Palabras pronunciadas en la presentación de la novela de Jesús Villanueva Jiménez "La cruz de plata"

 
A cargo de Emilio Abad Ripoll  (Palabras pronunciadas en la presentación de la novela de Jesús Villanueva Jiménez La cruz de plata  en el Real Casino de Tenerife el día 1 de diciembre de 2014).
 
 
         
          Sin duda alguna, esa distinción que me hace Jesús al ofrecerme presentar su nuevo libro viene en parte motivada por el afecto mutuo profesado entre nuestras familias, afincado en lazos de buena vecindad durante aproximadamente un cuarto de siglo, pues los Villanueva y los Abad vivíamos en el mismo edificio de la calle Pi y Margall.
 
          Y sucedió que una vez, hace unos 12 años, tuve el honor y la suerte de presentar uno de los trabajos de su padre, el Coronel Villanueva, el inolvidable Manolo Villanueva; se trataba en concreto del III volumen de sus Poemas para el recuerdo. En una cariñosa dedicatoria en el ejemplar que me regaló, Manolo le pedía a Dios “que nuestra amistad se prolongara hasta el infinito.”  
 
          Y en esa prolongación estamos, pues no sólo he sido presentador de dos libros anteriores de Jesús (uno de poesía y poemas, Bajo la nube gris, y el más que conocido El fuego de bronce), y para desgracia de ustedes voy a presentar La cruz de plata, sino que, lo que es más importante, la amistad que sostuve con Manolo sigue continuándose y robusteciéndose entre Jesús y yo.
 
          Jesús es el mayor de los 6 hermanos que Beni y Manolo trajeron al mundo. Nació en 1960 en aquella Ceuta adorada por su padre, pero muy niño, con tan sólo siete años, y por mor de los avatares de la vida militar de su progenitor, apareció por Tenerife. Fueron pasando los años con estudios de Bachillerato en La Salle, el CEU y el Instituto, llegando, como muchos, algo desorientado a ese momento trascendental, a esa primera decisión seria de los jóvenes: la de elegir carrera. Empezó Derecho, pero como no le satisfacía mucho, comenzó a buscar trabajo. Enseguida lo encontró y al poco tiempo colgaba definitivamente los libros de estudio. Así, a vuela pluma, sobre la faceta empresarial de Jesús, les puedo decir que fue Gerente en Canarias de la empresa multinacional americana “Procter and Gamble”; Director Comercial de DEA, importante empresa del sector de la alimentación en el Archipiélago; Director de la empresa de publicidad “Publimark”; y ahora empresario en el sector de eficiencia energética.
 
          Pero a él lo que le gusta es escribir. Y a ello se puso. Pese a su joven madurez, ya ha vivido mucho: se han sucedido en su existencia alegrías, sinsabores, éxitos y desilusiones, pero lo importante, es que sigue ilusionado en dar a conocer  lo que siente, en escribir sus vivencias, sus ocurrencias, sus relatos. Y esa inquietud intelectual es la causa de que hoy vea la luz esta su nueva obra: La cruz de plata.
 
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          Hace 3 años y medio, en mayo de 2011, Jesús y yo presentábamos El fuego de bronce en el Salón de Plenos del Palacio Municipal. A punto de terminar mis palabras de aquella noche, le recordé la parábola de los talentos, sin meterme en disquisiciones religiosas, pero diciéndole que al final de nuestra vida, cuando se nos juzgue por lo realizado en nuestro paso por la Tierra (algo así como aquel Juicio de Residencia que se hacía a los altos dignatarios españoles tras su estancia en América, y que quizás convendría reeditar hoy día para los que ocupen cargos importantes en la Administración), se nos va a pedir cuenta de lo que hicimos con los talentos -en la parábola monedas, en la realidad aptitudes- que Dios nos dio al nacer. Y le recordaba que en el texto evangélico, el amo, el Señor, recompensó a quienes los acrecentaron, es decir, hicieron buen uso de ellos. Que como dijo Jesús Botana en una alocución reciente a los miembros de las Milicias Universitarias, y recogiéndolo de un pequeño libro de pensamientos, la recompensa llegará a quienes sean útiles y dejen poso.
 
          Y ¿qué mejor poso, qué mejor empleo del don recibido por Jesús que éste su segundo gran libro? Una obra escrita desde el más estricto respeto a la verdad histórica; desde el amor que el autor siente hacia España; desde la admiración que le embarga por aquellos soldados, misioneros y colonos españoles, cuya actuación no ha tenido parangón en la Historia Universal; y desde sus ansias, que cité, por expresar lo que lleva dentro.
 
