La anhelada instrucción pública (y 2) (Retales de la Historia - 265)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión  el 22 de mayo de 2016)
 
 
          Por el estadillo demostrativo de la situación de la enseñanza en Santa Cruz sabemos que en 1822 recibían clases, más o menos periódicamente, 147 niños y 154 niñas, pero se calculaba en 400 varones y 500 hembras en edad de recibirlas los que se veían privados de la enseñanza por falta de medios. La razón de ello, según las autoridades municipales, era “por carecerse absolutamente de propios con qué hacerlo.” 
 
          En la escuela de varones se cobraba, por alumnos de familias que podían permitírselo, entre 20 y 30 reales al mes, y en el de hembras de 1 ½ a 12 reales. Era imposible mantener la actividad docente con semejantes emolumentos, por lo que algunos maestros daban lecciones en casas particulares para poder sobrevivir.
 
          A veces surgían ideas originales que pretendían poner remedio a la situación de desamparo pedagógico que se sufría en Santa Cruz. Por ejemplo, en un oficio dirigido al presidente de la Diputación provincial por el diputado en Cortes Diego Armas Guadarrama se proponía que,  realizada la exclaustración de las órdenes religiosas como consecuencia de la desamortización, se señalase un espacio para escuela en el suprimido convento franciscano de San Pedro de Alcántara, asignándole el usufructo de la huerta del mismo convento para obtener rentas que permitieran su mantenimiento.
 
          Entretanto, haciendo gala de un total desconocimiento de la situación, el regente de la Real Audiencia Juan Nicolás de Urdabeyta se dirigía al alcalde real ordinario de  Santa Cruz pidiéndole listado de preceptores de latinidad que hubiera en la villa y recordándole que el artículo 19 del reglamento de escuelas previene que las fábulas de Samaniego han de servir, “entre otros libros”, para que los niños se ejerciten en la lectura y que Eusebio Aguado –y aquí viene lo sospechoso- “ha hecho una copiosa edición cuyos ejemplares llevan el sello de la Inspección”, acordándose “que en las escuelas de 1ª y 2ª clase lleven todos este libro y de la mencionada edición y que en las de 3ª y 4ª no se permitan, en caso de usarse, ejemplares no sellados, lo que comunico a V.S. para que por esa Junta de la Capital se expidan a las de Pueblo las correspondientes órdenes, previniéndoles que en caso de negligencia por parte de los maestros, se  procederá contra ellos á lo que corresponda, según los casos.”
 
          El alcalde contestó que “en esta Villa y su Partido, no se encuentra ningún preceptor de latinidad que disfrute de asignación de fondos y solo enseñan por el estipendio con que contribuyen los alumnos”. Todavía en 1829, ante la insistencia de la Real Audiencia, el alcalde José Calzadilla Delahanty se dirige al presidente, regente y oidores del alto tribunal, manifestándoles que “en esta Villa se carece absolutamente de escuelas gratuitas para la enseñanza de las primeras letras, pues aunque este Ayuntº ha hecho a la Superioridad General de Propios y Arbitrios del Reyno la oportuna solicitud……aun no se ha visto el resultado sin embargo del dilatado tiempo que ha transcurrido y repetidos recuerdos que sobre el particular se han hecho…… es de mucha necesidad el tener un maestro de latinidad, otro de matemáticas y geografía y dos para los idiomas francés e inglés, pues siendo esta villa un pueblo puramente comercial requiere por necesidad esta educación y para las correspondientes dotaciones se podrán imponer alguns arbitrios sobre la introducción de aceite de olivo y de jabón y sobre el consumo de vino y demás licores, no creyendo precisos otros establecimientos de enseñanza en esta Villa, mediante á que á distancia de 1 legua se encuentra en el partido de la Ciudad de La Laguna la universidad, a donde con facilidad pueden ocurrir los que quieran hacer mayores estudios.”
 
          Al comenzar la década de los cuarenta se sigue pidiendo que se establezca una escuela que remedie el déficit pedagógico que sufre la Villa y, ante rumores de su posible implantación, comienzan algunos a pedir el puesto de maestro. Así ocurre con varios candidatos que presentan sus solicitudes desde 1843. Pero hay que esperar al año siguiente para que la anhelada escuela comience a impartir sus clases el 19 de noviembre, bajo la dirección de su primer maestro José Desiré Dugour, que más tarde sería el autor de la fundamental obra Apuntes para la Historia de Sta. Cruz de Tenerife desde su fundación hasta nuestros tiempos.
 
          La escuela se pudo abrir gracias a que el alcalde Bartolomé Cifra y León adelantó el dinero necesario para su establecimiento y primeros gastos, de lo que se le resarció el año siguiente en unión de lo que también había adelantado para la lucha contra una plaga de langosta que coincidió con los hechos que narramos.
 
          Por su parte, José Desiré Dugour resistió heroicamente nada menos que cinco años, hasta que en 1849 renunció al puesto por no poder subsistir, decía, con el sueldo de 6.000 reales al año señalados en el nuevo presupuesto.
 
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