400 años. Parroquia de El Salvador. La Matanza de Acentejo

 

 

 

 

Por Jesús Villanueva Jiménez.

 


SOBRE  LA  VIDA  DEL  MÁS  ILUSTRE  HIJO  DE  LA  MATANZA  DE  ACENTEJO:  

EL  TENIENTE  GENERAL  DON  ANTONIO  BENAVIDES

(Trabajo incluido en el libro 400 años. Parroquia de El Salvador. La Matanza de Acentejo)

 
  
          Comenzaré estas páginas afirmando que uno de los más universales canarios, así como el más insigne hijo de La Villa de La Matanza de Acentejo, fue don Antonio de Benavides Bazán y Molina, que dejando atrás la era, alcanzó la más alta magistratura militar, la de Teniente General de los Reates Ejército de España (NOTA 1).
 
          Nació Benavides en el seno de una familia campesina de agricultores de economía acomodada, en el tinerfeño lugar de la Matanza de Acentejo, el 8 de diciembre de 1678 (2). Según Ana Lola Borges, en su Notas Críticas, la familia Benavides debía disponer de al menos un patrimonio modesto, dado que cuando contrajeron matrimonio sus padres, doña María Francisca de Molina y Ossorio y don Andrés de Benavides Bazán, éste era alférez de milicias, llegando a ascender a capitán, circunstancia que sólo se daba entre los miembros de ese estrato social. Dice Borges, sobre su familia “de honrados labradores que poseían una pequeña pero decorosa subsistencia” (3). Al respecto, escribió su primer biógrafo, don Bernardo Cólogan Fallón, en su conferencia premiada por la Real Sociedad Económica de Amigos del País, el 7de marzo de 1795, publicada en ocho entregas en la revista “El Eco del Comercio” de Santa Cruz de Tenerife en 1857: “sus Padres eran muy conocidos, y recomendados por su probidad y honradez. Nació como digo, en el campo, sitio en donde la virtud habita con menos obstaculos que en los grandes Pueblos; ademas de que allí del mismo modo que el cuerpo logra mayor robustez y fuerza; así el Alma quando es dirigida por una sencilla crianza, cobra toda la energía necesaria por la practica de las buenas costumbres”. Don Agustín Millares escribió sobre sus padres que eran: “honrados labradores que poseían una pequeña pero decorosa subsistencia. La educación que en el campo recibió es fácil comprender que no fue brillante ni escogida” (4). Por su parte, doña Ana Rosa Pérez Álvarez, en su trabajo “Don Antonio de Benavides Bazán y Molina. Su vida y su entorno familiar” -incluido en la Memoria de la restauración de la lápida de su enterramiento en la Iglesia de la Concepción en Santa Cruz, realizada entre noviembre y diciembre de 2010-, afirma: “D. Antonio no procedía de una familia de labradores: se trataba de un extenso clan familiar bien posicionado socialmente, entre los que habían personajes que destacaron por su relación con el mundo administrativo, militar o religioso”; y añade a pie de página: “Para ser militar se necesitaba ser, por lo menos, un mediano propietario, ya que los milicianos tenían que comprarse las armas y la munición, y, a cambio, pasaban a formar parte de la cúspide social de las pequeñas poblaciones. También los religiosos (refiriéndose a los hermanos sacerdotes de don Antonio) necesitaban tener unos recursos saneados porque para estudiar y llegar a clérigos necesitaban ocupar una capellanía que los mantuviese económicamente” (5).
 
            Según Ana Lola Borges, tuvo el matrimonio ocho hijos: Cristóbal, que fue sacerdote; José Antonio, que murió de niño; Antonio, el tercero; Manuela de las Llagas, religiosa profesa en el convento de Santa Clara de San Cristóbal de La Laguna; José, que llegó a ser teniente de milicias en Maracaibo (1725); María Francisca, casada; Francisco, sacerdote; y Margarita de San Andrés, profesa en el convento de Santa Clara de San Cristóbal de La Laguna (6).
 
          Por su parte, Ana Rosa Pérez Álvarez atribuye al matrimonio no ocho, sino diez hijos: "El 5 de septiembre de 1672, en la Iglesia del Salvador de La Matanza, contrajeron matrimonio el Alférez D. Andrés de Benavides Bazán y Dª.  María Francisca de Molina y Ossorio, y tras este enlace fueron llegando al mundo sus diez hijos: Cristóbal, Josefa, Antonio, Isabel, Andrés, María, Manuela de Jesús, Francisco Enrique de los Apóstoles, Pedro Agustín y Margarita” (7).
 
          Las primeras enseñanzas las debió recibir Antonio en alguna escuela de La Orotava, puede que parte de ella se la impartiera su hermano Cristóbal, sacerdote, cuatro años mayor que él, dado que no se conoce ningún centro de enseñanza en la pequeña localidad matancera. Ana Rosa Pérez Álvarez afirma que estudió con un agustino que servía el curato de La Matanza y destacaba entre sus compañeros por tener un “claro ingenio, de viva é impresionable imaginación, de comprensión rápida y segura” (8). De cualquier forma, Antonio alcanzó una notable base intelectual alimentada por su afición a la lectura; en el seno de una familia profundamente católica, fe que abrazó el matancero a lo largo de su dilatada existencia (9). Debió compaginar sus estudios con labores en la finca familiar, por lo que a su mente despierta acompañaba un físico fuerte y vigoroso. Se distinguió de entre sus amigos y compañeros de juegos, desde un principio, por sus ansias de conocimiento y progreso. Sin embargo, pocas posibilidades de alcanzar grandes metas tenía en la isla, más allá de hacerse cargo de la explotación agrícola familiar (o los negocios que fueren), que poco más que una vida digna y razonablemente acomodada proporcionaba, teniendo en cuenta las circunstancias humildísimas de la población rural de la época.
 
