La participación popular en la Gesta (Icod de los Vinos)

A cargo de Emilio Abad Ripoll  (Centro Cultural del Barrio de Santa Bárbara, de Icod de los Vinos, Tenerife, el 21 de agosto de 2012).

 

Generalidades

          Estoy seguro de que todos ustedes conocen lo que fue la Gesta del 25 de julio de 1797, aquel hecho que el Marqués de Lozoya calificó como el más importante de la Historia de Canarias después de su incorporación a la corona de Castilla.  Si yo ahora mismo hiciese una encuesta entre ustedes y pidiese que me la definieran brevemente, al final encontraríamos que la mayoría de las respuestas serían idénticas o muy parecidas a lo siguiente:

               “La Gesta fue la victoria del General Gutiérrez, al frente de las unidades regulares del Ejército Español, las Milicias Canarias y el pueblo de Tenerife, contra las fuerzas invasoras del Contralmirante Nelson.”

          Y observarán que de la supuesta encuesta, y de mis palabras, ha salido lo de “pueblo de Tenerife” y no exclusivamente “pueblo santacrucero”, pues como tantas veces han dicho los miembros de la  Tertulia Amigos del 25 de Julio, a la que me honro en pertenecer, fue toda la isla la que participó en la defensa del entonces llamado Lugar y Puerto de Santa Cruz, si bien es lógico que, a escala vecinal, estuviesen mucho más involucrados los santacruceros que los demás habitantes de Tenerife. Aunque, como hoy recordaremos, también corrió por las calles de la hoy capital de la isla sangre de hombres que habían nacido incluso muy lejos de las playas de Añazo (como un icodense que evocaremos especialmente) e incluso de la sombra del Teide.

          Bien es verdad que, como en cualquier obra humana, la Gesta se compuso de luces y sombras, pero en conjunto fue mucho más luminosa que sombría, y que si hubo hechos despreciables -deserciones, huidas, cobardías, escaqueos, …- cuando ello sucedió en el pueblo sencillo se debió más a la incultura que a posturas premeditadas de no colaboración en la defensa común, y a la confusión de los primeros momentos con la difusión de la noticia de la supuesta muerte del General Gutiérrez. A lo largo de estos minutos en que me van a soportar quisiera ser capaz de dar brillo y luz, de resaltar, aquellos aspectos organizativos y operativos en que fue fundamental la cooperación del pueblo, así como también recordar otros hechos aislados, espontáneos, que ayuden, mejor que de cualquier otra forma, a comprender los sentimientos que albergaban aquellas sencillas almas de nuestros antecesores de hace algo más de dos siglos.

          También les podría decir en este breve preámbulo que mis palabras sobrarían a poco que pensásemos en el resumen de muertos y heridos, en cuyo balance se constata la aparición de muchos paisanos y milicianos en el Cuadro de Honor de la Gesta. En efecto, de los 24 muertos por nuestra parte, 2 eran marineros franceses y otros 2 marinos mercantes españoles. De los 20 restantes, 16 eran militares (7 del Batallón de Infantería de Canarias, es decir del Ejército regular y 9 de las Milicias, que como luego contaré no eran más que el pueblo armado) y 4 civiles. Por tanto si sumamos estos 4 a los 9 milicianos, resulta que de los 24 muertos al menos 13 no eran ni militares profesionales ni marineros, sino gente normal y corriente de la que uno se podía encontrar todos los días por la calle.

          Y algo similar ocurriría con los heridos. No les quiero llenar la cabeza de cifras, sino sólo decirles que de los 48 heridos, 23 eran milicianos y paisanos tinerfeños.

          Como he dicho, con esos datos bastaría para resaltar la participación popular en la Gesta. Pero ustedes "han pagado su entrada" para soportarme un poco más, y vamos a ello.

          Mi intervención va a estar dividida en 3 apartados. El primero dedicado a la cooperación o participación del órgano civil dirigente de la isla, el Cabildo, en la defensa de Santa Cruz; en el segundo trataremos de las Milicias y de los paisanos, y constataremos su actuación de los días 22 y 25 en los combates. Y el tercero y último estará enfocado hacia la organización ciudadana santacrucera ante el conflicto que se avecinaba, plasmado en el denominado Plan de Rondas. Para terminar con unas reflexiones en voz alta.

 

La actuación del Cabildo

          Lo mejor que tiene esto de formar parte de la Tertulia Amigos del 25 de Julio es el acrecentamiento del bagaje de conocimientos históricos y culturales que uno pueda poseer con el simple trato de los contertulios. A mi, pese a los 16 años que hace ya que los conozco y los 13 que formo parte del grupo, me siguen sorprendiendo la capacidad de trabajo de los tertulianos, el conocimiento que demuestran, sin vanos alardes, de los más diversos temas y su rara habilidad para encontrar petróleo donde uno no huele nada, es decir, de desentrañar una madeja cuando apenas se vislumbra el cabo del hilo. En el caso de hoy, y en este apartado de la actuación del Cabildo, me voy a basar por entero en dos trabajos llevados a cabo uno por Pedro Ontoria (maestro burgalés afincado entre nosotros desde hace ya bastantes años) y el otro por Juan Tous, (coronel de Artillería, mallorquín y sobradamente conocido por muchos de ustedes por su pertenencia al Regimiento de Artillería núm. 93) que presentaron en la Casa de los Capitanes de La Laguna hace ahora unos 3 años.

