Presentación del libro de Nicolás González Lemus y Melecio Hernández Pérez "El turismo en la historia del Puerto de la Cruz"

A cargo de Sebastián Matías Delgado Campos  (Casino de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, el 18 de octubre de 2010).

  

          Recientemente, el máximo responsable de nuestra Comunidad Autónoma ha manifestado públicamente que, para el próximo año, se pretende que Canarias reciba un millón más de turistas que en el presente, cifra que podría elevarse hasta tres dado que nuestra planta hotelera tiene capacidad para ello.

          Claro está que estas esperanzadoras declaraciones deben entenderse inmersas dentro de las adversas circunstancias en que nos ha sumergido una severa crisis financiera como es la que nos envuelve y suponen, según creo, un tácito reconocimiento de que se confía y se espera que sea el turismo el principal motor económico que nos saque a flote de esta depresión económica en que nos hallamos.

          Sin embargo, a este modesto presentador le provocan inevitablemente algunos interrogantes y hasta le resultan inquietantes:

               - ¿Significa esto que estamos dispuestos a repetir situaciones anteriores, sin hacer una seria reflexión sobre lo que hemos hecho, cómo lo hemos hecho y a que situación nos ha conducido?

               - Porque, es cierto que el desarrollo turístico nos ha proporcionado una época de esplendor económico, que se me antoja corta, pero ¿qué precio hemos pagado por ello?

               - ¿No hemos cometido errores, muchos de ellos irreversibles, en un desmedido afán de rápido enriquecimiento?

               - ¿Cómo, si es así, estamos dispuestos a continuarlos y repetirlos sin enderezar el rumbo de forma que posibilite eso que ahora se llama un desarrollo sostenible?

               - ¿Acaso no es necesario repensar científicamente el turismo como resorte económico y, esto no debería olvidarse, como vehículo de proyección social hacia el exterior?

          A estas preguntas y a muchas otras que, con seguridad, se han hecho ustedes y se siguen haciendo, debería contestarse seriamente, responsablemente, para seguir adelante.

          Viene todo esto a propósito de la presentación de este libro que se me antoja ejemplar, cuyo título exacto es El turismo en la historia del Puerto de la Cruz, a través de sus protagonistas y cuya aparición, en estos momentos, resulta enormemente oportuna.

          Porque el proceso histórico vivido por el antiguo Puerto de La Orotava, luego y hoy Puerto de La Cruz, pionero en Canarias, desde el establecimiento de los primeros comerciantes foráneos hasta convertirse en el más emblemático polo turístico de las islas. resulta ser el más completo y mejor paradigma de evolución histórica del turismo, en todo el archipiélago y, por tanto, de su conocimiento y estudio cabe extraer conclusiones y enseñanzas que nos permitan evitar errores y proyectarnos sensatamente hacia un futuro con sostenibilidad.

          Debo decir inmediatamente, que no es éste un libro de divulgación, sino que se trata de un empeño más ambicioso, pues contiene un verdadero estudio científico de la materia de la que trata, como corresponde a la talla de sus autores Nicolás González Lemus y Melecio Hernández Pérez, que no es, por cierto, la primera ocasión en que colaboran, pues ya lo hicieron, junto a Isidoro Sánchez (también aquí presente como prologuista), en aquella obra editada en 2005, titulada El Puerto de la Cruz, de ciudad portuaria a turística.

          Nicolás González Lemus es uno de nuestros más reputados especialistas en el estudio de los viajeros y turistas en Canarias. Su doctorado en Geografía e Historia versó sobre estos temas y, como resultado de esta dedicación, nos ha brindado una copiosa serie de trabajos entre traducciones, artículos periodísticos y un buen número de libros (he perdido la cuenta), que hablan muy alto y por sí solos de su competencia y conocimientos, Es profesor de la Escuela Universitaria de Turismo, Iriarte.

          Por el otro lado, es imposible adentrarse en los entresijos de la historia del Puerto de la Cruz sin tropezarse y, por supuesto, deleitarse con los innumerables y frecuentes artículos escritos para la prensa por Melecio Hernández Pérez, cuya labor, que alcanza también a varios libros, es realmente impagable, tanto, que ha merecido de aquella su ciudad natal el nombramiento de Cronista Oficial.

          Se trata, por tanto, de dos auténticos especialistas que se dan la mano para entregarnos un libro excelente por su exhaustivo contenido, su metodología, la atinada selección de personajes y circunstancias, su lógica expositiva y su rigor científico acreditado con múltiples datos y documentos gráficos.

          Quiero reparar inicialmente en su título que no es La historia (que también lo es) del turismo, sino El turismo en la historia de aquel lugar norteño, cuestión que aunque parezca baladí no lo es, porque los autores han convertido en protagonista del libro no a la historia (en la que el turismo sólo debería ser un componente más), sino al turismo como ingrediente esencial, como su auténtico motor.