          Pero la vida de nuestro protagonista tomó un rumbo que lo encaminó a la más alta gloria, ni siquiera imaginada por él ni por sus familiares. Contaba Antonio los veinte años, cuando un oficial de la Bandera de La Habana, que andaba en menesteres de captación de mozos por el norte de la isla (10), se hospedó en la casa de los Benavides, algo normal, por la condición de alférez de milicias de don Andrés, como recordó el general don Emilio Abad Ripoll, en la conferencia que pronunció en el Cabildo de Tenerife, el 9 de enero de 2012: “(…) donde recibiría la sal, el aceite, el vinagre y el asiento a la lumbre a que tenían derecho los soldados alojados por los vecinos”. El oficial tuvo la oportunidad de conocer las virtudes del joven Benavides durante su convivencia con aquella familia. Como narra Bernardo Cólogan Fallón “(…) hospedado en la casa de su padre notó que la franqueza y generosidad de éste eran iguales al despejo y viveza de su hijo en quien distinguía aquellas disposiciones naturales que espresadas en el semblante animan generalmente á estimar al que las posee. Pero nada llamó tanto la atención de este oficial, como la afabilidad de Benavides; de forma que pronto lo pudo conocer íntimamente; pues la afabilidad es como la llave de nuestro interior y fácilmente profundizamos aquel, cuyo trato es abierto y lleno de dulzura” (11). Ante tales virtudes del muchacho, consideró el militar que sería su alistamiento de gran provecho para los Reales Ejércitos de España. Es de imaginar que hablaría con don Andrés en primera instancia y posteriormente con el interesado, al que debió parecer bien la propuesta del nuevo proyecto vital. Aunque en aquel tiempo el alistamiento de algún joven miembro de una familia isleña podía suponer una salida a la miseria que muchos padecían, no debía ser el caso de Antonio, que debió dar tan importante paso alentado por una vocación castrense que pudo aflorar en sus conversaciones con el oficial, que sin duda sabía hacer bien su trabajo. Teniendo en cuenta el amor que los padres sentirían por su hijo y el aprecio a su compañía, aún más siendo poseedor de tan buen talante, su marcha a tan lejana tierra por un tiempo indefinido tuvo que suponerles una gran pena.
 
         Con cien jóvenes más, partió Benavides del puerto de Santa Cruz hacia La Habana en el verano de 1699. En la isla caribeña, cuyo gobernador interino, don Diego Alonso Bethencourt, también era tinerfeño, pasó tres años, durante los cuales, dada su condición de cadete, debió recibir la instrucción castrense que lo formase como futuro oficial. Dado que la fuerza militar más importante eran las Compañías de Infantería Fijas de La Habana, es muy probable que fuese a éstas destinado, cumpliendo servicio en cualquiera de los tres castillos de la capital cubana: Los Tres Reyes Magos del Morro y San Salvador de la Punta, a izquierda y derecha de la bocana del puerto, una fantástica bahía, que muy bien protegía de tempestades los barcos, y el de la Real Fuerza, en el centro de la ciudad, en el otro vértice del triángulo defensivo; los tres, formidables fortificaciones. En su estancia en Cuba, Benavides se destacó, levantando la admiración de sus superiores y compañeros por su dedicación a la lectura y al estudio, abandonando toda visita a tabernas y lugares de ocio, práctica habitual entre sus compañeros.
 
         Transcurrían sus primeros años de formación militar, cuando a la muerte de Carlos II, el 18 de febrero de 1701, con el reconocimiento de todos los soberanos de Europa, menos el de Leopoldo 1 de Austria, el joven de diecisiete años Felipe V de España llegó a Madrid, lo que llevó a la Guerra de Sucesión por la Corona hispana en mayo de 1702, acontecimiento fundamental en el devenir del joven oficial canario. Y así fue porque en pleno enfrentamiento entre el bando borbónico y el aliado austracista son solicitados por Felipe V refuerzos a las provincias de las Indias españolas, y, formando parte de estos, viajó a Madrid el ya teniente Antonio Benavides, a finales de 1703. Tal era el prestigio que le precedía, que alguien muy cercano al Monarca le habló de un joven teniente canario de extraordinaria puntería con las armas de fuego y capacidades sobresalientes para las ciencias castrenses. Tuvieron oportunidad de conocerse, y tan admirado quedó el Rey de los talentos de Benavides, que excepcionalmente ordenó fuera destinado exento a la segunda compañía de Guardias de Corps, fuerza pretoriana del ejército a las órdenes directas del Soberano, a cuya oficialidad sólo accedían hijos de la nobleza. Aquejado el Rey de melancolía (era propenso a la depresión y a la ansiedad consiguiente), entre batallas en media Europa, aprovechaba sus estancias en la capital de España para salir de caza por los bosques de la Casa de Campo, a las que se hacía acompañar de Benavides, circunstancia que acrecentó el mutuo afecto en la amistad que se incrementaba con el tiempo.
 
          Pero la guerra continuaba. Según el estudio de doña Ana Rosa Pérez Álvarez, Benavides "Intervino en la batalla de Ecride (Flandes) en la que resultó mal herido; en la campaña de 1705 en Valencia; en la toma de Salcedilla, en la rendición de Villareal e Inhiesta, en la reducción de Elche, en la batalla de Balaguer, en los sitios de Barcelona y Tortosa, en los encuentros de Almenara y Peñalba, en la batalla de Zaragoza (20 agosto 1710). en la batalla de Brihuega, en el sitio de Campomayor y en la batalla de Villaviciosa (10 diciembre 1710)”. Los ascensos de Benavides por sus acciones en el campo de batalla se sucedían. El propio Rey lo felicitó personalmente en dos ocasiones, cuestión muy poco habitual.
 
