Don Luis Cola Benítez

 
Por Ana María Díaz Pérez  (Publicado en el Diario de Avisos el 4 de septiembre de 2016).
 
 
            En este año 2016 he tenido que sentir tres importantes ausencias, pues inició ese viaje sin retorno, en mayo, la persona que más quiero en mi vida, junto a mi ya fallecido padre, y lo digo en presente porque su hueco en mi corazón jamás lo podrá ocupar nada ni nadie, me refiero a mi progenitora, una dama irrepetible, maravillosa esposa, excepcional madre y una señora protocolaria que nos transmitió a mi hermano y a mí el interés por la cultura, la educación y el mutuo respeto ciudadano que son la base, de acuerdo con su lógico pensamiento, del progreso de la sociedad; un tiempo antes, en abril, efectuó ese camino sin vuelta atrás un anciano encantador, D. Rafael Llanos Felipe, que el próximo septiembre hubiese cumplido cien años, excelente químico y admirable artista en sus horas de ocio, preferentemente retratista de gran valía, cuya cautivadora vida y obra  estudié con verdadero ahínco, ya que constituyó el tema de mi discurso de ingreso en la Real Academia de B.B. A.A. de San Miguel Arcángel de Santa Cruz de Tenerife, y, por último, hace exactamente un mes mi estimado Cronista Oficial de la Ciudad, D. Luis Cola Benítez, nos dejaba para siempre físicamente, pasando entonces su figura a ocupar un lugar preferente en nuestra memoria. 
 
          En esos primeros momentos la tristeza abate el corazón y eclipsa la fluidez de palabras, pero a medida que transcurre el tiempo se desata un punto de inflexión que va suavizando la profunda angustia y permite que afloren los gratos recuerdos, los cuales desbloquean la mente y nos invitan a expresarnos con cálido verbo. 
 
          Esta segunda situación, en la que se emerge lentamente de la melancolía y los ánimos van recobrando fuerza, es la que me ha llevado a repasar la biografía del Sr. Cola Benítez con el fin de extraer algunos de sus más sobresalientes valores. Todos los seres humanos poseemos cualidades y defectos, mas de estos últimos jamás advertí alguno en Luis. 
 
          Es cierto que nadie es imprescindible, no obstante, algunas personas son necesarias y Luis se hacía preciso. Tuve la suerte y el orgullo de tratar a nuestro Cronista Oficial en dos ámbitos diferentes, el personal y el profesional, en los que derrochaba bonhomía. En el primer contexto, en el de la amistad, y coincidiendo con la opinión de otros queridos miembros de la Tertulia Amigos del 25 de Julio que me han precedido en sus comentarios en la prensa, Luis fue siempre un caballero de máxima entereza, pues nunca exteriorizó los crueles síntomas de su grave patología, ni tan siquiera cuando los signos de la misma en su fisonomía ya presagiaban un presumible fatal desenlace, todo lo contrario, él continuaba aferrado a la vida con altura de miras, como si gozara de plena salud, de tal manera que nos insuflaba expectativas de recuperación;  también seguía asistiendo a todas las actividades posibles, de modo que nos saludábamos con frecuencia en el Círculo de Amistad XII de Enero, en el Real Casino de Tenerife, en la Real Academia de Medicina, en la mencionada RACBA, etc… Todo un modelo de fortaleza espiritual.
 
          En el segundo espacio, de un lado, coincidía con nuestro brillante Cronista en el interesante Archivo Municipal, dirigido extraordinariamente, dicho sea de paso,  por el director del mismo, Carlos Hernández Bento, quien no solo domina su trabajo a la perfección al facilitar amablemente la documentación solicitada, sino que ofrece una orientación archivística a los investigadores que allí acudimos a escudriñar en la Historia capitalina, impregnado todo ello de la cordialidad de su ayudante Juan Antonio Rodríguez de la Rosa. En definitiva, un recinto con un ambiente muy agradable en el que encontrábamos a Luis a diario pasando incansablemente las hojas documentales, cuyos datos configuraban su consabido artículo dominical. Durante el lustro que desempeñó su quehacer certificaba sus crónicas con el sello del rigor histórico avalado por los legajos municipales. Todo un modelo de constancia.
 
          De otro lado, tuve la satisfacción de ser una de sus compañeras en el seno de nuestra entrañable Tertulia Amigos del 25 de Julio, en la que al inicio de nuestras correspondientes reuniones mi muy apreciado Luis permanecía en silencio, y, luego, con la seriedad, el sosiego y la pausada voz inherentes a su carácter, emitía sus opiniones acerca de los asuntos culturales planteados de forma concisa y transparente, además de con total libertad intelectual, de igual forma se expresaba en distintas instituciones, asociaciones, etc…, pero siempre con educación y respeto. Sin embargo, cuando Luis hablaba de Santa Cruz se convertía en un gran conversador, aportando sus muchos y congruentes conocimientos. Todo un modelo de espectacular coherencia, la virtud de Luis que más me llamó la atención.
 
          La última vez que coincidí con Luis, junto al resto de tertulianos, fue en la conmemoración de la festividad del 25 de Julio, pues estuve justo a su lado en los actos que tienen lugar en el exterior de la Iglesia de la Concepción y al día siguiente tuve asimismo oportunidad de hablar con él por teléfono: me comentó, muy  ilusionado, que tenía 14 hijos, sus 14 libros, y que en breve saldría a la luz el número 15; estuvimos charlando sobre los cronistas oficiales de las islas, me contó alguna que otra anécdota, y, con la sencillez de los grandes maestros, afirmó que aún no daba crédito a su condición de cronista oficial, seguidamente pude desviar la conversación hacía su semblanza y me dijo que me daría unos datos, deduzco que se referirían a sus vivencias por el hilo conductor de nuestro diálogo. Me quedo con la intriga y  con la pena de que no hubiese habido tiempo de entregármelos.
 
          Echaremos de menos sus publicaciones, sus conferencias, su asidua presencia en el Archivo Municipal, pero, con contenidas lágrimas por la emoción, estoy convencida de que D. Luis Cola Benítez permanecerá entre nosotros por la sencilla razón de que nos legó una huella imborrable marcada por sus valores humanos y cronísticos y porque profesó un desinteresado y profuso amor a su ciudad natal, sin duda muchos santacruceros tendremos que agradecerle eternamente que nos haya enseñado a amarla con mayor intensidad. 
 
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