HISTORIA  Y  ARQUITECTURA  DE  LA  CASA  PALACIO  DE  LOS  SALAZAR  EN  LA  LAGUNA

(ACTUAL  SEDE  EPISCOPAL) 

 

 

Por Sebastián Matías Delgado Campos.

 

La familia Salazar

           El historiador don Leopoldo de la Rosa Olivera, en su historia de la casa SALAZAR DE FRÍAS contenida en el Tomo IV del Nobiliario de Canarias refiere cómo se admite generalmente que el origen de esta familia se halla en Eudes o Eudón el Grande, Duque de Aquitania, fallecido en el año 725, padre de Walfredo o Gadifer que engendró a su vez a sus dos hijos Galindo y Gastón que pasaron a España y se establecieron por la zona de Navarra.

          De don Galindo se dice que tomó parte junto a Bernardo del Carpio en la batalla de Roncesvalles, contra los Pares de Carlomagno; que, con su hermano pasó a Castilla la Vieja en la que llegó a construir el Castillo de Medina de Pomar y del que se hace descender, tras una extensa laguna, a Martín Galíndez de Salazar, nieto o biznieto de aquél, y tronco común aceptado de todos los Salazar, que “pobló en las Montañas de Burgos, donde fundó, cerca de la ciudad de Frías, en el lugar de Torbalina, la célebre Casa Solariega que tomó su nombre, Quintana (Aquitania) de Martín Galíndez, Señorío principal de la rama mayor de su estirpe”. Dice también nuestro historiador que es tradición que fundó otras siete Casas Fuertes y Torres, y que se halló con el Rey Don Ramiro I en la famosa batalla de Clavijo (884).

          Se acredita también la intervención de miembros de esta familia en la toma de Coimbra (1054), la de Toledo (1085), la batalla de Alarcos (1195), la de las Navas de Tolosa (1212), la toma de Baeza (1227), la de Sevilla (1248), la batalla de Aljubarrota (1385), etc., y muchos de ellos han tenido merced de hábitos de las Órdenes Militares.

          Al haber tomado partido por Pedro I “el Cruel”, a su muerte a manos de su hermano Enrique de Trastamara, fueron objeto y víctimas de persecuciones y desgracias hasta el punto de ver arrasadas sus casas fuertes. Más adelante, sus miembros vuelven a significarse y se recuperaron, concediéndoseles los marquesados de Estremiana y Agoncillo y los condados de Monteblanco, Monforte, Salazar, Valle de Salazar, y Salazar de Coonagh y de Romanegro, etc.

 

Los Salazar en Tenerife a través de su Casa-Palacio

           La existencia de un edificio tan significado, que ha venido a ser tenido por la más importante mansión de la arquitectura civil antigua de Canarias, sólo puede comprenderse al conocer la importancia y significación de los miembros de esta familia que la hicieron posible, lo que justifica un detenido recorrido por ellos y su historia.

          El primer Salazar que apareció en Tenerife fue Lope García de Salazar, que, según Abreu y Galindo, vino de piloto mayor, en 1454, con la armada de Diego de Herrera y fue el encargado de tratar con los aborígenes de Naga o Anaga, hasta el punto de hallarse presente en “el tratado o paces del Bufadero” (1464), por el que se consolida la posición de Herrera y se le permite construir una torre para asegurar su presencia permanente en la isla, torre, llamada de Añazo, que sería destruida por los guanches en la revuelta de 1471, tras expulsar al tercer hijo de aquél, Sancho de Herrera, y sus fuerzas.

          Un Lope de Salazar vuelve a aparecer en 1494, tras la fracasada  expedición a Tenerife del gobernador Francisco de Maldonado y, de nuevo, en 1494, con el desembarco de Fernández de Lugo; y, aunque Álvarez Delgado supone que podría ser hijo del anterior, de la Rosa Olivera (El Valle Salazar" en El Siglo de la Conquista) piensa que se trata del mismo, puesto que en 1505 "era ya viejo y moriría en 1513."

          Este último historiador, que es el más preciso y fiable en este punto, llega a decir: “Imprecisa, necesariamente, la intervención de Lope, como los tratos y gestiones con los distintos bandos de la Isla, aprovechando e incitando, naturalmente, la enemistad entre los mismos, es hecho indiscutible que Lope de Salazar jugó importante papel en la preparación de la conquista de Tenerife, en la que, sin duda, tomó parte activa, (…) su conocimiento de la Isla, sus relaciones con el bando de Anaga, lo hacían elemento indispensable, y no hay que pensar que el capitán de la conquista lo desaprovechara. En el albalá de data que le otorgó Fernández de Lugo aparecen estas palabras: “pasastes asaz trabajos e peligros de vuestra persona, en la conquista de esta isla””.

          Así se constata que recibió tierras en el Valle de Abicore e Ibaute (los dos barrancos que confluyen en su desembocadura al mar y que luego tomaron los nombres del Cercado y de las Huertas), Valle que se llamó de las Higueras y sobre todo de Salazar, hasta bien avanzado el siglo XVIII, para finalmente ser más conocido como de San Andrés.