          La primera en agosto de 1710, en la referida batalla de Zaragoza, luego de que, en las proximidades del Ebro, la caballería a su mando se hiciera con el frente de artillería que estaba haciendo mucho daño a las tropas borbónicas, a consecuencia del nefasto posicionamiento ordenado por el marqués de Bay, comandante deL ejército de Felipe V. La intrépida e inesperada acción de Benavides trocó por tablas una derrota inminente. La segunda ocasión se dio el l0 de diciembre de 1710, horas antes de enfrentarse los dos bandos en Villaviciosa de Tajuña, en una batalla determinante, después de que esa mañana, el escuadrón de dragones aL mando del ya teniente coronel, atravesara a nado las gélidas aguas del río Henares, a su paso por Brihuega, en persecución del ejército británico del general Stanhope -que huía derrotado en su enfrentamiento con el Duque de Vendóme-, causándoles muchas bajas y haciendo multitud de prisioneros, que mermaron aún más al enemigo austracista.
 
          Esa tarde, se enfrentaron en Villaviciosa el grueso de los dos ejércitos, diez mil infantes y siete mil jinetes sumaba el franco-español y nueve mil infantes y seis mil jinetes el aliado austracista. Benavides estaba al mando de cuatro escuadrones de Caballería de las Guardias de Corps; setecientos cincuenta jinetes que ocupaban el ala derecha de la primera línea. Justo detrás, sobre una loma, el Rey montaba su espléndido caballo blanco, y junto a él Fernando José de Borbón, Duque de Vendóme, los generales de su Plana Mayor y la escolta regia. Justo al hacer fuego la artillería contraria, Benavides se percató de la diana tan clara que suponía para la artillería enemiga el imponente caballo blanco que montaba el Soberano, el único de ese pelaje de todo el ejército borbónico, además bien conocido por el enemigo, más aun al estar en un emplazamiento elevado donde ya se había estrellado más de una bala de cañón. El Teniente Coronel cabalgó hasta allí y a gritos advirtió al Monarca de tan peligrosa circunstancia. Al reconocer el Rey el peligro que corría su vida, sin pensarlo dos veces, Benavides se ofreció a cambiarle la montura. A los pocos minutos, el regio cabalo blanco fue destrozado por una granada de mortero y su jinete herido gravemente en la cabeza. Al término de la batalla victoriosa, el Rey preguntó por su amigo, a quien daba por muerto el Marqués de Valdecañas, su jefe directo. No obstante, don Felipe ordenó que se le buscara entre los caídos en el campo de batalla, siendo encontrando agonizante una hora después. Desde las cuatro de la tarde hasta las diez de la noche estuvo Benavides tendido en e suelo, aterido de frío y viendo írsele la vida. De milagro, con la intervención de los cirujanos del propio Rey, el matancero logró salvarse. Felipe V lo ascendió a coronel, y, desde entonces, lo llamó Padre, delante de sus generales y cortesanos, como un simbólico gesto de agradecimiento a su salvador.
 
         Aquella batalla fue decisiva para la victoria final alcanzada por el primer Borbón que reinó en España, y la intervención de Antonio Benavides determinante para el futuro, no sólo de nuestra nación, sino de toda Europa, porque de haber caído en la batalla don Felipe, en España hubiese seguido reinando un miembro de la Casa de Habsburgo.¿Para mejor o para peor? se preguntará el lector. Eso es imposible saberlo.
 
          Luego de su recuperación, tras la convalecencia que disfrutó en Tenerife, donde llegó posiblemente a principios de 1711, Benavides debió volver a la lucha junto a su Rey hasta la conclusión de la guerra, dada su condición de militar de tan alta vocación. La contienda llegó a su fin con la toma de Mallorca el 15 de julio de 1715, aun habiéndose firmado la paz con el nefasto tratado de Utrecht, el 11 de abril de 1713, en el que se cedía Gibraltar y Menorca a los usurpadores británicos.
 
        Veinte años después de marchar de su patria chica vistiendo la casaca de soldado, regresó a Tenerife uniformado de brigadier de Caballería, tras concederle el Rey el tan merecido descanso. Vivió durante su estancia en la isla en la casa familiar, ya muerta su madre, haciendo grata compañía a su anciano padre; y aprovechando para visitar a los amigos de siempre, que en él encontraron al animado y humilde Antonio que recordaban. Debía estar disfrutando de la ansiada paz, cuando recibió una misiva del Rey, que con fecha 24 de diciembre de 1717 le nombraba Capitán General y Gobernador de Florida, las tierras más al norte de las Indias españolas. Quizá se pudiera pensar que con este primer nombramiento de tan alta responsabilidad, el Rey quisiera premiar los importantísimos servicios de su amigo y súbdito tinerfeño, sin embargo tengo el convencimiento de que no fue así en absoluto. Por el contrario, Felipe V halló en Benavides al hombre de intachable honradez, absoluta lealtad, y demostradas virtudes militares, así como elevado intelecto, que le garantizaban su capacidad para poner orden en aquella conflictiva provincia del virreinato de la Nueva España.
 
          Eran muchos los conflictos que padecía la Florida: para empezar, el predecesor de Benavides, don Juan de Ayala Escobar fue acusado de contrabando, por lo que tuvo que viajar a Madrid para rendir debidas cuentas, mientras la administración de San Agustín (capital de la provincia) hacía aguas por todas partes. A esta penosa cuestión, había que sumar las constantes incursiones en tierra española de colonos británicos de la Carolina, apoyados por tropa regular; así como los ataques indígenas, alentados por los ingleses, a españoles asentados en diferentes lugares de aquel vasto territorio. Era en suma la Florida una provincia que hervía en problemas de toda índole. No era, por tanto, aquel destino una perita en dulce para quien allí marchara dispuesto a barrer la administración de funcionarios corruptos y poner orden en las fronteras permanentemente violadas.
 
          Tan mal debían estar las cosas en aquella provincia del otro lado del Atlántico, que para que no se demorase la toma de posesión del nuevo Gobernador y al tajo se pusiera cuanto antes, el Rey lo dispensó de viajar a Madrid para jurar el cargo ante el Consejo Real, tal como estaba prescrito, instándole a que lo hiciera ante la primera autoridad de las Canarias, siendo entonces don José Antonio de Chaves Osorio, Comandante General del Archipiélago. Aprovechando el paso por Santa Cruz de la escuadrilla al mando del también tinerfeño don Juan del Hoyo Solórzano, las fragatas San Jorge y San Francisco y el aviso de escolta San Javier que habían arribado a puerto el 24, procedentes de Cádiz, de donde habían partido el 16 de abril, zarpó el 29 con destino La Habana, en primer término, para arribar por fin en la bahía de San Agustín (12).
 