          Saben ustedes que al comenzar la década de los 90 del siglo XVIII estuvimos en guerra (la tristemente famosa del Rosellón) contra Francia. El General Gutiérrez, entonces recién llegado a Canarias, confeccionó a principios de 1793 un Plan de Defensa que en aquella circunstancia no se aplicó, pues los franceses no intentaron ninguna acción contra el Archipiélago. Pero al declararse de nuevo la guerra, ahora contra Inglaterra, a finales de 1796, Gutiérrez, con escrito que lleva la fecha de 1 de febrero de 1797, se dirigió al Cabildo para informarle que había dispuesto que entrara de nuevo en vigencia el citado Plan, por lo que encomendaba vivamente al principal órgano de gobierno civil de la isla, el citado Cabildo y único ayuntamiento existente según la organización administrativa de la época, que debía prestar la máxima colaboración y ayuda a los Coroneles de los Regimientos de Milicias (los 5 Regimientos de que hablaremos dentro de un poco), sin que fuese necesario enviar para cada caso un “aviso expreso”.

          El día 22 de julio, apenas tenido conocimiento del desembarco inglés por la zona de El Bufadero, el Corregidor, don Josef de Castilla y Laeza, convocó inmediatamente Cabildo, que se reuniría con carácter abierto y permanente mientras persistiese la peligrosa situación. Lanuza Cano, en su obra Ataque y derrota de Nelson en Santa Cruz de Tenerife, recoge, entre ese día 22 y el inmediato 25, innumerables partes, oficios y órdenes emanados del Cabildo o recibidos en el mismo, todos ellos relacionados con su cooperación o participación en las operaciones de defensa. Pedro Ontoria seleccionó en la ocasión expuesta 19 de esos documentos, por parecerle de singular importancia, mientras que Juan Tous hizo lo propio con 21 disposiciones. No se asusten, que no voy a leerlos, sino que únicamente haré un extracto de lo recogido como vital por mis compañeros.

          Lo primero fue, lógicamente, tocar “al arma y arrebato” para reunir a todos los paisanos útiles de la ciudad y pagos de su jurisdicción, despachando oficios a los alcaldes de todos los pueblos para que hiciesen congregar y remitir el mismo personal a la Capital. Y también, enseguida y siguiendo las directrices del Comandante General, se despachó una partida para tomar las alturas de Valleseco antes de que pudiese hacerlo el enemigo. Y también se enviaron 6 cañones a la zona de Gracia para evitar la penetración por La Cuesta.

          A continuación,  el Cabildo pensó en algo que guarda una íntima relación con una frase, de Cervantes en boca de su don Quijote, que en nuestros años de cadetes leíamos al entrar en el gran comedor de la Academia General Militar y que rezaba así: “El peso y cuidado de las armas no se puede llevar sin el buen gobierno de las tripas”. Por ello, el Cabildo ordenó hacer inmediato acopio de víveres y pan para los combatientes. Se puso en marcha un plan de suministros de pan hacia las unidades que ya estaban desplegadas desde aquel mismo día 22, para lo que se “movilizaron” todas las panaderías de La Laguna y alrededores, e incluso a particulares que disponían de los utensilios necesarios para producir el vital alimento. A la vez recababa del Comandante General que le enviase a La Laguna, con los mismos carros y ganadería que bajaban el pan confeccionado y otros alimentos, unos 3.000 barriles de harina fruto de una presa hecha recientemente que se encontraban en la plaza.

          Y dándole la vuelta al refrán, no sólo era bueno estar “con el mazo dando”, sino que tampoco sobraba el “a Dios rogando”, por lo que se mandaba a todas las iglesias se hiciesen rogativas a su Majestad Sacramentada para que “se digne libertarnos de un asedio y de las fatales consecuencias que pueden resultar”. Y como el alimento espiritual también era importante, el Vicario (don Santiago Bencomo) destinó sacerdotes y confesores a las zonas en que había tropas y paisanos aprestados a la lucha.

          No se olvidó tampoco el apoyo sanitario, pues se ofreció el Hospital de Nuestra Señora de los Dolores y cuantos arbitrios y medios dependiesen de él, así como la actuación de médicos, sangradores y enfermeros.

          A buen recaudo había que poner los caudales públicos y otros de los barcos surtos en la bahía; y así se hizo. Era preciso también acoger a los cientos de personas (ancianos, mujeres y niños) que huían de Santa Cruz, y alojarlos o facilitarles la continuación de su viaje a otros pueblos del interior.

          Hay dos detalles, en que se combinan celeridad en la respuesta y eficacia que a mí, persona que a lo largo de su trayectoria militar estuvo muchas veces en contacto con esa rama del Arte de la Guerra que se llama la Logística, me han llamado poderosamente la atención en este repaso que estamos haciendo de la actuación del Cabildo. El primero es el tema del calzado. Muchos de los hombres -milicianos y paisanos- que se iban incorporando a Santa Cruz el día 24 desde todas las partes de la isla, venían prácticamente descalzos como consecuencia de las largas caminatas. Pues bien, a la una y media de la tarde de ese día se recibía en el Cabildo la orden del General Gutiérrez de que se remitiesen 100 pares de zapatos para la tropa. A las cuatro estaba cumplimentada. Creo que sobra cualquier comentario.

