Ecos y flecos de un aniversario

Por José Miguel Juan-Tagores  (Publicado en el Diario de Avisos el 27 de septiembre de 1997).

 

          Con sentimientos de frustración y nostalgia, la celebración del Bicentenario de la Gesta del 25 de Julio ha pasado, dejando flecos de críticas y comentarios diversos desde todos los ángulos sociales. Al parecer, muchas personas se sienten insatisfechas, por lo que creen ha sido una representación teatral más cercana a la comedia que al drama.

          No pretendo romper una lanza por los organizadores, que probablemente se han esforzado lo que han podido, ni justificar los hechos; solamente quiero comentar que, en estas celebraciones, la seriedad y la solemnidad suelen brillar por su ausencia, se trate de la Declaración de Independencia Americana o del Sitio de Zaragoza.

          En todas las ciudades del mundo, cuando se celebra la fiesta conmemorativa con una recreación de personajes y hechos, los vecinos pueden ver en primera fila, desde el zapatero del barrio de calzón corto y chupa azul, con la escarapela sobre la trucha y tocando el bombo, hasta el alto, respetable funcionario, conteniendo el vientre con la faja y la calva escasamente cubierta con la peluca empolvada en su papel de general. A eso hay que añadir la habilidad de ciertas personas, que nunca faltan, para frivolizar la representación de lo que en su momento fue una auténtica tragedia humana. Y las ganas del pueblo de hacer fiesta. Malos ingredientes para una solemnidad. Todos los momentos muy esperados y preparados pierden interés cuando se alcanzan.

          Algo así ha pasado con este bicentenario, para el que muchos nos habíamos prometido una celebración feliz y adecuada. Atrás quedan ya la excitación y la prisa, el nerviosismo de los organizadores por atender a los huéspedes, fuesen de la parte amiga o enemiga, y el temor a no acertar con el verbo adecuado en las proclamas.

          Pero pienso que lo que realmente ha fallado en esta conmemoración ha sido el deseo de muchas personas, entre las que me cuento, de enaltecer y dar a conocer la personalidad de un militar español, modesto y prudente, que permanece en la oscuridad histórica pese a su eficiencia, su profesionalidad y su humanidad, claramente demostradas por la excelente habilidad que tuvo para manejar una situación que, a cualquier otro menos avisado, se le hubiera ido de las manos.

          Ya manifesté en una ocasión que la Gesta estaba marcada por la impresionante personalidad del derrotado, figura enorme en la Historia. Los títulos de las conferencias, involuntariamente sin duda, han mencionado más a Nelson que a Gutiérrez ("El Santa Cruz que Nelson no pudo conquistar”, etcétera). El vulgo, con su ingenua impresión, habla de “lo de Nelson”, cuando se refiere al 25 de julio. Y así, la celebración ha pasado y aún no está en su sitio el monumento a Gutiérrez.

          Nuestro anciano general seguirá disfrutando de la tranquila paz del anonimato y sin pasar a los libros de la historia, pese a la suya, repleta de éxitos profesionales, entre los que la batalla de Tenerife fue solo uno más.

          Nuestra historia, por el contrario, como la de todos los países, está repleta de inútiles de familia conocida, y menos en el estamento militar que en el administrativo, que también hay que decirlo.

          Es posible que nacer en Aranda y llamarse Antonio Gutiérrez prevalezcan negativamente sobre unas excelentes hoja de servicios y ejecutoria personal.

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