Tercera sede de las Casas Consistoriales (Retales de la Historia - 90)

Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el 6 de enero de 2013).

 

          En apenas una docena de años el Ayuntamiento de la Villa había conocido dos sedes diferentes, la de la casa de Pedro de Franchy en la plaza de la Pila y el viejo convento franciscano de San Pedro de Alcántara, hasta que por haber regresado los frailes a su convento, en 1826 estaba a punto de instalarse en la que sería su tercera sede en la plaza de la Iglesia.

          La casa en cuestión, debida a un legado del canónigo Francisco Vizcaíno de 1769, pertenecía a la fábrica de la iglesia matriz y era su administrador el beneficiado de la misma, cuya renta, de acuerdo con el legado de Vizcaíno, debía dedicarse a mantener un maestro de primeras letras y un médico de pobres. No siempre se podía cumplir lo estipulado, bien por no haber maestro o por no estar la casa alquilada.

          El contrato del alquiler comprometido por la municipalidad empezó a contar el día 2 de noviembre de 1826, a razón de 105 pesos corrientes al año, incluyendo el tributo al que estaba afecta, a pagar por trimestres a razón de 26 pesos y 2 reales de plata. Dada la carencia de fondos se acordó que el alquiler se pagaría con cargo a los derechos de la Carnicería. En el acta de la sesión municipal del 13 de diciembre, presidida por el alcalde José Calzadilla Delahanty, ya se dice explícitamente que se celebra en la casa de la plaza de la Iglesia.

          Pero las dificultades eran enormes y la carencia de recursos obligaba a que en ocasiones los fondos dedicados a un fin determinado fueran dedicados a otras urgencias, con lo que al cubrirse una necesidad quedaba otra desamparada Así ocurrió al poco tiempo, cuando por tener que hacerse reparaciones en la casa de la Carnicería, cuya renta en principio se había destinado a atender el alquiler de la casa consistorial, esta obligación quedó en descubierto. Lo curioso es que ambas casas, la Consistorial y la Carnicería, pertenecían a la fábrica de la parroquia.

          En 1830 el beneficiado reclamaba al Ayuntamiento un año y tres meses de alquiler, que se acordó liquidarle de acuerdo con las posibilidades, mientras que el maestro de primeras letras Miguel González pedía que se le abonaran los atrasos de su sueldo que precisamente, de acuerdo con la manda pía de Vizcaíno, debía pagarse de la renta de la casa. Como queda dicho, la administración estaba a cargo del párroco, pero era el Ayuntamiento el que tenía la obligación de atender a los sueldos del médico y del maestro, cuando los había. Por tanto, el beneficiado debía rendirle cuenta de las rentas para que el municipio pudiera cumplir, y no siempre ocurría así. En alguna ocasión, como ocurrió en 1832, el Ayuntamiento tardó meses en obtener del beneficiado Manuel Torrens y Alfaro las cuentas de la casa, a pesar de las continuas reclamaciones.

          La presencia consistorial hizo que la plaza de la Iglesia, antigua calle Grande o Ancha que en lo antiguo había formado parte del camino a La Laguna para enlazar con el de San Sebastián, adquiriera la categoría de plaza mayor de la Villa y que en ella se celebraran los actos y conmemoraciones cívicas. Esto hizo que en el primer proyecto de alumbrado público de gas hecho en 1835 se le destinaran cinco faroles, superando a los propuestos para las calles aledañas de Santo Domingo y La Noria.

          De todas formas los ediles consideraban aquella sede con cierto matiz transitorio  y, cuando en este mismo año se supo que los religiosos volvían a ser expulsados de San Francisco y que una Real Orden disponía que todo volviera a estar como anteriormente, se apresuraron a apoyar una moción de Félix Álvarez de la Fuente para volver a solicitar el convento para sede consistorial, que ya había sido cedido provisionalmente al Ayuntamiento por R. O. de 20 de agosto de 1822, y en el que entonces se habían hecho cuantiosos gastos parta su rehabilitación.

          Entretanto -era alcalde el navarro Francisco Meoqui-, se sabe de la llegada del nuevo comandante general, el marqués de la Concordia, para el que  había que buscar alojamiento, y se decide arrendar con muebles y enseres “la casa de la plaza de la Iglesia que fue de Dn Enrique Casalon”, lindante con la ocupada por el Ayuntamiento, a pagar a prorrateo por los miembros de la corporación, menos el edil Juan Nazario Hernández que se negó. No fue necesario este sacrificio corporativo, pues los dueños de la casa la cedieron gratuitamente dadas las circunstancias del personaje.

          En agosto de 1836, se conmemoró el restablecimiento de la Constitución, trasladando la lápida que volvía a dar nombre a la plaza Real “en un carro adornado suntuosamente y acompañada de numeroso concurso y correspondiente tropa”, con asistencia de la Junta de Autoridades y demás representaciones con el Pendón de la Villa, previo homenaje rendido en la plaza de la Iglesia, frente a la sede del Consistorio.

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