          El otro punto es el resumen de los suministros. Hubo que alimentar a tropas desplegadas por las alturas de Taganana y Valle Seco; en la Punta del Hidalgo; en Tejina; en Bajamar; en el Valle de San Andrés; en la línea defensiva de Santa Cruz, en Guadamojete y Candelaria. Se enviaron 16.000 libras de pan, 300 de bizcocho; 7 pipas y media de vino; cantidades importantes de arroz, carnes, queso, etc. Sinceramente, creo que más no se podía pedir en un país aislado y pobre, pero habitado por gentes solidarias, de las que su Cabildo fue, quizás, el mejor exponente.

 

La actuación de las Milicias y los paisanos

          Por el poco caso que le hacemos a la Historia, desgraciadamente no es bien conocido el papel trascendental que jugaron las Milicias Canarias en la defensa del Archipiélago entre los siglos XVI y XIX. Si algunos de ustedes han asistido a intervenciones de los miembros de la Tertulia en actos similares a éste de hoy, habrán comprobado que los tertulianos somos un poco “la voz que clama en el desierto”, en el desierto del olvido, o lo que es peor, del menosprecio histórico, ante la falta de cualquier recuerdo hacia ellas y los miles de hombres que en ellas sirvieron durante más de 3 siglos. Pero ese no el tema de esta tarde.

          Quizás alguien podrá estar ahora pensando que yo les había prometido hablar de la actuación de civiles o de paisanos, del pueblo, en definitiva, en la Gesta, y las Milicias eran un cuerpo militar. Dejando aparte, pero sin olvidar, que los militares somos también pueblo, hay dos hechos que avalan la inclusión de las Milicias hoy: el primero, que eran verdaderamente “el pueblo en armas”; el segundo que, pese a su organización era militar y sus ordenanzas puramente castrenses, sus componentes tenían un elevado grado de lo que hoy se definiría como “amateurismo”, si no hubiese sido por la obligatoriedad de la incorporación a filas de los milicianos. Estos eran campesinos, albañiles, obreros de todas las ramas existentes en la población canaria de aquel tiempo, que no pernoctaban nunca en un cuartel; que sólo se reunían una vez al mes para hacer algo de instrucción; que casi no sabían disparar un fusil; que apenas disponían de armamento; que desde los 15 ó 16 años, hasta que eran ya muy mayores para las medias de longevidad de la época, debían acudir, a veces en los momentos más inoportunos, como en la época de siembra o recolección, a la “alarma”, incorporándose a la cabecera de su Compañía…

          Además en el siglo XVI las Milicias habían nacido “espontáneamente”; no eran más que grupos de hombres dispuestos a defender con uñas y dientes el suelo que pisaban ante cualquier amenaza de invasión. Luego irían apareciendo normas, ordenanzas y reglamentos, pero en el fondo yacía lo genuinamente popular. Y esa participación popular había sido muy gravosa para Canarias durante aquellos difíciles XVI, XVII y XVIII. En el último cuarto de ese último siglo, el XVIII, se había implantado una nueva organización miliciana que había reducido en gran manera el sacrificio de la permanente disponibilidad humana, exclusivamente varonil, pues ciñéndonos a Tenerife, de los hasta 13 Regimientos que habían existido, (uno de ellos con cabecera en Icod), se había llegado a los 5 (Abona, Güimar, La Laguna, La Orotava y Garachico) que permanecían cuando iba a empezar el siglo XIX. ¿Y qué era un Regimiento de Milicias? Pues la reunión, bajo un Coronel y una reducida Plana Mayor, de 10 Compañías de 100 hombres cada una. Una era de Granaderos, otra de Cazadores y las ocho restantes de Fusileros. Es decir, en teoría, estaban compuestas por unos 1.000 hombres.

          Y también existían las Milicias de Artillería, en parte “Veteranas”, es decir, también podemos considerarlas formando parte del Ejército Regular, y en parte compuesta por milicianos como los de Infantería, gente que acudía a su puesto cuando se la llamaba a ello.

          Además ya se contaba, desde finales del XVIII, y esto era muy importante, con una unidad del Ejército Regular: el Batallón de Infantería de Canarias. Con sede en Santa Cruz, de unos 600 hombres en plantilla (raramente cubierta), de reclutamiento ya no exclusivamente tinerfeño, que, al acudir a las alarmas que se presentasen, eximía de esa servidumbre a los milicianos. En el Batallón se instruían también los Oficiales de Milicias, y destacaba hombres a Gran Canaria y La Palma a los mismos efectos de protección e instrucción.

          ¿Estaban bien preparados nuestros milicianos? La verdad es que no, pues ya hemos hablado de lo escaso de su preparación militar y las graves carencias de armamento. Pero en el caso concreto de Tenerife podemos hacer una pequeña excepción. En 1793 habían marchado a la Guerra del Rosellón, acompañando al Batallón de Infantería de Canarias, las Compañías de Granaderos de los Regimientos; eso sí, incompletas, pues se trató de evitar la ausencia de casados o viudos con hijos, y sus bajas, en parte, se cubrieron con voluntarios de las demás Compañías de su unidad. Cuado regresaron, dos años más tarde, se habían fogueado lo suficiente como para que a principios de 1797 el General Gutiérrez les asignase a ellas, y al Batallón de Infantería, el papel principal en la lucha contra los ingleses, si estos ponían en pie en tierra. Y por eso las hizo venir al Lugar y Puerto de Santa Cruz desde todos los lados de la isla. El Comandante General designó al Teniente Coronel del Regimiento de Abona don Domingo Chirino Soler, Marqués de la Fuente de Las Palmas, como Jefe de esa “División de Granaderos”. Pero como transcurrieron 5 meses sin que se produjera el temido ataque, el Mando se vio forzado a sustituir (la normativa imponía el semestre como tiempo máximo que los milicianos podían estar separados de su cabecera) a los Granaderos por los Cazadores de los 5 Regimientos, aunque su Jefe iba a seguir siendo el mismo Teniente Coronel Chirinos.

