El General Gutiérrez en el año 2003

Por Luis Cola Benítez  (Publicado en La Opinión el año 2001)

          Puede parecer innecesario tratar a estas alturas de la personalidad de quien en 1797 era máxima autoridad en Canarias, el teniente general don Antonio Gutiérrez y González-Varona,  aunque siempre será posible para los acreditados y entusiastas investigadores que le dedican su atención, añadir nuevos datos que enriquezcan su biografía. Sólo recordar que se trató de un burgalés que, después de una azarosa vida dedicada íntegramente al servicio de las Reales Armas, a los 69 años de edad le cupo el honor de prestar sus últimas energías, a la vez que la experiencia acumulada en más de medio siglo de vida profesional, al más glorioso hecho que ha tenido por escenario a Canarias. Sucintamente, omitiendo el fárrago de fechas y detalles –por otra parte de fácil consulta- detengámonos un instante en las circunstancias que concurrieron en quien, nacido en tierras de pan sembrar, el destino le hizo participar, constituyendo destacados hitos en su vida, en tres victoriosas experiencias  bélicas de ámbito insular.

          Aún imberbe entra al servicio de S. M., alcanzando el grado de capitán antes de los 20 años. Toma parte en las campañas de Italia y, como sargento mayor del Regimiento de Infantería de Mallorca, cumple destinos en distintas plazas españolas, hasta que marcha a Buenos Aires y Montevideo, entonces bajo la gobernación de Pedro de Ceballos.

           Como teniente coronel, se le confiere el mando de las fuerzas de desembarco que desalojan a los ingleses de las Malvinas, constituyendo esta acción el primer hito insular en su hoja de servicios. Ya coronel, regresa España y toma parte en la expedición a Argel, campaña en la que resultó gravemente herido.

          Ascendido a brigadier, participa en el bloqueo de Gibraltar y en la conquista de Menorca –segundo hito insular-, bajo las órdenes del duque de Grillón. Destacada debió ser su actuación, cuando, sin haber mediado petición suya, es nombrado comandante militar de Menorca y gobernador de Mahón, para, más tarde, por ausencia de su titular el conde de Cifuentes, ejercer el mando general de Baleares durante tres años.

          Y es en este destino, en 1790, cuando Carlos IV le asciende a mariscal de campo y le nombra Comandante General de las Islas Canarias y Presidente de su Real Audiencia. De esta forma, el cumplimiento del servicio le llevaba, sin él saberlo, al tercer y definitivo hito insular de su trayectoria vital. A los dos años de su llegada a Santa Cruz, en 1793, es ascendido a teniente general, máximo grado en los Reales Ejércitos.

          Pero, ¿cómo era Antonio Gutiérrez? Como suele ocurrir con cuantos personajes se entregan en cuerpo y alma a su vocación, no abundan detalles que nos acerquen a su lado más humano. Gutiérrez, vástago de noble estirpe arandina, poseía una regular cultura para su época, según se desprende del inventario de su biblioteca personal. Según Dugour, su estilo era conciso, sin dejar de ser por eso elegante y florido. De carácter sobrio, como correspondía a su formación castrense, era serio en su trato, eficaz en el trabajo y enérgico ante las negligencias en el servicio. Hay sobrados testimonios en este sentido, ante situaciones en las que intentaron ponerle a prueba conocidos miembros de la prepotente burguesía isleña, con el díscolo auditor de guerra Vicente María Patiño, o en aparentes conflictos, por rencillas personales, entre algunos jefes que estaban bajo su mando directo.

          En cuanto a la acción del 25 de Julio, no procede ahora detenernos en lo ya tantas veces relatado. La condición física de Gutiérrez ya estaba resentida cuando llegó a Canarias. Por ello, al año siguiente pidió licencia a la Corte para residir en San Miguel de Geneto por motivos de salud, autorización que se le concedió de inmediato. Pero la guerra, primero con Francia y luego con Inglaterra, trastocó sus planes y le obligó a vivir la mayor parte del tiempo en Santa Cruz. En octubre de 1797, cuando Tenerife aún saboreaba las mieles de la victoria, debido a sus acentuados achaques solicitó destino en España o bien un año de licencia para reponer sus fuerzas. En diciembre se le concede esto último, con el sueldo completo, pero sólo a partir del momento en que se verificara la paz con Inglaterra, por lo que no tuvo tiempo de disfrutar de la Real Gracia.

          Antes, los vecinos de Santa Cruz habían acordado solicitar del Rey la aprobación del acuerdo alcanzado en la junta celebrada en la iglesia del Pilar el 29 de julio, por el que se nombraba compatronos del pueblo a la Santa Cruz y el Apóstol Santiago. El alcalde del puerto, el benemérito Domingo Vicente Marrero, y el síndico personero interino José de Zárate, presentaron a Gutiérrez el acta del acuerdo para que solicitara la aprobación real. Pero el comandante general, considerando insuficiente la petición, sugiere aprovechar la circunstancia de la reciente victoria para impetrar de S.M. el título de Villa exenta. La noticia de su concesión se demora hasta el 27 de noviembre, día en que llega la comunicación firmada por Gaspar de Jovellanos.

          El siguiente mes de abril sufre Gutiérrez un ataque que le paraliza un lado del cuerpo y, el 14 de mayo de 1798, fallece a los 69 años de edad. La confirmación oficial del villazgo no llegaría hasta 1803.

          Sólo faltan dos años para que Santa Cruz conmemore el doscientos aniversario de la constitución de su primer Ayuntamiento, consecuencia de la victoria de 1797. En el 2003, en unión de los que entonces dieron la vida en defensa de su tierra, de los que tan bravamente lucharon, de los que formaban parte del último Ayuntamiento del Lugar y Puerto, y de los que constituyeron el primero de la flamante Villa, no podrá olvidarse la señera figura de quien tuvo la feliz iniciativa que llevó a la emancipación de Santa Cruz, primer paso hacia su engrandecimiento y capitalidad.