          Lope García de Salazar, que era hijo de Diego de Salazar, casó con Beatriz de Párraga (¿indígena?) y, tras la conquista, se retiró a vivir a sus tierras, donde también vivía su hermano Sancho y otros. En diversas ocasiones se le requirió para determinados servicios en función de sus conocimientos, veteranía (en 1513 se le llama Salazar el Viejo) y competencia.

          Tuvo tres hijos: dos varones, Diego (fallecido en 1528 sin descendencia) y Luis (sacerdote) que obtuvieron también repartimientos del Adelantado; y una mujer casada con Gonzalo del Real, del que hubo un hijo Juan Real, que fue Capitán de la Compañía del Valle de Salazar, nombrado en 1554, por el Gobernador Juan López de Cepeda.

          Leopoldo de la Rosa estima que debía pertenecer a una de las ramas de la familia, la que tuvo los señoríos de Nograro y Somorrostro en la que también aparecen el apellido Salcedo que usan indistintamente con el de Salazar, tal y como hizo su hermano Sancho.

          Sin embargo, la historia mayor de los Salazar en Canarias se inicia con la aparición, a finales del siglo XVI, de don Cristóbal Salazar de Frías, nacido en Lisboa, en 1571, de don Ventura de Frías Salazar y doña María de Miranda Becerril y nieto del Licenciado Tomás de Frías Salazar, que recala en Tenerife, después de haber servido en los Tercios de Flandes. Falleció en La Laguna, en 1655.

          Fue Capitán del Tercio Provincial de Milicias de La Laguna; Maestre de Campo General de la Isla y Gobernador de las Armas de Tenerife (ambos por nombramientos de los Capitanes Generales); Familiar del Santo Oficio de la Inquisición; Juez Veedor de Contrabandos; Regidor de Tenerife (desempeñó, como tal, los cargos de Procurador Mayor y Regidor Decano); fundador y Primer Prioste de la Cofradía de Jesús Nazareno, cuya imagen (hoy en el monasterio de las clarisas), que hizo traer de Lisboa, colocó en la iglesia de los agustinos, y cuyo patronato aún continúa en esta familia; y obtuvo merced del hábito de la Orden de Calatrava en la que fue recibido como Caballero, en 1623.

          El aspecto que más nos interesa es el de haber sido el iniciador de la construcción de su Casa-Palacio, en la misma calle Real (hoy San Agustín), pues consta, en 1629, en que hace testamento el cabuquero Domingo González, que Salazar le debe algunos cantos; y en 1649, el carpintero Cristóbal Hernández manifiesta que se le deben 100 reales por ciertas obras…

          Don Cristóbal legó su primer Mayorazgo a su hijo don Ventura Salazar de Frías (El Sauzal, 1601 – Santa Cruz de La Palma, 1664), que tras servir al Rey en Italia desde los 14 años, ser apresado por los turcos en las Reales Galeras y rescatado por su padre previo pago de más de 3.000 escudos, y ejercer como Capitán de Infantería en Flandes (Cleves y Breda), casó en Santa Cruz de La Palma, con doña Leonor de Sotomayor Topete y Van Dalle, pasando a residir en aquella ciudad, en la que fue su Maestre de Campo, Capitán de sus Fortalezas, Castellano de Santa Catalina, Maestre General de Campo y Gobernador de las Armas de la Isla y Regidor Perpetuo. Fue investido Caballero de Santiago y de Calatrava y reedificó la casa de la calle Real que su mujer había recibido en dote.

          Pero don Cristóbal creó un segundo mayorazgo para su hijo del mismo nombre Cristóbal Salazar de Frías (Madrid, 1603 . La Laguna, 1677), que sirvió al Rey en Flandes, participando en la toma de Breda y llegó a Gran Canaria como Capitán de Infantería (1625) de una de las Compañías que levantó en Cádiz el Duque de Medina Sidonia. Allí reparó a su costa el Castillo de La Luz y pasó, a principios de 1630, a Tenerife, como Maestre de Campo del Tercio de La Laguna.

          Participó, con su hermano don Antonio Salazar de Frías, en el ataque de Robert Blake contra Santa Cruz de Tenerife (1659), acción en la que mandó la artillería del Castillo principal de San Cristóbal y la vanguardia de la marina, y en la que resultó herido. Fue recibido como Caballero del Hábito de Santiago y asimismo fue Juez de Contrabandos, Familiar del Santo Oficio y Alguacil Mayor de la Inquisición y hasta Mayordomo del Hospital de Dolores de La Laguna.

          Agregó bienes propios a los que recibidos de su padre constituían su mayorazgo, que acrecentó, y continuó la construcción de su Casa- Palacio, en La Laguna, pues consta, en 1658, que Juan de Cabrexas talla las columnas del patio para pagarle los 100 reales de plata que don Cristóbal le había prestado para hacer posible el traslado, junto con su familia, a las islas; en ese mismo año y en 1664, aparecen obligaciones para entregar madera; y en 1665, Manuel Farias se compromete a arreglar las cinco puertas del patio que ha hecho muy bajas y por lo que lo tiene preso. En su testamento, otorgado el año de su muerte, dice que la casa estaba ya terminada menos el cuerpo de la calle, que está poco más de cimientos.

