Blasco Ibáñez, Tenerife, mayo de 1909. Coordenadas de una estancia imborrable para la Isla.

 
Por Daniel García Pulido  (Publicado en El Día / La Prensa el 21 de septiembre de 2014).
 
 
A Marta Ouviña Navarro, bibliotecaria y amiga, uno de los pilares de la calidad profesional y humana de nuestra querida Biblioteca Universitaria.
 
 
          La isla de Tenerife atesora en el haber de su devenir literario un bagaje significativo y a todas luces reseñable en cuanto a autores, novelas y escritos de prestigio universal vinculados a ella. Esta raigambre, inusual y con visos de imposibilidad en un enclave de la categoría geográfica y referencial de este territorio insular -nunca comparable en este sentido a la indiscutible preponderancia cultural de las capitales o grandes ciudades europeas- puede certificarse en torno a tres vertientes singulares: por un lado, con la aparición, siquiera fugaz, del nombre de Tenerife en joyas de la literatura como, entre otras, Moby Dick, Los viajes de Gulliver, Veinte mil leguas de viaje submarino o El paraíso perdido; por otro lado, con la certificada vinculación histórica y literaria a esta isla de escritores/as como Agatha Christie, Miguel Delibes, las hermanas Brönte, Daniel Defoe, Samuel Johnson o Julio Verne; y por último, y no menos importante, con la visita, en ocasiones puntual, de personalidades de primer orden en el ámbito de las letras como Arthur Conan Doyle, Ernest Hemingway, Dulce María Loynaz, Paul Bowles, Ramiro de Maeztu, Vargas Llosa, entre muchos otros. 
 
          Esta singularidad de circunstancias es obvio que Tenerife se las adeuda, en gran parte, a haberse configurado en un destino privilegiado y mimado por las circunstancias geográficas y geoestratégicas en el Atlántico, pautas que le colocaron en el paso obligado hasta mediados del siglo XX para las rutas marítimas que conectaban el mundo entero, con líneas navieras que hacían escala rumbo a América, Asia, Oceanía, Europa y África. A esos condicionantes deben sumarse los componentes asociados a su importancia en base a los prodigios de la Naturaleza (El Teide, el valle de La Orotava, los macizos de Anaga o Teno…) que convirtieron a Tenerife en meta y objetivo de no pocas estadías, al ser indudablemente un espacio único por sus características medioambientales. No obstante, no debe obviarse ante todo este cúmulo de peculiaridades que esta isla ha logrado también mantener el pulso de la atención nacional e internacional por la inmensa amabilidad y hospitalidad, por generaciones de intelectuales que han ocupado infinidad de cargos y puestos en las letras, en la milicia, en el funcionariado, en la medicina o en los oficios nobles y artísticos, que tejieron una red de amistades y apetencias que convirtieron a Tenerife en un referente que podríamos definir acaso como espiritual.
 
          La escala tinerfeña protagonizada por el distinguido novelista Vicente Blasco Ibáñez, objeto de estas líneas, es un ejemplo fehaciente de este precepto señalado al confluir en ella varios de los condicionantes apuntados con anterioridad -esencialmente, sin duda, el hecho de ser escala atlántica Tenerife en el viaje hacia Argentina-, si bien, analizando este episodio fugaz de la historia santacrucera, puede colegirse que en la esencia y consecución de esta inmemorable estancia figura desde el inicio, en su transcurso y a posteriori la fuerza y empuje propiciados por personalidades del ámbito literario y cultural insular, que se convertirían en amistades que Blasco dejaría atrás en su singladura (Nota 1).
 