          Entre cincuenta y sesenta días debió durar la travesía, escala en La Habana incluida. San Agustín no era más que un pueblo de casas de madera en su mayoría y la misión franciscana, todos al amparo del imponente castillo de San Marcos. Imagino al bravo militar, al hombre de alto intelecto, al patriota sin resquicios, ponerse manos a la obra de inmediato. Uno tras otro, fueron interrogados por el nuevo Gobernador los principales funcionarios de la Florida, deponiendo de sus cargos a los corruptos y premiando a los que habían dado muestras de honradez y eficacia en el desempeño de sus funciones. Redactó un meticuloso informe de cada una de las irregularidades cometidas por los funcionarios corruptos o ineficaces, por grave dejación de responsabilidades. A cada expediente adjuntó todos los documentos incriminatorios que halló y, siendo consciente de que no repararían los acusados en verter todo tipo de mentiras y echar mano de cualquier variopinta artimaña para salvarse de ir a prisión o ser desterrados a los más lejanos rincones del Imperio, se aseguró de que sus informes llegasen a manos del Rey. Sabía que, una vez fuesen estudiados en la Corte, ninguna posibilidad tendrían los corruptos de enmarañar con falsedades el juicio al que serían sometidos.
 
          Fue al principio de su estancia en San Agustín, cuando Benavides adquirió un esclavo de raza negra, de procedencia africana, aunque nacido en La Habana. Se llamaba Antonio Quijada, y estuvo al servicio de don Antonio hasta el final de su vida, falleció un año antes que su amo, afianzándose con el paso del tiempo una sincera amistad entre ellos, como la hubo entre el genial romano Marco Tulio Cicerón y su esclavo Tirón.
 
          A esta intensa actividad depurativa, sumó también de inmediato Benavides su atención a los problemas derivados de la permanente intrusión británica, y a los conflictos continuos que ocasionaban las belicosas tribus indígenas, aliadas de los anglosajones. Suponía una dificultad extrema la defensa de aquella provincia inmensa, casi el cuarenta por ciento del actual Estados Unidos de Norte América. Al poco de su llegada a San Agustín, Benavides tuvo que enfrentarse a una situación límite, que mostraría a los contemporáneos y la posteridad sus inigualables dotes para el gobierno, particularmente para el de aquellas tierras sumamente conflictivas, además de su temple de acero y su valor ante el peligro. Una mañana, el capitán don José Primo de Rivera, jefe de la guarnición del fuerte de San Luis de Apalache, una fortificación de madera que se hallaba al borde de la bahía de la que tomaba el nombre, a dos días de camino al norte de San Agustín, exhausto, avisó del brutal ataque que habían sufrido por parte de guerreros de la tribu Apalache. EL fuerte había sido incendiado, así como la misión franciscana y gran parte de las casas de los colonos, siendo muchos los muertos, y los prisioneros en manos de os indios, que los mantenían en condiciones deplorables. Benavides se propuso de inmediato la liberación de los prisioneros y la recuperación del emplazamiento. Pero en lugar de plantear una acción militar con un fuerte contingente (que hubiese desguarnecido San Agustín, que sólo contaba con trescientos efectivos de ejército regular, y el ataque puesto en peligro la vida de los rehenes) marchó hacia el norte con la única compañía del capitán Primo de Rivera y algunos interpretes indios. Qué talante verían en él los caciques Apalaches, sin duda, sorprendidos por su valiente osadía, que Benavides logró, sin el enfrentamiento bélico que evitó el derramamiento de sangre, rescatar a los prisioneros, reconstruir el fuerte, la misión y las casas pasto de las llamas.
 
          Tal era su habilidad como negociador, que, aun habiendo estado esta tribu en conflicto con España desde hacía años, firmó un pacto de paz y colaboración entre el Reino de España y la tribu Apalache, cuyo pueblo, que observó en Benavides un hombre de palabra inquebrantable y gran bondad, dio muestras de adoración por el nuevo Gobernador de la Florida, como lo hicieron todas los pueblos indígenas de allí donde estuvo. Ante tal hazaña y los logros obtenidos, el Rey lo ascendió a mariscal de campo y lo nombró Marqués de Apalache, título que nunca llegó a disfrutar Benavides. Además de poner orden en la administración y aduanas de San Agustín, tuvo el Gobernador que defender las fronteras y la costa en muchas ocasiones, expulsando a los ingleses y a corsarios y piratas. Y en más de una ocasión, ante las malas cosechas y el inminente hambre que la población padecería, resolvió medidas de emergencia haciendo uso de su ingenio y determinación. Valga como ejemplo, que el 3 de febrero de 1721, padeciendo la población las penurias de la mala cosecha de cereal de ese año, y estando un buque inglés fondeado en la bahía, con el objeto de entregar ocho prisioneros españoles, al conocer Benavides que en sus bodegas cargaba cuatrocientos setenta y siete barriles de harina y veinte de bizcochos, decidió comprar aquella partida de cereal, aun a sabiendas de que a poco llegaría un barco desde Veracruz con otra carga de harina, ya que desde ese puerto se recibían periódicamente víveres fundamentales para la subsistencia en San Agustín, consideró prudente hacerse con ambos cargamentos que garantizasen el bienestar de la población (13).
 
          Aunque lo preceptivo eran cinco años de estancia como primera autoridad en las provincias del Nuevo Mundo, imagino que, además de por el desgaste del trabajo intenso que aquellas tierras ocasionaban, para evitar corrupciones tentadoras ante un largo asentamiento, y los deseos de volver a la España peninsular o a las Canarias, que Benavides comunicó a don Felipe, éste decidió mantenerlo quince años al frente de la Florida, que bajo la administración del militar canario marchaba mejor que nunca, ahorrándole quebraderos de cabeza y evitándole inseguridades propias de la lejanía.
 