          Y aún hay más cuando se añade “a través de sus protagonistas”. Aprendí de aquel sabio catedrático y maestro de historiadores que fue D. Elías Serra que la asignatura de Historia no se ocupaba de todo lo que había sucedido al hombre desde su aparición en la tierra, lo que sería interminable por inabarcable, sino de aquellos sucesos que resultaron trascendentales; y ponía un ejemplo: el terremoto de San Francisco que fue, sin duda, un gran cataclismo para aquella ciudad con la pérdida de muchos miles de vidas y la destrucción de gran parte  de sus arquitecturas, resulta ser decisiva en la historia de aquella urbe, pero carece de trascendencia para la gran historia de la humanidad; en cambio un suceso tan cotidiano como el simple nacimiento de un niño puede tenerlo si esa criatura es, por ejemplo, Napoleón Bonaparte.

          Ésta es justamente la idea que subyace en esta apostilla que completa el título del libro porque aquí se expresa con claridad el convencimiento de sus autores de que el proceso se ha debido a iniciativas impulsadas, casi siempre, por individualidades más o menos clarividentes, que se arriesgaron y comprometieron en la realización de sus ideas y, por tanto, que fueron ellas la energía creadora, los piñones indispensables de un mecanismo que desarrollaría un crecimiento impensable  hasta para ellos mismos; y la lectura de este trabajo que hoy presentamos lo corrobora.

          El libro se estructura en tres partes bien diferenciadas- La primera se dedica a Los años iniciales y, ya en la Introducción, se nos brindan algunos datos de gran interés, pues se deja constancia del temprano afincamiento, en el Puerto de La Orotava, de extranjeros que comercializaban los productos agrarios de aquel feraz valle hacia el exterior, de que, en la segunda mitad del XVII (momento en que, según los autores, el Puerto se convierte en la capital comercial de la isla) eran, en su mayoría, ingleses, que dispusieron incluso, desde 1680, de cementerio propio o “chercha” en los llanos de San Felipe;  y de que, a mediados del XVIII, había 16 casas de comercio establecidas en Canarias, todas en Tenerife, de las que 10 lo estaban en el Puerto y las 6 restantes en Santa Cruz. Más aún, en la matrícula de extranjeros realizada en nuestra isla en 1791, aparece que 31 británicos, el 83,8% de los residentes en ella, lo estaban en el Puerto, de los que 25 eran irlandeses, 3 escoceses y los 3 restantes ingleses. Cifras, todas ellas bien elocuentes que confirman la precoz preferencia de foráneos por este lugar.

          Pero, fuera de este núcleo de comerciantes, debe registrase la presencia durante el XVIII, de naturalistas que vienen atraídos sobre todo por nuestro Teide, icono singular que domina especialmente el esplendoroso Valle de La Orotava y que es medido en sendas ocasiones por científicos franceses tales como Feuillée y Borda, enviados por la Academia de Ciencias de París., pero también durante el XIX de los von Humboldt, Piazzi Smyth, Meade Waldo, Berthelot, Webb, etc., todos ellos sorprendidos y cautivados por el paisaje y las singularidades y riquezas características de nuestro medio natural tan breve como variado.

          Pronto, entre nuestros visitantes aparecen también los médicos que quedan deslumbrados por la benignidad de nuestro clima y la apacibilidad y grandeza del paisaje, hasta el punto de recomendar la estancia en Canarias de ciertos enfermos, en centros denominados heahlt resort a los que se acudía para restablecerse y disfrutar de nuestro entorno y que, sin duda, señalan el inicio del turismo como actividad productiva. Entre éstos, los autores dedican especial atención a William Robert Wilde, padre del célebre Oscar Wilde, que apostillan como “el admirador del dulce valle de La Orotava”, que llegó a la isla en 1837 desde Madeira y escribió una conocida narración de su viaje (que continuó por Gibraltar y otros lugares del Mediterráneo) en la que ponderó incluso poéticamente y con ventaja las excelencias de nuestro Puerto de la Cruz. Se valió además de las mediciones de temperatura que hacía en el Sitio Litre el también británico Charles Smith.

          La visita de Wilde fue corta pero no su influencia, porque su relato junto a los de otros viajeros vino a reforzar la tendencia británica hacia la climatoterapia como forma de recuperar la salud, que se extendió por toda Europa; y, así, no tiene nada de extraño que, en 1859, recalara en nuestra tierra el francés barón Gabriel Belcastel con su hija en busca de la salud de ésta. El abogado y agronomista, que más tarde sería un ferviente político conservador como diputado en la Asamblea Nacional y como senador, permaneció durante seis meses en el Puerto haciendo observaciones de temperatura, higrometría y otros fenómenos atmosféricos, al par que su hija recuperaba su salud, y escribió un inestimable texto titulado Las Islas Canarias y el valle de La Orotava, desde el punto de vista higiénico y médico que, traducido tempranamente por Aurelio Pérez Zamora, había de alcanzar gran difusión y en el que se afirma y se justifica científicamente la mayor excelencia de nuestro enclave frente a otros mediterráneos, tan de moda en aquel momento, y se sugiere que en este turismo de salud podría estar el relevo económico al ciclo de la cochinilla, que empezaba a declinar con el descubrimiento de las anilinas. Los autores señalan que esta obra tuvo una enorme trascendencia, no sólo por su difusión europea, sino también en las islas, marcando claramente el momento de formación de una conciencia interesada por este turismo.