          Blasco Ibáñez [Valencia, 1867- Menton, Francia, 1928], fue uno de los novelistas más relevantes en el horizonte cultural español de finales del siglo XIX y comienzos del XX, marcando una estela narrativa que influenció notablemente en el mundo de las letras hispanas contemporáneas y actuales. Obras suyas como La barraca, Cañas y barro o Los cuatro jinetes del Apocalipsis se constituyen de hecho en hitos de todo aquel que quiera adentrarse en la mejor literatura castellana universal. Esta fama asociada a su figura, que vivía sus momentos álgidos en el instante de su escala en Tenerife, nos brinda el contexto explicativo indispensable para entender, en su justa medida, la huella que dejó su breve recalada en la isla. 
 
Escala de Tenerife
 
          El 21 de mayo de 1909 (2), tras confirmarse a través de la casa consignataria Ahlers de la inminente llegada del transatlántico Cap Vilano (3) -en el que viajaba Blasco Ibáñez- a la capital en torno a las dos de la tarde del día siguiente, la comunidad cultural de esta ciudad procedió a efectuar una reunión previa en los locales del Ateneo tinerfeño -incentivada por Rafael Calzadilla y Calzadilla, según las crónicas- a la que acudieron los directores y presidentes de las diversas asociaciones culturales con mayor empuje del momento (léase Ateneo de Santa Cruz, Ateneo de La Laguna, Casino), además de representantes de los principales rotativos de la isla. En el seno de ese encuentro se dejaron traslucir los preparativos de la posible agenda para la estancia de Blasco en la capital tinerfeña -sujeta siempre al número de horas disponibles derivadas del suministro de carbón al buque-, tomándose la decisión de editar un breve "manifiesto" destinado al público para que demostrase en las calles su apego al escritor "como a un príncipe de las letras", evitando destacar su faceta política republicana. La intención clara era emular en lo posible la apoteosis que se protagonizó en el momento de la despedida del novelista valenciano en el puerto de Lisboa:
 
                    "Nosotros, aunque humildes, también queremos honrar al visitando, rindiendo pleitesía de admiración a sus talentos y un aplauso caluroso al ciudadano honorable, que ha consagrado todos los afanes de su vida política a la causa de la libertad y la justicia. Invitamos pues a todos nuestros correligionarios y al pueblo en general para que acudan esta tarde a recibir dignamente a don Vicente Blasco Ibáñez, dando con esto un nuevo testimonio de nuestro amor a las glorias nacionales".
 
          A grandes rasgos se sabía que la escala de aprovisionamiento del Cap Vilano iba a prolongarse aproximadamente durante "cinco o seis horas", por lo que el objeto claro de la reunión se centraba en "estudiar y resolver los medios más pertinentes y adecuados de recibir y obsequiar a tan eximio representante de la mentalidad española". Tras deliberar con atención la hoja de ruta quedó predefinida con los siguientes enclaves: visita al Ateneo santacrucero, breve paseo por la capital, trayecto en tranvía desde la plaza de Weyler a Guamasa y regreso a La Laguna, visita al Instituto de Canarias y breve recorrido por la ciudad, retorno a Santa Cruz, brindis en el Casino de la capital y, por último, banquete en el hotel Quisisana.
 
          Llegó la fecha de aquel sábado 22 de mayo de 1909 y efectivamente, tras dos días de navegación desde la capital portuguesa, atracó en aguas del puerto de Santa Cruz de Tenerife el precitado y ansiado Cap Vilano, entre las dos y tres de la tarde del mediodía (4). A bordo pasó una comitiva conformada por cuatro personas: el precitado presidente del Ateneo, Calzadilla Calzadilla; el presidente del Casino, Arturo Ballester y Martínez de Ocampo; un representante de la prensa local -cuyo nombre no reflejan los documentos consultados-, y Juan M. Ballester (5).
 