          De su tres hijos, el mayor Cristóbal falleció a los poco más de dos años y el tercero, Antonio, Castellano de San Juan, en Santa Cruz, falleció a consecuencia de un lance traicionero, cuando aún no había cumplido veinte años.

          Así pues, debemos centrarnos en el segundo, don Cristóbal Lázaro Salazar de Frías, nacido en La Laguna, en 1645, que fue Capitan del Tercio de Milicias de La Laguna y más tarde, Capitán de una compañía veterana de Infantería en Extremadura, participando en el Sitio de Évora y en la Batalla de Estremoz. Vuelto a Tenerife, fue Sargento Mayor del Tercio de La Laguna, para volver a Sanlúcar de Barrameda con el cargo de Gobernador de la Plaza.

         Fue recibido como Caballero de la Orden de Calatrava y, después de hacer un sustancioso donativo de 26.000 pesos a la corona, el rey Carlos II, por R.O. de 28 de diciembre de 1681, le concede Título de Castilla, con la denominación de Conde del Valle de Salazar, en cuya desembocadura edificó a su costa, en 1696, la primera fortaleza de la que fue Castellano Perpetuo. Posteriormente se le concedió el Marquesado de Estremiana.

          Además de contribuir a la terminación de la ermita de San Diego del Monte y a la construcción del Colegio de Santa Rosa de Lima, en La Laguna, adquirió en el convento agustino la Capilla del Nombre de Jesús y hasta llegó a disponer en su testamento la construcción de un templo dedicado a Jesús Nazareno, cuyo patronato ostentaba, que nunca se materializó.

          Fue un gran aficionado a la Heráldica, compilando la de su casa de forma que mereció el elogio del famoso heraldista don Luis de Salazar y Castro.

          Concluyó la construcción de su Casa-Palacio, pues consta que, en 1681, contrata con los canteros Juan Lizcano y Andrés Rodríguez Bello la realización, por un periodo de 2 años, de la fachada, en piedra de las canteras de Pedro Álvarez, según diseño de Juan González de Castro Illada, maestro de carpintería que había realizado los artesonados de la casa; que, al año siguiente, todavía adquiere más terreno a los Mesa y Castilla, para ampliar la propiedad por el levante; y que, en 1687, faltaba únicamente el remate central, que se contrata al ya mencionado, Andrés Rodríguez Bello.

          La capilla de esta casa fue morada circunstancial de la imagen del Santísimo Cristo de La Laguna, con motivo del gran aluvión que el 26 de enero de 1713 anegó la iglesia y el convento de los franciscanos, de San Miguel de las Victorias, que lo trasladaron junto con el Santísimo, en solemne procesión y permaneció allí hasta su posterior mudanza a la iglesia del Hospital de San Sebastián. En recuerdo de esta circunstancia se pintó un gran cuadro que reproduce la imagen del Cristo y que contiene en sendas cartelas cuatro décimas, que se atribuyen al Conde, alusivas a este suceso.

          Este cuadro que permaneció en la capilla del palacio fue retirado cuando este pasó a otras manos (quizá a su función como sede del Casino “El Porvenir”) en el XIX y regalado luego, en 1904 por la Marquesa del Prado y de Acialcázar, doña María de la Concepción Salazar y Chirino a la parroquia de la Concepción lagunera (donde se halla), con motivo de las Fiestas Jubilares de la definición dogmática de la Pureza de la Virgen.

          El Conde, durante la Guerra de Sucesión, abrazó la causa del pretendiente austriaco, de modo que al vencer el Borbón, futuro Felipe V, hubo de exiliarse a Milán donde falleció, en 1719, sin descendencia legítima, aunque sí hubo un hijo bastardo, Cristóbal José, al que reconoció, pero que no pudo ser continuador de su mayorazgo, que pasó a la otra rama, establecida en La Palma.

          Es así cómo aparece en escena don Cristóbal Valentín Salazar de Frías (Santa Cruz de La Palma, 1682 – La Laguna, 1749) que, al quedar huérfano a los trece años, se trasladó a Tenerife para su formación, al cuidado de la Condesa viuda del Valle de Salazar, puesto que ya entonces aparecía como presunto heredero de este título.

          Volvió a La Palma, fue Alférez primero y Capitán luego, de sus Milicias, amén de ser nombrado Alcalde del Castillo de Santa Catalina.

          Como 2º Conde del Valle de Salazar y Marqués de Estremiana, pasó a residir definitivamente en La Laguna donde casó y tuvo descendencia. 

          Consta que en 1723 realizó obras en su Casa-Palacio por valor de 26.000 reales, y fue en ese mismo año cuando llegó a residir en ella, aunque brevemente, el Marqués de Valhermoso, don Lorenzo Fernández de Villavicencio y Cárdenes, Comandante General de Canarias, antes de su traslado a Santa Cruz de Tenerife. De forma que quizá las obras realizadas obedecieran a su acondicionamiento para albergar a tan alto huésped.

          Continúan la sucesión don Ventura Jerónimo Salazar de Frías y Valcárcel (1714-1761) y don Antonio Francisco Salazar de Frías y Franchi (1736-1806), que continúan las obras puesto que, en 1763, Juan Fernández de Torres, manifiesta en su testamento haber labrado dos columnas, sin que sepamos de cuales se trata.