          Fruto de ello es, en 1865, la iniciativa de Nicolás Benítez de Lugo y Medranda (que llegó a ser comisario regio de Agricultura, Industria y Comercio de Canarias y director del Jardín de Aclimatación de Tenerife (hoy Jardín Botánico) que, atento a las posibilidades que el valle brindaba al turismo, presenta en el Gobierno Civil una instancia solicitando, de la reina, autorización “para formar una empresa con el fin de acometer la construcción de algunos albergues o casas de fondas en los municipios de la Villa de La Orotava y el Puerto de la Cruz, que sirvieran de alojamiento a los extranjeros que, bien por enfermedad o placer, visitan las localidades durante el invierno y verano”. Esta propuesta que se hacía de acuerdo con el marqués de la Candia Tomás Fidel y Cólogan, propietario de los terrenos de los Llanos de la Paz, lugar que se señalaba como emplazamiento adecuado para la ubicación de un hotel, fue desestimada por la realeza tras los informes pertinentes.

          Sin embargo, la idea continuó flotando en el ánimo de algunos notables hasta el punto de que en 1883, de nuevo Benítez de Lugo eleva nueva instancia, esta vez al Ayuntamiento, matizando ahora su propuesta de esta manera: “para la construcción de hoteles en los Llanos de la Paz, destinados a alojar durante la estación de invierno a los enfermos atacados de las vías respiratorias que buscan alivios a sus males en un clima igual y benigno” (de hecho ya cinco años antes insistían en esto los doctores Víctor Pérez González y Tomás Zerolo Herrera). En esta ocasión hubo éxito porque el Ayuntamiento, que presidía Luis González de Chaves y Fernández Montañés (que fue alcalde en tres periodos alternos) acogió con entusiasmo la idea en la célebre sesión del 8 de abril.

          Aún cuando ya funcionaban algunos alojamientos en el Puerto, tales como los de la familia Cólogan, el Casino de Pedro Aguilar y el de la escocesa familia Turnbull, esta decisión municipal supone el despegue decidido de la actividad turística como recurso económico, en un momento en que la actividad comercial de la localidad pasaba por muy serias dificultades.

          Al año siguiente, el ya mencionado Dr. Tomás Zerolo, dedica su discurso, pronunciado en la  Academia Médico-Quirúrgica, a ponderar las relaciones entre la climatología y la medicina, centrándose en dos polos de interés Vilaflor (como estación de montaña en verano) y el Puerto de la Cruiz, del que alaba la regularidad y benignidad de su temperamento y la señala como estación incuestionable de invierno.

          Nuestro libro continúa con interesantes referencias a las actividades de diversos personajes tales como:

               - el suizo Hermann Honegger (la colonia suiza era numerosa en este momento según Olivia Stone), que además de enseñar alemán fundó el Hotel Suizo y realizó innumerables observaciones meteorológicas con el pluviómetro y el termómetro que le envió desde Frankfurt la Sociedad de Investigación de la Naturaleza;

               - el eminente fisiólogo sueco Hjalmar August Öhrvall, catedrático en Uppsala y con un formidable curriculum de formación en laboratorios de investigación de Leipzig, Berlín, Munich, Innsbruck y Zurich, entre otros, que vino a nuestra tierra con su esposa aquejada de tuberculosis y salió enteramente restablecida. El realizó medidas de temperatura tanto del aire como del agua del mar, de la humedad, etc.;

               - el médico alemán Wilhelm Biermann, que estuvo al menos en dos ocasiones en Canarias y que, además de recopilar las observaciones hechas por los anteriores observadores, realizó, él mismo, mediciones de temperatura, humedad, nubosidad, pluviometría, soleamiento, vientos, etc, tanto en el Puerto de la Cruz como en Vilaflor.

               - el prestigioso médico Víctor Pérez González, doctorado en la Sorbona, cofundador de la Academia Médico-Quirúrgica y miembro Correspondiente de las de Cádiz, Barcelona y Anatómica de París; experto en la Botánica de las islas, de la que fue contumaz ensayista y publicista, así como del estudio de las relaciones del clima con la medicina a resultas de lo cual publicó en Paris su estudio El clima de La Orotava. Fue el anfitrión de la mayor parte de los científicos (médicos y naturalistas) que visitaron por aquel entonces Tenerife. Su hijo Jorge Pérez Ventoso, siguió los pasos de su padre, se doctoró en Londres, fue un destacado publicista científico a nivel internacional en revistas francesas e inglesas, mantuvo estrechas relaciones con multitud de Sociedades Científicas y además de efectuar diversos estudios climatológicos del Puerto de la Cruz, fue un decidido propulsor de los establecimientos hoteleros de salud.

