Consideraciones sobre "La cruz de plata"

 
Por Jesús Villanueva Jiménez  (Publicado en el número 200 de la Revista digital Hespérides; septiembre – diciembre de 2014).
 
  
 
          Cuando tengo la oportunidad -y agradezco la que me ofrece, por segunda vez, el Mando de Canarias a través de su revista Hespérides-, afirmo que la de España es la más grande de las historias de las naciones del mundo, y que desconocerla o asumir la malintencionada que escribieron los británicos -creadores de la injuriosa “Leyenda negra”-, así como la que ciertos sectores se empeñan en divulgar, conlleva que sean muchos los que la menosprecian e incluso vituperan. Añadiendo a esta triste circunstancia la muchedumbre de nacidos en España que dicen no sentirse españoles, o más de su pueblo que de su Madre Patria -como si ambos sentimientos no pudieran ir unidos-, nos encontramos con una penosa crisis de un principio fundamental, pilar de toda nación: el amor y el respeto a la Patria y a los símbolos que la representan, así como a su Historia, por una parte de la población. Y hablando de historia, siempre he considerado el género narrativo el mejor medio escrito para hacerla llegar a lo que llamamos el gran público. Y si a esto le sumamos mis anteriores reflexiones, tenemos los dos principales motivos que me han llevado a escribir primero El fuego de bronce y recientemente La cruz de plata
 
          Muchos grandes hombres y mujeres partícipes fundamentales de la historia de España -que es decir una importante parte de la historia del mundo- son desconocidos para casi la totalidad de los españoles, incluso para sus paisanos más cercanos. Éste es el caso de don Antonio Benavides González de Molina, Teniente General de los Reales Ejércitos de España, Capitán General y Gobernador de la Florida, Veracruz y Yucatán, hombre de máxima confianza de Felipe V.
 
         Con La cruz de plata me he propuesto dar a conocer la figura de este gran español -sin embargo ignorado- nacido en la tinerfeña Ilustre Villa de La Matanza de Acentejo, el 8 de diciembre de 1678. A lo largo de la novela, el lector descubrirá la vida de un militar excepcional, de un hombre bueno, de intachable honradez e inquebrantable lealtad a su Rey, a su Patria y a sus principios. Sepa el lector que los hechos protagonizados por Benavides y su cronología corresponden con la realidad, pero, como matizo en el epílogo, La cruz de plata no es un ensayo histórico, sino una novela histórica, en la que también hallaremos hechos y personajes frutos de mi imaginación, que amenizarán la lectura. No obstante, sí son reales muchos de los personajes que acompañan a nuestro protagonista; además de las circunstancias geopolíticas de entonces; el nombre de los buques de la Armada Real española -y sus singladuras en muchos casos-; incidentes significativos -como, por ejemplo, el contrabando y la tala ilegal del árbol de palo de tinte en Yucatán-. Por las páginas de la novela viajaremos en el tiempo y el espacio, observando los aconteceres históricos de la primera mitad del siglo XVIII, en los que estuvo inmerso nuestro paisano, de manera que el lector no muy avezado en nuestra historia no se sentirá perdido en ningún momento. Además -como hice con El fuego de bronce- , en La cruz de plata, entrelazadas con el recorrido vital del protagonista, se suceden las vidas y milagros de personajes de ficción, sus amores y desamores, sus dichas y desdichas, que muestran el pueblo llano de aquellos lugares: la sociedad en sí misma. He querido aprovechar también para tratar cuestiones sociales tan viejas como la humanidad -y muy de actualidad-, llevándolas a extremos que hagan reflexionar al lector. Pero especialmente, he querido ofrecer mi pequeño homenaje a la extraordinaria obra que España llevó a cabo en el Nuevo Mundo, a través de grandes hombres -a los que me refiero en boca de los personajes o del narrador-; a través de los abnegados misioneros -héroes del primero al último-; y a través de excepcionales militares como lo fue el general Benavides. Y muchos guiños hago en el transcurso de la novela, uno de manera muy especial a los geniales literatos patrios de los siglos XVI y XVII en las lecturas del General tinerfeño.
 