          En algunas ocasiones (la ultima el 9 de enero de 2012, en el Cabildo de Tenerife, al cumplirse el 250 aniversario de su muerte) me ha tocado hablar del general don Antonio Benavides, el más ilustre de los matanceros, y uno de los principales canarios, de la Historia de España, personaje principal y central de la novela, a cuyo alrededor giran la trama y otros muchos actores, de distintos niveles e importancia. Como es lógico, tuve que documentarme todo lo que pude sobre él, y les puedo asegurar que, tras haber leído La cruz de plata casi de un tirón, no hay ni una sola actuación de Benavides en ella que no esté sólidamente documentada y basada en la más estricta verdad histórica.
 
         Con ello Jesús sigue la recomendación que aquel inolvidable periodista, maestro, padre y abuelo de periodistas que fue don Víctor Zurita hacía a los jóvenes que querían seguir la profesión de gacetilleros: “Servicio a la verdad – corazón para defenderla – (y también Villanueva sigue al pie de la letras el tercer consejo de don Víctor) y trabajo, mucho trabajo”.
 
          He dicho esto último porque la novela lleva implícita -y explícita, a poco que uno se detenga a observar- una gran carga de trabajo. Jesús se ha documentado a fondo sobre múltiples aspectos de la obra: las tribus de indios que poblaban La Florida o El Yucatán; los nombres de los barcos, de guerra o mercantes que hacían la ruta del galeón de Manila por aquel Océano Pacífico que se llamaba “el lago español”, o la de Indias, de ida o de tornavuelta por el Atlántico, o mantenían a raya los ingleses cerca de las costas americanas; la toponimia, es decir, los nombres de ciudades, pueblos o accidentes geográficos como ríos, valles o montañas; las circunstancias históricas, como la Guerra de Sucesión española, los Tratados que se firmaban, otras guerras como la del navío de asiento, o los conflictos con los ingleses en el norte de La Florida, etc. que se desarrollaban mientras transcurría la vida de nuestro personaje.
 
          Y ya ha salido a relucir la palabra “personaje”. En la novela aparecen unos reales  (el propio Benavides, Felipe V, Fernando VI, el Marqués de la Ensenada, el capitán Primo de Rivera, el criado Quijano -aunque su nombre sea un guiño a Cervantes- , Jenkings, con su oreja en la mano por culpa de Fandiño, el Teniente General Gaztañeta y otros muchos) y otros producto de la imaginación de Jesús (el malvado Guaña, el proxeneta Bolinga, la fiel doña Clara, el Padre Amaro y el Hermano Pedro, el leal y tímido Jonás, secretario personal del General, el esclavo negro y amigo Antoñito, y, sobre todo, los amigos, Mariano, Romerales, Francisco-Paco-Paquito y su mujer Carmen, con sus hijos, y hasta nietos al final, porque la novela cubre 50 años de la vida de Benavides y, lógicamente, de su entorno.
 
          Pero aunque estos sean personajes nacidos de la imaginación de Villanueva, a la fuerza tuvieron que existir. Tuvo que haber un pescador chicharrero que se casara con una preciosa ventera cubana; tuvo que haber un Teniente que se enamorara de una pobre joven que habían explotado sexualmente; tuvo que haber un viejo pescador perdidamente enamorado de su mujer de tantos años, al punto de morir juntos; tuvo que haber -hubo- cientos, miles de religiosos, como Amaro o Pedro, de aquellos que en la misión, junto a la iglesia y su cruz levantaban el hospital y la escuela; tuvo que haber -hubo-, miles, decenas de miles de soldados que llevaron el nombre, y la bandera, de España a aquellas tierras tan alejadas del terruño donde vieron el sol por primera vez; tuvo que haber -hubo- decenas de miles de hombres y mujeres españoles que crearon hogares en zonas inhóspitas, desérticas o de exuberante vegetación, en lucha contra animales y enfermedades; y también tuvo que haber -hubo- miles de compatriotas nuestros que de la nada levantaron ciudades, comercios, empresas, fábricas, bibliotecas y Universidades. Y tuvo que haber -hubo, claro que sí- malvados, corruptos, traidores y desertores. Y una representación de todos ellos están en La cruz de plata
 
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          Recuerdo que cuando hablé por primera vez de El fuego de bronce con un grupo de amigos y me atreví a calificar la novela como “galdosiana”, unos me miraron con escepticismo y alguno hubo que hizo un comentario entre jocoso y negativo. Claro que poco después el Cronista Oficial de Las Palmas, don Juan José Laforet, iba aún más lejos al escribir en ABC que la novela de Jesús podría haber sido, en lugar de Trafalgar, el primero de los Episodios Nacionales del gran don Benito. 
 