        Tras saludar en cubierta a Blasco Ibáñez, le acompañaron en su trayecto de desembarco en el muelle, donde “fue recibido por un numeroso público, que cariñosamente le expresó sus sentimientos de simpatía y afecto”. La primera parada de la comitiva, como hemos adelantado anteriormente, la constituyó la sede del Ateneo de Santa Cruz, lugar donde se hizo efectivo el primer brindis con champán, pastas y dulces, así como las alocuciones de rigor. En esa institución se refleja que el novelista tuvo “frases de encomio para el Ateneo, demostración -añadía- del amor que en Tenerife despierta la cultura literaria” y que departió por momentos con algunos socios y admiradores. A renglón seguido el grupo subió a un carruaje que partió en un breve paseo por algunas calles céntricas de la ciudad, dirigiéndose a la plaza de Weyler, donde les esperaba un tranvía habilitado especialmente para la ocasión. 
 
          La premura de tiempo, que era sin duda uno de los hándicaps de tan breve estancia, hizo que el trayecto en tranvía llegase únicamente a la localidad de Guamasa, enclave elegido porque desde allí ya podía Blasco Ibáñez contemplar el majestuoso perfil de El Teide. Al éxito de este desplazamiento contribuyeron asimismo las magníficas condiciones meteorológicas, con una temperatura muy agradable y cielos despejados. Lo siguiente fue tomar enseguida el transporte en sentido contrario para detenerse en La Laguna, posiblemente en la parada-estación habilitada en la plaza de la Concepción. Nos informan los rotativos que “se mostró encantado del precioso panorama lagunero”, y en el transcurso de su estancia en la ciudad de Aguere visitó las instalaciones del Instituto Provincial -donde fue recibido por su director, Adolfo Cabrera-Pinto y Pérez, y el poeta Guillermo Perera Álvarez, entre otros, plasmando su firma en el libro de honor de la entidad (6)- así como “la hermosa carretera de Tejina”, enclave este por el que sentían predilección los turistas a su paso por la isla. 
 
          Tras retornar a Santa Cruz de Tenerife, en torno a las seis de la tarde, el siguiente punto de su estancia fue atender a la invitación cursada por Arturo Ballester para tomar unas pastas y champán en el Casino de la capital. A renglón seguido, y tal como se disponía en la apretada agenda de aquella tarde, se trasladaron al banquete organizado por el Ateneo santacrucero en el hotel Quisisana (7), “que resultó ser un acto brillante y del cual se guardará imperecedera memoria”, con intervenciones calurosas y entrañables de Calzadilla Calzadilla, Pérez Armas y respuesta amable y sincera de Blasco Ibáñez, que “improvisó un bello discurso que era interrumpido por atronadores aplausos” (8). Los sesgos más interesantes de su intervención fueron la promesa solemne que hizo de hacer una nueva y más detenida visita a la isla y la posibilidad de escribir “un libro sobre asuntos canarios” (9), asuntos que demuestra conocer si nos atenemos al erudito conocimiento que disponía sobre las navegaciones atlánticas -con certeras y profundas alusiones a San Borondón, a la Atlántida, a los viajes precolombinos...-, todo lo cual se trasluciría en la novela Los argonautas, que analizaremos a continuación.
 
          Tras tomar el café en las terrazas del Quisisana, la comitiva se encaminó en varios carruajes al muelle, donde embarcó Blasco Ibáñez al son de los acordes de la banda municipal y bajo el regocijo de millares de paisanos que habían acudido en masa a prodigarle su afecto y cariño más sinceros. Las palabras de los cronistas del momento son elocuentes al máximo: "el tránsito en el muelle era poco menos que imposible".
 
Los Argonautas. Extracto dedicado a su estancia en Santa Cruz.
 