          Pero, ya lo hemos dicho, la plantilla de la única unidad del Ejército regular, el Batallón de Infantería de Canarias no estaba, ni mucho menos, completa, por lo que Gutiérrez ordenó que se presentaran en Santa Cruz 1 oficial y 40 milicianos de cada Regimiento. La verdad, lo dije antes, es que aquí también aparecen sombras, pues existieron muchas dificultades para completar las unidades, regulares o milicianas. Yo creo que la principal causa estribaba en que a nivel popular, especialmente campesino, (¡piensen por un instante lo que sería el Tenerife de finales del XVIII!), no había conciencia clara del peligro tan enorme que se corría. Además, tantas veces se había acudido a la alarma (dejando campos sin labrar o recoger, trabajos sin acabar, familias en dificultades, etc.) porque venía un lobo que al final no aparecía…

          En el libro titulado El 25 de Julio a la luz de las Fuentes Documentales, escrito por otros dos contertulios, Luis Cola y Daniel García Pulido, se puede estudiar un cuadro en el que se resume que de los 1.669 defensores de la plaza y puerto, fueron 1.029 los milicianos y paisanos que estaban disponibles en el primer momento del ataque, es decir, casi el 62%.  No obstante, queda claro que serían bastantes más, pues desconocemos el número total de los que se fueron presentando en la Plaza, aunque sí sabemos, por ejemplo, que el 23 aparecieron 355 milicianos, de los que 20 eran de Tacoronte, 200 del Realejo Alto, 12 del Realejo Bajo, 22 con caballos de La Matanza, 52 de La Victoria, 26 de San Andrés, etc. Es curioso, que de esos hombres todos menos uno (un estudiante llamado Cristóbal Fernández Veraud que preferirá un fusil), iban a elegir como arma defensiva un chuzo. Y, además tampoco están incluidos los 500 del Regimiento de La Laguna que el día 22 acudieron a cerrar el paso a los ingleses en la zona de la Cruz de Afur, por si se les ocurría a los ingleses, una vez en el Ramonal, internarse hacia la Ciudad de los Adelantados; y seguramente, como digo, muchos más…

          El General Gutiérrez estaba plenamente convencido de que el ataque principal de los ingleses, si se presentaban en las islas, sería precisamente contra el Puerto y Plaza Fuerte de Santa Cruz, tanto por la importancia comercial del primero como por la militar de la segunda; su convencimiento se convirtió en absoluta certeza cuando en la primavera del 97 se produjeron los robos de dos barcos, uno español y otro francés, en la misma rada de Santa Cruz, en las propias barbas de sus defensores, pues la impunidad con que lo habían conseguido sabía que constituiría un acicate más a los intentos británicos. Pero tampoco podía dejar sin vigilancia en unos casos o protección en otros, el resto de la costa tinerfeña.

          Por ello activó un Plan de atalayeros o vigilantes, encargando a los Regimientos de Abona, La Laguna y Garachico que colocasen atalayas en los puntos dominantes de las costas con la misión de informar, mediante señales convenidas de antemano (como banderolas o humos en las horas diurnas y fuegos por la noche) de la presencia, tipo, número, rumbo, etc. de buques en las cercanías o aproximándose a las costas. Los otros dos Regimientos, el de Güimar y el de La Orotava, tenían que cubrir las playas en que existía la posibilidad de que se produjeran desembarcos. Es muy curioso (y es que no hay nada nuevo bajo el sol) que durante la II Guerra Mundial, cuando, en cumplimiento de lo ordenado por el Capitán General Serrador, el Gobernador Militar de Tenerife prepare su plan de defensa de la isla ante el riesgo de invasión aliada, también se divida la costa en sectores de vigilancia y sectores de defensa.

          ¿Y dónde estuvieron, dónde actuaron aquellos milicianos, y aquellos paisanos que se les fueron uniendo, ante la llamada de Gutiérrez en las duras horas de la lucha? Pues lo tenemos muy bien explicado y detallado en el citado libro de Cola y García Pulido y en las recopilaciones de la documentación encontrada relativa a la Gesta: Las Fuentes Documentales y la Adenda  a las mismas. Brevemente les diré que el día 22, “rozadores” de La Laguna y paisanos dirigidos por el alcalde de Taganana, se unieron a los efectivos del Batallón de Infantería y a los citados milicianos laguneros que acudieron a la Cruz de Afur para evitar una posible penetración inglesa hacia La Laguna. Y que esos mismos paisanos, con soldados del Batallón estuvieron vigilando las costas tagananeras ante un rumor de intento de desembarco por allí. Y otros milicianos, a la vez, bajaron 6 cañones a la zona de Gracia, para evitar la penetración por La Cuesta…

