Cura vs. Alcalde, o viceversa (Retales de la Historia - 46)

Por Luis Cola Benítez (Publicado en La Opinión el 4 de marzo de 2012).

 

         Era costumbre que el Jueves Santo se cerrara el Sagrario de la iglesia y se entregara la llave para su custodia al representante del pueblo, en cuyo poder estaba hasta la Resurrección del Señor en que la devolvía al párroco. No sabemos qué pudo ocurrir en 1668, cuando el alcalde Antonio Hurtado del Llano se acercó al presbiterio para cumplir con el ritual y el beneficiado Luis González Guirola, lejos de entregársela, se colgó la llave al cuello. El alcalde denunció la grave ofensa recibida en presencia de los feligreses ante el Juez de las Cuatro Causas, que le dio la razón, y obtuvo que como la afrenta había sido pública, también debería ser pública la satisfacción, para la que se designó el 3 de mayo siguiente. El hecho se repitió en 1782 entre el alcalde Tomás Cambreleng y el beneficiado José Gaspar Domínguez, sin que sepamos más detalles.

          Estos son los antecedentes de otros casos, generalmente motivados por cuestiones de protocolo, entre el alcalde real ordinario de Santa Cruz y el venerable beneficiado de la parroquia matriz. El lugar y puerto, aún antes de alcanzar el privilegio de villa exenta, se mostraba celoso de sus prerrogativas, dándose lugar a episodios que hoy nos pueden parecer desfasados y hasta ridículos, pero que eran el único medio de que disponían los representantes del pueblo para reafirmar su identidad dentro del conjunto de los lugares sometidos a la autoridad, bien del Cabildo de La Laguna o del comandante general de turno. Sin saber a ciencia cierta la razón, aunque parezcan evidentes, las situaciones se enconaron cuando Santa Cruz obtuvo el título de Villa.

          Es sabido que el alcalde en 1768, José Moreno Camacho, tuvo problemas por defender su jurisdicción frente al Cabildo, pero también con el comandante general López Fernández de Heredia. Así ocurrió en mayo cuando el general convocó una reunión para tratar de acopiar fondos para la construcción del muelle-embarcadero, y  colocó a su derecha al veedor de Guerra, lo que provocó que el alcalde abandonara la sala, seguido del corregidor y juez de Indias que parecían darle la razón con su actitud.

          En cuanto al beneficiado, se daba una circunstancia tan molesta como una china en el zapato del alcalde, que no había forma de evitar, y era que la casa de la carnicería, debida a iniciativa de los hermanos Logman, pertenecía a la fábrica parroquial, cuyo mayordomo era el beneficiado Juan José Pérez González y por la que cobraba la debida renta, lo que motivaba continuos enfrentamientos entre ambos responsables al pretender la alcaldía, con toda razón, que las reparaciones fueran por cuenta del propietario, lo que el beneficiado demoraba durante años a pesar de que la instalación se encontraba en estado ruinoso e insalubre. Por el uso del pequeño edificio, cobraba la parroquia un real de plata por vaca sacrificada, medio por ternera, cuarto y medio por carnero o macho castrado y medio real de plata por puerco. En 1793, al no admitir el beneficiado hacerse cargo del gasto, se recurrió a una colecta entre los vecinos para reconstruir la carnicería, reuniéndose más de 222 pesos. La situación se repitió algunos años más tarde.

          Pero fue a partir de 1803, después de que Santa Cruz adquiriera el rango de Villa exenta cuando, siendo alcalde José Víctor Domínguez, el ayuntamiento fue objeto de  desaires, que dieron lugar a varios autos y una provisión de la Real Audiencia sobre el tratamiento que el venerable beneficiado debía dispensar al Ayuntamiento cuando asistía corporativamente a actos y funciones en la parroquia. Para evitar se repitiera el caso se decidió celebrar el Domingo de Ramos en la iglesia del Pilar, pero en igual conmemoración religiosa del año siguiente, cuando la corporación llegó a la iglesia de la Concepción se encontró cerrada la puerta principal. Protestas ante el obispo y nuevo recurso a la Audiencia, pero la situación mejoró sólo temporalmente. Se recordaba al párroco que según estaba ordenado, debía recibir a la corporación, darle la paz, incienso y asperges y salir a despedirla, lo que no siempre cumplía, cuando no postergaba al ayuntamiento y daba preferencia a otras autoridades.

          La situación se prolongó durante algunos años en los que para evitar desaires las funciones se celebraron en la iglesia del Pilar, pues en alguna ocasión al llegar el ayuntamiento a la Concepción ya la función había comenzado sin esperarle. Fue en 1808 cuando el alcalde Miguel Bosq encargó al ex alcalde José María de Villa que intercediera cerca del párroco Juan José Pérez González, para limar asperezas, no sólo sobre lo relacionado con el protocolo, sino también sobre el mantenimiento de la carnicería, con resultado satisfactorio durante algún tiempo, pues poco después el beneficiado volvería a las andadas. El alcalde se negó a acompañarle, como solía hacerse, a pedir limosnas al vecindario para los cultos de Cuaresma, alegando la extrema pobreza en que se encontraba el pueblo.

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