          La promesa vertida por el autor valenciano se materializó, en parte, apenas cinco años después con la extensa mención que dedica a esta ciudad y a la historia relacionada con la protohistoria de las Islas en la obra Los Argonautas, editada por la editorial Prometeo en Valencia en 1914 (10). Este libro, que ha sido definido como una "excelente fuente para revivir la experiencia de la migración trasatlántica en aquel tiempo" (11), nos ofrece una estampa próxima y densa de la singladura del vapor alemán Goethe (12) durante aproximadamente quince días, utilizando este medio como engarce para hilvanar conversaciones políticas, filosóficas, históricas, o incluso de costumbres, siempre bajo las diferentes concepciones de los pasajeros a quienes toma como protagonistas del viaje. A lo largo de las etapas del mismo, con las subsecuentes escalas en Lisboa, Tenerife, Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires, surgen en los entresijos del discurso novelesco personajes de diversa índole social, de marcados orígenes y creencias, que se conforman como las piezas primordiales de la trama, construyendo asuntos y temas de conversación variopintos, siempre salpicados por precisas y poéticas descripciones.
 
          La isla de Tenerife, y en concreto su capital y principal recinto portuario, Santa Cruz de Tenerife, aparecen al lector una vez iniciado el segundo capítulo (13). La descripción global que hace de la rada nos traslada, por boca y palabra de los personajes fingidos, la impresión que le inspira a Blasco Ibáñez la contemplación sosegada del perfil santacrucero desde la borda del transatlántico, y es de una claridad y una nitidez solo al alcance de manos expertas en el bosquejo de los espacios, los paisajes y las escenas cotidianas: 
 
                    "Alzaba la isla en el fondo su escalonamiento de montañas volcánicas, con cuadriláteros de tierra cultivada moteados de blancas casitas. En la parte inferior, junto a la masa azul del mar, extendían las fortificaciones españolas sus viejos baluartes, rematados los ángulos por garitas salientes de piedra. La ciudad era de color rosa, y sobre ella se erguían los campanarios de varias iglesias con cúpulas de azulejos. Cuatro torres radiográficas marcaban en el espacio las líneas de su cuerpo casi inmaterial, dejando ver el cielo a través del férreo tramaje".
 
          La precisión de sus alusiones descriptivas nos ayuda a rememorar de forma excepcional la realidad física del solar santacrucero en los primeros años del siglo XX, haciendo énfasis en las pautas que definían la ciudad en aquellos momentos: las torres de las iglesias parroquiales de la Concepción y de San Francisco -esta última con aquel azulejado que fue tan característico-; la estación radiotelegráfica de Cuatro Torres, que diera nombre a todo un barrio en las entonces afueras de la emergente capital; el recuerdo de aquella decena larga de "viejos baluartes", encabezados por la egregia presencia del castillo de San Cristóbal en la entrada de la propia ciudad; todo contemplado bajo la óptica de Blasco bajo esa aureola rosácea de los atardeceres lánguidos. Su prosa descriptiva continúa en párrafos posteriores:
 
                    "Más arriba de la ciudad, en una arruga de la montaña, ondeaba la bandera de un castillo moderno: un hotel elegante al que venían a respirar los tísicos septentrionales. Entre el muelle y el trasatlántico, un anchuroso espacio de bahía con gabarras chatas para el amarre del carbón abandonadas sobre su amarre y cabeceando en la soledad; vapores de diversas banderas, en torno de cuyos flancos agitábase el movimiento de la carga con chirridos de grúas y hormigueo de embarcaciones menores; veleros de carena verde, que parecían muertos, sin un hombre en la cubierta, tendiendo en el espacio los brazos esqueléticos de sus arboladuras; ruidos de sirenas anunciaban una partida próxima y otros rugidos avisaban desde el fondo del horizonte la inmediata llegada [..]".
 
          El "hotel elegante", como ha debido suponer el lector, está haciendo referencia al Quisisana, establecimiento cuya inolvidable estampa quedó prendida en la retina de infinidad de viajeros que hicieron escala en la capital santacrucera, y al que Blasco Ibáñez parece querer agradecer, con su cita, destacándolo dentro del universo de la ciudad. No en vano debemos recordar, como hemos citado anteriormente, que el novelista valenciano fue agasajado, entre otros enclaves, en el incomparable marco de este bello inmueble en su estadía en la capital santacrucera.
 