          Fueron milicianos los que subieron los 4 cañones a la altura de Paso Alto la mañana del mismo 22, y desde allí, con los franceses y los soldados del Batallón impidieron el desbordamiento de la línea de Baterías costeras; milicianos y paisanos se unieron a la guarnición de Paso Alto;  franceses y paisanos reforzaron San Miguel; milicianos se aprestaron a defender San Antonio y San Pedro, en este caso apoyados por la tripulación de un buque correo, el Reina María Luisa, que había llegado pocas fechas antes; milicianos de la división de Cazadores se desplegaron por las playas de San Telmo; decenas de milicianos completaron las exiguas plantillas del Batallón de Infantería y, bien encuadrados y mandados por Oficiales profesionales, dejaron muestras de su valor en los combates callejeros de Santa Cruz; y los que fueron llegando a lo largo de la noche del 24 al 25 fueron constituyendo reservas a disposición del mando. Y fueron paisanos los que, a requerimientos del Coronel Jefe de la Artillería, hechos suyos por el Comandante General, fueron seleccionados por el Alcalde Real para formar parte de las mermadas dotaciones de sirvientes de pieza en las casi 20 baterías; y fueron paisanos los componentes de las Rondas de las que hablaremos enseguida, y, con los pilotos y marineros de los buques surtos en el puerto, hubo paisanos que constituyeron una incipiente batería de artillería de campaña de apoyo inmediato a la infantería… Por eso, aún cuando se empeñen algunos en resaltar las sombras del luminoso cuadro general, a mí me entusiasma, y me conmueve, ese sentimiento de unión en la defensa del terruño, de aquel roque que se llamaba y se llama, gracias a ellos, Tenerife, que quería seguir siendo parte de un ente superior, muy alejado geográficamente, porque entonces las distancias medidas en tiempo eran mucho mayores que las de ahora, Y, sin saberlo, estaban inspirando al poeta que escribió el Himno de nuestro Regimiento de Infantería, pues se aprestaron a morir si era necesario para que en nuestras cumbres, en nuestras peñas y en nuestras fortalezas no batiera el viento otra bandera que no fuera la de España.

          Esfuerzo colectivo que se pagó con sangre de hombres nacidos en muy distintos lugares. Y es llegado el momento de citar esa gloriosa contribución icodense en la sangre vertida. Juan Carlos Cardell Cristellys (otro contertulio), en su libro  Héroes y testigos de la Gesta, nos dice que eran de aquí un herido y un muerto en los combates.

          El herido fue Nicolás Febles, natural de Garachico, pero residente en Icod., quien entró en el Real Hospital el 25 de julio con diagnóstico de “Herido en una rodilla” y fue dado de alta el 31 de agosto de 1797, o sea que estuvo hospitalizado casi 40 días. Pertenecía al Regimiento de Milicias de Garachico, una de cuyas Compañías tenía su sede aquí, en Icod.

          Y el muerto fue Domingo León Padilla, soldado del Regimiento de Milicias de Garachico, sin duda también de la compañía de Icod, que, con el anterior, habría formado parte del grupo de 40 hombres del Regimiento agregados para completar la dotación del Batallón de Infantería de Canarias.

          Había nacido en Icod de los Vinos en 1757 e ingresó en el Real Hospital Militar el 25 de julio, con diagnóstico de “Mal Herido”. Salió el 26 de julio con la anotación de “Muerto”. Es decir, murió a los 40 años de edad, y dejaba viuda y dos hijos de corta edad. Su acta de fallecimiento dice así:

               “En veinte y sinco de Julio de mil setecientos noventa y siete falleció en este Ptº. y Plaza de Stª. Cruz de Tenerife, Domingo de León Padilla de edad treinta años poco mas o menos, natural de Icod de los Vinos, hijo Lexmº. de José de León Padilla de la Isla de La Gomera,  de su Madre no hai quien de noticias, dexa de ser Marido de Antonia Guillermo hija lexmª de Manuel Guillermo y de Agustina del Carmen Linares naturales y vecinos todos de dicho Icod de los Vinos. Sin Sacramentos, intestado y Soldado Miliciano. Fdo. Blas Hernández”.

          El Rey Carlos IV concedió a su viuda, Antonia Guillermo, 60 reales al mes mientras se mantuviese viuda, tal y como le comunicaba el General Gutiérrez meses después:

               “La Piedad del Rey en consideración a haver sido muerto su marido de Vmd. en la defensa de esta Plaza la noche del 24 al 25 de Julio p.p. en que fue atacada por los Ingleses, S.M. le concede sesenta reales al mes desde el dicho día 24 de Julio, manteniéndose Viuda, y en su defecto o fallecimiento a sus dos hijos sucesivamente hasta que tengan 18 años de edad y en falta de éstos a la Madre viuda o Padre pobre del Domingo de León, lo que aviso a Vmd. para su inteligencia y servicio.

               Dios guarde a Vmd. muchos años. Santa Cruz, 4 de diciembre de 1797. Fdo. D. Antonio Gutiérrez.”

         Consta también que aquella señora recibió una ayuda del Teniente Coronel don José de Betancourt y Castro, que en 1791 había sido destinadoal Regimiento de Garachico. Con fecha de 10 de septiembre de 1797, este oficial dirigió la siguiente carta a doña Antonia Guillermo:

               “Muy Sra. mía y de mi estimación:

                Acompaño a Vmd. con las mayores veras en el vivo sentimiento que considero habrá causado a Vmd. la muerte de su marido a resultas del balazo que recibió por la gloriosa defensa de nuestra Patria en la mañana del veinte y cinco de julio; y ya que la distancia y las circunstancias no me permiten salir de esta plaza y expresar a Vmd. la parte que he tomado en su aflicción, como lo verificaré cuando una ocasión más pacífica me lo permita, quiero no dilatar a Vmd. algún consuelo, sirviéndose Vmd. recibir por ahora ciento veinte reales de vellón para ayuda de su manutención, y de contar con igual cantidad todos los años que Vmd. viva, que percibirá Vmd. en el día del Señor Santiago, y si por la divina providencia me viera destinado a tener una muerte tan honrosa como la de un tan buen soldado de mi regimiento o de otra manera en que Vmd. me sobreviva, por esta misma carta se le satisfará siempre de mis bienes libres la misma memoria que quisiera fuese conforme a la extensión de mi voluntad y al total alivio del estado de Vmd, el que no deje Vmd. mirar como infelicidad cuando el Señor todo lo hace obrar según sus incomprensibles decretos, cuando su marido ha terminado sus días por la defensa de la fe, del Rey, de la Patria, de su mujer y de sus hijos, y cuando el honor con que supo defender estas obligaciones animado de un tal elevado fin, nos debe persuadir de su eterna felicidad, cuyas consideraciones siempre deberá ser para Vmd. y para sus dos hijos el objeto principal de su resignación, la que recomiendo a Vmd. ofreciéndome igualmente para cuanto pudiere servirles y rogando a nuestro Señor les guarde su vida muchos años, como lo desea su más afecto que verdaderamente estima a Vmd. Fdo. Josef de Betancourt y Castro.”

          La viuda estuvo recibiendo esta ayuda durante largo tiempo, pues en el año 1816, en las “hojas de memoria de encargos” hechas por don José de Betancourt antes de morir, hay anotaciones de haberla pagado. También existen anotaciones correspondientes a los años 1819 y 1820.

          Y vamos a pasar a otro asunto.

 

El Plan de Rondas y el Plan de Pilotos

          También cuando la anterior guerra contra Francia se había redactado un Plan de Rondas, que se tampoco se había ejecutado por la ya expuesta razón de no haberse producido intentona alguna por parte francesa contra Santa Cruz.

          En la primavera de 1797, y entre la pléyade de órdenes y disposiciones que emanaban del Castillo de San Cristóbal, donde se encontraba el Puesto de Mando del General Gutiérrez, hallamos la enviada al Alcalde Real, don Domingo Vicente Marrero para que se actualizara el citado Plan de Rondas, Y el 1º de mayo, el Alcalde, reunido con los Diputados de Abasto, los Síndicos Personeros y el Escribano cumplimentaban la orden del Comandante General, enviándole un Plan que fue aprobado por S.E.

          El Plan de Rondas no era en inicio más que un sencillo Plan de Protección Civil diseñado para, en caso de invasión, “evitar insultos, incendios y otros desórdenes”, como por ejemplo el pillaje. En él se detallaba la constitución de 6 Rondas y una Reserva (ésta bajo el mando del propio Alcalde), quedando todo el conjunto a la inmediata disposición del Comandante General. El PC se situaría en la Plaza de la Pila, donde se disponía que hubiera “cuatro lechos con cuatro hombres destinados a cada uno para conducir enfermos a los hospitales”. Se encomendaba a las Rondas, cuestión fundamental en una población donde la madera era el elemento básico en la construcción, el apagado y control de incendios, para lo que se solicitaba material a la Autoridad Militar. Y se pedía a las autoridades eclesiásticas la incorporación al conjunto de sacerdotes para prestar a quien lo necesitase auxilios espirituales.

          La población quedaba divida en dos partes, Norte y Sur, por la calle del Castillo. Cada una de esas partes se subdividía a su vez en 3 sectores o cuarteles, que se encomendarían a cada una de las Rondas. Los componentes de las Rondas aparecen relacionados con nombres, apellidos y expresión de su cometido, en función de su profesión. Esas relaciones nominales fueron sufriendo modificaciones como consecuencia de imponderables (enfermedades, ausencias, incorporaciones a otros puestos o destinos dentro del despliegue general, etc.) por lo que cuando ya los ingleses habían subido a La Jurada y obligados a reembarcar, en aquella jornada de tensa espera que fue el día 23 de julio, el Plan se actualizó. Como resumen puedo decirles que 196 hombres formaron parte de las rondas y que entre ellos había carpinteros, albañiles, herreros, carniceros, médicos, sangradores, etc.

          Es curioso destacar que no estaban encuadrados ni entre los combatientes ni entre los miembros de las Rondas los empleados de Rentas, ni los Escribanos y sus escribientes, ni los boticarios, panaderos y asistentes de los hospitales. Ni tampoco a quienes, por deformación profesional logística, denominaríamos como "Unidad de Transportes", es decir, los arrieros, para los que se fijaba un lugar de concentración con sus animales, de aparcamiento, vamos, al oeste de la Batería de San Pedro, quizás por la zona donde hoy está la fuente de Isabel II. Las Rondas sufrieron 3 muertos.

          Y vamos  hablar un poco del Plan de Pilotos, o de las Rondas de Mar. A lo largo de las Relaciones relativas a la Gesta van saliendo retazos por los que se puede averiguar que había varios buques surtos en la bahía santacrucera en las fechas que nos ocupan.

          Pero destacaba sobre todos uno, la fragata Princesa, también conocida como la San José, de la Real Compañía de Filipinas, que había llegado al puerto hacía varios meses y que transportaba un valioso cargamento, puesto a buen recaudo en La Laguna por orden del Comandante General tras el fiasco del robo del Príncipe Fernando. El apoderarse de la Princesafue, y sigue siendo, el principal argumento esgrimido por los ingleses para justificar el ataque, como si para tan menguado provecho, fuesen necesarios casi una decena de barcos, con 3.000 hombres y varios cientos de cañones, bajo el mando de un Contralmirante. Bueno, que digan lo que quieran, que no me lo creo. Ellos vinieron a por todas, como está más que demostrado, especialmente en base a la correspondencia sostenida entre Nelson y su inmediato superior, el almirante Jervis, pero la derrota de su idolatrado Nelson escuece mucho todavía...