          Hasta marzo de 1733, cuando el Rey lo relevaba se su cargo en San Agustín y lo nombraba Capitán General y Gobernador de la Villa Rica de Veracruz y del castillo de San Juan de Ulúa. Causó una enorme pena en la población la noticia de la marcha de su querido Gobernador, especialmente a los indios. Dice Cólogan en su biografía, que se congregó una multitud en el muelle para despedir a Benavides: “Todos corrían a inquirir la causa de su marcha, cada uno le suplicaba con el mayor interés su permanencia entre ellos, y algunos excedieron los límites de su amor; poniendo obstáculos a su salida” (14). Hasta decenas de indios se tiraron al agua, tratando de impedir que el bote llevara al barco a Benavides. Muchas había sido las obras de caridad que había realizado el matancero, siempre de su peculio, que sumado a su gran bondad y cercanía con las gentes sencillas, se había ganado el corazón y el respeto de todos.
 
          Era Veracruz uno de los más importantes puertos del Imperio español en América, que junto a los de La Habana y San Agustín de la Florida, formaba parte de un triángulo defensivo que aseguraba la travesía de la Flota de Indias a su paso por el mar de las Antillas. Además, en la que se llamó en un principio la Villa Rica de la Vera Cruz, se custodiaban, hasta la llegada de la Flota, las mercancías desembarcadas en el puerto de Acapulco por el Galeón de Manila (o Nao de China), que se transportaban a lomos de entre ochocientas y mil mulas de uno a otro lugar. Siendo Benavides Gobernador de Veracruz, fue atacado Cartagena de Indias por la numerosa flota del inglés Vernon, asedio que se mantuvo del 13 de marzo a120 de mayo de 1741, en el trascurso de la Guerra del Asiento (1739-1748), y que concluyó con la gloriosa victoria del Teniente General don Blas de Lezo, circunstancia que tendría muy en cuenta el militar tinerfeño, reforzando las defensas de la plaza a su mando. También se ocupó Benavides de mejorar las infraestructuras urbanas, como la canalización del agua que abastecía las fuentes, desde los acuíferos más allá de los muros de la ciudad, de acuerdo a un proyecto que para la ciudad de Guadalajara había diseñado el franciscano fray Pedro Buzeta. Así como también bajo su gobierno se adoquinaron las calles de tierra, eliminando las molestas polvaredas levantadas por animales de carga y coches de caballos, que debía ser insufrible durante el paso de caravanas que atravesaban la ciudad en dirección al muelle, o al partir de este camino del interior del continente.
 
          Diez años llevaba en Veracruz Benavides cuando le llegó, con fecha 28 de febrero de 1742, el nombramiento de Capitán General y Gobernador de la provincia de Mérida del Yucatán y San Francisco de Campeche, a la vez que era ascendido a Teniente General, y se le daba el mando de la expedición formada para la defensa de las costas de Tabasco y Honduras, que sufrían el permanente hostigamiento de barcos británicos, además de corsarios y piratas. Una vez más, al partir de Veracruz, las muestras de tristeza de la población, por la marcha del benefactor Gobernador, fueron innumerables y la despedida en el muelle multitudinaria. Así debía ser la huella dejada por Benavides.
 
          Luego de tomar posesión de su nuevo cargo en San Francisco de Campeche, Benavides viajó a Villa Hermosa de San Juan Bautista, un pueblo a orillas del Grijalva (río navegable en casi todo su curso, en la región de Tabasco), donde residía don Manuel de la Concha Puente, Alcalde Mayor, capitán de Caballería y Capitán General de la plaza. A partir de aquí, el reto al que se enfrentó el flamante Teniente General fue de una dificultad extrema. Eran inexistentes fuertes y baluartes; apenas contaba la zona con guarnición militar profesional, más que con la milicia mal pagada y peor instruida y armada; y la costa carecía de muelles y edificaciones que facilitasen fondear a los buques de la Armada española para su avituallamiento, en las labores de guardacostas sin duda imprescindibles, que no se realizaban. Manos a la obra, Benavides reorganizó las desperdigadas y desentrenadas milicias provinciales bajo las órdenes del capitán de la compañía de Infantería, único cuerpo de ejército regular, con la sección de Caballería al mando del mismo Alcalde Real. Consideró prioritario dificultar, por encima de todo, las incursiones río arriba de barcos enemigos, por lo que resultaba imprescindible contar con el concurso de buques de la Real Armada que específicamente patrullaran aquella costa. De inmediato solicitó al Rey la disponibilidad de una escuadra a tal efecto, a lo que accedió el Monarca de inmediato. A la llegada de la escuadra, ya se habían establecido posiciones de apoyo logístico a lo largo de la costa, que abastecerían a los barcos españoles, aumentando considerablemente su operatividad. Las medidas tomadas por Benavides causaron un inmediato efecto sobre las incursiones piratas y corsarias, así como los continuos tanteos de la Royal Navy, en sus intentos de invasión de aquella costa que ciertamente hasta entonces había estado muy desguarnecida.
 
          Benavides viajó a Honduras el verano de 1746, y allí recibió la noticia del fallecimiento de Felipe V, el 9 de julio de ese año, y la consiguiente subida al Trono de su hijo Fernando VI. Es de suponer que, dada la relación de amistad que ambos mantenían, la noticia debió entristecer al anciano general, que a sus cumplidos sesenta y ocho añas, aún debía concluir la ardua labor de poner orden en las defensas de la costa hondureña, como Tabasco, un territorio enmarañado de selvas, ríos y afluentes que dificultaban sobremanera la operatividad en los traslados, más aún para un hombre de su edad. Debió elevar el ánimo de Benavides la misiva recibida de Fernando VI, en la que se congraciaba de contar con un súbdito de tan alta valía, integridad, honradez y probada lealtad, y le agradecía los muchos servicios ofrecidos a su padre y a la Patria. Le informaba a su vez de que, en muestra de su máxima confianza, había dado orden a la Tesorería de la Provincia de que le facilitasen cuantos fondos solicitase para acometer los proyectos que fueren menester, sin necesidad de rendir cuenta de destino de los mismos. En tanto estimaba el Rey la honradez y buen juicio del General tinerfeño.
 
