Presentación de la traducción que con el titulo "El Santo en Tenerife" hizo Emilio Abad de la novela de Leslie Charteris "Thieves' Picnic"

A cargo de Emilio Abad Ripoll (Casino de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, 17 de diciembre de 2001).


          Muchas gracias a todos por su asistencia y gracias, de corazón, a quienes me han precedido en el uso de la palabra por los elogios que han volcado hacia mi persona. La amistad, como el humo, ciega los ojos y muchas veces adornamos al amigo con las prendas que nos gustaría ver en él.

          En una Nota que introduzco al principio del libro expreso mi agradecimiento al Cabildo, al Ayuntamiento, a mis compañeros de la Tertulia Amigos del 25 de Julio (especialmente a los Sres. Cola, García Pulido y Delgado Salazar) y a D. Francisco José Pomares. Hoy quiero añadir a alguien más. En primer lugar a Ediciones Idea y a EDECOM, cuyo personal, pacientísimo conmigo, y en especial D. Manuel Luis Hernández, creo que ha hecho un gran trabajo, cuyo exponente es la espléndida presentación de la novela, que me atrevería a calificar como muy por encima de la media que uno está acostumbrado a ver. Y tampoco incluí en el libro, pues entonces no sabía donde se presentaría, un agradecimiento muy especial a este Casino de Tenerife, a su Presidente, D. Domingo Febles, y su Junta Directiva y, también en particular, a Raquel Gutiérrez, que en cuanto conoció la novela hizo lo imposible por encontrar no una fecha, sino un rato que se acomodara a los especiales condicionantes que, por motivos personales de algunos de nosotros, le planteé.

          Aquí debería terminar mi intervención, y así lo pensé hace algún tiempo, pero en las últimas semanas, al tener conocimiento de la próxima presentación del libro, bastantes amigos me han hechos dos preguntas: "¿Cómo se te ocurrió la idea de traducir un libro?" y ¿"Qué se siente, es difícil meterse en la personalidad, en la forma de pensar del autor, una persona a la que ni siquiera conoces?"

          A la primera, a la de averiguar cómo me metí en esta aventura de las traducciones (quiero añadir que éste, El Santo en Tenerife,  es el primero de tres libros que ya he traducido y que, si Dios quiere, y EDECOM ayuda, verán la luz muy pronto) es sencillo contestar. Como muchos conocen, hace ya casi 3 años que pasé a la Reserva, después de una vida bastante activa en los más de 40 años de “Servicio Activo”, y valga la redundancia. En aquel momento se me presentaban varias alternativas: Una de ellas consistía en quedarme tranquilamente en casa, leyendo, viendo TV, dejando pasar los días, pero a ello se oponía frontalmente mi mujer alegando que ya tenía bastantes muebles y trastos para contemplar el estorbo de un nuevo florero. Otra podía consistir en hacer algo de deporte y gastar el resto del tiempo deambulando por las calles o jugando al dominó, pero ni me gusta ir de tiendas ni, con mis respeto y admiración por los amantes de los juegos de mesa, me atraen esos esparcimientos. Y la tercera, la del término medio, la virtud, etc. consistía en leer, hacer algo de ejercicio y encontrar otra ocupación que me permitiera ejercitar la mente. Me incliné por ella y pensé en las traducciones, porque, como muchos de los militares de nuestra generación, el manejo, estudio y empleo de documentación en inglés ha sido frecuente en mis años de actividad. Quizás osadamente creí que podría dedicarle algún tiempo a eso, aunque, la verdad, no pensaba en libros, sino en trabajos más livianos, como la traducción de documentos, folletos, etc.

          Pero en aquellos momentos acababa de entrar a formar parte de una Sociedad Cultural, la Tertulia Amigos del 25 de Julio, y uno de sus miembros, el Profesor García Pérez, me habló de la novela, de la historia de su localización y del interés que su traducción podría tener entre los tinerfeños, especialmente los santacruceros. Me puse manos a la obra, pero con la condición de que él, Doctor en Filología Inglesa, leyese la traducción de las primeras páginas y me diese su opinión, con toda franqueza, acerca de la calidad del trabajo. Le gustaron las primeras... y llegamos hasta el final.

          Como novato en esas lides he intentado seguir una máxima leída en la prensa con motivo de una convención internacional de traductores. Esa regla de oro que debe presidir el trabajo del traductor se define con tres negaciones: “No añadir; no quitar; no adulterar”. Con respecto al primer punto, el de “no añadir” quiero decirles que, a pesar de ello, pensé que había que agregar algo al libro, pero sin afectar a su fondo ni a su forma. El resultado era que no debía incluir ni una sola palabra o concepto que pudiese modificar la idea del autor, a la vez que, para cumplir con la segunda prohibición, tampoco debía eliminar ni una palabra o expresión por poco que me gustara. Y se me ocurrió utilizar las socorridas “Notas a pié de página” para aclarar giros del idioma inglés intraducibles al nuestro, para identificar lugares de la ciudad (como el Café Zanzíbar), para dar datos de barcos (¿cómo era, si es que existió, el “Alicante Star”?), de establecimientos hoteleros (el Orotava, el Quisisana), de agencias de viajes (Camacho’s Excursions), de personajes (como Jorge, el dependiente de una de esas agencias), sobre vehículos (¿existió el “Hirondel” que conduce el protagonista?)  o sobre los billetes de cambio o de lotería que se citan en la novela. Y también pensé añadir fotografías de un lejano Santa Cruz de alrededor de 1935, pues la acción se desarrolla hace casi exactamente 66 años,  a caballo entre los días 27 y 28 de diciembre de aquel año.