          Blasco se deja entrever, a lo largo de la citada novela como un enamorado del movimiento portuario, de los conocimientos náuticos y la esfera de lo naval. Es por ello que no extrañan las menciones a la actividad de las embarcaciones y del comercio que, una y otra vez, subyacen a lo largo de su prosa, tal y como deja patente en el siguiente párrafo:
 
                    "[..] banderas belgas que en lo alto de un mástil iban a las desembocaduras del Congo; proas inglesas que venían del Cabo o torcían el rumbo hacia las Antillas y el golfo de México; buques de todas las nacionalidades que marchaban en línea recta hacia el sur, en busca de las costas del Brasil y las repúblicas del Plata; cascos de cinco palos descansando en espera de órdenes, de vuelta de la China, el Indostán o Australia; vapores de pabellón tricolor en ruta hacia los puertos africanos de la Francia colonial; goletas españolas dedicadas al cabotaje del archipiélago canario y las escalas de Marruecos" (14).
 
          El novelista continúa desgranando peculiaridades que constituyen parte indisoluble de la idiosincrasia isleña en los albores del siglo XX entremezclando la descripción de la realidad económica de Tenerife -que vive una de sus fases de crecimiento al amparo, en parte, del abastecimiento del carbón a los buques que recalan en puerto- con apuntes vinculados al ámbito de la naturaleza y del paisaje, siempre con maestría y esa elegancia que le ha hecho a Blasco ser apodado el "Zola español"
 
                    "La isla, risueña e indolente en mitad de la encrucijada de los grandes caminos que llevan a África y América, parecía contemplar impasible este movimiento de la navegación mundial, mientras proporcionaba por unas horas el alimento negro del carbón a los organismos humeantes, que llegaban y partían sin conocerla; festoneada en su costa por una áspera flota de chumberas y pitas; guardando tras las volcánicas montañas de su litoral el secreto de sus ocultos valles tropicales; escalando el cielo con una sucesión de cumbres sobre las cuales flotaban las blancas vedijas de las nubes, y ostentando sobre esta masa de vellones el pico del Teide, un casquete cónico estriado de nieves, que era como la borla o botón de este inmenso solideo de tierra emergido del Océano".
 
          Cuando Blasco Ibáñez define a los que entonces eran conocidos como "jornaleros de carbón" (para distinguirlos de los "jornaleros de carga blanca") lo hace con una belleza expresiva que conmueve por su plasticidad y su poder de evocación. El escritor valenciano habla de ellos cómo "filas de hombres blancos que parecían disfrazados de negros" que "penetraban en el buque por las portas abiertas en sus dos costados llevando al hombro grandes cestos que esparcían polvo de hulla".
 
          Ahondando en el análisis de su paréntesis narrativo isleño comprobamos cómo surgen anotaciones en torno a la sorpresa ante la escasez de automóviles en la ciudad o sobre la sempiterna presencia de mujeres "asomadas a las ventanas como odaliscas" -rasgo este que siempre llamó en extremo la atención de todos los visitantes foráneos a las Islas-, pero si tuviésemos que precisar cuál es el tema o apartado al que Blasco Ibáñez presta una atención singular a lo largo de su estancia en la rada de Santa Cruz de Tenerife (o, al menos, tal y como aparece reflejado en el tránsito novelesco) no podríamos dudar en aludir al argumento que le brinda el fecundo horizonte de los cambulloneros y su actividad portuaria. Sus descripciones, dotadas de un acierto histórico y de una riqueza cromática que difícilmente podremos encontrar en otros autores, evidencian la relevancia y el papel preponderante que jugaron aquellos personajes del denominado «comercio clandestino», a pie de cubierta, atosigando al viajero en su llegada a la isla. Dejemos paso a sus líneas, que son una fantástica aproximación en el tiempo a una realidad que aún vive latente en nuestra memoria, en la de nuestros padres y abuelos, una realidad que marcó definitivamente la vida y aconteceres de toda una capital e, incluso, de una isla: 
 