          Bueno, pues hoy, otra vez, me tiro al vacío, a sabiendas de que más de uno pensará que me ciega el afecto por Jesús. Esta novela, señoras y señores, desde mi humilde punto de vista, no desmerece un ápice de esos “best sellers” que ocupan metros y metros, lineales, cuadrados y cúbicos , de escaparates y estanterías en librerías y grandes superficies y que van firmados por Ken Follet. Dicho está. Y con una ventaja a nuestro favor: que La cruz de plata, además del citado rigor histórico (que tampoco le niego a Follet), gira alrededor de la vida de uno de los nuestros, de un hombre nacido aquí al lado, en La Matanza; que si en otros libros se habla de vinos que no nos suenan a nada, en estas páginas los protagonistas beben caldos del norte de Tenerife; y mientras en otras novelan se recorren caminos y se describen paisajes que a mí no me dicen nada, en parte de este libro se camina por senderos que llevaban a La Matanza, a La Laguna, a Garachico o a Santa Cruz, o los protagonistas se extasían viendo ponerse el sol por La Palma. Y las poblaciones que aparecen en la novela llevan nombres tan rotundamente españoles como San José, San Francisco, Veracruz o Santa Fe; y que si en los de otros autores se come “roast beef”, a mí no me cuesta ningún trabajo imaginarme a don Antonio Benavides frente a un humeante plato de puchero canario; y que, además, las reacciones de los protagonistas, de los de importancia o de los más humildes, reflejan nuestra forma de ser, para lo bueno y para lo malo.
 
          Y, sí, como en esas novelas-sagas de Follet, en ésta el tiempo va pasando casi sin sentir. Lo notamos, de pronto, cuando al General le duelen las articulaciones al levantarse o dar un largo paseo a caballo; o en que al negro Quijano se le ha puesto el cabello blanco; o que Canelo, el perro se hace mayor; o en que algunos protagonistas van desapareciendo de la escena por razón de la edad, o por que se han trasladado a otras partes… Pero todo se desarrolla tan bien llevado, con tanto orden, que en 650 páginas vemos discurrir ante nosotros la vida, como un gran río caudaloso y manso a la vez, sin que parezca que el agua, los años, sigan su curso.
 
          Otra cosa que quiero resaltar, y que para mí demuestra la capacidad imaginativa de Jesús Villanueva, es la forma cubrir intervalos en la vida de Benavides. A ver si me sé explicar: cuando uno está buscando datos para el estudio de una persona, es frecuente encontrar documentación hasta una fecha determinada, sin que aparezcan papeles de los siguientes tres o cuatro años, por ejemplo, para luego volver a localizar otra documentación posterior. Jesús encubre ese vacío documental con la vida de los personajes de ficción, que ocupan ahora la parte delantera del escenario, permaneciendo siempre en su fondo, presente, el protagonista principal de la obra, hasta el momento en que, fidedignamente, se pueda hablar de otra actuación suya.
 
          También, en más de una ocasión, Jesús utiliza el recurso de acudir a las circunstancias históricas para que nos situemos en el momento exacto en que viven los protagonistas. Así inventa conversaciones en que van saliendo a relucir episodios coetáneos, como puede ser la erupción de los volcanes de Güimar, el ataque de Jennings a Santa Cruz, la guerra de la oreja de Jenkins o la apabullante victoria de Blas de Lezo sobre los ingleses en la defensa de Cartagena de Indias.
 
          La novela se desarrolla entre los siglos XVII y XVIII, más especialmente en éste último, pero refleja situaciones perfectamente trasvasables a la realidad actual. Aparecen en ella funcionarios honrados a carta cabal, como son, estoy seguro, la mayoría de los de hoy en día, pero también otros corruptos, como desgraciadamente también sucede en nuestros  tiempos. Pues bien, la forma de actuar de Benavides ante estos sujetos podía ser un ejemplo para nuestros dirigentes del siglo XXI. Los problemas los soluciona Benavides, desde su llegada a La Florida, de una forma enérgica y sencilla: el corrupto deberá devolver, hasta el último real, todo lo que robó, pero no se irá de rositas, no quedará ahí el castigo. Será enviado con escolta a la Península para que allí sea juzgado por sus malversaciones, cohechos o desfalcos.
 
          Y también hay un caso dramático que se podría aplicar a la actualidad. Una niña, apenas un mujercita, hija del mejor amigo de Benavides, es violada y queda embarazada. El dolor de sus padres, las dudas de la propia cría entre el deshacerse de aquel hijo de un canalla, fruto de unos momentos de recuerdos horribles, o el amor que siente por ese  mismo ser que lleva en su vientre, y la ira de Benavides, que era infinitamente querido por la niña, se recogen con hondo dramatismo en unas páginas que son, a la vez, duras y tiernas.
 
