Palabras pronunciadas en la presentación de su libro "1743. La Royal Navy en Canarias"

 
A cargo de Carlos Hernández Bento (Palabras pronunciadas el 10 de octubre de 2013 en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de San Sebastián de La Gomera)
 
 
           Dignísimas autoridades aquí presentes, señoras y señores, buenas noches.
 
         El primer acercamiento que tuve al suceso histórico del que hoy hablamos ocurrió en una fecha imposible de determinar, cuando con 8 ó 10 años de edad me quedaba observando el mural de la Asunción que representa la batalla de nuestros paisanos y antepasados contra los ingleses.
 
          Además de su ajada belleza, una de las cosas que más cautivó mi atención fue la rarísima forma de aquellas balas representadas dos veces seguidas, que parecían un disparo repetido en el aire.
 
          ¡Cosa tan extraña aquella!, llegué a pensar. ¿Por qué las habrían pintado dos veces? ¿Tendría todo eso algún significado qué no se viera a primera vista? ¿Cómo podía ser que una gente de un tiempo tan remoto representara cosas tan rebuscadas?
 
          Con el correr de los años y unas lecturas nada extraordinarias, averigüé algo muy sabido y sencillo, por lo menos para el que está versado en estas materias: aquéllas balas tan extrañas, que tanto quebradero de cabeza me daban cada vez que entraba a la iglesia, se llamaban “palanquetas”, eran muy comunes en la artillería de la época y servían, mayormente, aunque no de forma exclusiva, para destrozar las arboladuras y las velas de los buques al salir del ánima del cañón girando a gran velocidad por los aires.
 
          Además de esto, otra cosa que capturó vivamente mi atención fue la frase que leí antes en el libro del catedrático gomero don Alberto Darias Príncipe, que en el propio retablo del Pilar donde está plasmada: “Malditos josicos de diablos, revienta perros malditos por toda la eternidad, amén”.
 
         Algo verdaderamente grave, me decía, tuvo que pasar a mis paisanos y antepasados para descargar tanto odio dentro de una iglesia. Por si fuera poco, la frase acababa con un lapidario y religioso “amén”, que acentuaba vivamente el contraste.
 
          En suma una historia interesantísima o, al menos, eso fue lo que desde siempre pensé y seguiré pensando, creo que ya para siempre, después de haber manejado dicha historia durante más de tres años. Un trienio que tuvo un comienzo muy concreto en el momento en que doña Gloria Díaz Padilla, aquí presente, me hizo por teléfono una pregunta clave que constituyó el auténtico principio del libro que hoy presentamos: “¿Por qué son rojas las banderas del mural de la capilla del Pilar de la Asunción?" Poco tiempo antes, yo había hecho unos cursos de posgrado en heráldica cuyas investigaciones las centré en La Gomera en general y en la iglesia de la Asunción en particular y… quizá fue por eso que ella me lanzó el reto.
 
         Señoras y señores, ¡para qué fue aquéllo! Este interrogante desató un auténtico huracán interno, una revolución en un punto, que no ha cesado hasta hoy mismo, sin saber todavía si tendrá más consecuencias y se le podrá sacar más partido.
 
          La investigación, “quien lo probó lo sabe” –como dijo Lope de Vega para definir al Amor-, se convirtió en una forma de locura consentida en la que no se piensa en otra cosa y las ideas giran sin cesar y se asocian, según se van descubriendo nuevos aspectos y matices. Aquella posesión me llevó a estar días enteros sin dejar el ordenador y los libros, en los que, por otra parte, no hacía sino disfrutar como un niño.
 
          Sin dilación y entrando ya en materia:
 
          1743 es el año en el que los capitanes británicos Charles Windham y George Cockburn fueron enviados en comisión a Canarias por el Almirantazgo de su país al frente de dos navíos de guerra -el HMS Monmouth y el HMS Medway- con la intención de interceptar en aguas interinsulares unos buques españoles que regresaban de América. Este cometido principal no constituyó impedimento para que intentaran dañar al enemigo por tierra.
 
          Pues bien, el objeto fundamental de mi investigación ha sido el análisis del choque entre las naves británicas y el sistema defensivo canario durante los tres meses de primavera y verano que abarcó esta comisión enmarcada en la llamada por los ingleses: Guerra de la Oreja de Jenkins (1739-1748).
 
          Puse énfasis en el ataque contra San Sebastián de La Gomera, dada la cantidad y complejidad de factores que influyeron en la sorprendente derrota de unos delegados de la potente Royal Navy que, en posesión de la avanzadilla tecnológica y profesional de la época, fueron rechazados por unas milicias gomeras muy pobres en medios y sin preparación militar específica.
 
