El primer muelle desembarcadero (Retales de la Historia - 191)

 
Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 21 de diciembre de 2014).
 
 
 
          La importancia que desde los primeros tiempos del asentamiento castellano se le daba al puerto de Santa Cruz se evidencia por las atenciones de que era objeto por parte del primer Cabildo. Aún antes de que en 1513 se comenzara la construcción del primer baluarte defensivo del lugar de Añazo, ya el Cabildo se había ocupado de nombrar guarda del puerto, y hay datos de que hacia el año 1505 o el siguiente lo era Fernando Díaz de Martín Rey, que había sido conquistador y había recibido tierras por lo que hoy se conoce como Valle de Tabares, así como en Acentejo y La Laguna, pero que se había avecindado en Santa Cruz. Luego sería guarda Juan de Lugo y, más tarde, entre otros, Baltasar de Bermeo al que sucedería  su hijo Pedro. Al principio se confundía el cargo de alcalde del lugar con el de guarda del puerto, pues era normal que ambos nombramientos recayeran en la misma persona.
 
          En realidad el puerto no existía según hoy se entiende una instalación portuaria, y el nombre sólo hacía referencia a la playa, caleta o punto de arribada o “puerta” de entrada a la isla. El guarda se limitaba, en una comunidad en la que todo eran carencias,  a vigilar el embarque de “las cosas vedadas”, visitas de salud a los navíos para precaver la introducción de enfermedades y poco más. A partir de 1513 había que vigilar las posibles cercanías de navíos franceses por estar en guerra con aquel país. Para cualquier otro asunto de mayor enjundia las decisiones o disposiciones necesarias quedaban a cargo de un regidor que tenía que bajar desde La Laguna.
 
        Desde los primeros años se estipuló que parte de las sanciones por transgredir  las normas debía aplicarse a mejorar las instalaciones. Uno de los problemas que se daba con más frecuencia de la deseada, era la limpieza del fondo de la Caleta en la que se situaba el embarcadero, en la que irresponsablemente los navíos arrojaban las “jarretas quebradas” que se producían, bien a bordo por deficiente estiba y consecuencia del movimiento del mar o en las operaciones de carga y descarga de las mercancías. Estas “jarretas” -jarras o ánforas- se usaban habitualmente para transportar líquidos, aceite, granos y otros productos. La costumbre de arrojarlas al mar, no sólo disminuía el calado del atracadero, sino que constituían indeseados elementos cortantes que rompían amarras, cabos y maromas.
 
          En el primer medio siglo de la colonización fue desoladora la desforestación sufrida por todo el territorio insular. Se precisaban grandes vigas de madera para la obra que se había comenzado de acondicionamiento y mejora de la Caleta como principal embarcadero, que en las antiguas actas del Cabildo, con evidente optimismo, se le calificaba de “puerto real” de la isla. Pero no había manera de conseguirlas en lugar desde el que fuera factible su transporte a Santa Cruz. Tal era así, que en el cabildo celebrado el 11 de enero de 1549 se acordó que si era necesario se llevaran  por mar desde Taganana.
 
          Pero además de las vigas de madera eran necesarios otros materiales, tales como piedra para la cantería de las escaleras del desembarcadero, que en septiembre del mismo año se acordó traer desde el Valle de Salazar, actual San Andrés, “para acabar la obra del muelle”, se decía. Al final, según Cioranescu, parece ser que la piedra se extrajo aguas arriba del barranco de Santos. Este muelle embarcadero, que se atribuye al interés del gobernador Juan Bautista de Ayora, era en realidad el segundo que se fabricaba en  sustitución de uno anterior que había destruido un temporal de mar. Los medios técnicos eran totalmente elementales, lo que contribuía a la cortedad de la obra, que sólo podía avanzar lo que permitía la profundidad y características del fondo marino costero.
 
           Poco duró también este nuevo espigón, pues en el archivo histórico lagunero del antiguo Cabildo y bajo el epígrafe de “Fábricas públicas”, se encuentra un nuevo proyecto de muelle en Santa Cruz fechado en 1562. En 1585 se estableció la Aduana en el puerto, cuyo edificio de oficinas y almacenes no se construiría hasta 1742, precisamente junto a la Caleta de Blas Díaz, que comenzó desde entonces a ser conocida como Caleta de la Aduana. Pero en 1600, una vez más, un temporal de mar causó la ruina total del muelle, lo que dio lugar a un nuevo expediente de obras.
 
          Hasta que en 1749 se termina el proyecto de muelle sobre la laja de San Cristóbal, debido a los ingenieros militares Francisco La Pierre y Manuel Hernández. Se impuso un impuesto sobre el trigo para la construcción de esta importante obra, de lo que se quejaría el comercio. Al producirse un accidente con víctimas por el mal estado de la mar, protestaba Anchieta y Alarcón alegando que si el muelle sólo servía para el buen tiempo, en el que se podía desembarcar por cualquier lugar de la costa, estaba de más el cobro del impuesto sobre el trigo.
 
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