          Luego de inspeccionar la zona, especialmente Puerto Omoa y Puerto Caballos, a los que, sin apenas recursos, logró dotar de los medios necesarios para constituirlos como bases de avituallamiento y refugio para los barcos de la Real Armada, envió un minucioso informe al Ministro de Hacienda, Marina y Guerra, e Indias, el Marqués de la Ensenada (con quien desde entonces mantuvo una fluida relación epistolar, que hizo crecer en ellos una gran amistad), a la sazón principal ministro del nuevo Rey, en el que proponía todo lo que consideraba de vital importancia, en esta ocasión para la defensa de Honduras, y además para la mejora del bienestar de las guarniciones allí establecidas. Siempre se preocupó y ocupó Benavides de las gentes de los lugares en los que estuvo, de ahí que no es de extrañar el mucho aprecio, admiración y respeto que por él sintieron los lugareños. Sus medidas, como en Tabasco, causaron efecto, de modo que las incursiones de barcos británicos, piratas y corsarios, así como el tráfico ilícito de contrabandistas de toda condición descendieron considerablemente.
 
          Benavides regresó a Campeche una vez concluida la guerra con Gran Bretaña (a la firma del Tratado de Aquisgrán el 18 de octubre de 1748) considerando terminada su campaña en Tabasco y Honduras, asentadas las bases de las mejores defensas, a pesar de los escasísimos medios con los que pudo contar. En la capital yucateca, escribió al Rey solicitándole el merecido retiro. Y llegó la misiva del Rey, a finales de 1748, dándole la licencia para dejar el gobierno de Yucatán y viajar a la Corte. Partió Benavides para la Península en los primeros meses de 1749. A su despedida en el muelle, otra vez, acudieron los lugareños en multitud, especialmente los indios. Cuenta Cólogan en su referida biografía: “Al dirigirse al muelle para el embarque, la muchedumbre de indios, agraciados por sus larguezas le rodean, le estrechan, lloran su separación, le piden no les desampare, corren tras su persona, e imposibilitados de seguirlo, porque el mar era la causa, parece que nada les estorbe, pereciendo a centenares por su ignorancia en el peligro, siendo preciso para evitar el estrago, que las autoridades usasen la fuerza.” (15).
 
          No se sabe con exactitud la fecha de la entrevista que mantuvo Benavides con Fernando VI en la Corte madrileña, a la que se presentó vistiendo un uniforme que le prestó el Marqués de La Ensenada, ya que el que llevaba el viejo General no estaba en condiciones y no disponía de otro, muestra de su desprendimiento de todo bien material a favor de los necesitados. Fue muy cordial la entrevista, el Rey agradeció a don Antonio los cincuenta y dos años al servicio de la Corona y de España., y le ofreció en agradecimiento la Capitanía General de Canarias, cargo que rehusó, A sus setenta años, después de treinta y dos de brillante servicio en las Indias españolas, sólo ansiaba descansar en su patria chica: la tierra que lo vio nacer.
 
          Don Antonio viajó a Tenerife a los pocos días, acompañado de su fiel Quijada. Es de suponer, que a esas alturas de su vida, luego de treinta y dos años sin pisar La Matanza de Acentejo, no quedase nadie en su pueblo natal a quien hubiese conocido personalmente en el tiempo en que allí vivió. Uniendo a esta circunstancia que Santa Cruz era la sede de la Capitanía General y principal puerto de Canarias, era normal que Benavides decidiera pasar allí los años que Dios tuviera a bien concederle, puesto que su retiro no le impediría relacionarse y colaborar con las autoridades locales. Y así fue. Se hospedó en una austera habitación del hospital de Nuestra Señora de los Desamparados, y dedicó los últimos años de su apasionante existencia a ayudar a los más necesitados, quedándose literalmente sin un maravedí de su pensión, en muchas ocasiones, pues lo daba todo en obras de caridad. Así lo refleja doña Ana Rosa Pérez Álvarez en su trabajo: “Sabemos que gastó sus bienes en ayudar a los pobres, como lo recoge en su Diario D. Juan Primo de la Guerra un día que fue a visitar la Iglesia del Hospital de Santa Cruz: 'Me refirió el capellán que en un día en que el dinero se le había acabado [a D. Antonio], a un pobre que le pedía le dio las dos pistolas de su uso' [Guerra y del Hoyo, 1976: Tomo II, 211-212). También se contaba que una vez tuvo que empeñar su espada porque se había quedado sin dinero, aunque en otros lugares se dice que se la regaló a un pobre. Según Viera y Clavijo, al Obispo Tavira le enviaron de Madrid una bata de ratina oscura, forrada en rasoliso, que se la regaló a D. Antonio porque unos días antes lo vio en el Hospital de los Desamparados vestido 'con una muy poco decente' [Viera, Tomo IV pág. 1941 Sus actos píos no se limitaron a regalar sus bienes, y en la anotación del “Salario del perrero” de la Iglesia de la Concepción tenemos una muestra 'Por trecientos noventa y sinco reales pagados al perrero a razon de 90 reales al año y son por los años de 62,, 63,, 64 y 65 y Noviembre y Diciembre de 66 por haver estado enfermo el resto de dicho año y los 3 meses primeros de 67y no se cargan los años antes desde el de 54 por haverse hecho cargo de satisfacerlos el excelentisimo señor Don Antonio Benavides” (16). y añadimos que gracias a sus donaciones se mejoraron notablemente las instalaciones del hospital. Además, colaboró estrechamente con las autoridades locales, como indica Ana Lola Borges en su Notas críticas, hay constancia de que el matancero presidió, el 22 de noviembre de 1753, la junta que redactó un proyecto para e[ establecimiento de una Compañía de Comercio en Canarias (17). Sin duda, dado su experiencia y conocimiento sobre el funcionamiento de los mercados y sus administraciones de las provincias de las Indias españolas, durante sus últimos años de vida en Santa Cruz, asesoraría en estos asuntos en muchas ocasiones más a las autoridades tinerfeñas.
 