          Fruto de estas inquietudes va a ser la creación de la Compañía de Hoteles y Sanatorium del Valle de la Orotava que, impulsada por un buen grupo de notables, tuvo como principal factor a Antonio Mª Casañas González, licenciado en Derecho, hombre inquieto que llegó a ser alcalde de La Orotava y especialmente activo en todas las iniciativas turístico-hoteleras, y al que no faltó la valiosa colaboración del británico William Strickland Harris, experto hotelero que vino al Puerto por la gestión del Dr. Pérez González.

          El resultado fue la aparición del Sanatorium u Orotava Grand Hotel, que se instaló en la casa de Antonia Dehesa Sanz, la que había sido señalada como la mejor y más adecuada por la irlandesa Olivia M. Stone, en su obra Tenerife y sus seis satélites, y al que se conocería más comúnmente como Hotel Martiánez.

          Este establecimiento fue visitado por eminentes médicos entre los que los autores destacan al doctor Ernest Hart y al afamado laringólogo Morell Mackenzie. Los comentarios y las alabanzas que ambos hicieron en prestigiosas revistas científicas internacionales sobre las favorables condiciones climáticas del lugar, lo colocaron en el más alto pedestal de entre todas las instalaciones existentes en Europa y Madeira. Esta publicidad fue aprovechada por Strickland para crear la Teneriffe Hotel and Villa Company Ltd., resucitando la vieja idea de Benítez de Lugo y Medranda en los Llanos de la Paz.

          Los autores no omiten una extensa y jugosísima referencia al episodio de rivalidad interinsular provocado por las opiniones del médico victoriano Mordey Douglas, que tras visitar Madeira y el Puerto de la Cruz (donde residió seis meses) se trasladó a Las Palmas con resultado más favorable para su salud, por lo que se erigió en un activo propagandista de las excelencias de aquella ciudad, al tiempo que cuestionaba seriamente las del Puerto de la Cruz.. Mordey terminaría residiendo definitivamente en Gran Canaria, y la difusión de sus opiniones contribuyó muy positivamente al robustecimiento en aquella isla de un segundo polo de "health resorts".

          Tras constatar, con datos concretos, el crecimiento de la oferta hotelera (es ahora cuando surgen las "boarding houses"), que se produce en el Puerto de la Cruz, a partir de la aparición del Orotava Grand Hotel, nuestros autores no quieren terminar esta primera parte del libro sin dedicar una breve referencia a la aparición y consolidación de una robusta colonia británica que alcanza a construir sus propias residencias (casi siempre en estilo victoriano) y de cuya pujanza y envergadura da buena medida la construcción de un templo de culto anglicano, de tres naves, dedicado a Todos los Santos. Sus miembros alcanzaron en ocasiones gran proyección en la actividad comercial isleña y su influencia cultural y social fue enriquecedora para nuestras gentes.

          La segunda parte del libro está dedicada al Hotel Taoro y a las que los autores llaman Décadas de interregno. Es ésta la parte del libro que me resulta más atractiva pues pudiéramos decir que, de algún modo, representa la edad de oro del turismo portuense, porque es el momento en que convergen más positivamente el desarrollo con el equilibrio medio-ambiental. Los autores la concretan en cinco capítulos:

         El primero está dedicado a la aparición del Hotel Taoro, como resultado de la formación de la Taoro, Compañía de Construcción y Explotación de Hoteles y Villas del Valle de La Orotava, es decir, la Taoro Company, Ltd., en la que juntaron sus energías personajes tales como el químico y millonario inglés Edward Beanes (que fue el mayor accionista, su primer presidente y el responsable de la construcción del hotel), el irlandés Arthur Henry Pring (segundo accionista y primer vicepresidente, que se construyo su residencia en Miramar), el doctor Víctor Pérez González y sus hijos Jorge y Eduardo Pérez Ventoso y especialmente el santacrucero Charles Howard Hamilton (hombre culto y emprendedor, que casó con Carmen Monteverde Cambreleng), sin olvidar a otros importantes y significados, tales como el Conde del Valle Salazar, la Marquesa de la Quinta Roja (la célebre doña Sebastiana del Castillo y Manrique de Lara), Antonio Mª Casañas, Felipe Machado del Hoyo, etc.

