1797: Cronología de una gesta

Por Luis Cola Benítez (Conferencia pronunciada en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife el 21 de julio de 1994 y recogida en el Catálogo del Bicentenario en 1997) 

 

          En el caso que nos ocupa, la Gesta tinerfeña de 1797, puede parecer que todos sus antecedentes han sido estudiados hasta la saciedad, aunque no es así realmente; queda mucho por investigar, por interpretar y por publicar. Vale la pena, y hay que agradecer, cualquier esfuerzo en este sentido, más aún si tenemos en cuenta que se trata del más glorioso hecho de armas de Canarias, protagonizado por una pequeña comunidad con muy escasos recursos, Santa Cruz de Tenerife, que al correr del tiempo continúa siendo, en acertada observación de su cronista el profesor Cioranescu, la única ciudad española que jamás ha sido conquistada.

           No obstante, se conocen con bastante exactitud los antecedentes del ataque de Horacio Nelson a Santa Cruz, y se sabe quienes fueron sus protagonistas. En cuanto al escenario y al orden en que se desarrollaron los hechos, son aspectos que tienen mucho que ver con lo que Bacon llamó “los ojos de la historia”: la Geografía y la Cronología. Respecto a la primera, de forma especial gracias a la labor investigadora y de difusión del Museo Militar Regional de Canarias, que  ha dado a conocer una importante documentación cartográfica sobre Santa Cruz, podemos hoy saber cómo era el puerto y plaza fuerte, su litoral, sus calles y plazas, lo que nos permite conocer la zonas de desembarco del enemigo, itinerario seguido dentro de la población, las maniobras de las tropas defensoras y los lugares en que se libraron las principales acciones y escaramuzas.

           En cuanto a la Cronología, una primera impresión, basada en la profusa documentación existente, puede llevarnos a la falsa conclusión de que está dicho todo, o casi todo, al respecto. Sin embargo, la propia abundancia de fuentes, lo heterogéneo de la nómina de autores -poetas, funcionarios, militares, comerciantes, marinos, simples paisanos, etc.-, la diferente ubicación de los testigos relatores en el escenario de la acción, y tantas otras circunstancias personales de los mismos, lejos de facilitar la concreción temporal de los acontecimientos, complican la cuestión hasta límites insospechados.

           Por ello, sólo cotejando cuidadosamente los datos contenidos en los diferentes relatos que nos han llegado, podremos establecer la cronología de los más importantes acontecimientos vividos por Santa Cruz de Tenerife, desde el amanecer del sábado 22 hasta el atardecer del martes 25, de aquel mes de julio de 1797. El cómputo horario así establecido nos facilitará la comprensión de la batalla, pero siempre será susceptible en cuanto surjan nuevos datos como consecuencia de futuras investigaciones.

 

 SÁBADO, 22 DE_JULIO

           Hablan unas crónicas del amanecer de este día, mientras otras sitúan el hecho hacia las cuatro y media de la mañana,  cuando con las primeras claridades aparece ante Santa Cruz una división de la escuadra británica, compuesta por ocho navíos desplegados en su bahía. Inmediatamen¬te, los ingleses inician un desembarco con veintitrés lanchas hacia la playa del Bufadero, y otras dieciséis que se dirigen al centro, es decir, hacia el castillo de San Cristóbal y el muelle.

           Pero no se dio el factor sorpresa. Por una parte, desde que se conocía el bloqueo del puerto de Cádiz por el almirante Jervis -jefe inmediato de Nelson- ya se temía alguna intentona inglesa contra Canarias. Por otra, hoy sabemos cómo un comerciante del Puer¬to de la Cruz, que escribía a su corresponsal en la Península el día 21, le decía que, en el mismo momento en que redactaba la carta, los navíos británicos cruzaban frente a la costa norte de Tenerife en dirección a Anaga, lo que, indudablemente, nada bueno presagiaba.

           Por lo tanto, las fuerzas defensoras, con el general Gutiérrez al frente, estaban alertadas, por lo que, superada la impre¬sión inicial, ya con las luces de día, el fuego que se les hace desde la plaza es tan eficaz que las lanchas enemigas se ven obligadas a virar en redondo hacia sus buques, junto a los que quedan abarloadas y acordonadas. Aborta así el primer intento de invasión.