          Había, como digo, más barcos: en concreto 2 goletas, 2 fragatas (una de ellas danesa), 1 bergantín, 1 balandra, 1 keche y 3 pequeños barquitos mercantes. Ninguno era un buque de guerra, por lo que no cabía, ni en sueños, que se pudieran enfrentar a la potente escuadra que acechaba por nuestras aguas. Deberían quedarse anclados lo más cerca posible de la costa, interfiriendo lo menos posible el fuego de nuestras baterías costeras, y con sus tripulaciones, en las que figuraban pilotos que eran profesionales bastante instruidos, totalmente inactivas. Esta circunstancia no podía pasar desapercibida para el General Gutiérrez y su Plana Mayor, y por ello, el Comandante General encargó al Capitán de Puerto, don Carlos Adán,  que le organizase unas partidas o cuadrillas con la misión fundamental de vigilar la costa y el puerto y a las que él iría encomendando funciones según la evolución de los acontecimientos. De hecho, varios de los pilotos, adiestrados en las siguientes semanas por oficiales de Artillería en el muelle y sus aledaños, se convirtieron en flamantes Jefes de Pieza, y con su gente fueron utilizando, con éxito y acierto, los cañones “violentos” en los combates callejeros de la madrugada del 25.

          Y también como resumen decirles que fueron 93 las personas que figuraban en el Plan de Pilotos o de las Rondas de Mar que el Capitán de Puerto presentó el 14 de mayo para aprobación al Comandante General, lo que éste haría dos días después. Y ocurrió un incidente digno de mención. Una copia del Plan había sido remitida por Gutiérrez al Alcalde Real para conocimiento; don Domingo montó en cólera y se quejó amargamente ante la Autoridad Militar de que el Sr. Adán se tomase atribuciones que no le correspondían e incluyese en aquellos listados a gente que él ya tenía designada para las Rondas urbanas. El Comandante General contestó al alcalde que allí quien disponía de la gente y le asignaba misiones era únicamente él mismo, por lo que no cabían disensiones ni pegas a un tema ya decidido por su autoridad. Y punto.

          También estas cuadrillas tuvieron el honor de ser incluidas en el glorioso cuadro de los fallecidos en aquel intento de preservar Tenerife para España pues un contramaestre moriría en los combates.

          Hay otras actuaciones espontáneas populares que aparecen en las Relaciones, de las que muy importante fue la de destrozar las barcas de desembarco inglesas, lo que privaba a los invasores de su utilización en caso de retirada. Pero baste ya este repaso a lo que autoridades civiles y pueblo, en colaboración estrecha con autoridades militares y Ejército, hicieron en aquellas gloriosas jornadas, y pasemos al último punto de la tarde.

 

Y las mujeres

          Y como les prometí, para terminar, quiero hacer unas reflexiones en voz alta dedicadas a unas protagonistas en la sombra: las mujeres.

          El destacar continuamente las escasas excepciones, saben bien que lleva a que parezca normal lo que es, insisto, excepcional. Y me explico: muchos millones de españoles, entre los que me incluyo, no hemos necesitado nunca la existencia de un Ministerio de Igualdad para respetar a la mujer y valorar y reconocer su trascendental papel como pilar de esa entidad que es la familia y de protagonismo en el devenir de la Historia. Pero esta noche, en ese repaso que hemos hecho a las Relaciones de la Gesta, a las Fuentes Documentales y a otros libros, me temo que en mis torpes palabras la figura femenina ha quedado bastante difuminada, oculta por el trasiego de los preparativos, las luchas del 22 de julio cuando los primeros intentos ingleses; y el humo de la pólvora, el ruido de la fusilería, el estruendo de los cañones, los gritos y las carreras en medio de la oscuridad de la trágica madrugada del 25 de julio de 1797.

          Pero no quiero que sea así, ni tampoco me gustaría que ustedes se llevaran esa conclusión, por lo que, para terminar, quiero dedicarle a las mujeres de Tenerife el homenaje que, como consecuencia de lo que sucedió en las fechas de la Gesta, se les debe. Porque la verdad es que en ese repaso a la documentación expresada se encuentra uno en varias ocasiones con las mujeres. Vamos a verlo.

          Dicen que Napoleón prefería Generales con suerte, y, si esa aseveración es cierta, creo que si hubiese conocido a Gutiérrez habría querido tenerlo cerca de él. El primer golpe de suerte en favor de nuestro Genral y los defensores se produjo en las primeras horas del día 22, cuando una sencilla campesina del Valle de San Andrés, “una agreste”, como la denominan las Relaciones, que venía a Santa Cruz a vender sus productos en la Recova, al pasar por Valle Seco, en la difusa luz del próximo amanecer, distinguió un enjambre de barcas que se dirigían a las playas, cargadas hasta rebosar de hombres con raros uniformes. Corrió la mujer hacia el cercano Castillo de Paso Alto; a voces y pedradas alertó a los centinelas; estos lo hicieron con sus Oficiales; se dispararon 3 cañonazos que pusieron en pie de guerra a la línea de fortalezas, sonaron las campanas de las iglesias, y el Lugar entero brincó de la cama… y se abortó así un ataque por sorpresa que pudo haber traído fatales consecuencias. No sabemos nada de aquella mujer, ni siquiera su nombre, edad o condición… pero le debemos mucho y, en consecuencia, no podemos dejar que, como tantas otras cosas en nuestra tierra, desaparezca en el olvido. Por ello la Tertulia tiene en proyecto la erección de un sencillo monumento, de un modesto recuerdo, a aquella mujer que, con su aviso, impidió que tuviera éxito  el primer ataque inglés en la madrugada del día 22. Considero, además, que en ella se homenajearía también a todas las campesinas que, durante siglos, vinieron a traer los productos que los vecinos de Santa Cruz necesitaban para su subsistencia.