          Las naves británicas tenían 70 y 60 cañones, y en el tránsito desde Spithead (Inglaterra), habían capturado en alta mar una fragata corsaria de otros 24 cañones, que llevaba por nombre Saint Michel. Con este arsenal, se ensañaron contra este pueblo, frágil puerto de nuestra Isla, que fue defendido por unas milicias, que estaban muy poco preparadas y que sólo poseían 15 cañones desfasados, útiles de labranza y un puñado de fusiles.
 
          Asimismo, dejé espacio para hacer un seguimiento del resto de operaciones realizadas por las naves en el Archipiélago y para estudiar la trascendencia que la noticia del enfrentamiento contra los gomeros tuvo en la prensa de toda la Europa Occidental de su tiempo, en la que continuadamente se ensalzó el brío y la resoluta actitud de la tropa local frente a la arrogancia británica, hecho que tuvo su máxima expresión en la afortunada exclamación del comandante de la Isla, don Diego Bueno: “¡Por mi patria, mi ley y por mi rey he de perder la vida; y así el que tuviere más fuerza vencerá!”.
 
          Esta frase, que parece sacada del mejor teatro de Calderón de la Barca, tuvo que poner de pie las almas de nuestros paisanos y antepasados, encendiendo el ánimo de unas milicias llegadas hasta aquí corriendo por los montes de toda la Isla en el breve espacio de un día para su defensa.
 
          Las fuentes que he manejado para llevar a cabo esta investigación son, por un lado, las escritas en lengua española, conocidas desde hace unos 70 años, gracias a los trabajos de Miguel de Santiago y Antonio Rumeu de Armas y, por otro, las inglesas, utilizadas por primera vez para el estudio de esta batalla.
 
         Lo cierto es que muchos aspectos contenidos en las fuentes en lengua española los pude completar y precisar gracias al caudal de documentación inglesa que fui hallando durante la investigación. A la versión hispana le faltaba el contraste con el punto de vista británico, el cual ha redundado en beneficio de la narración objetiva y global de los hechos, logrando así satisfacer este viejo deseo de Miguel de Santiago, y poniéndonos en disposición de responder muchas preguntas sin respuesta hasta el momento:
 
          ¿Quién era Charles Windham, comandante de la división que atacó La Gomera en 1743, el oficial del que sólo conocíamos el nombre? ¿Cómo se llamaba el segundo de los capitanes de los navíos de línea de la división británica y cuál era su personalidad? ¿Cuál era la misión que venían a cumplir a Canarias? ¿Quién les dio instrucciones y cuáles eran éstas? ¿Cuáles eran y qué características técnicas tenían los buques? ¿Qué capacidad de destrucción poseían y cómo interactuaron en batalla con el sistema defensivo gomero? ¿Por qué perdió el combate una delegación de la Royal Navy, la marina más potente del mundo, frente a una tropa de milicianos sin instrucción profesional de ningún tipo y con una tecnología escasa y absolutamente desfasada? ¿Cuáles eran las fortalezas y debilidades del sistema defensivo canario que se enfrentó a Charles Windham? ¿Qué errores cometieron los ingleses durante la batalla? ¿Tuvo algún tipo de difusión la noticia en la prensa europea de la época y en la bibliografía de los siglos posteriores, o, cómo se ha pensado hasta hoy, todo quedó en una intrascendente noticia en la Gaceta de Madrid? ¿Qué ocurrió tras el enfrentamiento? ¿Se mantuvo la división inglesa agrupada todo el tiempo que estuvo en Canarias o no? ¿Es cierto que después del ataque a La Gomera llegaron a agredir a Santa Cruz de La Palma y a Las Palmas de Gran Canaria o al menos a intentarlo, como parece extraerse de las fuentes españolas? ¿Estuvo Windham en Fuerteventura, tal y como afirma Viera y Clavijo? ¿Se puede considerar la Comisión como un ataque general contra el Archipiélago, tal y como llegó a plantear Miguel de Santiago, o en realidad esos buques venían con otro objetivo más importante? ¿En qué medida los navíos británicos entorpecieron el comercio y las comunicaciones interinsulares? ¿Tuvieron algún tipo de relación las operaciones de Windham con las de otros capitanes que pasaron en aquel tiempo por las Islas o son episodios independientes, tal y como han sido expuestos hasta el momento? ¿Cuánto tiempo duró la Comisión? Desde el punto de vista puramente material, ¿se puede considerar la expedición de Windham a Canarias como un fracaso?
 
         Como apuntábamos más arriba, todos estos interrogantes, y algunos otros, han podido ser resueltos atendiendo al volumen de documentos, publicaciones periódicas y bibliografía británica de la época.
 