           A las diez de la mañana se produce el segundo intento: Tres fragatas se acercan a tierra y se sitúan fuera del alcance de nuestras baterías, amparando el desembarco de unos 1.200 hombres por Valleseco, que cerca del mediodía se apoderan sin resistencia de la Mesa del Ramonal, altura que separa este barranco del inmediato del Bufadero. Aunque nada puede hacerse para evitarlo, rápidamente, un destacamento mandado por el marqués de la Fuente de las Palmas ya había ocupado la Altura de Paso Alto, frente al enemigo. Es de señalar la celeridad de esta acción, en un terreno escabroso y de peligroso acceso, por el que hasta se subieron cuatro pequeñas piezas de campaña con toda su impedimenta para hostilizar a los invasores.

           En la misma mañana, se desalojan las oficinas públicas de Tesorería, Tabacos, Correos, etc., así como los más importantes almacenes comerciales, que se trasladan a La Laguna, y comienza un auténtico éxodo de familias, especialmente de mujeres, ancianos y niños, que intentan buscar refugio hacia el interior de la isla.

           La situación permanece estabilizada a lo largo de todo el día; se intercambian disparos y hay alguna escaramuza, sufriendo los atacantes tres bajas al intentar un grupo de ellos bajar al barranco para proveerse de agua.

           El general Gutiérrez, no contento con detener bloqueado al enemigo en aquella altura -árida, sin sombra, sin agua-, no quiere sorpresas. Por ello, el teniente coronel Juan Creagh y el teniente Vicente Siera, con unos trescientos hombres del batallón de Infantería, más cincuenta rozadores tomados hacia las cuatro de la tarde a su paso por La Laguna, ocupan al atardecer una posición dominante a retaguardia de las tropas inglesas, hacia el interior de la isla, en previ¬sión de que los atacantes intenten avanzar por aquellos parajes en dirección a la capital, La Laguna. Más tarde, durante la noche, se les incorporan cerca de quinientos milicianos lagune¬ros, seguidos por numerosos paisanos de los contornos capitanea¬dos por el alcalde de Taganana.Entre las ocho y nueve de la noche, las fuerzas inglesas inician el descenso hacia la playa, sin que los defensores puedan adivinar sus intenciones.

 

 DOMINGO_23

           Amanece: Es increíble, pero todo parece indicar que las tropas inglesas se han reembarcado favorecidas por la oscuridad de la noche. A las seis de la mañana, las fragatas que habían perma¬necido cerca de la costa desde el día anterior, se reúnen afuera con el resto de la escuadra. Se efectúa entonces una descubierta que confirma la retirada, no obstante lo cual, las tropas defen¬soras destacadas en las inmediaciones se mantienen  en sus  posiciones.

          Al mediodía: Para mayor seguridad, el general Gutiérrez ordena un nuevo reconocimiento con ciento veinte hombres mandados por el capitán Santiago Madán, que hacia las dos de la tarde recorre la zona costera de Valleseco y confirma el total reembarque de los asaltantes, pero ordena que las fuerzas destacadas en la Altura de Paso Alto continúen alertas.

          Las tres de la tarde, y bajo un sol de justicia: La escuadra enemiga se hace a la mar y cruza frente a la población hacia el Sur y, ante la atenta mirada de los defensores, hacia las cuatro se acerca al sector de Barranco Hondo y Candelaria. Gutiérrez envía destaca¬mentos a aquellos parajes para observar los movimientos de los barcos y estudiar el posible emplazamiento de artillería en aquella costa. Al atardecer, serían las siete, la escuadra inglesa se aleja hacia el sureste, hasta perderse de vista desde la plaza.

          Ya en estas horas, los tinerfeños dan por seguro que los ingleses no desistirán fácilmente de su empeño y que volverán a intentar el asalto a Santa Cruz. El general Gutiérrez apuesta por que se producirá un ataque frontal a la plaza, pues es consciente de que, tomada la fortaleza principal, la población estará a merced del enemigo.

          En consecuencia, se toman cuantas medidas se consideran oportunas para mejorar la defensa del centro de la línea, entre las que hay que destacar una muy especial, de cuya eficacia no quedaría luego duda alguna. Nos referimos al emplazamiento de una pieza de artillería en una nueva tronera abierta sobre la marcha, aquella misma noche, en el baluarte de Santo Domingo, decisión que -mientras no se demuestre lo contrario- se toma a sugerencia del teniente de Artillería de las Milicias Canarias don Francisco Grandy Giraud, héroe tinerfeño defensor de nuestra tierra, con el que aún estamos en deuda.

          La artillería de este baluarte de Santo Domingo, adosado al paredón norte del castillo de San Cristóbal, estaba al mando del citado teniente, y con el emplazamiento de este cañón se pretendía -como expresamente reconoce su alcaide José de Monteverde en su famosa "Relación Circunstanciada", en la que, por cierto, también se atribuye la idea- cubrir la playa de la Alameda que se encontraba desguarnecida, desde su inicio junto al muelle hasta el castillo de San Pedro, pues, como es sabido, toda la artillería de la plaza estaba dirigida hacia el mar.