          Se eligió como emplazamiento el llamado Monte Miseria y, como técnico, al arquitecto francés Adolphe Coquet (el mismo al que la marquesa había recurrido para la erección del cenotafio que nunca llegó a albergar los restos de su hijo don Diego Ponte del Castillo, al que se había negado enterramiento cristiano por su adscripción a la masonería, en la que llegó a ser Venerable de la Logia Taoro). El Taoro Grand Hotel debía responder y así fue a las exigencias de los más modernos y lujosos hoteles europeos.

          El empeño fue excesivo porque la baja ocupación y su sobredimensionamiento no permitieron afrontar los gastos de mantenimiento, razón por la cual, en 1901, sólo diez años después de su inauguración se puso en venta. En 1905 fue arrendado por un año al doctor alemán Gotthold Pannwitz, médico militar, destacado en la lucha antituberculosa y miembro de la Cruz Roja, que al año siguiente consiguió formar, en Alemania, una compañía, la Kurhaus Retrieb Gesselschaft, que terminaría adquiriendo el hotel con todos sus enseres, pasando a denominarse el Humboldt Kurhaus.

           Pero la Kurhaus tampoco pudo hacer rentable el hotel y terminó por incumplir sus obligaciones de pago diferido, por lo que se emprendió un largo litigio entre ella y la Taoro, que recuperaría el establecimiento, hasta que, en 1912, lo arrienda Christian Heinrich Trenkel, que era un empresario hotelero que ya explotaba el Martiánez, el Aguere de La Laguna y el Quisisana de Santa Cruz y que tampoco pudo hacerlo rentable, por lo que dos años más tarde pasó a manos de Gustavo Wildpret Duque, que tuvo que capear diversos infortunios tales como la primera guerra europea y hasta el incendio de 1929, por lo que se devino en un nuevo fracaso; y así, en 1935,  lo traspasó al que había sido sucesivamente administrador, adjunto a la dirección y finalmente director Enrique Talg Schulz.

          El segundo capítulo lo dedican a la ya citada figura de Trenkel, destacando sobre todo su gestión del Hotel Martiánez al que convirtió en animado centro de ocio, con numerosas atracciones para los turistas que lo ocupaban. Lo consideran el auténtico pionero como profesional del negocio turístico, hasta el punto de que su buen olfato le llevó a construir dos pequeñas villas para que sus hijas las explotaran turísticamente.

          Los hermanos Gustavo y Guillermo Wildpret Duque ocupan a continuación nuestra atención. Hijos del alemán Hermann Wildpret Soler que vino a la isla como jardinero al servicio de otro alemán Hermann Honegger, radicado en Santa Cruz, que andaba en negocios de horticultura, y terminó ocupando un puesto de jardinero interino en el Jardín Botánico. Su nacimiento en una ciudad termal a orillas del Rin fue sin duda lo que determinó a sus hijos, consagrados al fomento y la realización de actividades de ocio, a un empeño de altos vuelos como fue el famoso  balneario Thermal Palace que se ubicó en los Llanos de Martiánez y fue un auténtico aldabonazo en el devenir turístico y ciudadano de la población, en aquel 1912.

          El imponente edificio de estilo victoriano, totalmente construido en madera con piezas prefabricadas traídas de Alemania, se montó en unos cinco meses y vió su gran salón preciosamente decorado por Francisco Bonnín.

          Para un arquitecto como el que les habla esta construcción, lamentablemente desaparecida, tenía un enorme interés por su belleza y por su singularidad.

          En los dos últimos capítulos de esta segunda parte, los autores fijan su atención en dos figuras imprescindibles en la historia hotelera del Puerto de la Cruz, como fueron el antes mencionado Enrique Talg Schultz y Andreas Carl Gleixner, ambos alemanes, que coincidieron trabajando en el Hotel Palace de Madrid y decidieron probar fortuna en Tenerife, haciéndolo primero en Santa Cruz, donde Talg arrendó el Quisisana y Gleixner, el Victoria.

          La que en el libro se califica de frenética actividad del Sr. Talg, que compaginó con la desarrollada en los hoteles Aguere, en La Laguna, y sobre todo en el Martiánez de nuestro Puerto de la Cruz, es estudiada ampliamente a través de su intensa dedicación y promoción, utilizando diversas publicaciones, efectuando promociones directas entre los operadores turísticos más interesantes de Europa, sugiriendo continuamente ideas a las autoridades turísticas, etc. Su impagable aportación fue continuada por su hijo Enrique Talg Wyss que, además de continuar la gestión del Martiánez, construyó el hotel Tigaiga, obra ejemplar hecha a su medida, que ha sido y es modélica en sus instalaciones, jardines y trato a los clientes. Talg Wyss fue en varias ocasiones concejal de su ayuntamiento y desempeñó, además, diversas responsabilidades sociales.

          La labor desarrollada por Andreas Carl Gleixner en el Puerto de la Cruz se circunscribe en torno al hotel Monopol que adquirió y amplió, bien que conservando su bello patio interior. Trabajador infatigable, se le premió con la Medalla de Plata al Trabajo y a su muerte continúa su actividad su hijo Guillermo, nacido ya en el hotel Victoria de Santa Cruz.