          Don Martín Ventura de Salazar y Frías (1743-1807, 5º Conde del Valle de Salazar), y en documento de igual naturaleza, dado en 1806, dice “haber reparado la vivienda y haber reedificado, después de derribarla, la casa inmediata en la que estaba la cochera” con aprovechamiento de los materiales y, asimismo, “haber ampliado las huertas del edificio, incorporando un sitio lindero a la calle de los Álamos (hoy Tabares de Cala), que adquirió a las clarisas de La Orotava”.

          La línea sucesoria de los Condes del Valle de Salazar continuó a través de don Cristóbal Antonio Salazar de Frías y Porlier (1789-1866) y don Juan Antonio Salazar de Frías y Benítez de Lugo (1800-1890), 7º Conde del Valle de Salazar, hasta 1879, en que se resolvió definitivamente un viejo pleito familiar entre dos ramas de la familia que se inició en 1821 por don Esteban Salazar de Frías y Valcárcel contra su primo hermano don Cristóbal Antonio sin éxito “en razón de haberse extraviado los autos”, pero que sí prosperó en el entablado a partir de 1866 por don Esteban Salazar de Frías y Monteverde, primo segundo de don Juan Antonio. Se benefició de esta resolución su nieto (su hijo don Domingo Salazar de Frías y Molina había fallecido en 1847, cuando sólo contaba 29 años), don Esteban Salazar de Frías y Ponte (de la rama orotavense), que se convirtió de este modo en 8º Conde del Valle de Salazar y que pasó a ser propietario (entre otros beneficios) de la casa-palacio familiar, que hubo de ser desalojada por don Juan Antonio y por su hijo. don Emilio Salazar de Frías y Chirino (1823-1896), Capitán de las Milicias de Canarias, Diputado a Cortes, Senador del Reino y varias veces Diputado Provincial de Canarias, circunstancia que fue ampliamente lamentada en la ciudad de Aguere.

          Don Esteban no vivió sin embargo en esta casa pues lo siguió haciendo, hasta su muerte en 1905, en la mansión familiar de La Orotava, por lo cual, en 1882, arrendó el inmueble (eso si, con el compromiso de mantenerlo), al casino de artesanos “El Porvenir”, fundado en 1858, que había estado instalado en la Casa de Celada, de la Plaza del Adelantado, entre cuyas actividades se señala la existencia de la Sociedad Filarmónica “La Fe”, que dirigió durante bastantes años, don Ildefonso de Castro Salazar, después de separarse, en 1891. Diez años más tarde la venderá al obispado nivariense.

          De esta manera se rompe el nexo entre los Salazar y su casa-palacio lagunera, aún cuando la familia continúa su sucesión hasta nuestros días, tanto en la rama condal orotavense, como en la lagunera, sucesión que se omite por carecer de interés para este trabajo, en el que debemos ocuparnos sólo de aquellos miembros que tuvieron intervención en la construcción de su mansión lagunera o decisión sobre la misma.

 

La Casa Salazar, Residencia Episcopal

          Ya en la última década de aquel siglo, en 1892, don Ramón Torrijos Gómez, cuarto Obispo que rigió los destinos de la Diócesis Nivariense entre los años 1883 y 1894, la adquirió con la valiosa aportación del Cabildo Catedralicio, para Residencia Episcopal, de la que se carecía con carácter estable desde la creación de la Diócesis, en 1819 (pues el primer obispo había residido en sendos inmuebles de la calle de la Carrera, la de Bencomo y, finalmente, en el antiguo convento dominico, lugar que fue morada  también de los dos siguientes).. Testimonio claro lo es la puerta-verja del zaguán al patio, que luce, en su parte superior su escudo episcopal.

          Su sucesor, el obispo don Nicolás Rey Redondo, entre 1894-1917, a quien se debe el empeño de la erección del nuevo templo catedral, hizo construir la galería del naciente (en realidad, del NE) sobre la huerta o jardín de ese lado, al mismo tiempo que instalaba en uno de los espacios del pabellón aledaño, la nueva capilla, en la que colocó un buen lienzo de la Purísima Concepción de María, su devoción predilecta.

         Y aún cabría reseñar una actuación en la época del noveno prelado don Luis Franco Cascón (entre 1962 y 1984), en cuyo episcopado se sustituyeron, en el patio principal, las dos únicas columnas en el lado del naciente), que permanecían de madera, con sus zapatas de coronación y apeo, por otras de cantería, con sus plintos de base y sus capiteles corintios, de similar diseño al de las restantes, amén de colocar una fuente, en el centro, coronada por una pequeña imagen de la Candelaria. Dirigió estas obras el canónigo don José Siverio Pérez.

          Naturalmente que el edificio ha sufrido a lo largo de su historia otras transformaciones más o menos irrelevantes, como es consustancial con su función de morada familiar, primero, casino, luego, y sede episcopal finalmente, entre las cuales no sería la menos relevante la desaparición de la antigua capilla familiar de cuya existencia ya se ha dejado constancia.