                    "Al salir Fernando a la cubierta de paseo sintió enredarse sus piernas en un montón de telas vistosas extendidas junto a la puerta, al mismo tiempo que zumbaba en sus oídos el griterío de una muchedumbre. Le pareció estar en una feria de las que se celebraban semanalmente al aire libre en los pueblos de España. Había que abrirse paso con los codos entre los grupos compactos. Bancos y sillas estaban convertidos en mostradores. Invadía el suelo un oleaje multicolor de cálidas tintas, remontándose hasta lo alto de las barandillas y los huecos de las ventanas. Eran mantelerías con calados sutiles semejantes a telas de araña; pañuelos de seda con tonos feroces que daban a los ojos una sensación de calor; kimonos con aves y ramajes de oro; leves pijamas que parecían confeccionados con papel de fumar; almohadones multicolores como mosaicos; velos blancos o negros recamados de plata que traían a la memoria las viudas trágicas de la India subiendo al son de una marcha fúnebre a la hoguera conyugal. Los productos de aguja de las isleñas canarias mezclábanse con la pacotilla chillona venida de Asia. Vendedores andaluces o indostánicos gesticulaban entre los grupos de pasajeros, alabando sus mercaderías con sonora hipérbole española o con un balbuceo mezcla de todas las lenguas. Ojeda se vio asaltado por unos hombres cobrizos y pequeños, de cara ancha y corta, mostachos de brocha, ojos ardientes con manchas de tabaco en las córneas. Tenían el aspecto de perros de presa chatos y bigotudos; pero buenos perros, humildes, que agarrados a él ladraban con suavidad. "Señor, compra la mía colcha bonita para la tuya madama". "Señor, una echarpa: todo barato"(15).
 
          Entre los productos que destacan en la oferta de los "cambulloneros" que nos presenta de forma tan visual Blasco Ibáñez comprobamos que aparecen tanto las "cajas de cigarros empapelados de plata, con las marcas más famosas de Cuba, a pesar de que procedían de las fábricas de Tenerife", como la inmensa variedad de frutas -encabezada, como es natural, por el auge del cultivo del plátano-, si bien hay espacio para algunas ventas peculiares como la reflejada por el escritor valenciano de aquellos vendedores que "iban de un lado a otro ofreciendo hamacas de hilo o grandes sillones de junco trenzado, enormes y majestuosos como tronos".
 
          Para ir finalizando con esta exégesis de contenidos, y acaso como contrapunto a esa actividad mercantil subversiva, Blasco Ibáñez nos añade otro retazo de la "paisajística" portuaria santacrucera que no nos queremos dejar atrás: se trata de la presencia de esos muchachos que, buscando alguna moneda de recompensa, hacían gala de sus aptitudes atléticas y natatorias de cara a los turistas recién llegados a puerto. Se nos viene a la memoria enseguida la figura de aquel añorado joven conocido como "Alágua", personaje toscalero que pasó gran parte de su existencia juvenil dedicado a estas actividades. Nos dice el novelista valenciano al respecto: 
 
                    "Canoas poco más grandes que artesas iban tripuladas por muchachos desnudos, de color de chocolate, relucientes con el agua que se escurría de sus miembros. Mientras uno bogaba moviendo unos remos cortos como palas, otro, acurrucado en la popa por el frío de las continuas inmersiones, rugía a todo pulmón: "¡Caballero, eche dos marcos y los alcanzo!!. "Caballero, caballero". Era un griterío que emergía incesantemente a ras del agua; una continua apelación al "caballero" para que pusiese a prueba la agilidad natatoria de la pillería del puerto. Y cuando la pieza blanca caía en el abismo, el nadador iba a su alcance con la cabeza baja y las manos juntas en forma de proa, dejando la piragua balanceante detrás de sus pies con el impulso del salto. El cuerpo bronceado tomaba una claridad de marfil en el cristal verde de las aguas removidas. Se le veía agitar los miembros junto al casco de la nave, como unas tijeras blancas que se abrían y cerraban acompasadamente; hasta que, volviendo a la superficie con la moneda en la boca, y echándose atrás el mechón húmedo que caía sobre su frente, ganaba la canoa con una agilidad de mono y volvía a temblar de frío, implorando a todo pulmón la generosidad del "caballero"
 