 LUNES_24

          Las seis de la mañana y tiempo Sur: Se descubre de nuevo en el horizonte la amenazadora presencia de la escuadra enemiga, que dando bordadas intenta ganar el barlovento para acercarse a Santa Cruz. Por Anaga, hacia las nueve y media, aparece, y se le une, un nuevo navío de cincuenta cañones, con el que la fuerza atacante ya suma nueve unidades, con casi cuatrocientas bocas de fuego. Frente a ellas, el centro de la línea defensiva de la plaza no alcanza las ochenta.

          A las tres de la tarde los buques inician su aproximación a la bahía, y largan anclas hacia las cuatro y media frente a Valleseco, dando la impresión de que intentan repetir el desem¬barco del día 22. Una fragata y una obusera se acercan a la costa y, a las siete, comienzan a bombardear el castillo de Paso Alto y lanzan hasta un total de 43 bombas que no causan daños apreciables, acción a la que responde el fuerte con el fuego de sus piezas.

          Al anochecer se realiza una nueva descubierta hacia la zona de Valleseco, con 16 hombres al mando del subteniente de Milicias Juan del Castillo, que hacen prisionero a un marinero irlandés de la tripulación de un cúter, que había desertado a nado. Tal vez, como luego se verá, este irlandés salvara así la vida. A las nueve, el Batallón de Canarias despliega parte de sus fuerzas hacia la zona del barranco de Santos.

          Las once de la noche: En tierra, aunque con el ánimo expectan¬te, nada se sabe, pero a esta hora, a bordo de su navío el "Theseus", el vicealmirante Nelson imparte a sus oficiales las últimas y precisas instrucciones para lo que pretende que sea el decisivo asalto al centro de Santa Cruz. Tal era su fe en la victoria que, en contra del consejo de sus allegados, decide tomar parte personalmente en el ataque.

MARTES,_DIA_25,_FESTIVIDAD_DE_SANTIAGO 

          En la noche del 24 al 25, nadie sabe lo que puede ocurrir en cualquier instante. Seguro que nadie duerme en la plaza y puerto. Santa Cruz, un pueblo pacífico y acogedor de apenas 7.000 habitantes, que vivía fundamentalmente de su puerto, de la pesca y del comercio, sabe que se encuentra en los umbrales de sus más dramáticas horas. Era evidente que aquella noche aparecía signada por la incertidumbre y la tragedia. Pero, como suele ocurrir en estos casos, lo que iba ser tragedia para unos, se convertiría en gloria para otros.

          Las dos de la madrugada: En cuanto al general Gutiérrez, cuyos achaques de edad y salud no mermaban su ánimo, todo parece indicar que debió crearle un problema a su plana mayor cuando a tales horas de tan oscura noche se empeña en inspeccionar personalmente las defensas de la Alameda y del muelle, y hacia allí parte con un reducido séquito. Pero... 

          Transcurridos apenas quince minutos, a las dos y cuarto de la madrugada, la visita de inspección se ve interrumpida súbitamente cuando el retén de uno de los barcos surtos en el puerto alerta a la guarnición del comienzo del ataque en dirección al centro de la plaza. Es el tercer intento inglés. Todas las fuerzas defenso¬ras y baterías del sector responden con su fuego

          Las lanchas de desembarco se dividen en varios grupos: hacia la playa de las Carnicerías -junto al barranco de Santos-, hacia el barranquillo del Aceite, hacia La Caleta de Blas Díaz -inmediata a la casa de la Aduana-, y hacia el muelle y castillo principal. Este último grupo resulta, a su vez, fraccionado en dos. Una primera fracción alcanza las escaleras del desembarcadero del pequeño espigón, donde se entabla encarnizada lucha cuerpo a cuerpo, en la que los defensores, algunos de ellos armados sólo con picos y palos, se ven obligados a ceder terreno. Los ingleses logran tomar la batería a barbeta del "martillo" del muelle, y bajo el fuego que se les hace desde todos los puntos próximos, derrochando valor, logran clavar e inutilizar los cañones.

          Al comenzar el ataque, Gutiérrez -que dado el itinerario que seguiría en su recorrido de inspección, bien pudo haber sido cogido entre el fuego de ambos contendientes- regresa con su séquito al centro de mando del  castillo de  San Cristóbal. Al pasar por el "boquete" -que así se llamaba entonces a la entrada al muelle- ordena al Cuerpo de Cazadores que se concentre en aquella posición, para efectuar desde allí una cerrada descarga contra los ingleses que ocupan la batería en el extremo más avanzado del espigón. Aquel grupo de atacantes, con numerosas bajas, termina por izar bandera blanca.

