La esclavitud en Adeje

 
Por Alastair F. Robertson (Publicado en inglés en el Tenerife News el 15 de octubre de 2014). Traducción de Emilio Abad.
 
 
 
           Por lo que yo sé, hoy no existe esclavitud en Adeje. Por “esclavitud”  no quiero decir los abusivos contratos sin horario fijo, las interinidades no pagadas y los bancos de alimentos para trabajadores pobres, como en la Gran Bretaña del siglo XXI. No; se trata de esclavitud a la antigua usanza, con látigos y cadenas -una forma de mantener los bajos costes y obtener los máximos beneficios- y suficiente para satisfacer a los empresarios, directores de compañías o banqueros más psicópatas. No, me equivoco; es imposible satisfacer a los psicópatas, porque forma parte de su condición, de aquí la brecha que aumenta sin cesar entre ricos y pobres. Los ambiciosos siempre necesitan más, como un grande y gordo Oliver Twist… pero me estoy desviando.
 
         Se dice que en el Tenerife del siglo XVI, el Conde de La Gomera y primer Señor de Adeje, Pedro de Ponte, tenía mil esclavos negros. Era amigo de Sir John Hawkins, el famoso corsario inglés y a la vez tesorero de la flota, que fue nombrado caballero después del asunto de la Armada Invencible, en 1588. Volviendo a 1562, era un importante comerciante de esclavos; él y de Ponte tuvieron que pasar buenos ratos juntos.
 
         La palabra “esclavo” implica unas duras condiciones de vida, pero en tiempos de los romanos los esclavos inteligentes podían alcanzar puestos de gran responsabilidad, e incluso en los niveles más bajos, utilizados como bestias de carga, debían recibir los cuidados suficientes que pudieran trabajar. En La Casa Fuerte de Adeje se escribió en 1564-1566 un manual que, además de un listado de tareas y responsabilidades, era un código de conducta para su administración y nos enseña con exactitud como eran tratados los esclavos. Así sabemos que febrero era el mes en que los esclavos recibían nuevas ropas, que consistían en un chaquetón, calzones hasta las rodillas, camisas que se especificaba fuesen de tela parda, (quizás para ser menos visibles), zapatos y material para las camisas, incluyendo un suministro de hilo. A lo largo de todo el año recibían sus raciones de pan, miel, aceite y una fanega (58 litros o 12,8 galones) de trigo mensual. Naturalmente, sus vidas estaban estrictamente reguladas; por ejemplo, no se les permitía llevar cuchillos, por muy pequeños que fuesen; a los nueve o diez años de edad los niños tenían que ir a ayudar en las labores del campo, mientras que a las niñas se las enseñaba a coser.
 
         Los esclavos tenían un capataz que vigilaba su trabajo su estado de salud y su conducta. Estas responsabilidades no se debían tomar a la ligera, porque si el capataz no cumplía con sus deberes era enviado al campo a trabajar junto a los esclavos. Todas las noches, ya de regreso en La Casa Fuerte tras haber acabado la jornada de trabajo, el capataz debía rendir cuenta de la labor realizada tanto por los trabajadores libres como por los esclavos, y luego impartir las instrucciones para el trabajo que deberían llevar a cabo el día siguiente, Asimismo debía informar de las faltas cometidas por los trabajadores y de los castigos recibidos por ellas. Todo esto había que hacerlo concienzudamente, porque, a lo largo del año, debía evaluarse el trabajo desarrollado tanto por los trabajadores libres como por los esclavos.
 
          Los esclavos debían ser castigados sin piedad ni compasión por sus “pillerías”, sin que influyese la simpatía que el capataz pudiese sentir hacia ellos, pues si no era así, los esclavos más astutos se aprovecharían de él, luego le desobedecerían y no sería capaz de controlarlos. El castigo era duro; la leyenda local sostiene que permanecían encadenados durante toda  la noche y que al día siguiente, todavía encadenados, tenían que ir a trabajar al campo. Aunque Dios sabe como podrían tener aún fuerzas para trabajar.
 