          Siguiendo el tercer punto de la máxima, tampoco se me ha ocurrido adulterar la obra. Con la mejor de las intenciones he tratado de volcar al castellano el estilo sarcástico, en ocasiones cáustico, y humorístico (humor inglés, claro) de la novela y que, como recordarán muchos de ustedes, impregnaba toda la serie de Televisión. Dicho sea de paso, en mi opinión, Roger Moore, “el Santo” de los 60 y 70 supo representar mucho mejor al personaje de Charteris que el actor que aparece en una película rodada para la gran pantalla hace muy pocos años.

          Y con respecto a la pregunta relativa a mis sensaciones durante las muchas horas de traducción de la novela, les digo con total sinceridad que me divertí y que también viví momentos de nostalgia. Nostalgia de unos años muy felices de mi vida, y de la de muchísimos de ustedes, cuando en las décadas de los 60 y 70, en blanco y negro y por la única cadena sintonizable disfrutábamos, una noche a la semana, con las aventuras de El Santo que protagonizaba Roger Moore. Y era muy feliz porque, en aquella época, con menos comodidades y bienes materiales que hoy, ya tenía en casa mis particulares tesoros, mi mujer y mis hijos, y a mi alrededor algunos buenos amigos, uno de los cuales tengo la fortuna de que esta noche, por una casualidad, se encuentre en este mismo salón.

          Y también sentí nostalgia de una Santa Cruz que no conocí personalmente, pero que he visitado y recorrido muchas veces con el pensamiento por culpa de, o gracias a, mis contertulios Amigos del 25 de Julio. Con uno de ellos he repasado edificios singulares, fijándome hasta en sus balcones y ventanas; he pasado, y paso, con cierta unción, por donde otro me enseñó que era el lugar exacto en el que se hincó la primera Cruz en esta isla; gracias a las fotografías que un tercero me mostró, acaricié con la vista calles, plazas, paseos y casas; y he vivido con los libros de otros las experiencias de los viajeros extranjeros al conocernos, o las penurias de una ciudad en la que la bandera amarilla debía izarse con mucho más frecuencia de lo deseable, y he olido la pólvora y oído los gritos de dolor y de victoria de una noche gloriosa para Santa Cruz, para Canarias y para España; y me he apoyado en la farola del mar y escuchado, con otro de mis contertulios, las sentencias, dichos y cantares de los viejos santacruceros.

          Por eso, cuando traducía las aventuras del Santo, yo ya había estado allí, y no me resultaba difícil moverme por aquella Santa Cruz tan diferente a la de hoy, por aquella “animada y recoleta ciudad”, barrida por la lluvia durante las 24 horas de acción de la novela; por aquella pobre urbe de la “preguerra”, que se refleja en la obra. (Me pregunto por qué se habla siempre de las miserias de la “postguerra” y nos olvidamos que también antes de nuestra guerra civil todo nuestro país no era, precisamente, un emporio de riqueza). Me he mojado con Simon Templar por las calles santacruceras, he comprobado las dificultades existenciales de sus habitantes y he descubierto algunas de sus costumbres, como la cuidar gallinas y cabras en las azoteas de sus casas terreras. Y me he tomado, con él, una copa en el bullicioso Bar Alemán y conocido, en una emocionante y entrañable fase de la novela, a un honrado trabajador tinerfeño, un limpiabotas mutilado que adora al Santo como consecuencia de la ayuda que éste le prestó en una anterior visita a la ciudad. Y he disfrutado con Simon Templar al aplicar un puñetazo en el ojo derecho de uno de los “malos”, sintiendo, como él, un delicioso escalofrío que me subía desde el puño por el brazo; y, cómo no, a su lado he contemplado las fotos de las rollizas artistas que aquella noche del 28 de diciembre de 1935 actuaban en el Café Zanzíbar, aquí mismo.

          ¿Qué más quieren que les diga de la novela? Bueno, en primer lugar que la lean, claro. Y luego que les aseguro que es un libro entretenido, ameno, ingenuo si quieren, pero que les ayudará pasar un buen rato, especialmente en los días que se avecinan. Y a la vez recorrerán aquella Santa Cruz de la que les he hablado, desde un piso en la Calle San Francisco núm. 80, hasta el Hotel Orotava, pasando por este mismo Casino, y desde el Muelle hasta una finca más arriba de La Cuesta, con escala intermedia en el Quisisana.

          Si mis horas de traducción han servido para que esos sentimientos de diversión y humor se trasladen a los lectores, y que también sientan una cierta nostalgia por el viejo Santa Cruz, pero sin que ello empañe la alegría, y la suerte, de vivir en una ciudad tan hermosa como esta Santa Cruz del siglo XXI, me sentiría satisfecho.

          Muchas gracias por su atención.

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