          Casi simultáneamente, el segundo grupo de lanchas de desembarco no acierta a alcanzar las escaleras del muelle, y debido a la oscuridad y al impulso del oleaje, viene a varar sus quillas en las arenas de la playa de la Alameda. Existen datos que inducen a pensar que en este grupo de lanchas venía el vicealmirante Nelson, quien al tratar de saltar a tierra es alcanzado y cae herido al fondo de su embarcación. El ya citado teniente Grandy, según declaración propia -avalada por testimonios de testigos presenciales, entre los que se cuenta al entonces alcalde del puerto don Domingo Vicente Marrero-, maniobra el cañón emplazado en la nueva tronera del baluarte de Santo Domingo, cuyo fuego de metralla barre aquella zona de playa

.          Hacia las tres menos cuarto de la madrugada, la lancha de Nelson, aproada y varada en la playa, es puesta de nuevo a flote, para lo que según las crónicas inglesas fue necesario el concurso de  cinco de sus hombres, y emprende el regreso hacia la nave capitana.

          A continuación, cuando Nelson aún se encuentra de camino hacia sus barcos bajo el fuego de la plaza, ocurre un terrible lance en el mar. El cúter "Fox" -aquel del que había desertado el marinero irlandés-, que seguía a las lanchas de desembarco con más hombres y fuerte impedimenta, recibe varios impactos y es alcanzado bajo la línea de flotación y, en medio de un pavoroso incendio, se hunde en la bahía de Santa Cruz. Nunca se sabrá la cifra exacta de muertos y desaparecidos en este hecho, pues los datos oscilan entre doscientos cincuenta a más de cuatrocientos.

          Son ya las tres de la madrugada: Las fuerzas inglesas desembarcadas al Sur del castillo de San Cristóbal se reagrupan bajo el mando del capitán Troubridge e intentan alcanzar la plaza de la Pila o de Candelaria por la calle de La Caleta -actual calle del General Gutiérrez-. Son rechazadas por las descargas efectuadas desde el portalón del castillo y retroceden, dan un rodeo subiendo por la calle del Sol -hoy del Dr. Allart- y, girando  por la de las Tiendas -actual de Cruz Verde-, ocupan la parte alta de la plaza, donde permanecerán en total silencio durante aproximadamente una hora.

          Otro apreciable contingente de atacantes, al mando de Samuel Hood, alcanzó la costa aún más a la derecha que el grupo capitaneado por Troubridge, y, debido a su superioridad numérica, obligó a retirarse a las escasas tropas que defendían aquel sector -unos cuarenta hombres de las partidas de reclutas de La Habana y Cuba-, que nada pudieron hacer para evitar el desembarco.

          Hacia las tres y media de la madrugada, finalizada la lucha en el muelle y en la playa de la Alameda con total derrota de los atacantes, el teniente Grandy recibe la orden de hacerse cargo de la batería del "martillo" del muelle y de volver a ponerla en servicio.

          Las cuatro de la mañana: El capitán Troubridge, agazapado y en silencio con sus soldados hacia la parte alta de la plaza de la Pila, en vista de que no se le unen más atacantes e ignorante -aunque posiblemente lo presumiera- de la derrota de sus compañeros en el sector del muelle, decide tomar la iniciativa y envía un mensaje al general Gutiérrez conminándole a entregar la plaza bajo la amenaza de incendiar la población. Gutiérrez hace oídos sordos a la demanda del inglés y, al no recibir su contestación y comenzar a ser hostilizado, se repliega con sus hombres hacia la plaza del convento de Santo Domingo -actual emplazamiento de la recova vieja y del teatro-, donde se le reúnen las tropas que, dirigidas por Hood, habían logrado desembarcar por Carnicerías y Santos, con lo que constituyen una fuerza de trescientos cuarenta hombres. Posteriormente, ante el acoso a que se ven sometidos desde las calles inmediatas, fuerzan las puertas del convento y se atrincheran en su interior.

          Entretanto, el teniente coronel Guinther, al mando del Batallón de Canarias, principal fuerza que hostilizaba al enemigo desde el mismo instante de su desembarco, siguiendo órdenes del general Gutiérrez se reintegra a la plaza de la Pila y, desde allí, persigue a la tropa inglesa que se repliega por la calle de las Tiendas hacia el convento, causándole importantes bajas. A las cinco menos cuarto les intima a la rendición por medio de un soldado llamado Juan Guillermo, que conocía la lengua inglesa, mensaje que es rechazado.