          He querido dedicar especial atención a esta dos partes del libro, quizá ya conocidas por ustedes a través de diferentes publicaciones, pero que aquí se sistematizan de forma más lógica y fluida, no sólo porque intuyo que son las que pueden despertar en mayor grado la curiosidad y el deseo de ustedes por conocerlo, sino también porque me interesa remarcar la idea de que los impulsos vitales que hacen andar y engrandecer una comunidad no surgen casualmente, sino que son el resultado de la convicción, el esfuerzo y la tenacidad de algunos, partiendo, claro está, de la existencia de algún o algunos recursos de general interés, en nuestro caso dos: clima y paisaje.

          La tercera parte es, sin duda, la más novedosa, pues nunca antes se había abordado de forma tan sistemática y rigurosa el proceso vivido en los últimos tiempos y que ha conducido a la situación actual. Se anuncia bajo el título de La aparición del modelo turístico de playa, y pasaré muy ligeramente por ella, no sólo porque, al ser la más próxima a nuestros días es también la más conocida por todos, sino porque sería demasiado banal por mi parte tratar de resumir en el breve espacio que se debe a una presentación (y ya tengo la sensación de estarme extendiendo en exceso), la enorme cantidad de información que aquí se facilita.

          Los dos primeros capítulos se centran en la figura estelar de Isidoro Luz Carpenter a quien los autores califican como el gran artífice de la puesta en marcha del turismo, y va desgranando episodios tales como:

               - El intento de muelle en El Penitente a iniciativa de Enrique Wolfson, como alternativa al nunca autorizado en la zona de Martiánez;

               - El interregno republicano con la alcaldía de Florencio Sosa Acevedo, en la que Luz Carpenter, candidato derrotado, lidera la oposición;

               - La construcción de la Piscina de Martiánez, durante la alcaldía de Santiago Baeza González, en el lugar que había ocupado el Thermal Palace;

               - El desgraciadamente fallido intento de creación de un jardín de flora canaria, proyecto del botánico sueco Eric Ragnar Sventenius, que aunque llego a inaugurarse oficialmente no prosperó por falta de los necesarios apoyos y se fue para Gran Canaria, que, atenta e interesada, anduvo más rápida y decidida;

               - La no menos desgraciada oportunidad perdida de construir una Residencia Canaria de Cultura Internacional, magnífico proyecto del año 1956, en el más puro estilo funcional-racionalista del momento realizado por una de las más significativas figuras internacionales como fue el arquitecto turinés, residente en Suiza, Alberto Sartoris, que había viajado a Canarias y se había enamorado de su paisaje y de la belleza y funcionalidad de su arquitectura tradicional y popular. Originalmente se trataba de edificios de apartamentos-taller para artistas, pero en la década siguiente el proyecto contenía dos residencias: la nacional y la internacional. A pesar de tener el decidido apoyo del crítico Eduardo Westerdahl y la aprobación municipal, no se construyeron, privando así al Puerto, no sólo de una soberbia muestra de la arquitectura de vanguardia, sino de una brillantísima idea que, de haber cuajado, hubiera dado a la ciudad  una envidiable proyección internacional.

               - La construcción del Lido San Telmo y del Cintra Pirata en la zona de Martiánez;

               - La brecha abierta por Cándido Luis García Sanjuán con la construcción del hotel Tenerife-Playa;

               - La imparable secuencia de hoteles: Las Vegas, Valle-Mar, y las insólitas torres del Oro Negro y del Belair;

               - Un contratista eficaz: Luis Díaz de Losada y la urbanización de la Avenida de Colón;

               - Los Apartamentos Miramar.

          Se presta especial atención a las conclusiones de la 1ª ASAMBLEA TURÍSTICA DE CANARIAS, celebrada en La Palma, en 1962, bajo la presidencia de Luz Carpenter como titular que lo era del Cabildo Insular de Tenerife y que se refirieron a:

               - Comunicaciones aéreas.

               - Comunicaciones marítimas.

               - Propaganda turística.

               - Revolución de lo canario.

               - Problemas hosteleros.

               - Consecuencias de la declaración del archipiélago canario como zona de interés turístico.

          E igualmente hay que apuntar en el haber de Luz Carpenter las sucesivas gestiones realizadas en Madrid para la ampliación de Los Rodeos de forma que pudiera tener categoría internacional (reactores) y para el estudio de un aeropuerto transoceánico en Las Galletas.

          El panorama de la ciudad turística, de aquel momento, se complementa con una amplia relación de la elevada oferta de instalaciones de ocio, tales como discotecas, clubs nocturnos, salas de baile, terrazas con música, bares, restaurantes, etc , hasta el punto de que ninguna otra ciudad en Canarias podía competir con ella.