          Hemos de señalar por su relevancia los documentos sobre la disputa ocurrida entre los capitanes de la división inglesa, los cuadernos de los mismos y los de los patrones de navegación, donde se recogían las anotaciones sobre la posición de los navíos, la ruta seguida, la meteorología y el acontecer diario a bordo de los buques. Conjunto de datos que ha permitido hacer un seguimiento detallado de los movimientos de los buques por toda Canarias. En cuanto a estos cuadernos hemos de lamentar la pérdida, por motivos no especificados por el Archivo Nacional de Gran Bretaña, del redactado por el capitán Charles Windham. No obstante, contamos con el de John Duncan, patrón de navegación de su barco: Admiralty 52/659 y con el del capitán George Cockburn del Medway: Admiralty 51/613.
 
          Para el conocimiento de los protagonistas británicos ha sido fundamental el uso de antiguas publicaciones anglosajonas, como la Biographia navalis (1796) de John Charnock, que nos han desvelado quienes fueron algunos personajes clave como Charles Windham o George Cockburn.
 
          Por último, hay que mencionar la abundante hemerografía y bibliografía empleadas, no sólo británica sino también de otras nacionalidades: francesa, portuguesa, italiana, holandesa y alemana. La información que hallé en ellas está centrada en el episodio de la batalla de La Gomera, y aporta muy poco al estudio de los hechos, ya que son meras traducciones de los textos españoles o informaciones cortas. No obstante, en mi opinión tienen un gran valor, en el sentido de que sirven para constatar que la noticia de la ofensa al inglés en la playa de San Sebastián de La Gomera trascendió a toda la Europa Occidental de su tiempo.
 
          Un aspecto al que le di importancia de primer orden desde un principio fue el de la ilustración de la obra. Con ello pretendí que esta fuera no sólo más amena y agradable a la vista, si no que se viera reforzada en su rigurosidad, apelando al conocido refrán: “una imagen vale más que mil palabras”. En este sentido, tres fueron los criterios que decidí seguir para la elección de las imágenes: adecuación al texto, proximidad al año 1743 y belleza y expresividad, siendo, por otra parte, obtenidas casi todas ellas en el National Maritime Museum de Londres, con importantes excepciones como el desconocido retrato de Windham, al que llegué primero por referencias bibliográficas y, luego, solicitándolo por correo electrónico a Felbrigg Hall, el palacio de la familia Windham en Norkfolk (Inglaterra). Hoy día, las imágenes de esta pintura, realizada por Enoch Seeman, el mismo artista que tuvo el honor de retratar a Isaac Newton, son fácilmente accesibles a través de la página web del Tesoro Nacional inglés, pero en ese momento no había otra forma de obtenerla. Es más, juraría que una de las imágenes que figuran en la página del Tesoro fue la que sacó para esta investigación Eleanor Ingle, la manager del palacio.
 
          Ya sin más, no puedo despedirme sin agradecer el apoyo que me han brindado las instituciones a las que acudí solicitando colaboración: Gobierno de Canarias, Cabildo de La Gomera y Ayuntamiento de San Sebastián de La Gomera, así como a la entidad bancaria Caja Siete. Todas ellas estimaron, desde el primer momento y sin dudas ni reservas de ningún tipo, lo que tenía entre las manos, se volcaron desde el primer momento e hicieron económicamente viable el proyecto.
 
          No puedo dejar tampoco de referirme a mi mujer, Aury, y a toda mi familia, padres, hermanos, tíos, primos, amigos y paisanos en general, que han pasado conmigo la batalla al pie de los cañones.
 
          El científico y sabio inglés, Isaac Newton, una de las cabezas más brillantes de la Humanidad dijo una vez: “Si he logrado ver más lejos es porque he subido a hombros de gigantes”. Cuentan que se estaba refiriendo a Copérnico, a Kepler, a Galileo Galilei o a su contemporáneo Robert Hooke.
 
          Señoras y señores, esta frase representa extraordinariamente la historia de la cultura universal; es el cómo los nuevos logros y autores se levantan sobre el esfuerzo y el préstamo de los logros de otros autores que les precedieron en el tiempo, dedicando sus vidas y domesticando su voluntad, al objeto de ir “siempre más allá” (La rotunda divisa del emperador Carlos V).
 
          Yo, lejos de comparación alguna con el gran Newton, he tenido mis gigantes particulares en Viera y Clavijo, Miguel de Santiago o Antonio Rumeu de Armas, nacidos y fallecidos en distintos momentos de nuestra Historia, o en Alberto Darias Príncipe y Gloria Díaz Padilla, profesora de sobrada experiencia y prestigio, que, para mi fortuna, se ha prestado a estar a mi lado en esta difícil tarea de presentar mi trabajo y de hablar por primera vez en mi vida ante un público, cuestión que me ha tenido muy inquieto hasta estas últimas palabras con las que doy fin a mi discurso.
 
          (“Contad si son catorce… ¡y está hecho!”)
 
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