          Como norma, los esclavos debían quedar encerrados en la “casa de los esclavos” de La Casa Fuerte desde el momento en que por la noche, acabado el trabajo, volvieran al “hogar”, hasta la mañana siguiente, en que eran conducidos de vuelta al campo. Durante el día el capataz debía dejar la casa cerrada, permaneciendo en ella únicamente los enfermos. Los esclavos que se encontraban realmente enfermos recibían uvas para ayudar a su recuperación, lo que parece un gesto encomiable, pero el capataz tenía que descubrir a los que fingían para eludir ir a trabajar . Otro detalle de consideración del propietario era que a las viudas de los trabajadores libres y de los esclavos que hubiesen muerto mientras trabajaban para La Casa Fuerte se les continuaba proporcionando alimentos comida para su subsistencia.
 
          La religión jugaba un papel muy importante en la vida de los esclavos. Antes de salir hacia el campo y al regreso por la noche debían rezar. Cualquier esclavo que conociese los fundamentos básicos de la religión o supiese las oraciones debía enseñar a los que las ignoraban, pero no tenía que predicar.
 
          En los días festivos, como un evento normal, el capataz tenía que llevar a los esclavos (¿a los 1.000?) a oír misa, y al terminar debían aprender más de la doctrina cristiana. Para esta enseñanza se permitía un cambio de escenario; podían escuchar al sacerdote bien en el convento o bien en la misma iglesia. El marqués de Adeje, le gustase o no, tenía que transigir con ello, porque así estaba estipulado desde la fundación del convento. También en los festivos, el capataz debía asegurarse de que no se permitiera trabajar a ningún esclavo (me pregunto si alguno se quejaría).
 
          El Día del Corpus el capataz ordenaba que cada esclavo llevase a la iglesia una rama, flores y otras cosas para participar en la procesión por las calles. Los días de fiesta ningún esclavo recibía alimentos antes de la misa, y si alguno trataba de no asistir y era cogido en esa falta, se le castigaba sin comer todo el día. Y si faltaba a misa por segunda vez, no sólo se quedaba sin comer, sino que además recibía un latigazo de cada uno de sus compañeros –lo que también servía de aviso a los demás.
 
         Se ha dicho que los esclavos de la Casa Fuerte no sólo eran negros, sino que también algunos eran guanches, y se cuenta que un “cínico vecino” dijo textualmente: “trabajaban durante seis días, algunas veces hambrientos y de vez en cuando golpeados, pero los domingos los traían aquí (la iglesia de Adeje) para asistir al Santo Sacrificio con sus amos, y ser llevados fuera de nuevo cuando aquel finalizaba y encerrados en sus alojamientos –o donde los mantuviesen. Ellos se preguntarían que a qué venía todo aquello.”
 
         Cien años más tarde todavía había esclavos en La Casa Fuerte. Un censo de 1779 recogía que allí residían 13 familias con 55 personas. (Hoy no vive nadie de manera permanente). En aquellos momentos La Casa Fuerte estaba ocupada, en nombre del Marqués de Belgida, por el Capitán don Francisco del Castillo Santelices, que estaba casado y tenía tres hijos y cuatro criados.
 
         El censo reflejaba también otros detalles, como si el trabajador o esclavo sabía leer y escribir, si las niñas estaban aprendiendo a coser, quien trabajaba en la casa para el amo, etc. Por ejemplo, Ana, una criada sin apellidos, soltera a la edad de 61 años, se describía como “inteligente”, que “sabe escribir” y que era “muy servicial”.
 
         Once de las familias que residían en La Casa Fuerte eran de sirvientes y esclavos del Marqués, de cuya buena voluntad dependían su bienestar y su trabajo. Veinte de los residentes, aproximadamente un tercio del total, eran esclavos y, por extraño que pudiera parecer, siete familias estaban compuestas a la vez de “libres” y “esclavos”. En la mayoría de los casos los esposos, que solían ser pescadores o braceros (aunque tres hombres estaban “ausentes en las Indias”) eran “libres”, mientras que sus mujeres y los hijos eran “esclavos”. Sin embargo, en una familia de seis miembros la madre y una hija de cinco años eran “esclavas”, mientras que el padre y los otros tres hijos, de siete, tres y un año de edad, eran “libres”, lo que parece una cruel división. En otra familia, también de seis miembros, únicamente la hija mayor era “libre”.
 
         No sé cuando terminó esta situación; ésta es únicamente una parte muy pequeña de un tema muy amplio, y sólo una pequeña porción de la fascinante historia de La Casa Fuerte de Adeje, sobre la que pronto hablaremos más.
 
        Me gustaría agradecer a Daniel García Pulido su ayuda en la traducción, pero todos los puntos de vistas y opiniones expresados anteriormente son únicamente míos.
 
- - - - - - - - - - - - - - - - - -