          Y no falta un capítulo dedicado al indiscutible atractivo que para el turismo del lugar supuso siempre el Teide, para lo que dedican su atención a dos instalaciones decisivas:

               - el Refugio de Altavista, en Las Cañadas, a iniciativa de George Graham Toler.

               - el teleférico, impulsado por una sociedad presidida por Andrés de Arroyo y González de Chaves.

          La llegada a la alcaldía, en 1963, de Felipe Machado del Hoyo, marca el inicio de la explosión constructiva al calor del inusitado aumento de turistas, sin pararse en mantener un cierto equilibrio suelo-población, ni en respetar el patrimonio edificado antiguo que es al que debía su encanto el entorno.

          Los autores hacen referencia a la positiva creación del Centro de Iniciativas Turísticas; a la aparición del hotel San Felipe, en la zona de Martiánez, que precede a una ola destructiva que acabará con el antiguo hotel del mismo nombre y con el Marina (antigua Casa Yeoward) junto al muelle de Santa Bárbara, entre otros; a la celebración del Primer Festival de la Canción Atlántica, en 1966; a la creación; al año siguiente, de la Asociación “Club los 13”, integrada por 13 hoteleros y empresarios, que bajo el lema “Todos hacia un ideal común" se reunirán todos los días 13 de cada mes, a las 13 horas, en un almuerzo fraternal para intercambiar opiniones y problemas y potenciar entre ellos la vida sociocultural; y, finalmente, se ocupan de todo el proceso histórico seguido en la implantación y desarrollo de líneas aéreas con fines turísticos, de la ampliación y mejora del aeropuerto de Los Rodeos y de la eclosión constructiva de nuevos hoteles tales como el Orotava Garden, El Tope (de la familia del alcalde), el Magec, el Concordia-Playa, el nuevo Martiánez, el Atlantis, etc, y apartamentos como Bahamas, Panorámica, etc.

          Todo esto les permite afirmar que hacia el año 1970, el Puerto de la Cruz se había convertido en la costa de moda, lo que hizo subir espectacularmente el precio de solares y de casas, las que eran demolidas, sin reparar en sus valores urbanos, y rápidamente sustituidas por edificaciones anodinas destinadas a residencias o apartamentos que el boom turístico se encargaba de llenar. La falta de ordenación y el caos constructivo conducirán a la necesaria aunque tardía elaboración del Plan de Ordenación urbana de 1974, bajo el mandato del alcalde Felipe Machado y González de Chaves, que lo era desde 1970 (se había seguido construyendo hoteles tales como el Semíramis y Las Águilas en situaciones topográficas muy especiales y reveladoras de una muy cierta saturación del suelo hotelero).

          La degradación sufrida por la costa de Martíanez es tan evidente, que hace necesaria una drástica intervención que permita su rehabilitación y acondicionamiento para el uso turístico. Quizá es éste el primer momento en que se reconoce que se han hecho mal las cosas y que es necesario recuperar el atractivo del paisaje o, por mejor decir, crear artificialmente un nuevo paisaje de sentimiento pretendidamente autóctono y para ello se llama a Cesar Manrique que, con el auxilio técnico de los ingenieros Amigó y Olcina, alumbra el Complejo de Martiánez, una de sus peculiares creaciones, tan del gusto de nuestras gentes y, sobre todo, tan atractivas para el turista.  El éxito fue total y ello le proporcionó otra intervención celebrada, la de Playa Jardín, en Punta Brava.

          El libro se ocupa pormenorizadamente de otra iniciativa, esta vez particular, que felizmente fructificó y constituye desde 1972, en que se inauguró, una ineludible referencia para visitantes propios y extraños. Se trata de la creación del Loro Parque, por su propietario Wolfgang Kiessling, que ha ampliado y enriquecido en varias ocasiones este hermoso zoológico y lo ha convertido en una auténtica atracción, en una demostración de cómo, con imaginación y entusiasmo, se construye una realidad atractiva y positiva.

          Los autores califican de etapa de transición la regida sucesivamente por los alcaldes Antonio Castro y Marcos Brito (este último lo volvería a ser posteriormente y lo es en la actualidad) y se detienen más en el primer alcalde democrático Francisco Afonso Carrillo, que llegaría a ser presidente de la Mancomunidad de Cabildos y hasta Gobernador Civil de la provincia, cargo en el que falleció, como sabemos, trágicamente, y en cuyo mandato hubo aciertos como la creación del Festival Internacional de Cine Ecológico y de la Naturaleza y fracasos como el de la frustrada  instalación de un Delfinario por promotores israelitas.