          En los primeros compases del tercer capítulo Blasco Ibáñez comienza la despedida del suelo tinerfeño y lo hace con un párrafo bellísimo, digno de figurar con distinción en esa literatura de viajes en la que Santa Cruz de Tenerife fue un espacio pródigo:
 
                    "Estaban aún frente a la isla, costeando sus rugosas montañas, pétreo oleaje de antiguas erupciones llegadas hasta el mar. Bajaban por las laderas, como ovejas en tropel, blancas viviendas, medio ocultas algunas de ellas en los repliegues sombreados de verde. Por encima de las cumbres iban pasando la caperuza nevada del Teide como una cabeza curiosa, ocultándose o apareciendo, según el buque marchaba cerca o lejos de la costa".
 
         Blasco Ibáñez dejó una huella insoslayable en la memoria del Santa Cruz de principios del siglo XX, que lo contemplaba como una de las figuras rutilantes del horizonte literario del momento. Nuestro objeto ha sido rememorar ese vínculo del que nos separan casi un centenar y pocos años, intentando no perder ese nexo, emulando a esa isla -utilizando palabras del novelista valenciano- que estaba "siempre a la vista, como los países encantados de las leyendas, que parecen avanzar detrás de los pasos del que huye". Esta estancia, que fue definida como uno de los "acontecimientos más digno de ser grabado en el alma isleña", es un eslabón más en ese engarce de recuerdos a páginas imperecederas del ayer de nuestro añorado Santa Cruz.
 
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NOTAS
 
1 - De hecho, la visita de Blasco Ibáñez la conocimos documentalmente hace ya unos años al haber tenido la inmensa suerte de consultar el texto original de una breve nota dirigida por el novelista valenciano a uno de esos amigos que dejó en su estadía en la isla, Patricio Estévanez Murphy, en la cual dejaba constancia de guardar un "cariñoso recuerdo de mi paso por Tenerife". Desde estas líneas agradecemos a nuestra entrañable amiga doña Isabel Borges Estévanez el que nos permitiese admirar ese invaluable fondo documental, hoy depositado en el Centro de Documentación Canarias-América (CEDOCAM), en La Laguna.
 
2 - Referencias históricas tomadas de los periódicos La Opinión, El Progreso y Diario de Tenerife del 22 de mayo de 1909.
 
3 - El Cap Vilano, procedente de Hamburgo y Lisboa -puerto donde embarcó Blasco Ibáñez- y rumbo a Montevideo y Buenos Aires, transportaba 622 pasajeros. En su escala tinerfeña cargó 450 toneladas de carbón, agua y víveres "en breves horas" [..] "quedando su capitán y primer maquinista completamente satisfechos de la prontitud en el servicio"
 
4 - Es curioso que la casa consignataria acertase desde días antes en la hora exacta de llegada del trasatlántico al puerto santacrucero, lo que es indicativo del nivel de precisión de sus registros mercantiles. Debemos reseñar que las noticias sobre la estancia del escritor en la isla se retrasaron al lunes 24 de mayo ya que el día 23, al ser domingo, no hubo prensa.
 
5 - No acertamos a distinguir si este Juan M. Ballester se refiere al presidente de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Santa Cruz de Tenerife en aquel entonces, Juan M. Ballester y Martí, o si se hace alusión al concejal y alcalde Juan Miguel Ballester Remón. Nos inclinamos más por esta última opción, a efectos de protocolo institucional.
 
