejero, a cuya generosidad se debió tal entrega (2012); además de numerosas aportaciones de los excelentes artistas con motivo de su ingreso en esta centenaria Institución, hasta pasar de la veintena existente a un acervo patrimonial que en la actualidad (2017) ya casi alcanza las trescientas piezas.
 
          Una vez definido el marco físico, de esta interesantísima colección apuntamos a una obra, que oficializó el ingreso (1983), como Académico de Número, de Cejas Zaldívar en esta Real Fundación decimonónica bajo la presidencia del afamado pintor Pedro González (La Laguna, 1927 – 2016) y que se custodiaba en el Museo Municipal de Bellas Artes capitalino, desde donde fue depositada (1994) en el Salón de Actos de la mencionada Institución en el que ahora se exhibe, habiendo sido recibida, en nombre de la Corporación, por el Académico de Número y uno de los preocupados y comprometidos arquitectos con la rehabilitación de nuestro patrimonio, D. Sebastián Matías Delgado Campos. Se trata de un Cristo de yeso clavado en el madero, creación del escultor canario Enrique Cejas Zaldivar, decimos canario, porque, aunque había nacido en Cádiz el 27 de marzo de 1915, dado que su padre, el santacrucero Antonio Cejas Gómez, era topógrafo en la mentada urbe gaditana, llegó a Tenerife cuando contaba tres años. Siendo aún un niño se observó en él una especial destreza para el dibujo, por lo que volvería a su ciudad natal con el fin de estudiar Bellas Artes, aprendizaje que más tarde, en 1956, debido a inconvenientes surgidos con su expediente académico, revalidaría en Madrid con deslumbrantes calificaciones,. Como profesor, transmitió sus saberes en la citada Escuela de Artes y Oficios (1944-48), los cuales simultaneó en la Escuela de Bellas Artes (1947-48). Asimismo, y siempre paralelamente a su tarea creadora, ejerció la docencia de dibujo en la Universidad de La Laguna (1960-68) y en el Instituto de Enseñanza Media masculino (1960-63 y 1970-71).
 
          Respecto a su ingenioso quehacer, al comenzar la década de los 40 del siglo pasado expone sus obras en muestras colectivas y va a ser en estos años (1945-46) cuando se le adjudica la plástica escultórica del Monumento a los Caídos, un conjunto diseñado por el arquitecto Tomás Machado, en el que también participó el escultor Alonso Reyes Barroso, que  ocupaba el centro de la circular plaza de España antes de la  remodelación (2008) efectuada por los técnicos suizos Herzog y De Meuron.
 
          En 1948 D. Enrique se trasladó a Venezuela a consecuencia de la situación económica en nuestro Archipiélago derivada de la finalización de la II Guerra Mundial, país sudamericano en el que no solo continúa su actividad artística, sino también se dedica a la actividad mercantil, estudios que había asimilado en Tenerife. Una vez solventadas sus dificultades pecuniarias, regresó a nuestra isla (1956), en donde sigue incrementando la estatuaria y participa en exposiciones y concursos, concediéndosele primeros galardones, tanto es así que llevó a cabo los monumentos públicos dedicados a nuestro insigne compositor de los Cantos Canarios, Teobaldo Power, y al apreciado obispo güimarero Pérez Cáceres.
 
          Su producción puede admirarse en otros municipios tinerfeños, tal es el caso de los  bustos de los célebres periodistas Leoncio Rodríguez y Luis Álvarez Cruz, en La Laguna, y del espléndido acuarelista Francisco Bonnín, en el Puerto de la Cruz, no obstante, su profesionalidad y personalidad, esta última “plácida o inestable, pero dominada por su fuerte humanidad”, traspasaron los límites geográficos insulares, de modo que fue motivo de reconocimientos en la República Venezolana y en Puerto Rico.
 
          En la obra de Cejas Zaldívar, producto de su permanencia en París, está presente, según el Dr. Carlos Pérez Reyes,  la influencia de sus colegas franceses, en lo que respecta al equilibrio, de Aristide Maillol (1861-1944), y, en lo referente a la acción, de Auguste Rodín (1840-1917) y Antoine Bourdelle (1861-1929), a lo que se añade que en esa dualidad D. Enrique vierte el hábito de hacer uso de antiguas creaciones suyas, al objeto de llevar a cabo innovaciones o sin ellas. El Dr. Pérez Reyes estructura sus trabajos en tres fases: la primera, que abarca hasta 1940,  se caracteriza por la huella académica, la segunda, que finaliza en 1956, por su monumentalidad, y la tercera, por “cierta depuración formal”. Cada uno de estos períodos no constituye un compartimento estanco separado el uno del otro, pues a pesar de ese doble influjo, se aproximan en uniformidad. 
 