          Ya he dicho que Jesús admira la labor colonizadora y civilizadora de España en América (que compara con la de otros países, enalteciendo la nuestra). En las páginas del libro se palpa su respeto y su orgullo por quienes, soldados y civiles -hombres, mujeres y niños- llevaron, con la bandera de España, la lengua y la civilización a aquellas tierras. Y guarda otro profundo respeto por quienes realizaron el complemento a esa labor (en muchos casos más que complemento, la labor completa), es decir, los misioneros, franciscanos, jesuitas, dominicos o agustinos, que muchas veces, con el sacrificio de sus propias vidas, llevaron la Cruz y la Verdad a los americanos.
 
          En resumen, que Villanueva siente vivas en su interior las palabras que escribió Bernal Díaz del Castillo en La verdadera historia de la conquista de la Nueva España, al referirse a aquellos hombres: “y a mí, a lo que se me figura, con letras de oro debían estar escritos sus nombres, pues muchos sufrieron aquellas crudelísimas muertes por servir a Dios y a Su Majestad, y dar luz a los que estaban en tinieblas y también por haber riquezas que todos los hombres vinimos a buscar”. Observen el orden: Servir a Dios y al Rey; civilizar y buscar riquezas, que son, cabalmente, y en el mismo orden, las aspiraciones de la gran mayoría de los personajes de la novela de Jesús, reflejo, sin duda de la propia personalidad del autor.
 
          No quiero tampoco dejar sin citar otro aspecto del libro: el homenaje que en él rinde Villanueva al Siglo de Oro de la Literatura española. A través de la ilustrada afición a la lectura del general Benavides, con mucha frecuencia la novela se salpica de nombres de obras cumbre de aquella irrepetible época, y de sus correspondientes autores, y de vez en cuando se recoge un párrafo imperecedero o una estrofa inmortal.
 
          Bueno, tiempo es ya de acabar. En definitiva, la novela, esta gran novela, es el relato de la vida de un hombre solitario, normalmente tan ocupado en el cumplimiento de su deber y volcado a los demás, especialmente los más necesitados, los indios, los pobres, los enfermos y los desvalidos, que no tiene tiempo para sí mismo. Tan sólo, cuando puede pasear por las tardes por la orilla del mar, acompañado de Canelo, su imponente perro, el secretario, el leal y tímido Jonás, o su fiel Antoñito, el esclavo y amigo negro, siente la nostalgia de una amor juvenil perdido para siempre, el deseo de contemplar unos increíbles paisajes al pie del majestuoso Teide, o de abrazar a su familia, especialmente a su anciano padre.
 
          Pero por encima de todo está el deber y si el Rey le dice que debe quedarse en Florida 5 años más de los 5 reglamentados, así lo hará. Y si caen otros 5 más, tampoco se quejará. Y si al término de los 15 lo mandan a Veracruz otra serie de años, y luego al Yucatán otra tanda de ellos, lo aceptará con el estilo y la disciplina de lo que fue, un gran militar.
 
          Y ese hombre, don Antonio de Benavides, que durante 32 largos años, relatados en el libro, fue respetado y querido hasta lo inverosímil, que dio muestras de un valor y una serenidad increíbles, y que fue un modelo de invaluable honradez, se vino a pasar sus últimos años al Hospital de los Desamparados, hoy Museo de la Naturaleza y el Hombre. Apenas dos páginas dedica Jesús a esta última etapa. "Consumatum est". Todo estaba hecho y no quiso más honores. Me parece que, a favor del soplo de recuerdo que levante este libro, no estaría de más solicitar de la Dirección del Museo que se instale allí una placa recordando a un hombre muy poderoso, que quiso pasar entre sus muros el último período de su existencia, y que allí vivió y murió como un pobre más aquel “varón de tanta virtud cuanta cabe por arte y naturaleza en la condición mortal”, como se esculpió sobre la lápida que cubre su tumba en la Iglesia de la Concepción.
 
          Y a ti, Jesús, decirte que si en la vez anterior, llegado este momento te invitaba  en nombre de la Tertulia a que formases parte de ella, hoy, que ya estás totalmente integrado, sólo me queda, también en nombre de todos los contertulios, desearte que La cruz de plata alcance el éxito que tú y la novela os merecéis, que sigas luchando por sacar adelante el tercer libro y que estamos orgullosos de ti.
 
          Muchas gracias por su atención.
 
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