 

La Arquitectura de la Casa-Palacio Salazar tal como llegó a nuestros días

           Se trata de un edificio de dos plantas sobre las que debe añadirse la pareja de torreones que rematan ambos extremos de la crujía de fachada. La casa se organiza en torno a un gran patio central definido por las galerías (sólo en tres de sus lados, pues no la hay en el costado que mira al levante).que preceden a las distintas estancias. En planta baja, los soportes son de cantería de estilo corintio sobre elegantes plintos con dibujo romboidal; mientras que, en la alta, el cerramiento se resuelve (al igual que ocurre en el Palacio Nava, con el que tiene tantas afinidades), con fábrica de bloques de toba volcánica, encalada, con amplios ventanales de guillotina acristalados cuyo ritmo se acomoda al de los intercolumnios de planta baja.

          Es bastante probable que esta formulación del cerramiento de planta alta  no se corresponda con la definición primitiva, más ligera, casi siempre de madera, con sus pilarcillos (no solían seguir el ritmo de la planta baja, sino uno más corto), sus barandas con cojinetes, balaustres, etc., pero hay serias razones climatológicas para comprender dentro del clima lagunero, que, en algún momento se optase por la solución que hemos contemplado.

          No hemos encontrado en el necesario derribo de estos paños de pared, parcialmente destruidos y el resto inestables tras el incendio, señal alguna de otra definición anterior, que de haber sido de madera hubiera enriquecido notablemente la imagen del patio, por lo que es necesario dar por buena la imagen que nos llegó, realmente más sobria que las de otras construcciones importantes de la época, tales como las casas Alvarado- Bracamonte o Lercaro-Justiniani.

          La escalera principal, de tres tramos, es de cantería con elegante definición abovedada. Hay un pequeño patio incardinado en la fachada que da al norte (realmente el NO) que dispone de dos soportes de madera con elegantes zapatas de coronación y otro de cantería, de estilo corintio y plinto cuya definición es diferente (y seguramente más antigua) a la de los soportes del patio principal pues el dibujo de su plinto está muy ligado a los de la portada del Hospital de Dolores (Juan González Algalet) y a los del patio principal de la Casa Grimón o Palacio Nava (Juan Benítez, es quizá el creador).

          Tal y como corresponde a la época de su construcción (siglo XVII) la técnica constructiva se materializa mediante paredes de mampostería ordinaria de piedra basáltica aglomerada con barro y encaladas. Los elementos horizontales son de madera de tea (“pinus canariensis”) con  entramados de piso de envigado y tablero con junquillos para evitar el paso del polvo, y techos de diversa formulación.

          Dentro de estos últimos, destacaba el de la escalera principal, el más importante y lucido de la casa, como es tradicional, que era ochavado con un vistoso artesonado de madera de cuyo almizate colgaba un espectacular perillón. Le seguían en interés los de la crujía del poniente que reflejaban en su propia definición no sólo la existencia de un proceso de ampliaciones sucesivas, sino, también, la inquietud por caracterizar cada espacio de forma individual, pues se sucedían uno de planta cuadrada con techo en punta de diamante, uno rectangular transversalmente ochavado y  uno rectangular a cuatro aguas, con pérdida del siguiente que debió ser de similar formulación.

            Aún hay que registrar dos techos gemelos a cuatro aguas sobre planta rectangular transversal, que aunque inicialmente destinados a estancias diferentes, fueron unificados en una sola estancia, el comedor de gala, decorado en sus paredes en un estilo tardo romántico con pinturas de López Ruiz.

          El resto de los techos presentaba una doble formulación como techo y como cubierta. La de techo mediante vigas horizontales transversales a los paramentos, sobre las que se disponía el tablero, y la de cubierta mediante armaduras de par y nudillo en lo relativo a las crujías interiores (el espacio entre el nudillo y la cumbrera es suficiente en la del fachada como para permitir la circulación interior para ir de un torreón a otro), y solamente vigas inclinadas para la formación de pendientes, en las galerías, por cierto todas de un mismo ancho, tan generoso, que hubiera permitido incluso artesonados a cuatro aguas como ocurre en algunos edificios posteriores (Casa Montañez, Colegio de los Jesuitas, etc.).

          Sobre estos techos, y tras sellar el espacio interpares con enripiado y torta de cal sudada, y falsear los espacios entre los diferentes techos con caballetes ad hoc, la cubierta de teja curva o árabe, definiendo las largas crujías del recinto. Alguno de estos techos y cubiertas aparecen a mayor altura, sin que sepamos qué razón lo justificaba.

          Especial mención merece la crujía del costado de poniente, que lucía al exterior un magnífico balcón corrido a lo largo de su fachada, de madera, sobre dos filas de canes de vuelo sucesivo, con su barandal formado por cojinetes, balaustres y pasamanos, y sin tejaroz por cuanto el alero cobraba similar importancia a la del vuelo del balcón conseguido mediante un sistema similar, dos filas de canes de apeo sucesivo.

          Precediendo a la crujía que mira al levante, y tal como ya ha quedado dicho, la galería mandada a construir por el obispo Rey Redondo, que es de madera, con esbeltos y sencillos soportes de madera en planta baja y cerramiento de madera acristalado en la planta alta, cuyo antepecho luce una definición singular, ajena a lo tradicional, pero de gran interés por su sencillez no exenta de elegancia.