          Tal vez la genética artística del protagonista de estos párrafos la heredó una de nuestras relevantes escultoras, la Académica Supernumeraria Dª Mª Belén Morales Gómez, recientemente fallecida (2016). Mª Belén describió a su “tío Quique” de la siguiente manera: huérfano de madre desde pequeño, encarcelado, el “apolítico” que no fue comprendido por haber aceptado realizar la Patria y el Caído, los soldados y los relieves de la Plaza de España que completaron el conjunto arquitectónico; a raíz de esta conversación que mantuvo con la artista es cuando la investigadora Dª Nuria González comenzó a “entender la angustia expresionista de este hombre tranquilo”. Enfoquemos, pues, hacia el azul Firmamento un emotivo recuerdo a la memoria de ambos escultores, tío y sobrina, durante esta Semana Santa.
 
          En la colección de Cejas Zaldívar no falta la imaginería religiosa. Este artista modeló, aunque no con esa intención, distintos ejemplos de una de las piezas principales que conforman los pasos de la Semana Santa. De desconocida localización, es el Cristo del Descendimiento, que supera el metro de altura y realizado en yeso en 1934, por lo tanto corresponde a sus trabajos de juventud; aquí la mano derecha de Jesús ha sido desclavada y se muestra junto al cuerpo, en tanto que la izquierda permanece aún cogida al madero, por consiguiente, tres son los clavos que lo mantienen. 
 
 
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Cristo crucificado. Camposanto de Santa Lastenia.
 
          Incluso realizó un cristo, esculpido en piedra, que unió a la cruz, igualmente pétrea, con cuatro clavos, y en el que las líneas curvas y rectas conforman el emulado lienzo que evita siempre la total desnudez. Esta imagen, que se halla en un sepulcro del patio principal del santacrucero Camposanto de Santa Lastenia, tal vez le sirvió de inspiración para tallar en madera, en 1961, otra, de dos metros, pero con una solución más acertada, para la capilla del Colegio Mayor San Fernando, y que gracias también al riguroso rastreo de la Académica de Número por la sección de escultura Dra. Dª  Carmen Fraga González sabemos que después se transportó al oratorio de la ULL,  mientras que en el rectorado se custodió una réplica del mismo de menores dimensiones (no sobrepasa los 50 cm.), que luego pasaría a la Facultad de Derecho.  Hemos de hacer hincapié en que sus cristos son muy similares estilísticamente hablando, peculiaridad que los hace inconfundibles y de inmediata identificación de la autoría.
 
 
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Cristo crucificado. RACBA.
 
          Remitámonos ahora a la representación de nuestro interés. El Cristo crucificado de la RACBA, el cual se encuadra en su tercera etapa, es una de sus ejecuciones más logradas y de factura semejante al del cementerio capitalino ya mencionado, a pesar de que este presenta gran hieratismo, y al que se llevó a la capilla universitaria, que ahora se guarda en el Seminario Diocesano de Tenerife: en este sentido, ha sido el Rector Magnífico de la ULL, D. Antonio Martinón Cejas, quien ha tenido la deferencia de facilitarnos su actual emplazamiento y de informarnos que ha cursado ya la solicitud de su retorno a la Universidad. Retomando la pieza escultórica de la Academia de Bellas Artes, su autor modeló (1961) una estilizada figura, de casi dos metros de alto (1´90 cm.) que fijó a la cruz por las muñecas, en lugar de sujetarla por la acostumbrada palma de cada una de las manos; de igual manera aseguró los pies de forma paralela y no en la posición más extendida de colocar uno sobre el otro traspasados por un único clavo.
 
 
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          El Hijo de Dios acaba de expirar, por ello la cabeza del Difunto, de alargado rostro barbado y melena sobre los hombros, se inclina hacia adelante, la relajada anatomía se desploma flexionando las rodillas, estirando los músculos, marcando las costillas y hundiendo el abdomen, mientras el reducido paño de pureza de líneas geométricas enlaza sus rectilíneos extremos en el centro de la imitada tela. Cejas Zaldívar “crea un lenguaje tradicional, pero con modernidad, una nueva y renovada imaginería”.  
 
 
 
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          Esta bella obra, tras haber sido restaurada (2008) por las expertas manos de la  Académica Numeraria Dra. Dª  María Isabel Sánchez Bonilla, se encuentra en buen estado de conservación. Asimismo, ha sido inventariada en el exhaustivo Catálogo (2015) del Patrimonio Artístico en la Academia de Bellas Artes de San Miguel Arcángel, y, de acuerdo con la acertada opinión de la compañera Académica correspondiente Dª  Ana Luisa González Reimers, se trata de una “imagen serena y majestuosa, impregnada de espiritualidad y de fuerza interior”.
 
          Finalmente, pensamos que este Cristo crucificado salido de la gubia del excelente escultor Enrique Cejas Zaldívar no pasa desapercibido en la Real Academia Canaria de Bella Artes, de modo que, de un lado, despierta el interés de los visitantes como mera obra de arte, y, de otro, a pesar de no localizarse en un recinto religioso, su iconografía, induce, cuando menos, a sentir la lástima que puede causar la muerte en tan cruel estado, y, para los creyentes, escenifica la crucifixión de Jesucristo Redentor en el que se une lo humano y lo divino.
 
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