          Tras la etapa del alcalde Félix Real que, con aciertos (Plaza de Europa y creación de PAMARSA) y desaciertos (Refugio internacional de animales, Plaza del Charco y, especialmente la nueva ordenación de la zona de Martiánez), que nuestros autores ven ya inmersa plenamente en un proceso de decadencia, se suceden:

               - una nueva etapa de Marcos Brito.en la que cabe registrar la inauguración del pingüinario del Loro Parque o la celebración del Bicentenario de la visita de Humboldt;

               - y el paso por la alcaldía  de Salvador García Llanos, al que correspondió la celebración del 350º Aniversario de la población y una nueva ordenación de la zona de Martiánez, costeada por el Cabildo, a cambio de permitir el traslado a esta zona del Casino de Taoro, lo que supuso una nueva etapa de abandono del viejo edificio del gran hotel y la desaparición de la Sala Andrómeda que formaba parte del conjunto proyectado por Cesar Manrique y declarado BIC.

          Ya en estas últimas etapas, conscientes de la pérdida del atractivo paisajístico tanto de un valle que se urbanizaba a pasos agigantados, como de gran parte del patrimonio arquitectónico que conformaba la mejor imagen de la ciudad se percibe un mayor interés por los aspectos culturales que cobran especial preocupación en la fugaz gestión de la alcaldesa Lola Padrón que consigue del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio la inclusión del Puerto de la Cruz (junto a San Bartolomé de Tirajana, Palma de Mallorca y Costa del Sol) en el Plan de Turismo Español 2020 y que suponía la posible realización de importantes obras de infraestructura (regeneración de la Playa de Martiánez, aparcamientos) y equipamiento.(Puerto y Ciudad deportivos, Auditorio, etc.). Se recuperó el Festival Internacional de Cine Ecológico y de la Naturaleza y, por contra,  se cerró la perrera de Punta Brava, desatendiendo un interesante ofrecimiento del Loro Parque.

          Los autores ofrecen unos datos numéricos que les permiten afirmar que la situación del turismo en aquel municipio es preocupante y que, en aras de la sostenibilidad, es necesaria una actuación que se base no sólo en una promoción intensa y eficaz y en la renovación de la planta hotelera, sino también en tres pilares:

               - Cuidado y uso de los recursos naturales.

               - Desarrollo de una estrategia cultural.

               - Vinculación al mundo universitario.

          Finalmente, los autores nos ofrecen un apartado de conclusiones muy interesantes.

          Como vemos es este un estudio exhaustivo en el que nada falta. Los autores, a los que pido disculpas por la raquítica brevedad en la que he resumido su enjundioso trabajo,  han rastreado minuciosamente personajes y actuaciones y nos ofrecen de forma documentada y ampliamente ilustrada una extraordinaria panorámica histórica del desarrollo de esta actividad puntera en la que fue pionera y ejemplo para otras poblaciones en y más allá de Canarias y que ha vivido un desgraciado proceso de autofagia, pues la propia actividad turística que surgió ante tan atractivos valores como son paisaje y clima, ha devorado el primero de forma irreversible y tiene que sostener una desventajosa competencia con las condiciones que el segundo ofrece en otras zonas de la isla en las que el nuevo binomio sol y playa es más favorable.

          Pero hay más, porque a lo largo de todo el libro y, especialmente en la última parte, se percibe un trasfondo crítico que no escapará al lector, a pesar de los esfuerzos de sus autores por mantenerse en la objetividad. Dicho de una manera vulgar, los autores “se mojan” y lo hacen además proponiendo ideas concretas para superar la situación creada, con lo cual convierten a este libro no únicamente en un estudio erudito, sino también en un instrumento útil para la acción.

          Así pues, la lectura de este libro nos coloca frente a la necesidad de reinvención de un turismo nuevo, que pase por:

               - Apostar por la calidad frente a la cantidad.

               - La rehabilitación del paisaje urbano.

               - La rehabilitación de la planta hotelera y de las instalaciones de ocio.

               - La adecuación del paisanaje: amabilidad, cordialidad, cortesía, profesionalidad.

               - El fomento de un turismo cultural.

               - La puesta en valor y la difusión de nuestro patrimonio histórico y artístico.

               - La apuesta por el desarrollo de actividades culturales.

          Es ésta una necesidad sentida no sólo por el Puerto de la Cruz, sino que me atrevo a generalizarla, porque la mayoría de las enseñanzas, que de la lectura de este libro se obtienen, son de universal aplicación para los otros polos turísticos del archipiélago y aún de más allá.

          Creo que ahora se podrá entender con propiedad por qué la aparición de este libro  me resulta tan oportuna y el por qué de mis interrogantes iniciales.

          No me queda más que agradecer al Casino de Tenerife que me haya permitido tomar parte en este acto, felicitar muy sinceramente a Nicolás González Lemus y Melecio Hernández Pérez, por este fruto tan maduro y consistente de su inquieto y fecundo quehacer, que hoy ponen en nuestras manos y, finalmente, pedir disculpas a esta selecta concurrencia, que ha soportado tan estoicamente mi parlamento. Muchas gracias.

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