          Sin embargo y a pesar de todo lo descrito, el mayor interés arquitectónico de este edificio reside en su fachada, felizmente salvada de su destrucción y capaz, por si sola, de merecer todos los elogios que históricamente ha recibido y recibe esta construcción, como la muestra más culta y refinada de la arquitectura civil antigua en Canarias.

          Toda ella es de cantería y su definición y ejecución histórica presenta una interrelación con la otra fachada monumental de La Laguna, la del Palacio Nava. Porque, en efecto, el llamado Palacio Nava, se comenzó como Casa de los Grimón (cuyo escudo campea sobre la puerta), hacia 1585, y hacia 1590 empieza su aportación el cantero Juan Benítez que llega a realizar incluso las ventanas del piso alto y la esquinería, y hay incluso obras ejecutadas por el maestro Manuel Penedo, todo ello antes de la erección de la Casa Salazar y, especialmente de su fachada.

          Por tanto, cuando, en 1640, el maestro carpintero Juan González de Castro Illada (que había estado trabajando en los distintos techos de la casa) recibe el encargo de trazarla y dibujarla se basa en la del Palacio Nava, cuya organización repite, en número y disposición de los huecos y en formulación de la portada, bien que, por su mayor dimensión longitudinal, el edificio resulta más equilibrado.

          Castro Illada, enriqueció la formulación tardo renacentista o manierista del modelo con múltiples detalles de superior refinamiento (el mismo fue el autor de las plantillas y moldes necesarios para su labra), e incluso diseñó su tímpano de coronación  dentro de una estética que apunta al barroquismo con una cierta tendencia al “horror vacui”, que, en ocasiones apunta hacia lo hispanoamericano.

          La realización, en cantería de Pedro Álvarez, de esta hermosa obra corrió a cargo de los maestros Juan Lizcano y Andrés Rodríguez Bello que, no contentos con su realización material, aportaron el diseño tan peculiar y palaciego, con la complacencia, según parece, de Castro Illada, de los dos torreones extremos, que hoy carecen de su remate superior pues, en el XIX, tenían cúpulas de plomo y veletas, elementos ambos que se han perdido y que contribuían a dar mayor solemnidad a la fachada.

          Especial consideración merece, dentro de esta fachada, el cuerpo central con su organización a doble altura, como intercolumnio de columnas pareadas de orden corintio. Esta formulación de la columna pareada que hiciera el maestro peninsular, Juan Benítez, para la Casa Grimón (hay un muy ilustre precedente en la magnífica portada renacentista del templo parroquial del Salvador, en Santa Cruz de La Palma), había de hacer fortuna en Tenerife, en el XVII, como puede verse, además de en la portada de nuestra casa Salazar, en la de la iglesia del Hospital de Dolores (Juan González Algalet, o el Galés) en la ciudad de Aguere, en la del templo agustino del Cristo de Tacoronte (Domingo Rodríguez Rivero), o en la de la llamada Casa de Piedra, en Garachico, en realidad la Casa de los Condes de La Gomera y Marqueses de Adeje (Antonio Pérez y Luis Baez Marichal). Y aún fuera de esta isla, además del ejemplo palmero ya señalado habría que anotar la portada del templo franciscano de Las Palmas, la de la ermita de San Diego en Betancuria, la del Santuario de Nuestra Señora de La Peña, en la Vega del Río Palmas y hasta, en formulación apilastrada, en el templo parroquial de Nuestra Señora de Regla, en Pájara, estos tres últimos ejemplos todos en Fuerteventura.

          El tímpano de remate que el maestro Castro Illada añade a este cuerpo central, lo convierte casi en un retablo, no en vano fue él, junto a su yerno el tallista Antonio Estévez, quién realizó el antiguo retablo mayor de la Basílica de la Candelaria, en Tenerife, por encargo del obispo Bartolomé García-Ximénez (que fue, por cierto, quien hizo venir de Gran Canaria a los ya citados Antonio Pérez y Juan Baez Marichal para la construcción de este templo). Este que debió ser importante retablo, con la imagen titular, se perdió en el tristemente famoso aluvión de 1826, lo que nos impide establecer algún tipo de vínculos compositivos o decorativos con esta fachada de los Salazar.

          Este bellísimo frontis de delicadísimos detalles sirve de fondo al magnífico escudo de mármol de la familia Salazar, en el que destaca la decidida corona condal que salta del plano del resto del relieve, en un intento (muy propio del barroco), de reforzar su expresividad.

          La norma general en las casonas que lucen el blasón familiar (para lo cual debía pedirse licencia al Cabildo de la Isla que lo concedía tras demostrarse pureza de sangre y de linaje) era colocarlo sobre la portada; pero Castro Illada, y esta es otra novedad, lo lleva al tímpano de coronación del cuerpo central, idea que incluso mantendrá mucho más adelante, en 1824, el maestro Juan Nepomuceno Verdugo cuando realice en un solemne discurso del más puro neoclásico, que inexplicablemente no ha sido valorado en su extraordinaria dimensión, la fachada del Ayuntamiento lagunero que mira a la Plaza del Adelantado  y la remate con un tímpano en el que luce su precioso escudo barroco en el remate de la fachada del Palacio Nava, por obra de Andrés Rodríguez Bello (como hemos dicho uno de los artífices de la fachada de la Casa Salazar), que, además de los remates extremos de la fachada, proyectó su tímpano con un marcado sentido de verticalidad como puede apreciarse especialmente en el marco que sirve de fondo al escudo de los Nava.(mientras permanece abajo, sobre la portada el más antiguo de los Grimón).  