          Hasta los ochenta y tres años, longevidad excepcional en su época, vivió el más ilustre de los nacidos en La Matanza de Acentejo y uno de los más universales canarios, que falleció el 9 de enero de 1762. A la muerte de don Antonio lloraron muchos tinerfeños, que conociendo la Gloria que le precedía, se encariñaron con él por su bondad, cercanía con todos y las muchas obras de caridad que hizo durante los trece años que vivió en Santa Cruz. En la Memoria de la restauración de la lápida; Ana Rosa Pérez reproduce la narración que del hecho hizo don Lope Antonio de la Guerra y Peña: “falleció en Santa Cruz el Excelentísimo Señor Don Antonio de Benavides Theniente General de los Reales Exércitos, cuyos servicios en la Guerra, en tiempo del Reynado del Señor Don Phelipe V i servicio de otros distintos empleos con un extraordinario desinterés, le conduxeron a dicho grado. Retiróse ya cargado de años a esta Isla, como que era su patria, hizo habitación suya el Hospital de Santa Cruz, i gastó todo su caudal en socorrer a los Pobres, i murió como tal, i amortajado en el hábito del Patriarca San Francisco le enterraron en la Parroquial de dicho Lugar sin más aparatos que los precisos para qualquier particular” (18).
 
          Todo el pueblo y sus autoridades acompañaron al féretro. Fue enterrado el ilustre matancero vestido con el hábito de la Orden Franciscana, abrazado a su fe católica, a la entrada de la Iglesia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción. En cuya lápida reza:
 
AQVI IACE
EL EX S. D. A NTON. BENAVIDE.
TEN. GRAL. DE.LOS.R. EGERC.
NATL. DE ESTA ISLA DE
TENERIFE.
VARON.DE TANTA VIRTVD
QVANTA CABE POR ARTE Y
NATVRALEZA  EN LA
CONDICIÓN MORTAL
FALLECIO
AÑO DE 1762  (19)
 
          Nunca se casó don Antonio Benavides, como caballero templario del siglo XVIII que fue, consagrado a la causa de servicio a Dios y a la Patria. Fue un hombre honrado a carta cabal, leal a su Rey, su Patria y sus principios: un soldado valiente, arrojado en el combate hasta las últimas consecuencias: un militar con excepcional don de mando, adornado de su carisma natural: un estratega de primer orden: un negociador extraordinario, conciliador, de talante admirado por los enemigos tornados fieles aliados: un administrador juicioso de intachable trayectoria: y, por encima de todo, un hombre bueno que, pudiendo haber amasado una enorme fortuna, a lo largo de sus treinta y dos años al frente del gobierno de provincias de la Nueva España, dedicó todos sus bienes a la ayuda permanente al prójimo necesitado. No se conoce retrato alguno de Benavides, cuando hombres de su posición, en aquellos tiempos, se pagaban más de uno, porque, seguro estoy, prefirió destinar hasta el último maravedí a otras buenas causas, muy lejos su mente y su corazón de cuestiones que debió considerar banales.
 
          Como bien escribió Agustín Millares:
 
                    “Tal fue la vida de este ilustre hijo del pueblo, cuyo nombre es hoy uno de los más gloriosos, con que se envanecen las Islas Canarias.
 
                    Su historia tiene todo el interés de la novela, y cualquiera al leerla creería que es producto sólo de la imaginación, si los hechos públicos y notorios que hemos referido, y los documentos que los comprueban no fueran de todos conocidos. 
 
                    Su patria le debe un monumento que recuerde a cada instante su glorioso nombre. El día en que se eleve, Tenerife habrá cumplido un deber de gratitud y  justicia” (20).
 
          Novela ya tiene don Antonio; el monumento a su memoria aun se le debe; que el descanso que ansiaba el viejo General, al fin le llegó: el descanso eterno en el Reino de los Cielos.
 
