La primera Corporación exenta (Retales de la Historia - 216)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 14 de junio de 2015).
 
 
 
            El 15 de febrero de 1798, cuando llegó a Santa Cruz la carta de Jovellanos del 27 de noviembre anterior dando cuenta de la concesión del villazgo, se hizo constar en el acta de la sesión municipal: “En la Muy Leal Noble é Invicta Villa Puerto y Plaza de Santa Cruz de Santiago de esta isla de Tenerife…” Pero inmediatamente alguien, posiblemente el mismo alcalde José de Zárate, cayó en cuenta de que la comunicación era meramente informativa y que había que esperar a la confirmación oficial, por lo que en el acta siguiente se vuelve a encabezar como anteriormente se hacía: “En el Puerto y Plaza de Santa Cruz de Tenerife...” Los títulos de la Villa no vuelven a aparecer en el libro de actas hasta que fue confirmada la concesión y constituida la nueva corporación, lo que tuvo lugar en diciembre de 1803.
 
          Entonces, al nuevo alcalde José Víctor Domínguez, en sesión presidida por el comandante general marqués de Casa-Cagigal, le acompañaron como regidores José Guezala Bignoni, Enrique Casalon, Juan Anrán de Prado, José de Zárate, Pedro Forstall y el alcalde saliente José Mª de Villa. El último día del año tuvo lugar la solemne jura del cargo por el nuevo alcalde de la flamante Villa, con una curiosa fórmula por la que se comprometía a “defender ante todas las cosas el misterio de la Purísima Concepción en gracia de María Santísima, sostener los privilegios y gracias que S.M. ha concedido a esta Villa exenta, administrar Justicia no sólo de oficio sino a pedimento de partes, despachando sin llevar derechos a los pobres, y guardar secreto de las cosas y casos que lo exijan.”
 
          La primera sesión presidida por Domínguez fue la del 14 de enero de 1804 y en ella, además de designar contador al síndico personero Tomás Cambreleng, se procedió a realizar una serie de nombramientos, tales como abogado y procurador de pobres, almotacén, alcalde de carpinteros, de carpinteros de ribera, de toneleros, de mamposteros, de herradores, de herreros, de latoneros, de sastres, de zapateros, de medidores y apreciadores de tierras y como encargado de las notificaciones el portero Juan Acevedo, con obligación de asistir a las rondas, quedando pendiente el nombramiento de fiel contraste de plateros. Algunas de estas decisiones dieron lugar a reclamaciones, como fue el caso del alcalde de zapateros José Martín, que según los del gremio no tenía título suficiente para ello. Tal vez sea esta la causa de que el año siguiente se nombrara Maestra de Zapateros a Liboria de la Cruz Acosta.
 
          Una responsabilidad que recayó en el nuevo ayuntamiento fue la de aforar pesos y medidas y, como se carecía de patrones a los que acogerse,  en principio se tomó para los pesos el de las oficinas de la administración del Tabaco y para las medidas las del almotacén de La Laguna. También se aprobó un arancel para el alquiler de bestias, cuyos precios habían llegado a ser abusivos, tarifa que se fijó en la plaza de la Pila.
 
           El 5 de junio de este primer año del villazgo tuvo lugar una ceremonia oficial, celebrada al margen del barranco del Hierro -uno de los límites estimados para el nuevo municipio- para dar posesión de lo que debía ser su término municipal. No sabemos exactamente en qué pudo consistir tal ceremonia, aunque puede suponerse que forzosamente debió ser de la mayor sencillez y austeridad, dada la absoluta carencia de recursos y medios de todo tipo con que comenzaba su andadura la nueva corporación. Este acto formal se completaría prolongándose después hasta el mes de diciembre, no sin ciertas dificultades promovidas por el Cabildo, con el amojonamiento por parte de los comisionados de Santa Cruz y La Laguna hasta completar el perímetro del nuevo término municipal.
 
          El contador presentó en agosto la cuenta de los gastos habidos en la toma de posesión, confección de escudos y del pendón de la Villa, mazas, función religiosa, música y gastos en Madrid para activar los trámites. Para todo ello, ante la carencia de fondos, se había recurrido a realizar una suscripción entre los vecinos que alcanzó la nada despreciable cifra de 11.303 reales, pero siendo esta cantidad de consideración la cuenta de los gastos la sobrepasó en 4.479,39 reales. La solución llegó, como otras tantas veces, a influjos del patriotismo y desprendimiento de unos beneméritos santacruceros, José Mª de Villa y Juan Anran de Prado, alcalde real y síndico personero, respectivamente, del año anterior, que cubrieron el déficit.
 
         Era necesario arbitrar recursos para los primeros momentos, lo que dio lugar a que en las fiestas de Regla el alguacil mayor Enrique Casalon y el escribano público Bernardino Tapia, auxiliados por cuatro soldados y un cabo, comenzaran a multar con 10 reales a los ventorrillos y 5 a las cajas de turrón, que no presentaran papeleta rubricada por el alcalde. El acopio de fondos era un simple ejercicio de supervivencia
 
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