          La presencia de una balaustrada de madera ante el tejado (que queda oculto) es una llamada a la ligereza y contribuye a darle un aire más cortesano Seguramente la intervención de Rodríguez Bello se extendió al enchapado de la parte de fachada que no estaba labrada en sillares, labor que Juan Benítez reservó para los huecos y el cuerpo central. De esta forma la relación de influencias entre ambos edificios fue recíproca.

 

Los artífices

          La Casa Salazar reunió en su realización un buen puñado de los artífices más famosos y capacitados del momento, que aparecen interrelacionados en diferentes obras. Así,Juan González Algalé (el Galés) aparece junto a Juan Lizcano, trabajando en la capilla mayor del convento dominico de Santa Cruz y, según su testamento, vivía al lado de Andrés Rodríguez Bello, al que encarga entender de sus bienes tras su fallecimiento; y Juan Lizcano, además de la colaboración antes descrita con Algalé, aparece junto a Domingo Rodríguez Rivero y Andrés Rodríguez Bello en el arco de la capilla claustral de Santa Bárbara del convento lagunero  de los agustinos y, con este último, como hemos visto en la fachada de la Casa Salazar.

          Otro vínculo de relación que explica incluso la transmisión de ideas y maneras entre ellos, lo constituye su pertenencia a la Hermandad de la Cinta de San Agustín, fundada en 1613 por los maestros canteros y cabuqueros de La Laguna para dar culto a su patrona Nuestra Señora de la Peña de Francia (consta expresamente en Lizcano, Rodríguez Bello y Rodríguez Rivero), así como a la imagen del Cristo de Burgos a cuya obra contribuyeron económicamente junto al hermano que la elaboró, el escultor Lázaro González de Ocampo. Y aún hay que mencionar que su relación con Santa Bárbara no se limitó a hacer construcciones en su capilla, sino que, además pertenecieron a su cofradía y alguno, como Rodríguez Rivero, aparece como artillero., por lo que no es casual que surgieran en aquel momento edificios de la entidad de la Casa Salazar y el Palacio Nava, o mejor, Nava-Grimón.

 

Consideración final

          Como consecuencia de todo lo expuesto, parece bien claro, que en la Casa-Palacio de los  Salazar, confluyeron la sucesión de una serie de personajes de la familia de especial importancia, significación, inquietud y relevancia social, con la presencia de un grupo de artífices de gran competencia profesional, todos con una amplia hoja de servicios (basta ir al Diccionario de Pedro Tarquis para hallar una semblanza pormenorizada de cada uno de ellos) y que mantenían contactos a través de hermandades y cofradías a las que pertenecieron.

          Y es igualmente manifiesto que el resultado fueron obras de la categoría del edificio que nos ocupa, unánimemente alabado como el de mayor relevancia e importancia de la arquitectura civil antigua de Canarias y, sin duda, una de sus manifestaciones más cultas y eruditas.

          Su presencia en la ciudad de los Adelantados es una referencia indiscutible e imprescindible en un hermoso discurso urbano, que ha merecido por su coherencia ser declarado Patrimonio de la Humanidad.
 
 

BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA

- BONNET Y REVERÓN, BUENAVENTURA. El Santísimo Cristo de La Laguna y su culto.- Pontificia, Real y Venerable Esclavitud, 1952  y reed. del Excmo. Cabildo Insular de Tenerife, 1985.
- CIORANESCU, ALEJANDRO. La Laguna, guía histórica y monumental.- La Laguna, 1965.
- DARIAS PADRÓN, DACIO VICTORIANO - RODRÍGUEZ MOURE, JOSÉ - BENÍTEZ INGLOTT, LUIS. Historia de la Religión en Canarias.- Ed. Cervantes, Santa Cruz de      Tenerife, 1957
- DE LA ROSA OLIVERA, LEOPOLDO. El siglo de la conquista.- Mancomunidad Provincial Interinsular de Santa Cruz de Tenerife, Aula de Cultura, 1978. Salazar de Frías.- Nobiliario de Canarias, Tomo IV, Juan Régulo, editor,1967
- FRAGA GONZÁLEZ, Mª DEL CARMEN. Don Juan Nepomuceno Verdugo Da-Pelo y la Arquitectura Neoclásica en Canarias.- Anuario de Estudios Atlánticos, nº 31. Patronato de la “Casa de Colón”, Madrid- Las Palmas, 1985.
- GASPARINI, GRAZIANO. La Arquitectura de las Islas Canarias, 1420 – 1788.- Armitano Editores.- Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias y Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, 1995.
- GUIMERÁ PERAZA, MARCOS. Esteban Salazar de Frías y Ponte, VIII Conde del Valle de Salazar (1845-1905).- Fundación MAPFRE-Guanarteme.- Santa Cruz de Tenerife, 2010.
- MARTÍN RODRÍGUEZ, FERNANDO GABRIEL. Arquitectura doméstica canaria.- Aula de Cultura de Tenerife, 1978.
- RODRÍGUEZ MOURE, JOSÉ. Guía Histórica de La Laguna – Artemisa Ediciones, La Laguna, 2005.
- SORIANO Y BENÍTEZ DE LUGO, ALFONSO. Casas y familias laguneras, los linajes y palacios de Nava-Grimón y Salazar de Frías.- Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna, 2007.
- TARQUIS, MIGUEL. Semana Santa en Tenerife.- Santa Cruz de Tenerife, 1960
- TARQUIS RODRÍGUEZ, PEDRO. Diccionario de Arquitectos, Alarifes y Canteros que han trabajado en las Islas Canarias, Siglos XVI y XVII.- Anuario de Estudios Atlánticos, nº 10 y 11, Patronato de la “Casa de Colón”.- Madrid – Las Palmas, 1964 y 1965.