6 -  “El primer centro docente fue objeto de sinceros elogios”. La firma, de trazo claro y sobrio, ilustra el folio 51 del citado álbum, que puede consultarse libremente desde el vínculo habilitado en el catálogo de la Biblioteca Universitaria de la Universidad de La Laguna, donde se custodia el original. http://absysnet.bbtk.ull.es/cgi-bin/abnetopac/O7137/ID4af47ffe/NT2 Debemos y agradecemos esta referencia exacta al exquisito buen hacer de la bibliotecaria y responsable del Fondo Antiguo, Paz Fernández Palomeque.
 
7 - Conocemos incluso el menú ofertado en tan magno evento: "Hors d´oeuvres variès / Consomme Xérés / Sama au vin blanc / Entrecòte grillé garni a la Jardinière /  Bretonnes á l´americaine / Dinde jóti á a la broche / Salade / Chrysantha aux fraises / Gateau / Fruits - Dessert / Café".
 
8 - Entre los aproximadamente 40 asistentes a este evento figuraban, además de Calzadilla Calzadilla, Benito Pérez Armas, Juan y Arturo Ballester Martínez de Ocampo, Juan Bethencourt Alfonso y su hijo, Juan Bethencourt Herrera -en edad infantil-; Juan Martí y Dehesa; Carlos Calzadilla Sayer; Antonio Vivanco Santillán; Rafael Hardisson Espou, así como "varios concejales, directores de periódicos, casi todos los individuos de la Junta y otros socios del Ateneo y varios admiradores", entre los cuales debían encontrarse el precitado Patricio Estévanez Murphy y Diego Crosa Costa -testimonio este que se recoge en la obra de Leoncio Rodríguez titulada Perfiles [Santa Cruz de Tenerife, 1970, en su página 110]-.
 
9 - Esta promesa fue reiterada de nuevo a bordo, cuando ya se despedían sus cicerones. Según se recoge en la prensa, “la oferta volvió a los labios del señor Blasco Ibáñez con la plena y absoluta seguridad de su cumplimiento”.
 
10 - Las primeras referencias a esta obra las encontramos en los ejemplares de La Prensa de 29 de enero de 1928 y en Hoy, de 25 de julio de 1933, entre otros pasajes periodísticos. Debemos reseñar que parte de estos textos figuran incluidas asimismo en la obra Tenerife visto por los grandes escritores, editada por La Prensa, en Santa Cruz de Tenerife, en 1933.
 
11 - Comentarios tomados del portal «IgualAnalista. El blog de América Latina Portal Europeo».
 
12 - Blasco debió bautizar este navío en homenaje a embarcaciones homónimas, como el Goethe, de 3.408 toneladas de la «Hamburg American Line», que naufragó cerca de la Isla de Lobos, en la desembocadura del Río de la Plata, el 23 de diciembre de 1876. 
 
13 - La primera cita a la isla figura en la frase puesta en boca del pasajero Isidro Maltrana, cuando dice a sus compañeros de viaje: "Esta noche va a bailar un poco el vapor, pero al amanecer fondearemos en Tenerife".
 
14 - Debemos resaltar que Blasco cita en su novela otro de los "clásicos" de cualquier singladura que se precie: la presencia de polizones a bordo, uno de ellos incluso nacido en Tenerife.
 
15 - Es revelador que Blasco diferenciase incluso en la novela cómo las camareras y "stewards" del transatlántico esperaban hasta los últimos minutos de la escala en Santa Cruz de Tenerife para ultimar sus negocios con los cambulloneros, "con mayor baratura". Como dice el novelista valenciano, "en el viaje de regreso el Goethe no tocaba en Tenerife para hacer carbón y ellos, con el pensamiento puesto en Hamburgo, compraban vistosas telas, pañuelos y manteles, para hacer regalos a los que les esperaban allá".
 
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