          Volviendo a nuestro protagonista, no ha sido fácil recabar información sobre su vida. Sólo se conoce una biografía cercana a su tiempo, la de Bernardo Cólogan Fallón -que apenas cubre ocho folios y aporta datos muy generales, sin apenas concreción-, premiada por la Real Sociedad Económica de Amigos del País, el 7 de marzo de 1795; publicada en ocho entregas en la revista El Eco del Comercio de Santa Cruz de Tenerife en 1857. Basada en ésta, escribió Ana Lola Borges su Antonio Benavides. Notas Críticas, donde la historiadora aporta datos significativos y sus fuentes, tales como sus antecedentes familiares (que figuran en el archivo de la parroquia de El Salvador de La Matanza de Acentejo), así como, por ejemplo, los nombramientos de sus destinos en la América española, que se hallan en el Archivo General de Simancas. Documentándome sobre los aconteceres de aquellos lugares durante la estancia de Benavides, deduje -también valga como ejemplo- que si en Veracruz se construyó la canalización del agua en años de su gobierno, él ordenase las obras. 
 
          En mi opinión -siendo lo más relevante, por su trascendencia histórica, su decidida intervención en la batalla de Villaviciosa de Tajuña, el 10 de diciembre de 1710, cuando salvó la vida de Felipe V-, sus treinta y dos años como Capitán General y Gobernador en tres importantes provincias del virreinato de La Nueva España son la muestra de las virtudes de don Antonio. Durante aquel tiempo, limpió de corruptos las administraciones y blindó las aduanas, mantuvo a raya a los ingleses -siendo eficaces centinelas de las lindes al norte de la Florida las tribus amigas-, y limpió los mares de la morralla pirata y corsaria. Documentado está lo mucho que lo quisieron los indígenas por sus muestras de amistad hacia ellos y por el cumplimento de la palabra dada; así como los lugareños de allí donde estuvo, por tantas obras de caridad que hizo, todas de su peculio, desprendiéndose de todo bien material a favor de los necesitados. A tal extremo fue así, que se entrevistó con Fernando VI en la Corte vistiendo un uniforme prestado por su amigo el Marqués de la Ensenada, dado que el único que conservaba no estaba en condiciones. Fue tan humilde que no se conoce de él ningún retrato, y apostaría a que no se hizo ninguno “por no destinar un maravedí a tan inútil causa”, me parece escucharle decir.
 
          Abandonadas las españolas tierras del Nuevo Mundo, a sus setenta años de azarosa existencia, el Rey agradeció a Benavides su leal y ejemplar servicio y le ofreció la Capitanía General de Canarias, destino que rechazó -sólo ansiaba descansar al fin-. Marchó a Santa Cruz de Tenerife el viejo General, donde descansaría hasta el final de sus días, sin dejar de colaborar con las autoridades locales y hacer multitud de obras de caridad. Falleció en Santa Cruz, a los longevos ochenta y tres años, el 9 de enero de 1762. Fue enterrado vestido con el hábito de la Orden Franciscana, abrazado a su fe católica, a la entrada de la Iglesia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción -donde también descansan los restos mortales de otro gran militar: el Teniente General don Antonio Gutiérrez de Otero. 
 
          Confieso el enorme cariño que tengo a la memoria de don Antonio Benavides, que fue creciendo a medida que sobre sus hazañas indagaba, y el respeto tan profundo que siento por aquellos excepcionales hombres y mujeres que hicieron tan grande a España, a la vez que crece mi desprecio por aquellos que con inicuas intenciones -dentro y fuera de nuestra nación- falsean y vituperan nuestra Historia.
 
          Dijo alguien que España es un concepto discutido y discutible, nada más lejos de lo que nos demuestran los anales de nuestra Patria, que como bien afirmó el General Benavides a Fernando VI, cuando el Soberano hacía referencia a cómo se notaba en sus palabras el amor que sentía el matancero por su patria chica, éste le contestó: “Sí que la amo, Majestad, como amo a España, que hablar de mis Canarias y de todas las Españas es lo mismo, que no hay nada más importante en el mundo que ser español”.
 
 
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