 


ESTADO ACTUAL

          En la mañana del 23 de enero del año 2006, el edificio sufrió un devastador incendió que se inició en una dependencia ubicada en la galería-antesala del llamado Salón del Trono (la crujía de fachada) y se propagó a gran velocidad por el resto del edifico en dirección SO – NE. El espacio entre las armaduras de soporte de los techos planos y la de cubierta actuó como una chimenea, lo que unido a la combustibilidad de la tea hicieron fracasar los esfuerzos de los servicios de extinción que consiguieron evitar su propagación a otros edificios próximos, a excepción del anexo, en el que estaba instalada, entre otros servicios, la librería diocesana.

          El siniestro dio como resultado la pérdida de la práctica totalidad de la carpintería de armar: estructura horizontal de madera (pisos y techos) y de la de taller (puertas y ventanas de las que sólo subsistieron carbonizados sobres y gualderas); Por supuesto que la pérdida de los techos, incluyendo aquellos que lucían artesonados, supuso la de la totalidad de las cubiertas.

          La cantería interior fue duramente castigada por las altas temperaturas registradas, de modo que provocaron gravísimos desperfectos en los soportes de ambos patios (costados NE y NO y patio trasero), en los que desapareció gran parte de la labra de los capiteles, diversos desperfectos en algunos fustes y .los plintos de base sufrieron aparatosas fracturas y mutilaciones producidas por la caída de los envigados de los techos.

          La hermosa escalera principal presentó un aspecto dramático, con su barandal y machones de esquina bárbaramente mutilados, con la piedra estallada en lascas de progreso infinito y pérdida de grandes masas. Todos los huecos de cantería interior tanto de la escalera como los otros existentes en planta alta mostraban sus jambas y dinteles adovelados mordidos por el fuego hasta extremos de hacer imposible su recuperación.

          Afortunadamente, la fachada, la pieza más notable del edificio, sobrevivió bien a la tragedia, por cuanto el fuego caminó en sentido opuesto y apenas si se detecta alguna incidencia en las dovelas de alguna ventana en la planta alta. No obstante, la inspección pormenorizada efectuada en las operaciones de desescombro permitió conocer diversas patologías producidas por la acción del tiempo sobre el edificio, tales como pérdida de algún remate del tímpano, caída de dovelas, fracturas de entablamento, capiteles, etc., en el lateral derecho de la portada (seguramente debido a asentamiento quizá por vibración producida por la circulación rodada de vehículos de gran peso, etc.).

          Se perdió igualmente la práctica totalidad del patrimonio mueble que guardaba el edificio: bargueños, tresillos, consolas, cornucopias, lámparas, vajillas, esculturas y pinturas. Es especialmente significativa la pérdida de un San Agustín y una Santa Mónica, genoveses, del XVIII, de la gubia de Antonio Mª. Maragliano, que, en su día formaban conjunto con una preciosa imagen de la Virgen de la Cinta que pereció en el incendio de la iglesia de los agustinos, y que, salvados entonces, han venido a claudicar aquí. Eran de entre un conjunto de otras piezas como una Santa Teresa, un San Pedro de Alcántara, etc, dos piezas valiosísimas cuya desaparición nunca lamentaremos bastante.

          Como tampoco lo haremos con toda la galería de retratos de los prelados nivarienses , perdida en su totalidad, entre los que destacaba con luz propia el del obispo Pérez Cáceres por José Aguiar, auténtica obra maestra (apenas se ha salvado un fragmento de una pintura de Mariano Cossío que representa a este mismo obispo junto a los fieles), junto a otras pinturas como la Inmaculada regalo del obispo Rey Redondo (que había sido trasladada a la sala de espera), el Cristo que presidía la capilla, los frescos de López Ruiz en el comedor, etc..Y, por supuesto, se perdió la  totalidad de las instalaciones.

          El edificio ha sido reconstruido durante los años 2007 al 2009, según proyecto y bajo la dirección de los arquitectos José Miguel Márquez Zárate, Sebastián Matías Delgado Campos y Aurelio Hernández Martínez, por la empresa Víctor Rodríguez e Hijos, S.L.