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NOTAS
 
1 - En el encabezado presentación de la biografía de Bernardo Cólogan dice: “Del Excelentísimo Sr. D. Antonio Benavides Gonzalez de Molina, Teniente general que fue de loe Reales ejército (…)  CÓLOGAN FALLON (1857). Y de la misma manera se refiere a él Ana Lola Borges BORGES (1982), en el comienzo de su “Nota crítica”, cuando dice del matancero ser uno de los hombres de armas más distinguidos nacidos en Canarias: “Entre éstos, es uno de los más notables don Antonio Benavides González de Molina”, Sin embargo, Ana Rosa Pérez Álvarez reproduce en su estudio el certificado de defunción que empieza “En Diez días del mes de Enero de mil Setecientos Sesenta y dos años se enterró el Excelentísimo Señor Don Antonio de Benavides Bazan y Molina Theniente General de los Reales Exercitos” Así como también figura con los apellidos Bazán y Molina en su testamento redactado en 1759.
“En Diez días del mes de Enero de mil Setecientos Sesenta y dos años se enterré el Excelentísimo Señor Don Antonio de Benavides Bazan y Molina Theniente General de los Reales Exercitos de su Magestad en esta Yglesia Parroquial de la Ynmaculada Concepción de Nuestra Señora en sepultura á la entrada de la puerta principal, amortajado en habito del Patriarca San Francisco entre seis y siete del anochecer, y murió á las nueve y tres quartos de la noche del día de ayer de edad do ochenta y tres años, un mes y un dia. Segun parece por la fe de su Bautismo, que se me demostro authorisada, y en ella consta que nacio el dia ocho de Diciembre del año pasado de Mil Seiscientos Setenta y ocho; Se confessó, y se le administraron los Santos Sacramentos Viatico, y Extremauncion, tenia hecho su testamento, el que otorgó por ante don Bernardo Joseph Oque y Freire escribano publico del numero desta Ysla en este Puerto de santa Cruz en Catorze de Mayo de Mil setecientos Cinquenta y Seis años. Es natural del lugar de la Matanza en esta Ysla, y vezino deste Puerto en el Ospital de Nuestra Señora de los Desamparados, hijo lexitimo de Don Andres de Benavides Bazan, y de Doña Maria de Molina y Ossorio; ya difuntos, Vezinos y naturales que fueron del dicho Lugar de la Matanza - Hizosele encomendacion de Alma por el Beneficiado y Capellanes antes da ira buscar el cuerpo por que fue esta separadamente iendo á hacersela - Para la associasion de Entierro fue el Beneficiado cinco capas, cruz i siriales, se le hícierón cinco pauses Cantosele Vigilia y oficio de sepultura, y acompañó á las gracias -. El de profundis, en la Yglesia del Óspital, se le cantó con el grave y solemne de la Musica, y lo mismo la Vigilia y oficio de Sepultura - Las capas la primera el Venerable Beneficiado y las otras por Camara, Torres, Clavezana, y la Torre – Los Capellanes, que associaron y asistieron: Camara, Ferrera, Perdigon. Sarmiento Fagundo, Torres, Albares, Prieto, Clavezana, La Torre, Carta, Campo, Peyres, Ruiz, Ortega, Bignony, Ortis, Negrín. Cabrera, Mexias, Peres, Duxardin Rian Ôrange. - Todo lo que parece desta son de gracia los derechos y solamente lleva el Sachristan y Monaguillos los derechos de cruz y Siriales en la Associasion. Camara”.
2 - La partida de bautismo dice: ‘En quinse días del mes de diciembre de mil y seiscientos y setenta y ocho, yo el licenciado Francisco Hernández, presbítero, con lisensia de el presbítero Juan Francisco Girola, cura desta iglescia [sic] parrochial del Sr San Salvador deste lugar da la Matansa, bauticé a Antonio, que nació a ocho del mes de diciembre de dicho año, hijo lexítimo del ayudante Andrés de Benavides y de su lexítima mujer María Molina. Tiene olio y chrisma. Fue padrino el presbítero Juan Francisco Girola, cura deste dicho lugar, advirtiéndosele la conación espiritual y enseñanza de la doctrina christiana. Y lo firmé. - Francisco Hernández.”. Archivo Diocesano de San Cristóbal de La Laguna (en adelante AHDSCLL). Parroquia de El Salvador de La Matanza. Libro II de Bautismos. Año 1660 a 1735, folio 120v.
3 - Dice la partida de matrimonio: “En cinco días del mes de septiembre de mil y seiscientos y setenta y dos años, yo el presbítero Juan Francisco, cura de la iglesia parroquial del Sr. San salvador deste lugar de Matanza, aviendo precedido las tres amonestaciones que manda el santo concilio, casé y veté en ley de la santa Madre Iglesia al alférez Andrés de Benavides y de Aguida de Acosta, difuntos, con María Molina, difunto, y de Margarita Francisca Pérez deste dicho lugar. Siendo testigos presentes Francisco Hernández, Alvaro (?), Martín Pérez y Rafael Pérez, vecinos deste dicho lugar Y lo firmé.- Juan Francisco Guirola,”. Tuvo el matrimonio ocho hijos: Cristóbal que fue sacerdote; José Antonio, que murió de niño; Antonio, el tercero; Manuela do las Llagas, religiosa profesa en el convento de Santa Clara de San Cristóbal de La Laguna; José, que llegó a ser teniente de milicias en Maracaibo (1725); María Francisca, casada; Francisco, sacerdote: y Margarita de San Andrés, profesa en el convento de Santa Clara de San Cristóbal de La Laguna. ADSCLL, Parroquia de El Salvador de La Matanza. Libro 14 de testamentos, sin foliar, testamento ológrafo de Andrés de Benavides. La Matanza, 10 de julio de 1725. Don Andrés murió el 27 de Enero de 1726. IDEM Libro de Defunciones n° 1, folio 335v.
4 - MILLARES (1872), T.I, p.120.
5 - PÉREZ ÁLVAREZ (2010), p. 31.
6. ADSCLL. Parroquia de El Salvador de La Matanza. Libro 14 de testamentos, sin foliar, testamento ológrafo de Andrés de Benavides. La Matanza, 10 de julio de 1725. Don Andrés murió el 27 de Enero de 1726. IDEM, libro de Defunciones n° 1, folio 335v.
7 - PÉREZ ÁLVAREZ  (2010], p. 34.
8 - PÉREZ ÁLVAREZ (2010).
9 - Recordemos que cuatro de sus hermanos fueron religiosos.
10 -  En ese tiempo eran habituales las campañas de reclutamiento de jóvenes isleños para las guarniciones de las provincias españolas en el Nuevo Mundo, particularmente para la isla de Cuba.
11 - CÓLOGAN FALLÓN (1857), n° 579.
12 – BORGES (1982) p. 219
13 – Archivo General de Simancas. Estado 7607. Carta de Antonio Benavides a la Corona, de 20 de marzo de 1721.
14 – CÓLOGAN FALLÓN (1857), nº. 585.
15 - CÓLOGAN FALLON (1857), n° 586.
16. PÉREZ ÁLVAREZ (2010), p. 44.
17. Archivo General de Indias. Indiferente General, legajo 3101. BORGE5 (1982), p, 220.
18. GUERRA Y PEÑA (2002], p. 117.
19. Aquí yace / el Excmo. Sr. D. Antonio de Benavides, / Teniente General de los Reale Ejércitos. / Natural de esta Isla de / Tenerife. / Varón de tanta virtud / cuanta cabe por arte y / naturaleza / en la condición mortal. Falleció / Año de 1762.
20 – MILLARES (1872)
 
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