          Una hora más tarde, continúa la refriega entre los invasores apostados en el convento y las fuerzas que les cercan, con bajas por ambas partes. Al comenzar a clarear el día Troubridge ordena efectuar señales a sus barcos desde el campanario en petición de ayuda, al tiempo de que, a su vez, la segunda en aquella noche, conmina al general Gutiérrez a la rendición.

          Amanece: Apenas había terminado el teniente Grandy con sus hombres de desclavar y poner de nuevo en servicio la batería del muelle, cuando con las primeras claridades se ve cómo una división de quince lanchas de desembarco, repletas de gente, se separa de la escuadra en dirección a la derecha del castillo, sin duda con la intención de reforzar a sus compañeros del convento de Santo Domingo.

          Inmediatamente abre fuego sobre ellas el castillo de San Cristóbal en unión de la plataforma de la Concepción -adosada  a la casa de la Aduana, al comienzo de la calle de La Caleta-y, de forma especial, con certero tiro, la batería del muelle mandada ahora por el teniente Grandy, que por ser la más avanzada logra acertar en dos de las lanchas, mientras que desde el castillo se hace blanco sobre una tercera. Ante el castigo recibido, los atacantes desisten de este su cuarto y último intento, y viran hacia sus barcos bajo una lluvia de metralla, dejando tras sí considerable número de bajas, entre muertos, heridos y ahogados.

          Troubridge, indomable hasta el momento, al ver desde el campanario de Santo Domingo lo ocurrido, en su desesperación tiene la osadía de enviar al prior del convento y a un maestro, con un tercer mensaje conminatorio para el general Gutiérrez.

          Pero serían las siete de la mañana, cuando cunde el desánimo en las tropas inglesas y solicitan parlamentar. Para ello designan al comandante Samuel Hood, que, poco antes de las ocho, es conducido con los ojos vendados al castillo de San Cristóbal, y aún Hood se atreve, por cuarta vez, a empezar exigiendo al general Gutiérrez, bajo terribles amenazas, que se le entreguen los caudales  de la plaza. Ante la firme contestación  recibida -"aún le quedan a la plaza hombres y pólvora para su defensa"-, desiste de su actitud y accede a capitular en las condiciones de sobra conocidas, capitulación que luego refrendaría el propio Troubridge. Inmediatamente, una lancha ocupada por Hood y el capitán de Mar don Carlos Adán, se dirige al buque insignia británico, donde Nelson es informado de las condiciones de la capitulación, a las que, como no podía ser menos, prestó su conformidad.

          Y ahora, por un momento, cambiemos de escenario. Entre las ocho y nueve de la mañana, ocurre un incidente en el mar, que pudo haber ocasionado mayores consecuencias. El barco insignia "Theseus" -en el que Nelson ya había sufrido la amputación de su brazo derecho- y una fragata, habían derivado  hacia el  Valle de San Andrés, desde cuyo castillo -hoy lamentablemente en ruinas- y desconocedores allí de las capitulaciones que se estaban tratando en la plaza, se les hizo un fuego tan acertado que quedó destrozada una vela y vergas del navío. Los ingleses acercaron a tierra la obusera que comenzó a lanzar sus bombas, pero la fortaleza contestó al ataque con tal precisión que la dejó malparada.

          Y volvamos al centro de la acción. A partir de las nueve de la mañana tiene lugar la ceremonia de capitulación frente al castillo de San Cristóbal, en la plaza principal de la Pila, desde donde las tropas vencidas son conducidas al muelle. Es conocido el cuadro de Alfaro que representa el acontecimiento con gran brillantez. 

          En un acto de inaudita hidalguía -para otro pueblo que no fuera Santa Cruz y para otro hombre que no fuera Gutiérrez- se ofrece a los vencidos abundante refresco de pan y vino y se atiende y cura a sus heridos -"generosidad que los dejó atónitos", dicen las crónicas-, y se ponen a su disposición lanchas para reembarcar hacia la escuadra, por haber resultado destrozada la mayor parte de las que habían utilizado en el ataque.

          Sobre las seis de la tarde termina el reembarque de las tropas vencidas, excepto en el caso de los heridos más graves, que lo serían al día siguiente, después de que el general Gutiérrez compartiera su mesa con la oficialidad inglesa, insólito gesto respecto al que cabe pensar que -de no ser por la amputación de su brazo derecho- lamentaría no poder asistir el vicealmirante Horacio  Nelson, para tener así la ocasión de conocer personalmente a su singular vencedor