          Y si sigue uno repasando lo que sucedió horas después, cuando el infernal calor de aquel “día de Sur” comenzaba a hacer estragos entre los ingleses que habían subido a las estribaciones y las cotas más altas de La Jurada, y que no contaban para su refresco más que con cantimploras con agua, vino y ron (muchas de las cuales habían abandonado en su precipitada subida hacia las elevaciones), constatamos que no estaba sucediendo igual entre los nuestros, pues la situación de los que se encontraban frente a los británicos era distinta. Además de las  previsiones logísticas de Gutiérrez, y la respuesta a las solicitudes del Jefe de los españoles y franceses que los apoyaban, se había producido un hecho extraordinario.

          De manera espontánea, las aguadoras de Santa Cruz decidieron aquel día repartir el vital líquido entre sus soldados, y no en la población; habían cargado sobre sus cabezas y apoyado en sus caderas ánforas, cántaros y recipientes, y desafiando la lógica de la resistencia humana y desmintiendo el estigma de que forman parte del “sexo débil”, treparon como cabras (y no es peyorativo, pero no encuentro otra forma de describirlo) por las escarpadas laderas de la Altura de Paso Alto, donde hoy se encuentra el Barrio de la Alegría. No creo que nadie en esta sala, si conoce la zona de la que hablo, dude de mis palabras si califico aquel esfuerzo de ímprobo y sobrehumano. Pero si alguien duda, lo emplazo a que cargue con 15 ó 20 kilos y suba a la Altura (y eso que hoy se cuenta con carretera, no como en aquel 1797) y a las 12 ó 13 horas de “un día de Sur”. Pero no se conformaron con eso; bajaron y volvieron a subir, ahora con más agua, pan, queso, frutas…. Y las más jóvenes lo hicieron una tercera vez.

          Si eso no es la perfecta definición de la integración del pueblo con sus soldados, de comunidad en una idea de defensa del solar patrio, yo no encuentro otra mejor. Y, al igual que dije de la agreste, digo de estas aguadoras, anónimas y humildes, sí, pero con un corazón como el Teide. También la Tertulia ya ha apalabrado con el Club Náutico el levantamiento de un pequeño recuerdo a aquellas aguadoras de Santa Cruz.

          A lo largo de los días de la Gesta, especialmente la noche del 24 al 25, hubo muertos y heridos por nuestra parte. Todos fueron varones. Pero en el entorno familiar de los 24 fallecidos habría, sin duda, mujeres: madres, esposas, hermanas, hijas,… En lo referente a las esposas particularmente, con la pérdida definitiva de su hombre quedaban normalmente en el desamparo más absoluto, extensivo, como es lógico a los hijos del matrimonio. De algunas de ellas sabemos que el Rey les concedió pensiones. De las demás, la mayoría,… nada. Oscuro silencio en las crónicas, oscuro olvido -como las paletadas de tierra que cayeron sobres sus ataúdes- en el que quedaron sepultados no sólo sus queridos hombres, sino ilusiones, proyectos,… sus propias vidas en definitiva.

          Y me queda aún otro grupo de mujeres. Cuando en las crónicas se habla del temor de la población ante lo que está por venir y se relata como se requisaban o alquilaban carretas y caballerías para que ancianos, niños y mujeres se pusiesen en seguro en La Laguna u otros pueblos del interior de la isla, aparece una simple línea que reza: “Algunas mujeres prefirieron quedarse junto a sus maridos”. Así de sencillo, pero así de grandioso. Prefirieron estar “con él”, “a su lado”, no detrás, como dice esa famosa frase que quiere alabar a las mujeres, pero desde mi punto de vista no lo consigue. Se quedaron “con él”, “a su lado”, arrostrando el peligro, los incendios, la muerte y, quizás, cosas peores, para defender y proteger lo que era de los dos, para cumplir lo que hacía más o menos años habían prometido ante un Cristo y una Virgen en algún altar de esta isla, de otra isla o de la lejana Península.

          Cuando en la mañana del 25 cada una de aquellas mujeres, volviera a ver a su marido, quizás contusionado, quizás ileso, pero seguramente agotado, sucio de tierra y pólvora, para ella se abriría otra vez el valle de la esperanza. Y para él, aquel soldado, miliciano o paisano, aquel hombre honrado del pueblo español, el abrazo de ella en la Plaza de Candelaria, con el telón de fondo de la bandera de España en lo más alto del Castillo de San Cristóbal, mecida por el alisio que empezaba, a Dios gracias, a soplar, sería la confirmación de que todo -sangre, sudor y lágrimas-, es decir, la Gesta tinerfeña y su gesta particular, habían valido la pena.

          Muchas gracias por su atención.

- - - - - - - - - - - - - - - - - -